Mi generación fue una en donde todo tenía que hacerse: el feminismo, la sexualidad, las drogas. Fue un cambio de percepción de la realidad. Creo que los chicos de ahora viven lo mismo porque todos somos revolucionarios y todos queremos cambiar el país. Falta que nos pongamos de acuerdo.
Cuando era joven y empecé a cantar probé todos los géneros que me cayeron en las manos. Necesitaba saber quién era yo. Necesitaba poner mi voz a prueba. Yo iba hacia el género, no el género a mi voz, y así pude entender la esencia de cada uno. Ahora, este último álbum, Una rosa encendida, es un género que no me reta porque son canciones para que las cantemos todos, aunque en las letras hay metáforas. Y eso porque hoy hay una audiencia más abierta a que los temas de las canciones no necesariamente sean “te quiero, me quieres”, eso ya ha quedado rebasado. Ahora queremos interpretar el mundo y cambiarlo al tiempo en que aceptamos lo que tenemos y lo que somos. Más que de amor, el disco habla de la migración, de estar y no estar en ningún lado. Porque todos somos migrantes o hijos de migrantes: de un pueblo a otro, de una ciudad a otra, de un país a otro, o como dice Kevin Johansen: “Quisiera quedarme en mi casa, pero ahora ya no sé cuál es”. Me gusta tocar temas que nos preocupan y que nos permiten pensar de otra manera, como el tema de la migración que nos ofrece el enriquecimiento de nuestro entorno.
Hay una canción en el álbum (“Caótica belleza”) que habla de la belleza de la naturaleza que es caótica y, al mismo tiempo, tiene una armonía interna. Es el tema de aceptar las cosas como son. Y eso es Una rosa encendida: la migración, la aceptación, la solidaridad y, también, el miedo que es algo con lo que nos están tratando de dominar como sociedad. Quieren que nos dé miedo todo, cuando tenemos como principio intrínseco y legítimo la libertad: el pensar como quieras pensar, el respeto a la comunidad.
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Por ejemplo, yo me fui muy joven de mi casa y no tenía mucho dinero. Todos los días, para ir de Tlalpan, en donde vivía, al CCH Naucalpan, era un tramo largo y todo me lo echaba con aventón, sin problema. Hoy una niña que va por unos chicles a la tienda desaparece o un muchacho que va de brigadista en su moto a Morelos ya no está. Es la desaparición como modo de dominación y la gente juzga: “Seguro andaba en malos pasos”. Yo he vivido el miedo igual que todos, me han pasado cosas feas en cuanto a asaltos y esos asuntos, pero tenemos que combatirlo porque, si no, les vamos a dejar el terreno libre a los malos.
Hemos dejado de cuestionarnos. Yo cada día me pregunto quién soy. Y eso es lo que me ha llevado a conocer, a explorar y a no creerme todo lo que me dicen. Los jóvenes, con el reguetón, por ejemplo, se crean expectativas que no existen. Comienzan a creer que el éxito es tener un carro deportivo carísimo, tener muchas alhajas y tener una top model encima. Son expectativas falsas, combinadas en una construcción musical y lírica que no tiene nada, es una fórmula que funciona porque nos encanta movernos y tiene ritmo. Pero no me preocupa porque, al igual que ha sucedido con otros movimientos musicales, se los lleva el agua porque fastidian. Lo complejo de esto es lo que ofrecen a la gente que a veces no tiene muy claro quién es y qué quiere y se van con el engaño.
Alrededor de esta música hay violencia, drogas químicas que destruyen el cerebro y falta de la libertad que tanto nos ha costado ganar a las mujeres. Y luego las mujeres quieren ser como dicen que son las bellas en los videos, de ahí que se empoderan en una violencia innecesaria porque las mujeres no son un objeto, ni necesitan ser putas, ni necesitan ser golpeadoras de hombres. De ahí que se confundan, pero ser libres no es estar en contra de los hombres ni dominarlos.
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Sin embargo, nada está perdido, yo encuentro muchos jóvenes que corresponden dignamente a su edad: revolucionarios, rebeldes, contestatarios, solidarios, alegres, porque no se trata de estar en la seriedad cuando la juventud son risas, amor, romances, diversión y crear una comunidad que puede cambiar una sociedad.
Una sociedad que va cambiar cuando nos demos cuenta de que el sueño americano sigue dentro del capitalismo feroz. México tiene que basarse en su cultura ancestral. Hay que fijarnos en cómo se organizan los pueblos: el intercambio, la ayuda mutua, el triunfo de uno es el triunfo de una comunidad. Por eso es distinto el sueño bolivariano de crear un continente latinoamericano poderoso económicamente, justo socialmente y abierto en cuanto a las ideas y pensamiento.
Cambiaremos cuando entendamos que cada quien puede creer en lo que quiera, pero que el bien común es siempre la regla de oro. Cuando nos creamos la frase “No pienses en hacerle a nadie lo que no quieres que piensen hacerte a ti”, ahí cambiará nuestra actitud porque dejaremos de pensar en lo que hacen los otros y pensaremos en lo que estamos haciendo nosotros por el bien común.
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Lo pudimos ver con el sismo del 19 de septiembre, después del cual esta comunidad se levantó una vez más para limpiar y levantar los escombros. Jóvenes, jóvenes de todos los extractos sociales, no veías solo a los de la Condesa, estaban los de Iztapalapa y los de San Ángel. Eso es lo que nos hace familia, no importa el origen, lo que importa es que exista una convivencia solidaria entre nosotros. Y ese es el mensaje de este álbum y, tal vez, de mi vida.