Vientos de ira

Las lágrimas resbalaban por el rostro de Claudia Jendron mientras su médico le daba palmaditas en la mano. “Esto va a funcionar”, prometió el doctor. Ocho años antes, una fusión espinal fallida dejó a la residente de Rochester, Nueva York, con un dolor muy intenso. Jendron, de 66 años, había probado diversas opciones: acupuntura, opiáceos, inyecciones epidurales. Lo que fuera para aliviar el dolor. Lo único que quería era sentarse cómodamente en las fiestas de cumpleaños de sus nietos, pero no había funcionado nada. Y ahora, su médico quería intentar un nuevo tratamiento, el cual implicaba el uso de marihuana medicinal.

Para sorpresa de Jendron, su doctor tuvo razón. Dos días después de iniciar con una tintura (un extracto de cannabis líquido goteado bajo la lengua), el dolor aplastante se transformó en algo más tolerable. “Es apenas perceptible. Es asombroso —dice—. Ya puedo inclinarme para abrazar a mis nietos sin gritar”.

Nueva York es uno de los 29 estados (además del Distrito de Columbia) donde la marihuana medicinal es legal. Pero el Congreso tiene hasta el 22 de diciembre para decidir si una ley federal que la autoriza —sujeta a la aprobación estatal— será parte de la legislación para financiar al gobierno durante el próximo año fiscal.

El procurador general Jeff Sessions espera que se modifique dicha ley, conocida como la enmienda Rohrabacher-Farr. En mayo envió al Congreso una carta redactada en términos muy fuertes en la que exigía que los legisladores se opusieran a las protecciones para la marihuana legal y le permitieran perseguir el uso, la distribución y la posesión de la medicinal. En noviembre anunció también que el Departamento de Justicia revisaría las políticas vigentes sobre la marihuana legal, implementadas por la presidencia anterior.

Esas políticas son mucho más permisivas de lo que Sessions pretende. En 2014, cuando el presidente Barack Obama estaba en funciones, la enmienda Rohrabacher-Farr fue aprobada por 170 demócratas y 49 republicanos. El resultado: el procurador general ya no puede emplear agentes de la Administración para Control de Drogas (DEA; u otros recursos gubernamentales) para combatir operaciones de marihuana medicinal. La decisión fue tomada tras un memorando en el que el subprocurador general, James Cole, informaba que el Departamento de Justicia debía abstenerse de perseguir los negocios y usuarios de marihuana medicinal en los estados donde el uso fuera legal. Su objetivo era priorizar las ofensas de la marihuana más graves.

Sessions se opone de tal manera a la marihuana, que alguna vez dijo que el Ku Klux Klan “le parecía bien, hasta que se enteró de que fumaban cannabis” (asegura que fue una broma). Apenas en marzo, declaró: “Me asombró escuchar personas sugiriendo que podemos resolver nuestra crisis de heroína si legalizamos la marihuana, para que la gente pueda cambiar una dependencia que arruina la vida por otra que es ligeramente menos terrible”.

Su postura no era tan porfiada hace algunos años. A fines de la década de 1990, la marihuana se consideraba la puerta de entrada hacia drogas mucho más peligrosas. Pero la opinión pública ha cambiado gracias a nuevas investigaciones que han celebrado las propiedades médicas del cannabis para tratar el dolor crónico, incrementar el apetito y mejorar el sueño en pacientes con sida/VIH, entre otras aplicaciones. En agosto, la Universidad de Quinnipiac llevó a cabo una encuesta, la cual reveló que, actualmente, 94 por ciento de los estadounidenses apoya el uso de la marihuana medicinal, y que 61 por ciento apoya la legalización total de la marihuana.

A pesar de todo, Sessions no cede. “Tiene un atraso de siete años”, afirma Philip Heymann, profesor de la Escuela de Derecho de Harvard y exfuncionario del Departamento de Justicia.

Otros arguyen que perseguir las operaciones de marihuana medicinal restaría recursos a las fuerzas de la ley. “Esto tiene muy baja prioridad”, asegura el exprocurador general Alberto Gonzáles, quien sentó el precedente para enjuiciar los negocios legales de marihuana medicinal.

Si quita del camino a Rohrabacher-Farr, Sessions podría enviar agentes de la DEA a un dispensario de marihuana medicinal de cualquier estado y clausurarlo. Sin embargo, los analistas opinan que los federales difícilmente perseguirán a los pacientes. Ilya Shapiro, miembro del Instituto Cato, grupo conservador de expertos, dice que, lo más probable es que las fuerzas de la ley persigan a los distribuidores y productores que violen las leyes federales antes que al fumador de marihuana promedio, “del mismo modo que la policía persigue a violadores y asesinos antes que a los peatones imprudentes”.

Con tanto apoyo público, es poco probable que la ley sea derogada por completo, señalan los especialistas de la industria. “No puedes volver a meter el dentífrico en el tubo”, comenta Nicholas Vita, presidente de Columbia Care, una compañía de marihuana medicinal.

Y algunos legisladores concuerdan. “El tren ya salió de la estación en cuanto a la reforma de la marihuana”, apunta Earl Blumenauer, representante demócrata por Oregón, y uno de los patrocinadores de la enmienda. “El público estadounidense lo exige”.

Pese a ello, Sessions tiene simpatizantes. Kevin Sabet, presidente de la organización antilegalización no lucrativa, Smart Approaches to Marijuana, dice que la marihuana medicinal puede no ser tan inocua como aseguran algunos. Citó un estudio publicado en septiembre por el Instituto Nacional sobre Abuso de Drogas, el cual vinculó la marihuana con el abuso de opioides. “Mucha gente está siendo acribillada con esto por una industria que quiere ganar dinero”, acusa. “Tengo muchos problemas con la minúscula cantidad de estudios publicados”.

Analistas apuntan que las investigaciones están limitadas en Estados Unidos porque el gobierno clasifica la marihuana como una droga “Schedule 1” (Plan 1), lo que dificulta obtener la aprobación de la DEA para investigaciones (fuera de Estados Unidos, las investigaciones empiezan a ser más comunes, aunque los fondos siguen siendo escasos). Un estudio reciente de Colorado halló una reversión en la muerte por opioides tras la legalización de la marihuana recreativa. No obstante, en agosto, dos estudios determinaron que no había evidencias de su eficacia en el tratamiento del dolor crónico y del trastorno de estrés postraumático.

Con todo, para pacientes como Jendron, la prueba radica en su experiencia personal. El dolor crónico “manipula tu vida”, dice. “Sonrío porque ya no tengo dolor”.

Publicado en cooperación conNewsweek / Published in cooperation withNewsweek