Tragedia y olvido en San Gregorio

SOBRE EL
ADOQUÍN hay un par de hules extendidos que contienen algunas prendas de vestir
usadas. Quien esté interesado en alguna blusa, un pantalón, una playera, solo
debe agacharse sobre el montón de ropa y elegir la que pueda servirle. Han
pasado cinco semanas desde el sismo del 19 de septiembre. En el pueblo de San
Gregorio Atlapulco la población anhela retomar su vida normal. Pero con la
escuela cerrada y a punto de caerse, la iglesia sin la mitad de sus impresionantes
muros y sin campanario, con escombros por todas partes y la gente aún con el
miedo en el rostro, el anhelo se vislumbra por lo menos escabroso.

San Gregorio
Atlapulco, uno de los pueblos originarios que conforman la delegación
Xochimilco, en el sureste de la Ciudad de México, es uno de los territorios que
más daño sufrieron durante el sismo. La complicada carretera para llegar al
pueblo, que serpentea entre cerros, poblados henchidos de topes y carriles que
en algunas partes se reducen a uno solo, se dificultó mucho más el día de la
tragedia, lo cual provocó que la ayuda inmediata que recibieron colonias de la
ciudad como la Condesa y Roma, a San Gregorio llegara con cuentagotas.


Un mes después, la gente de San Gregorio continúa solicitando víveres. FOTO: ANTONIO
CRUZ/NW NOTICIAS

Tal situación
llevó a las redes sociales a exigir apoyo casi demencial para San Gregorio. Y,
horas después del sismo, la ayuda comenzó a fluir.

Pero hoy, a
poco más de un mes del día del derrumbe, con unos mil inmuebles afectados y un
número aún indeterminado de personas fallecidas, no hay ayuda que sea
suficiente.

PEOR ES NADA

El centro de
acopio principal de San Gregorio Atlapulco se localiza en el atrio de la
iglesia, a la izquierda de su legendaria puerta de madera. Este día, a esta
hora, hay poco movimiento de personas. “Los días fuertes son los fines de
semana”, nos advierte una señora que vigila uno de los accesos a la zona
cero, la cual es protegida por las tradicionales cintas amarillas amarradas en
postes azules con los escudos de la SSP, pero sin ningún oficial de policía a
la vista.


La iglesia se quedó sin campanario y sin una gran parte de las bardas que daban a la calle. FOTO: ANTONIO
CRUZ/NW NOTICIAS

Hay unas 30
personas bajo la pequeña carpa del centro de acopio. Hay adultos y niños, pero
son los infantes los que hacen una fila para recibir un paquete de papel de
baño de cuatro rollos, una bolsa de azúcar y una bolsa de arroz o frijol.

Pocos
productos se hallan en la mesa de donaciones. La dinámica de reparto es muy
sencilla: los niños se forman y una voluntaria, Berenice, toma la ayuda de la
mesa y la entrega a los infantes. “Ahora les estamos dando a los niños
porque ellos nos reclaman que no les damos nada”, explica. Les dan también
algunos juguetes usados.

A un lado del
centro de acopio hay una camioneta pick up. En esta llegan las despensas, sobre
todo, papel de baño, pañales, objetos de higiene personal, arroz, frijol, latas
de chile. Ahí mismo también hay una mesa con medicinas. La mujer que las
reparte no usa bata ni estetoscopio, pero explica que puede ofrecer
medicamentos básicos, y si se requiere, algunos antibióticos, pero con receta.


En algunos momentos, los únicos que pueden recibir algo de despensa son los niños. FOTO: ANTONIO
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En cuanto una
persona aborda la camioneta para empezar a repartir la ayuda, la gente se
arremolina de inmediato. Algunas personas le solicitan explícitamente lo que
más requieren. Una mujer solicita una cobija. “Déjeme ver si hay… Ah, sí
hay una, llévesela”, le responde la coordinadora voluntaria. Cada que se
entrega un producto se procura tomar una fotografía para dejar testimonio de
que la ayuda sí está siendo canalizada.

Sin embargo,
en las condiciones de desgracia no hay ayuda que alcance para todos.


Pese a los esfuerzos del pueblo, la recuperación está siendo lenta en San Gregorio. FOTO: ANTONIO
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—¿Me
regalaría una cobija? —solicita otra señora.

—Ya no hay
—le responde la repartidora voluntaria.

—Sí, ahí
tiene.

—Lo que pasa
es que vamos a repartirlas en otras zonas.

—¿Entonces
qué me puede regalar?

—Danos tu
dirección e iremos a tu casa. Ahí veremos qué te hace falta.


Algunos niños reciben juguetes usados. FOTO: ANTONIO
CRUZ/NW NOTICIAS

EL ANCIANO
QUE PERDIÓ A SU NIETA

Don César
Fuentes lleva la mayor parte de su vida viviendo en aquel pueblo de Xochimilco.
El día del sismo se derrumbó una parte de su casa. En ese cacho de su hogar que
se cayó murió una de sus nietas.

“Se cayó
la casita de lámina de asbesto, polines de hace tiempo, tabiques rojos”,
relata don César. “Fueron dos lesionados, mi hija también estuvo
hospitalizada. Uno de mis nietecitos falleció. Y ahorita la otra nietecita ya
salió del hospital. Estaba en el hospital de Shrines que está ahí atrás del
Estadio Azteca”.


Don César perdió a una de sus nietas en el sismo del 19-S. FOTO: ANTONIO
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La madre de
la niña fallecida es hija de don César. Vive en casa de él desde hace tres
años, cuando la abandonó su marido. “Mi hija trató de cubrir a mi
nietecita, pero no pudo. Tenía ocho años. A una [el sismo] la agarró en la
escuela y a la otra la agarró con ella, en la casa, haciendo de comer”.

“SON
GENTE DE FUERAS”

“La
gente que está formada ahí no es gente del pueblo”, dice don Germán
Espinosa Contreras, vecino de San Luis Tlaxialtemalco, mientras observa la
entrega de despensas desde su bicicleta. “Son gente de fueras, vienen de
otros pueblos a formarse aquí. La rapiña. Yo conozco trabajadores de las
chinampas que tienen montones de despensas y las andan vendiendo en las
tiendas. Las latas de frijol, de atún, todo lo andan vendiendo en las
tiendas”.


Los mismos vecinos buscan el modo de organizarse. FOTO: ANTONIO
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San Luis
Tlaxialtemalco es otro de los 14 pueblos que conforman la delegación
Xochimilco. Aunque también fue azotado por el sismo, los daños que sufrió
fueron menores. “Mi hija vive aquí en San Gregorio —apunta don Germán—. La
gente que verdaderamente necesita la ayuda no viene porque están cuidando sus
hogares, son gente que se les cayeron sus casas, las bardas. Las brigadas deben
ir a las casas. Allá en San Luis Tlaxialtemalco andan en las casas viendo quién
lo necesita y quién no, porque nada más estaban mandando ayuda y todos llegaban
y ayudaban siempre a la misma gente. Hay gente que tiene montones de despensas,
cerros de botellas de agua, y en otros lados lo necesitan. Todas las cosas las
andan vendiendo en las tiendas”.

—¿En
San Luis Tlaxialtemalco hubo afectaciones?

—Hubo. A mi
sobrina y a mi suegra se les cayeron sus casas, y ahora yo las tengo en mi
casa. En mi casa hubo afectaciones, pero muy leves. Gracias a Dios, en casa no
necesitamos despensas, pero hay gente que sí, deberían ir a buscarla a sus
casas.


Gran parte del hogar de doña Rosa Isela es inhabitable. FOTO: ANTONIO
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AYUDA INTERNACIONAL

En la
camioneta han abierto un paquete grande de papel de baño. Son 32 piezas que
están siendo entregadas de a rollo por persona. La gente hace fila para recibir
su parte.

En el centro
de acopio se anuncia la hora de la comida para los niños. Una voluntaria está
sirviendo huevo con salchicha en platos desechables. No hay una cuchara para
servir, por lo que un plato de unicel partido a la mitad se utiliza con esta
función. Los niños tienen hambre. Apenas reciben el plato, comienzan a comer.
Algunos, de pie. Otros, sentados en la banqueta con el plato sobre las
rodillas.

“La
ayuda genuina ha tardado mucho en llegar”, relata Engelbert Valpeoz,
integrante de la fundación Tzu Chi, la cual, asentada en Taiwán, ofrece ayuda a
más de 150 países en casos de desastres naturales. “Al delegado [de
Xochimilco, Avelino Méndez] lo corrieron a patadas. En la fundación estamos
haciendo una lista. Aún no tenemos un conteo final, pero tenemos una lista con
los inmuebles dañados. Estamos yendo casa por casa, preguntamos cómo están,
primero que nada, y les damos un abrazo. Y luego, recogemos información de esa
casa sobre lo que necesitan. La idea es entregarles posteriormente, en la mano,
una ayuda”.


Doña Araceli sabe que su casa será derrumbada, pero no sabe cuándo. FOTO: ANTONIO
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La fundación
llegó a San Gregorio Atlapulco el 26 de septiembre: “Se acercó al
gobierno, el gobierno dijo: venga la lana, y la fundación dijo no. De modo que
este fue el método que elegimos. La fundación trae el mensaje de no están
solos, hay gente en todo el mundo que quiere ayudarlos. A finales de noviembre
habrá una reunión aquí en el patio de la iglesia en donde se citará a las
familias. Entonces, ya con los datos recopilados, y el damnificado con su
credencial del INE en la mano, se le dará la ayuda”.

“NO
SABEMOS CUÁNTAS PERSONAS MURIERON”

El hogar de
doña Rosa Isela Hernández resultó severamente afectado. Un cuarto se derrumbó
por completo, y un par de habitaciones, que ahora lucen apuntaladas con
polines, no pueden ser ocupadas.

“Vino
Protección Civil y nos dijeron que nos saliéramos. Luego vino el DRO y dijo que
es habitable. Que solamente hay que hacer reparaciones, quitar todos los pisos
porque se alzaron, meter castillos y trabes”.

Doña Rosa
Isela vive en la privada de Vicente Suárez. A espaldas de su hogar, una inmensa
casa de tres niveles se nota ladeada. “A la casa de atrás se le cayó un
cuarto y chocó con nuestra casa. Esa casa está toda de lado, queda un huequito
para que llegue a la nuestra. Nos preocupa. Por eso los niños no pueden estar
aquí ahorita, ni los dejamos. La casa de junto está muy pegadita y está por
derrumbarse. Fui a ver, los vecinos me dejaron pasar, me dijeron: venga a ver
lo que tiene detrás de su casa. Es un riesgo”.

Ocho personas
vivían en ese hogar. Dos niños y seis adultos. Uno de esos adultos tiene 86
años: “Aquí ya no se puede estar. Aún hay mucho polvo. Y uno de mis nietos
tiene problemas de asma. Todavía se siente el polvito, aún andamos con
tos”.


En este terreno se ubicaba El Neto, tienda en donde murieron varias personas. FOTO: ANTONIO
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En la
banqueta que rodeaba los imponentes muros de la iglesia del pueblo hubo varias
desgracias humanas, nos cuenta doña Rosa Isela. La mitad de esos muros,
construidos de lodo y piedra, con un grosor de más de medio metro, colapsó y
aplastó a varias personas.

“Ahí
murió una niña que era compañerita de mi nieta de la escuela. Se cayó el arco
de la entrada de la iglesia. Adelante hay otra cruz, murió una señora por el
colapso de la barda. No sé cuántas personas mató esa barda de la iglesia. Me
dicen que otra señora que vendía nopalitos también falleció. Ahí era donde se
ponían los comerciantes, productores de aquí de San Gregorio vendiendo lo que
se siembra, verduras. Fueron varios ahí. El papá de la niña, como se colapsó el
arco, perdió la pierna. No sabemos cuántas personas murieron en San Gregorio.
Sabemos de algunas personas que murieron, pero no sabemos cuántas. Algunas
murieron de infarto”.


La iglesia de San Gregorio tenía arco de entrada antes del sismo. FOTO: ANTONIO
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“NOS DA
MIEDO ENTRAR”

“No
hemos podido sacar cosas de la casa porque estaba muy apretada la puerta”,
narra doña Araceli Juárez, otra vecina del callejón de Vicente Suárez.
“Apenas vinieron a medio abrirla, pero nos da miedo entrar. No pudimos
sacar cosas porque no se abre más la puerta, se colgó”.

Doña Araceli
y su marido son adultos mayores. Hasta hace un par de meses vivían solos. Pero
una trabajadora social les dijo que alguien más debería de vivir con ellos, por
lo que su sobrina se mudó a su casa. “Aquí han venido varias personas.
Primero nos dijeron que un cuarto era habitable, pero les dije que uno no se
podía meter, y ya cuando vinieron otra vez dijeron que ya era inhabitable todo.
Ahora estamos viviendo en la casa de mi sobrina. Estamos con ellos porque aquí
cómo vamos a estar. Nos da miedo entrar”.

La única
noticia que doña Araceli tiene sobre su hogar es que será demolido. “Nos
dijeron que iban a venir a tumbar todo, pero no sabemos cuándo. No nos han
dicho. A veces vienen a dejarnos despensa y agua. No estaba así, pero la casa
de allá atrás está muy fea, la van a derrumbar, todo está muy cuarteado, nos da
miedo que se vaya a venir todo para abajo. Estamos aquí porque luego nos vienen
a buscar. Pero luego nos vamos y venimos”.


Doña Juana perdió casa y negocio durante el sismo. Ahora vive de la caridad. FOTO: ANTONIO
CRUZ/NW NOTICIAS

“LOS
PERROS QUEDARON APLASTADOS”

Doña Juana
Rufina tiene 80 años de edad y es nativa de San Gregorio. Vive en la calle de
Insurgentes, una de las principales del pueblo, que “en mis tiempos se
llamaba Jalapa”.

Cuenta que el
“día de la desgracia” no estaba en su casa, había salido a comprar la
comida. “En eso sentí que tembló. Corrí para la chinampa, ahí me arrinconé
y no me pasó nada. Después de que pasó todo, cuando regresé, todo estaba
tirado. Me dio miedo, no sé cómo me puse. A mi hijo lo dejé, le cayó una media
barda, quedó aplastado. Los perros quedaron aplastados. Mi hijo gritó, pidió
auxilio, y se juntó mucha gente”.

La casa de
doña Juana está justamente frente a una de las bardas de la iglesia que
colapsaron. De modo que le tocó atestiguar gran parte de la tragedia de San
Gregorio.

“Desde
una esquina hasta la otra esquina, sobre la banqueta de la iglesia, había unos
vendedores, era un mercado. Ahí donde están las cruces vendían sus verduritas,
estaba llenísimo. Unos, al ver el temblor, no se quitaron, se arrinconaron, pensaron
que no iba a pasar nada. Después, cuando vieron, todo se cayó, se oían unos
tronidazos y derrumbes. Todo quedó destrozado. Hubo muchos muertitos, otros se
quejaban, pedían auxilio, es que ahí había una romería que se ponía del diario.
Murieron como unas 12 personas. Y en [la tienda] El Neto murieron muchas
personas, la gente en lugar de correr a salvarse, se metieron a la tienda,
murieron muchos”.


La señora Francisca Candia murió bajo las pesadas bardas de la iglesia. FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS

En palabras
de la octogenaria, aquello parecía un campo de batalla: “Estaba como una
guerra aquí. Los jóvenes venían con sus palas, las pobres personas las sacaron
ya muertas. Las fueron a tender allí en frente de la iglesia, nomás tapados con
sábanas, ahí fueron a dejar a los difuntitos. Ni ambulancia ni nada. Los
sacaron de la tierra y ahí los pusieron”.

En casa de
doña Juana se derrumbaros tres cuartos. Uno de ellos lo utilizaba para su
negocio de venta de películas, muñecos de peluche y otros objetos. “De eso
me mantenía —finaliza—. Ahora estoy viviendo de la ayuda. Nomás vienen, me
preguntan, me sacan datos, toman fotos, y que cuántos viven, que cuántos años
tienen. Estoy solicitando unos tubos, yo veo que a otra gente se los regalan,
para ponerlos de poste y detener mis lonas, viene el aire y las tumba. Fui a
pedir tubos y me dijeron: no hay, pero venga mañana. Yo no puedo salir porque
luego viene gente a buscarme para dar información, hay muchos que sí vienen a
regalarme despensa, por eso no salgo, y de ahí voy comiendo”.