La conversión del drama en reality show

La casa de Elena Poniatowska se encuentra frente a la plaza de Chimalistac, donde se levanta la parroquia de San Sebastián, edificada en el siglo XVI. Es un territorio compuesto con piedra volcánica del Xitle, en el sur de la Ciudad de México. Aun así, la escritora sintió el poderío del movimiento telúrico el mediodía del 19 de septiembre, justo cuando se hallaba bajo el umbral de la puerta principal.

A su mente llegó la imagen del Hotel Regis desmoronándose como polvorón, justo el mismo día, pero 32 años atrás.

Con la tierra meciéndose recordó a su amigo el también escritor y periodista veracruzano Miguel Capistrán (conocido en el ámbito literario como el último de los contemporáneos), quien aquel 1985 la había invitado, junto con sus hijos Felipe y Paula, a pasear en la playa en Veracruz después de que ella diera una conferencia en la ciudad de Córdoba. Pero la víspera del viaje, la tierra se estremeció con violencia.

En la zona sur de la ciudad no se percibía la magnitud de los daños del terremoto. Entonces no había Twitter ni redes sociales, la comunicación se centralizaba en la televisión y la radio, y las instalaciones de la principal televisora del país, en avenida Chapultepec, se habían derrumbado.

A las 8:30 de la mañana Miguel la llamó, con angustia y dolor:


FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS

—Elena, se cayó el edificio en que vivíamos mi familia y yo, ya no vamos a poder viajar —le dijo.

Con su hija Paula de la mano acudió primero a la funeraria de Álvaro Obregón, en donde velaban a los hermanos y familiares de Capistrán, luego hacia la zona centro de la ciudad, la más afectada.

“Me encontré a un señor [huésped del Hotel Regis] que me contó que se descolgó por una cortina. Él venía de provincia [Guerrero], y como los chilangos le caemos mal a los de provincia, dijo [al momento del sismo]: ‘Vamos a ver qué les pasa a estos pinches chilangos, cómo aguantan un temblor’. Pero al sentir que era más fuerte se salió por la cortina, descolgándose. Allí murió muchísima gente. A todo el mundo impresionó el hotel, fue muy apantallador que se cayera el Regis. Por eso ahora pensé: ‘Ojalá no haya tantos daños’.

Eso sí me pudo mucho, pensar: ‘Ojalá haya sido menos fuerte’. Pero ya en la tarde todos los periódicos daban listas aterradoras y en lugares tan cercanos como la colonia del Valle. Y lo más espantoso fue el Colegio Rébsamen. Eso no lo puedes creer, que la directora se hizo un departamento arriba, pesado. No lo puedes creer, es espeluznante”.

Elena Poniatowska Amor (París, 19 de mayo de 1932), la escritora y periodista más laureada de México, que cuenta entre sus múltiples reconocimientos con el Premio Cervantes de literatura (2013) y dos doctorados Honoris Causa de la UNAM, escribió en los años 80 Nada, nadie. Las voces del temblor, en el que por voz de los sobrevivientes y deudos de las víctimas quedó testimonio de una de las tragedias de mayor impacto en la historia del país.

Releerlo es como consultar las noticias de los recientes sismos: la misma tragedia, los mismos lamentos, familias desechas, la sociedad volcada en las calles, el gobierno rebasado, la corrupción desnudada, los más pobres desprotegidos, pero también la solidaridad civil.

“El libro es de una actualidad pavorosa”, considera Elena Poniatowska, en la entrevista con Newsweek en Español, que tiene lugar en su casa de Chimalistac –la misma frente a la plaza conocida también como Federico Gamboa, en honor al autor de Santa—. La casa donde los muros se visten de centenares de libros que en unos meses irán a la fundación que lleva su nombre, en un inmueble de la calle José Martí, en la colonia Escandón de la Ciudad de México.

—¿Qué lecciones nos dejó el sismo del 85 y cuáles los de este septiembre?

–Creo que la lección es que el pueblo cuando se une es muy eficaz, le gana al gobierno en todo, le gana; está mucho más, acude al lugar del siniestro con una rapidez muchísimo mayor, sacude. De nuevo el gobierno se vio rebasado, el que se atrasó fue el gobierno, el gobierno llegó después, y de nuevo también el gobierno es el que pone trabas, porque, al igual que en 1985, eran los habitantes de los edificios los que decían: el baño del niño estaba aquí, hay que escarbar por acá; ellos podían dar indicaciones. Pero también me sorprendió el caso de la escuela Rébsamen y esa famosa niña Frida que no existía.


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–¿Qué cree que falló en términos periodísticos?

–En primer lugar, en convertir algo, que es un drama espantoso, en un reality show, y sacarle toda la raja posible, sacarle sin investigar a fondo, porque había muchos otros lugares que se podrían cubrir, no cinco, seis horas, en eso.

–¿Qué diferencias vio entre las coberturas actuales con las de 1985?

–En las de 1985 yo siempre extraño muchísimo a Carlos Monsiváis, porque Carlos Monsiváis era, con su prodigioso intelecto y su cabeza, un extraordinario cronista, al igual que José Emilio Pacheco, quien, además de seguir esos acontecimientos, hizo poesía. Ahora yo no sé de gente con esa capacidad para convertirlo en lecciones incluso de política, en lecciones a futuro, en fragmentos filosóficos, como lo hicieron Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco. Carlos Monsiváis fue un extraordinario analista de la tragedia, y se le ha mencionado poco. Da tristeza pensar que el tiempo y la muerte borran muchas cosas y borra incluso el recuerdo de dos escritores muy profundos que estuvieron hablando de esto.

–¿Como periodista cómo vio el uso de la tecnología ahora?

–Hubo una comunicación muchísimo más rápida ahora, muchísimo más inmediata. Porque recuerdo que cuando se cayeron las instalaciones de Televisa, el único que en su coche tenía una forma de comunicación fue Jacobo Zabludovsky, y Zabludovsky fue el que dio las noticias. Ahora fue inmediata la comunicación. Gente que estaba bajo tierra se pudo comunicar, igual que en el socavón de Cuernavaca, que cuentan que los familiares recibieron un mensaje, pero llegaron demasiado tarde. La tecnología es un gran aliado para eso, en esto la tecnología sí ayudó. En ese tiempo las víctimas de las familias no podían comunicarse.

–¿Qué piensa de su libro Nada, nadie. Las voces del temblor?

–Que es de una actualidad pavorosa. Pienso que es un libro superdoloroso, muy triste, pero es una contribución a algo que todos debíamos de saber. Me da gusto pensar que todavía vive, por ejemplo, Evangelina Corona, la lideresa de las costureras que se le enfrentó a (Miguel) De la Madrid y le dijo: ‘¡No, señor presidente, las cosas no son como usted está diciendo!’ Y todos los ministros y secretarios de Estado estaban estupefactos de cómo se atrevía ella a contradecir al presidente. Así que su contribución, incluso para nosotras las mujeres, es importantísima, porque a las mujeres siempre las barren para afuera de la historia con la escoba, con la misma escoba que ellas barrieron su casa. Eso sí ha sido fundamental, y ahora, por ejemplo, se vio a las muchachas con casco también como brigadistas, y piensas ¡qué padre, qué bueno!


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–¿Cuál es la historia que más la marcó de ese libro?

–En el 85 fue terrible que muchos cadáveres fueron a dar al Parque Delta, que en un tiempo fue un gran estadio, y allí la gente entraba y había pilas y pilas de cadáveres en bolsas de plástico a los que se les echaba hielo. A ti te echaban un desinfectante, en fin, era terrible, y allí te regalaban los cajones de muerto, y esa escena, eso ya no lo viste ahora, ya no.

En efecto, en Nada, nadie, Poniatowska delinea con palabras la imagen de un escenario funesto: el Parque Delta. El otrora famoso estadio de beisbol, en el que alguna vez se presentó en una exhibición de bateo el legendario Babe Ruth, se convirtió en una inmensa morgue donde se concentró la mayor parte de los cadáveres, que, al final, tras no ser identificados, fueron enviados a la fosa común en el panteón de San Lorenzo Tezonco, en Iztapalapa.

“Llegamos al parque de beisbol del Seguro Social en Cuauhtémoc y Obrero Mundial, al que conocen como el Parque Delta, y se me cerró la garganta de la impresión. Empezamos a bajar de la combi todo el material, el formol, los tambos de desinfectante, los fumigadores. Entonces vi el estadio. Era como si estuvieras en el centro de un espectáculo, pero sin espectadores porque todas las gradas estaban vacías, el centro de la arena iluminado y los actores abajo, a la mitad del foro, muertos. En el fondo, tres grandes tiendas de plástico, también muy iluminadas por los reflectores, decían: ‘Cuerpos no identificados’ una, ‘Cuerpos identificados’ otra, ‘Restos’ la última. Restos en bolsas de plástico que nunca quise ver… La gente entraba a recoger sus restos”, le narra uno de sus entrevistados en el libro.

Los sismos de este septiembre de 2017 le han hecho rememorar aquella historia amarga y dolorosa en la que se convirtió también su labor periodística al recoger cientos de testimonios y entrevistas, al pensar de nuevo en ese olor a formol y tragedia mexicana.

Continúa, como si dictara en voz alta aquellas imágenes que quedaron plasmadas en su libro:

“Otra historia terrible fue la de las costureras, que fueron las que olvidaron y las fueron a sacar hasta los últimos días, casi después de 15 días o 20 días; entonces ya solo eran reconocibles por un anillito, algún objeto, decían: ‘Sí, sí, este anillito era de ella’, o ‘Esta cadenita’ o alguna medallita. O una madre que decía: ‘Sí, esto era de mi hija’. ¿Te imaginas lo que eso significaba para ella? Y las mujeres en la calle, día tras día, tras día. Y las cajas, los ataúdes amontonándose en un rincón. Recuerdo que allí ayudaron también mucho las monjas. Y aunque uno le puede tener una antipatía innata, allí ayudó mucho también el Salvation Army, en el Salvation Army hay grupos humanos que saben qué hacer en caso de siniestro, y ellos sabían qué hacer, y también los scouts. Y como lo dijo muy bien Carlos Monsiváis: ‘Fue la ciudadanía la que se convirtió en presidente de la república, en policía, la que recuperó a la ciudad y la protegió’. Fue la gente”.


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–¿Cómo evitamos el olvido?

–Creo que sí va a haber, en el futuro va a seguir habiendo brigadas de jóvenes. A lo mejor los jóvenes en este momento descubrieron su país, y a lo mejor lo descubrieron con la posibilidad de ayudar, y de ellos depende también no olvidar.

En medio de la tragedia, la participación de los jóvenes se reveló luminosa, considera Poniatowska.

“Yo, como todos, estoy enamorada de los jóvenes, de los millennials, que parecía que lo único que les importaba era su celular y ellos mismos, y que su única relación en la vida era con su celular y chatear, pero demostraron que no era cierto, porque se fueron todos a los lugares, a los edificios siniestrados, y se pasaron allí las horas y horas, noches y días, y muchos se quedaron hasta que los dejaron”.

–¿La sorprendió la reacción de los jóvenes?

–Me dio gusto. Lo sentí como una esperanza enorme para México. Pero también en el 85 salieron muchos jóvenes y muchos brigadistas y salieron muchos jóvenes que incluso habían participado en el movimiento estudiantil de 1968. Yo me acuerdo que vi a Javier González con pico, pala y un casco encima de un edificio tratando de ayudar.

–¿Qué cree que nos deja esta historia repetida?

–La lección es que la reacción de los hombres y mujeres es casi siempre la misma: la gente se vuelve heroica a la hora del siniestro. La gente joven, como la gente mayor, lo que quieren es salvar al otro a riesgo de su propia vida. Se olvida de sí mismo para de veras entregarse.

–¿Qué opina del plan para la reconstrucción?

–Ahorita están muy en la magia de la solidaridad. Pero se debe evitar que pase lo terrible del 85, que hasta un año después aún había gente en la calle viviendo bajo lonas o en tiendas de campaña, y en colonias como la Roma hay damnificados (desde el 85) y allí viven en la calle.

–¿Qué es lo que debe vigilar la sociedad civil?

–Primero tenemos que pensar es que el resto de la república, Juchitán, Ixtepec, Chiapas, también han sido muy lastimados, lo cual no sucedió en 1985. Creo que la sociedad no puede evitar a las lacras humanas, pero sí reconocer a los héroes que son ahorita los jóvenes, y luego reconocer que todos queremos de veras un cambio de gobierno, que no queremos que haya un precipicio entre una clase social y otra; sobre todo los que le entran a la política, porque en este país, tener un puesto político o en el gobierno parece ser una fuente de enriquecimiento seguro.

“Por ejemplo, Alejandra Barrales, al igual que Angélica Rivera, tiene su departamento en Miami, exactamente en el mismo lugar, con el mismo precio. Ojalá la política ya se ejerciera casi como un apostolado y no como el ‘ahorita me armo’”.

—¿Los efectos y consecuencias de estos sismos, la ausencia de la clase política, podrían incidir en el proceso electoral de 2018?

–Sí. Vamos a tener elecciones en 2018 y los mexicanos se preguntarán: ¿en dónde nos hemos venido a sentar? ¿Quién nos cuida? ¿Nos ha cuidado el PRI? Se van a preguntar: ¿nos ha cuidado el régimen? Creo que hay un gran rechazo a los partidos políticos.