CHOLULA, PUE.— El martes las campanas de la iglesia de Cholula no sonaron.
Y quién sabe cuánto tiempo más pasarán sin replicar esas y las de muchas otras iglesias de Puebla, porque la mayoría de las torres y campanarios se dañaron por el temblor del 19 de septiembre, la tragedia que se repite 32 años después.
Las primeras horas después del temblor, cuando nos enteramos de que el epicentro había sido prácticamente aquí, las noticias que circulaban eran de pánico. Avisaron de los dos primeros muertos, que hasta ahora se han convertido en 43, y del colapso de casas, bardas y edificios. Para los que no estaban en casa el escenario se complicaba porque la gente denunciaba asaltos a mano armada en vehículos estancados por el tránsito, ya que estuvimos varias horas sin semáforos por la falta de electricidad y de comunicaciones. Por un rato, Puebla se paralizó.
Cuando pudimos volver a comunicarnos nos enteramos de los daños fatales: una iglesia en Atzala, en la región de la mixteca poblana, se derrumbó sobre un bautizo entero y mató a 11 personas. En Atlixco fueron cuatro vidas, dos de ellas menores de edad. Poco a poco nos dimos cuenta de que el sismo anterior del 7 de septiembre había sido prácticamente un simulacro comparado con este, sobre todo en la frontera de Morelos y Puebla, donde se ubicó el epicentro. Aquí la cifra oficial alcanzaba el fin de semana 43 pérdidas humanas.
Los daños materiales aún son incalculables, especialmente las pérdidas de lugares simbólicos.
En Cholula, el Santuario de la Virgen de los Remedios, la iglesia más importante y centro de culto y unión para los barrios de los dos municipios de San Pedro y San Andrés, perdió los campanarios de sus torres. Parecía como si un gigantesco avión hubiera volado muy bajo y arrancado la punta al templo.
Los cuidadores de la entrada al cerro donde está la iglesia nos contaron que vieron el resquebrajamiento de la estructura, pero que después del movimiento de la tierra su prioridad fue salvar la imagen de la Virgen. Todo nos lo dicen con calma, como contando algo que hubiera pasado hace mucho tiempo y quisieran olvidar.
Nadie sabe cuándo llegarán los especialistas a evaluar las afectaciones ni cuándo se podrá volver a entrar en los templos, que son una parte esencial de la vida en Cholula. Ahí no se camina sorteando escombros con los pies, sino con la miraba.
Lo primero que se sintió fue un terror que paralizó de momento. En las calles de Cholula la gente casi no gritaba, se quedaba viendo cómo se iban desmoronando iglesias del centro de San Pedro y paredes de adobe. En San Cristóbal Tepontla, en la parte de Cholula más cercana al volcán, la iglesia se destruyó por completo: perdió el techo, la cúpula y la imagen de su santo. Los mayordomos y autoridades comunitarias agradecen que no haya habido gente dentro de la iglesia, pero no saben cómo empezar a recuperar lo perdido. La imagen de San Cristóbal, cuenta uno de los señores, estaba ahí desde que el mayor de ellos era niño, o sea que tenía más de 80 años acompañándolos. Ahora sus trozos están guardados en una de las habitaciones que no se destruyó.
Aunque casi la mitad de los municipios del estado quedaron con partes en escombros, la tristeza casi no nos duró.
El Centro Histórico de Puebla estuvo prácticamente cerrado durante dos días. Solo se podía atravesarlo a pie y muchos edificios se acordonaron. Todavía falta mucho para que haya un análisis oficial de los edificios dañados, pero han sido quienes trabajan y viven ahí los que reportan de grietas, de movimientos en las escaleras y de partes que se tambalean.
La misma noche del 19 las redes sociales funcionaron como un megáfono para quienes empezaron a ofrecer sillones, camas y casas disponibles para las personas que tuvieran que evacuar o no quisieran dormir en sus casas afectadas. Sobre todo en el centro de Puebla, donde la mayoría de los edificios tienen cientos de años y cuyos cimientos ya mostraron que resienten todas las sacudidas que les ha dado la tierra.
Tochimilco: En San Antonio Alpanocan, junta auxiliar de
Tochimilco, muchas personas perdieron sus hogares o están considerablemente
dañados. FOTO: MARLENE MARTÍNEZ
Las cifras más actualizadas que difundieron las autoridades indican que son 112 los municipios afectados y que hay más de 9,500 edificios dañados; que al menos 30 escuelas tendrán que ser demolidas y que poco más de 650 personas se quedaron sin casa. Aunque los números son terribles, desde ayer la gente dejó de estar al pendiente de la información oficial.
Dos días después del sismo, conforme fue retirándose el escombro de las calles, los habitantes reaparecieron.
Lo que pasó es que, en Puebla, la ayuda se desbordó.
Visitamos Atzitzihuacán y Tochimilco, municipios que están en la frontera con Morelos, a dos horas de la capital, y dos días después de la tragedia ya tenían víveres de sobra, de tanta ayuda que había llegado. Empezaban ya con las labores de demoler y restaurar los inmuebles dañados.
En Atzitzihuacán pareciera que todas las comunidades perdieron su centro: prácticamente cada iglesia, hasta la más pequeña, sufrió daños.
En San Francisco Xochiteopan se cayó la pared del templo y un pedazo de la cúpula. Una casa particular que daba justo a la puerta del atrio perdió la pared de la habitación principal y solo quedó en pie el balcón con dos cisnes de yeso formando un corazón. La familia de esa casa sacaba sus cosas en silencio, pero organizados. Dijeron que no necesitan comida ni nada, que el lugar quedó casi inhabitable y tendrán que demolerlo. Hablan con tanta calma que si uno no volteaba a ver todas las ruinas alrededor pensaría que aquí no ha pasado nada.
La gente se divide entre la que espera y la que se activa. Los primeros, que son los menos, están como paralizados por la impresión; son apenas algunas personas mayores que vieron cómo sus iglesias se vinieron abajo y siguen desconsoladas. Los otros son a los que les tomó menos de un día activarse y organizarse para reconstruir desde la tragedia.
Ese impacto inicial y ese hueco en el corazón que nos creó el temblor se ha ido transformando en un río de coches con lonas, de estudiantes, de adultos, de cajas de cartón llenas de comida, botellas de agua, papel de baño, colchonetas, cobijas, de palas, picos y manos, de llamadas insistentes preguntando dónde hace faltan manos, preguntando qué llevar, qué hacer.
Aunque hay muchísima ayuda falta organización. Las autoridades se la han pasado haciendo recorridos para tomarse fotos y acondicionado algunos lugares para recibir y repartir víveres. Pero eso ha sido todo. Y si Puebla no se ha sumido es porque todos los que viven aquí tomaron las riendas de la recuperación. El temblor nos hizo brigadistas, rescatistas; el temblor nos hizo voltear para conocer a los vecinos.
Poco a poco iremos caminando con más seguridad en las calles, pero no dejaremos de voltear a ver los edificios destrozados. Ellos se quedarán ahí años, no sabemos cuántos, para recordarnos que en cualquier momento la tierra, otra vez, nos llamará.
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