Las armas nucleares pertenecen al siglo pasado. La guerra cambia, impulsada por armas cibernéticas, inteligencia artificial (IA) y robots. Las armas de destrucción masiva son burdas y pronto serán reemplazadas por armas inteligentes para realizar ataques precisos, las cuales podrán ser usadas por las naciones sin riesgo de aniquilar a la raza humana.
Si Estados Unidos es un país innovador y progresista, puede desarrollar tecnologías que garanticen que ningún gobierno enemigo pueda siquiera hacer que un misil nuclear se levante del suelo. Entonces, podremos relajarnos y volver a reírnos de Kim Jong Un por parecerse al Hombre de Malvavisco con un pequeño mamífero peludo en la cabeza.
Este es el argumento de un nuevo libro, Striking Power: How Cyber, Robots, and Space Weapons Change the Rules of War (Poder de ataque: cómo la cibernética, los robots y las armas espaciales cambian las reglas de la guerra), escrito por los catedráticos de derecho internacional John Yoo (Universidad de California en Berkeley) y Jeremy Rabkin (Universidad George Mason). En su libro, los autores relacionan la guerra y las armas nucleares con el profundo cambio en la forma en que funciona el mundo. Estamos alejándonos de una era de producción masiva, medios masivos y mercados masivos para adentrarnos en una era en la que los productos, los medios, los mercados y todo lo demás está hiperdirigido y altamente personalizado. Yo he venido estudiando ese amplio cambio para escribir un libro que aparecerá en marzo, y tiene sentido que dicho cambio también se aplique a la guerra.
La economía del siglo XX tenía que ver enteramente con las masas. Para ser exitosa, una fábrica debía tratar de fabricar el mismo producto para el mayor número de personas. Las redes de televisión buscaban emitir programas de común denominador que atrajeran al público más amplio posible. En ese entorno, lo más grande solía ser lo mejor. Las economías de escala dominaban, “por lo que vimos enormes ejércitos con armas idénticas producidas en masa, cuya fabricación era barata y causaba una gran destrucción indiscriminada”, me dice Yoo.
La Primera Guerra Mundial fue la primera guerra de mercados masivos, como lo reflejan sus sombrías estadísticas: los Aliados sufrieron 5 millones de decesos y 12.8 millones de heridos; por su parte, las Potencias Centrales tuvieron 8.5 millones de muertos y 21 millones de heridos. “La eficiencia no se detuvo con la producción de bienes de consumo”, escriben Yoo y Rabkin, “sino que se extendió incluso hasta el negocio de la muerte”. Las armas nucleares multiplicaron esas economías de escala: el objetivo era crear una enorme arma que pudiera borrar del mapa a ciudades enteras. Nadie logró construir una máquina de matar más eficiente para el mercado masivo.
Actualmente, esa mentalidad está cambiando. Basta con ver la forma en que Facebook, Google y Amazon utilizan la inteligencia artificial para obtener información sobre nosotros y dirigirnos eficazmente la publicidad de manera directa. Cada uno se convierte más en un mercado de una sola persona que en un plebeyo del mercado masivo. Cuanto más pueda la tecnología personalizar los productos, tanto más exigiremos productos elaborados solo para cada uno de nosotros, y no cosas producidas en masa para cualquiera.

Tras casi 70 años de hacer que sus armas nucleares apuntaran
hacia Estados Unidos, Rusia logró su impacto más perturbador en ese país sin
nada más que el código cibernético. FOTO: BILL HINTON/GETTY
En la milicia, los drones reflejan perfectamente esta tendencia a la hiperpersonalización. En lugar de destruir todo un poblado, como lo hizo Estados Unidos en Vietnam (véase la nueva serie de Ken Burns), ahora construiríamos una máquina voladora robótica para localizar y matar a un individuo perfectamente identificado. Como señalan Yoo y Rabkin, el gobierno de Obama desplegó un virus informático llamado Stuxnet en 2010 para interrumpir el programa de armas nucleares de Irán sin hacer ningún otro daño. “Las armas cibernéticas tienen ese efecto de precisión, y no destruyen nada ni matan a nadie”, dice Yoo.
El año pasado, Rusia nos dio una lección sobre la guerra del nuevo siglo, si es que podemos llamarle guerra. Muchos organismos de inteligencia han llegado a la conclusión de que Rusia esencialmente logró un cambio de régimen en Estados Unidos utilizando ataques informáticos dirigidos muy específicamente y campañas de influencia altamente personalizadas, como aquellos anuncios falsos de Facebook que se revelaron recientemente. Tras casi 70 años de hacer que sus armas nucleares apuntaran hacia Estados Unidos, Rusia logró su impacto más perturbador en ese país sin nada más que el código cibernético.
Todo esto sugiere que se debe hacer frente a Corea del Norte con un enfoque que tiene poco en común con las amenazas de desatar “un fuego y una furia como el mundo nunca ha visto”, citando las extrañas palabras del presidente estadounidense Donald Trump. El magnate habría estado un poco menos en sintonía con los tiempos si hubiera prometido hacer que llueva durante 40 días y 40 noches.
En lugar de ello, sugiere Yoo, Estados Unidos debería asumir la ofensiva utilizando armas cibernéticas diseñadas para lograr objetivos como hacer que los misiles tengan desperfectos (lo cual quizá ya haya hecho, pero ¡shhh!), eliminar datos de computadoras militares, borrar las cuentas bancarias del país o, incluso, robar y publicar los románticos correos electrónicos que Kim dirigió a Dennis Rodman. Podría enviar drones con inteligencia artifical muy pequeños, apenas detectables, que actuarían juntos como enjambres de abejas para eliminar activos o personas clave. A largo plazo, dice Yoo, será posible desarrollar tecnologías antimisiles dirigidas por satélite y armadas con IA para vigilar las naciones, saber cuándo esté por producirse un lanzamiento inminente de misiles e inmediatamente freír aquella cosa con rayos láser.
Esto no quiere decir que las armas robóticas y de software no sean peligrosas para el mundo. Pueden generar enormes daños y provocar muchas muertes si logran interrumpir los sistemas que mantienen vivas a las sociedades: la energía eléctrica, el agua, los alimentos, las comunicaciones. Deberá surgir algo parecido al factor disuasivo de la era nuclear, el conocimiento de que un contraataque equivalente es posible, por lo que es mejor que todo el mundo mantenga una buena ciberconducta. Podríamos decir que se trata de una nueva guerra de códigos. Al menos, parece menos aterrorizante que preguntarse si algún chiflado arrojará un misil atómico en Beverly Hills.
Si Estados Unidos se conduce con inteligencia, saldrá de la era atómica de la guerra y se incorporará a la era de la inteligencia artificial, haciendo que las ambiciones nucleares de Kim carezcan de sentido. Desde luego, ello requeriría el liderazgo de un presidente estadounidense con conocimientos tecnológicos, innovador y progresista, así que… ¡Ups!
“Las nuevas tecnologías dan a los países más opciones, además de la trágica alternativa de permitir que este demente tenga un arsenal nuclear o desatar una guerra convencional”, dice Yoo. A final de cuentas, quisiéramos poder decirle a Kim o a cualquier líder que busque obtener armas nucleares: anda, construye esa arma inútil. ¿Qué vas a hacer después, crear una ballesta?