Las enseñanzas de don Juan

Ya sé cómo ser feliz.

Era un viejo chiste:

—Veo que te encanta Playboy.

-Sí, lo compro por sus artículos.

No era un chiste del todo. El éxito de Hugh Hefner —muerto recientemente, a los 91 años— fue darle sofisticación al sexo. Lo sacó de la recámara puritana a la alcoba voyerista. Se desentendió de la burda pornografía para exhibir fino erotismo. ¿Qué es el erotismo? La imaginación de la piel, como lo definió Roland Barthes. En la época de la libertad sexual, de la quema de brasieres, de la píldora anticonceptiva, Hefner proporcionó otro ingrediente: el sexo no nada más como cópula, sino como ideal de seducción. Estar con una linda chica y charlar de Picasso, Nietzche, Walt Whitman, acompañados de una copa de vino y música de jazz.

Tetas y nalgas con pinceladas de alta cultura.

Para ello acompañó los desnudos de bellas mujeres de sus páginas con textos de famosos intelectuales y entrevistas donde parecía no existir la censura. Se podía hablar de todo sin cortapisas. En una, David Bowie se confesó: “Cuando tenía 14 años, el sexo de pronto se volvió importante para mí. No interesaba realmente con quién o qué estaba, siempre que fuera una experiencia sexual. Así que llevé a casa a un chico muy lindo de mi clase en la escuela y tuvimos sexo en mi cama. Y eso fue todo. Mi primer pensamiento fue: ‘Bueno, si alguna vez me envían a la cárcel, ya sé cómo ser feliz’”.

El Führer norteamericano

Uno de sus entrevistadores fue Alex Haley. Aún no era famoso, pues no había publicado Raíces,su saga sobre la presencia negra en Estados Unidos. Hefner le dijo:

—Quiero una entrevista con George Lincoln Rockwell.

Se refería al fundador del partido nazi norteamericano.

-Hef, es un nazi. Odia a los judíos y a los negros…

Corría el año 1966, Rockwell era tan intolerante y detestado que hasta el Ku Klux Klan lo mantenía a cauta distancia. Se proclamaba a sí mismo como el Führer norteamericano, el mesías de la supremacía blanca y portavoz del antijudaísmo intransigente.

Haley se armó de valor y concertó la entrevista.

-Si eres un maldito judío, te daré con la puerta en las narices —lo amenazó Rockwell.

Haley aseguró que no era judío. Por supuesto, no le dijo que era negro. Llegó a su casa de Arlington, una casa de madera, pintada de blanco supremacista. En el techo, un letrero: “LA LUCHA DEL HOMBRE BLANCO. ¡APLASTAR LA REVOLUCIÓN NEGRA!”

Rockwell (rodeado de guardaespaldas armados con escopetas recortadas y que además hacían el saludo nazi: Sieg Heil!, juntando los tacones) recibió a Haley con un retrato de Hitler como testigo y una copia de su libro autobiográfico Esta vez el mundo, sin saludarlo de mano. Fumaba una pipa de mazorca de maíz y sacó un revólver con empuñadura de perla que colocó a un lado suyo.

Haley encendió la grabadora y lo primero que le preguntó fue el motivo de esa pistola, que parecía más propia de una amenaza que de una entrevista. Contestó Rockwell:

—Es solo por precaución. Usted podría no estar consciente del hecho de que he recibido literalmente miles de amenazas contra mi vida. La mayor parte de ellas son de gente chiflada, pero algunas de ellas no lo han sido; hay agujeros de balas por todo el exterior de este edificio…

Una vez aclarado eso, Rockwell fue claro. Le dijo:

—Usted está aquí en razón de su profesión; y yo estoy aquí en razón de mi profesión. Mientras esté aquí, usted será tratado bien; pero veo que usted es un entrevistador negro. No es nada personal, pero quiero que usted entienda, yo no me mezclo con los de su raza, a quienes llamamos “niggers”.

Haley se envalentonó:

—Me han llamado “nigger” muchas veces, pero esta es la primera vez que me pagan por ello. La pregunta es: ¿Qué tiene usted contra nosotros los “niggers”?

—No tengo nada contra usted —contestó Rockwell—. Solo creo que su gente sería más feliz de vuelta en África, de donde ustedes vinieron.

La entrevista, aparecida en Playboyde abril de 1966, sorprendió a Rockwell.

Van 100 dólares —le había dicho a Haley—. Te apuesto a que toda esta charla ha sido un desperdicio de tiempo. Estoy seguro de que mis palabras nunca llegarán a ser leídas en tu revista.

No es seguro que Rockwell haya pagado su apuesta. El llamado Hitler norteamericano murió un año después, el 25 de agosto de 1967, a la salida de una lavandería, a manos de otro nazi de nombre John Patler.

Hombres integrales: los nuevos donjuanes

Hefner usó el modelo impuesto por la revista Esquirepara Playboy.Él había trabajado ahí, y al no concedérsele un aumento de cinco dólares (aquí empieza la leyenda de su icónico emporio), pidió prestado y empeñó algunas posesiones para publicar algo más que una revista de mujeres desnudas. El primer número salió en diciembre de 1953. No tenía fecha, pues Hefner no sabía si sería debut y despedida. Ese primer tiraje se agotó. Y es que la fórmula funcionó. Cuerpos de tentación fotografiados con elegancia, junto con textos de escritores emergentes o ya famosos, como Alfred Kazin, William F. Buckley, Ray Bradbury, James Baldwin, Vladimir Nabokov, Vance Packard, John Steinbeck, Saul Bellow y Norman Mailer. La idea, tal y como lo señaló su editor en jefe (con el improbable nombre de Augusto Comte Spectorsky), era formar “hombres integrales”. Hombres completos hechos no solo en las lides de la cama sino en los asuntos en boga: finanzas, automóviles, viajes, derechos humanos, filosofía, literatura. ¡Hasta Gabriel García Márquez publicó en Playboy!A 20 años de su fundación (el primer número aparece en 1953 con fotografías de una Marilyn Monroe desnuda), la revista alcanzaba 200 páginas por número y tiraba siete millones de ejemplares al mes. La palabra “playboy” se internacionalizó. Playboyno solo era el nombre de una revista, sino un apelativo para el donjuán, el mujeriego, el latin lover, el womanizer(o el mujerugo, como llamó María Félix a Carlos Fuentes).

Si Albert Camus era un verdadero donjuán, por qué no Hugh Hefner o cualquiera que leyera la revista. Lo explica Camus en El mito de Sísifo, interesado en carne propia en el tema: “Don Juan no va de mujer en mujer por falta de amor. Es ridículo representarlo como un iluminado en busca del amor total. Mas justamente porque las ama con idéntico arrebato, y cada vez con todo su ser, tiene que repetir ese don y esa profundización”.

Hugh Hefner es ese donjuán moderno por antonomasia. Rodeado de mujeres, ama a todas y a ninguna. Se casó en tres ocasiones, es cierto, pero hasta su muerte fue el perfecto soltero. Él mismo lo dijo en 1989, antes de su boda con la conejita Kimberley Conrad: “Llevo 30 años en una despedida de soltero. ¿Por qué necesito una ahora?”. A los 84 años volvió a casarse con Crystal Harris, de 24. Sesenta años de distancia. “Cuando le di el anillo de compromiso se echó a llorar”, informó Hefner, tal vez conmovido.

No faltarán los moralistas que condenen su existencia. No le faltan ni le faltaron detractores. Que si la explotación de las mujeres, que si la cosificación de lo femenino, que si la prostitución de lujo, que si la cursilería de la Mansión Playboy, que si la ridiculez de sus batas y pijamas, que si era un pornócrata y un obsceno.

En 1954, el director del servicio de correos norteamericano, Arthur Sommerfield, se negó a distribuir Playboy,por considerarla eso: una publicación obscena. Hefner se fue a juicio y lo ganó. Dijo: “No pensamos que el jefe de la oficina de correos se dedique al negocio de editar revistas. Pensamos que debería centrarse simplemente en distribuir el correo”. Así era Hugh Hefner.

Hay galanes otoñales y los hay invernales, como Hefner. El viejito raboverde convertido en ícono cultural, el matusalén de los donjuanes, el chabuelo de los playboys.

Playmate: sin tetas no hay paraíso

Me confieso lector adolescente de Playboy. Contemplar la playmate del mes era entrar en el paraíso de las ensoñaciones masculinas. No se me acuse de misógino. Es la hormona que se alborota con el erotismo softporn.Es el despertar a la sexualidad con esas diosas desnudas. Tener un ejemplar de la revista era como un rito de iniciación, la pérdida de la inocencia y la entrada en un mundo lleno de tentaciones. Tapicé las paredes de mi cuarto con fotos de esos desvaríos de la piel. Mi calentura y mi derecho a ser hombre pegados con diurex, esas tonterías de la edad. Cuando las paredes fueron insuficientes, el techo también se tapizó de playmates. Jenny McCarthy, Pamela Anderson, Carrie Stevens, Anna Nicole Smith, Kalin Olson, Karen McDougal, Deanna Brooks y tantas más (hasta Gloria Steinem, tan guapa e inteligente). Ya no era un techo sino un cielo de bellezas al alcance de mi imaginación y mis afanes masturbatorios. Una noche el diurex cedió y me desperté rodeado de esas bellezas (sí, sí hay justicia poética). Todos pasamos por eso. Playmate. El nombre lo dice todo. Una compañera para jugar. No una novia, no una esposa, una playmate.

Atraía de ellas su audacia y su inocencia. Cuerpo de tentación y cara de no hago nada. Esa también fue la fórmula. La vampiresa con rostro de nínfula, los cuerpos perfectos con cierta actitud entre puritana y campirana.

De entre todas las playmates que pasaron por sus manos, Kendra Wilkinson fue acaso la más notoria. Conoció a Hefner cuando él tenía 78 años. Se mudó a los 18 años a la Mansión Playboy. Según ella, no sabía que el hospedaje incluía sexo. ¿Le creemos? Lo cuenta en su libro Sliding to home. Drogadicta desde los 13 años, tenía que emborracharse y drogarse para pasar la noche con Hefner. ¿Le creemos? La primera ocasión lo dudó. “Mi madre me advirtió: ten cuidado porque ahí hacen orgías”. Subió a su dormitorio y aceptó acostarse con él porque las demás lo hacían y no quería sentirse rara. ¿Le creemos? “Una por una —contó—, cada una de las chicas saltó sobre Hef y tuvo sexo por alrededor de un minuto. Todas las partes de su cuerpo funcionaban”. Cada una de las habitantes de la Mansión recibían 1,000 dólares semanales para gastos.

Ah, las playmates, las famosas conejitas. Incluso nos gustaba una de historieta: Little Annie Fanny, creada y dibujada por Harvey Kurtzman entre 1962 y 1988.

Hoy el imperio erótico se ha trasladado a otra parte. Esos cuerpos perfectos le pertenecen a las series de narcos, esas sí misóginas y donde las mujeres, aunque echen bala, son puro objeto. En fin, lo aprendieron de Hefner y su filosofía conejil: sin tetas no hay paraíso.

La democracia se basa en la libertad de expresión y de prensa

Otro chiste (políticamente incorrecto):

Si quieres ver mujeres blancas desnudas, compras Playboy. Si quieres ver mujeres negras desnudas, compras National Geographic.

Eso lo cambió el propio Hugh Hefner. Se adelantó a su tiempo. Cuando en la NFL aún no aceptaban a un quarterbacknegro, él ya tenía una mujer negra como playmate. El honor le correspondió a Jennifer Jackson, aparecida en el número de marzo de 1965.

Honor a quien honor merece, Hugh Hefner (obsceno, misógino), defendió en las páginas de su revista diversas causas: los derechos civiles y la emancipación de las mujeres. Se puso del lado del movimiento de la comunidad negra y luchó contra la homofobia. Lo hacía él mismo o mediante la línea editorial de su revista. Playboyle hizo la última gran entrevista a Martin Luther King y le dio voz a escritores negros como James Baldwin, quien en sus novelas hablaba de la invisibilidad negra en Estados Unidos. Rompió tabúes y disipó mucha de la neblina puritana de su época. Abrió el paso para otro tipo de mentalidad, más abierta, más moderna, más liberal.

Al igual que su competidor Larry Flynt, el fundador de Hustler, Hefner creía que la democracia se basa en la libertad de expresión y de prensa”.

Memes y minificciones

El humor mexicano no se hace esperar con la muerte de Hefner. En un meme, Chabeloestá en uno de sus programas de concurso y le pregunta a un niño: “¿Cómo te llamas?”. El niño contesta: “Hugh Hefner”.

En una minificción, el escritor Jaime Muñoz Vargas escribe:

“-Soy hijo de Hugh Hefner.

“-Bien, ¿y quién es tu madre?

“-Agosto del 87”.

El sello distintivo: la cama

Hugh Hefner siempre estaba preparado para entrar o salir de la cama. Sus atuendos eran famosos. La gente común y corriente se despierta y se quita la pijama. Él no. Él iba de pijama a todas partes. En fotos aparece enfundado en una lujosa bata de jacquardde seda natural. Le gustaba el satín negro para sus pijamas. Elegía para sus batas colores rojos y negros o combinaciones con tonalidades guindas o con estampados atigrados. Sus zapatos eran pantuflas de terciopelo. Todo lujo en su atuendo de dormir, que era el de vivir.

Genio y figura, su universo era la cama y las realidades y fantasías eróticas que provoca. Hizo de su vida un placer del tacto y de la vista, y lo convirtió en negocio. Colocó en una revista la fantasía sexual masculina, que satisfacía mes con mes.

Una vez dijo: “He pasado gran parte de mi vida buscando amor en los lugares equivocados”. Tal vez no encontró el amor, pero sí una fuente inagotable de erotismo. Las mujeres más hermosas, a montones, a su lado. Solo Mauricio Garcés pudo haberle hecho mella.

Hugh Hefner fue uno de los hombres más envidiados. El famoso conejo mayor (por cierto, el conocido logo Playboy de un conejo con una elegante corbata de moño fue obra de Art Paul y apareció en el segundo número de la revista). A sus 91 años y todavía estaba casado con una belleza. Parecía inmortal y no lo fue. Los galanes mueren con las batas de satín puestas y con el viagra en los bolsillos. Imagino que hombres como él no se meten a un ataúd, sino que se velan y se entierran en su propia cama.