Es lo más cercano que la vida moderna ha llegado a la poción Felix Felicis de Harry Potter: párate con la espalda recta, los pies abiertos y las manos en tu cadera, y, gracias a cambios reales en tu química corporal, te sientes confiado, listo para hacerle frente al mundo, incluso si no lo estás.
La técnica, apodada “pose de poder”, apareció primero en una revista de psicología en 2010, y luego llegó a la escena pública dos años después, después de que la coautora Amy Cuddy, psicóloga de la Universidad de Harvard, dio una charla TED muy exitosa sobre los hallazgos. No obstante, incluso antes de que el mundo se enamorara de la idea, otros psicólogos sociales eran escépticos.
En ciencia, eso no es algo especialmente malo: se supone que los científicos desmenucen estudios, hallen los puntos débiles y traten de alcanzar los mismos resultados de manera independiente; es como nos aseguramos de que lo que parece ser la respuesta correcta en verdad lo es.
Siete años después de que se publicó el artículo original, ese proceso todavía está desarrollándose, pero la evidencia está acumulándose tremendamente en contra de la pose de poder. Previamente este año, una serie de nueve artículos nuevos diseñados para tratar de resolver la cuestión de manera definitiva se sumaron a esa evidencia.
Con ese fin, los investigadores recurrieron a una técnica que daría resultados científicos más robustos en primer lugar. El enfoque está pensado para combatir lo que muchos científicos ven como la debilidad más grande del proceso de publicación: solo artículos con resultados llamativos son publicados. ¿Los artículos que no muestran una conexión entre la variable y el factor que se esperaba afectar? Esos rara vez se publican.
Joseph Cesario, un psicólogo en la Universidad Estatal de Michigan, coedita una revista que asume un enfoque diferente, llamado preregistro. Toma decisiones con base en un plan de investigación en vez de elegir si publicar artículos terminados. “Lo que se revisó fue si tiene una manera científica sólida de abordar una cuestión interesante”, dijo Cesario.
Ello significa que los científicos no pueden ajustar aspectos de sus experimentos o análisis en un intento de hacer que los resultados se vean más interesantes. Pero también significa que los investigadores pueden incorporar retroalimentación de otros científicos antes de que incluso lleven a cabo los experimentos, en vez de hacerlo solo después de que han redactad los artículos sobre aquellos.
Para los artículos sobre poses de poder, Cesario reclutó a Dana Carney —una psicóloga en la Universidad de California, campus Berkeley, y coautora del estudio que primero identificó la pose de poder— para que se uniera al equipo de revisión. Ello significaba que los investigadores podían checar con ella para asegurarse de que las porciones de réplica en sus propios experimentos se correspondían con la obra original.
Carney ya tenía sospechas con respecto a si la pose de poder funciona. Desde la publicación original, los estándares en el campo han cambiado, en especial sobre cómo muchos individuos necesitan ser incluidos para asegurarse de que los resultados no se deben simplemente al azar. Y las réplicas tempranas a veces apoyaron los hallazgos originales y a veces los deslegitimaron.
Pero como no todos esos estudios usaron precisamente los mismos pasos, no había manera de saber si los hallazgos que no coincidían fueron provocados por las diferencias leves en los métodos o porque el fenómeno de la pose de poder no era algo real. El preregistro, con Carney consultando sobre lo que hizo precisamente, eliminó esa incertidumbre.
Luego, los investigadores fueron a hacer en verdad los experimentos y recabar algunos hallazgos. “Todos los artículos empezaron a llegar, y no fueron buenas noticias”, dijo Carney, haciendo notar que ni un solo artículo replicó los hallazgos originales. “Eso fue un poco descorazonador, pero así es como es”.
Ahora ella dice que no piensa que la pose de poder sea un fenómeno real, no después de que ha apilado tanta evidencia. “Tienes que actualizar tus creencias en ese momento”, dijo ella. Añadió que no sabe cuál es la postura de su coautora Cuddy, quien no respondió a una solicitud de entrevista, en este asunto.
Carney dice que es así precisamente como se supone que funciona la ciencia. “En cierta forma, es hermoso”, dice ella, aun cuando añade que, en este caso en particular, el proceso fue mucho más vitriólico de lo que debió ser. (En cierto momento, Cuddy recibió amenazas de muerte.)
Si intentaste una pose de poder y sentiste algo, no eres el único. Carney dice que ella entiende la manera en que la gente se ha agarrado a la idea. “Tengo la misma experiencia que ellos tienen, donde también lo siento en mi cuerpo, pero la experiencia personal es anecdótica, no científica”.
Cesario dice que es cierto que las personas quienes han usado una pose de poder sí tienden a reportar que se sienten un poco más poderosos. El problema es que el impulso mental percibido no parece tener consecuencia alguna, ni en las habilidades de negociación, ni en la cognición, ni en la actuación en una entrevista de trabajo simulada.
Él es empático con cuán atractivo es el encanto de la pose de poder: es mucho más fácil pararse con la espalda recta y acaparar espacio que construir una habilidad de la que careces. “A causa de su atractivo, es mucho más importante sentar la verdad, obtener la respuesta correcta aquí”, dijo Cesario. “Sabemos que la confianza es muy buena, y se relaciona con el éxito cuando esa confianza se deriva de algo real, cuando se deriva de tener habilidades reales, de tener fuerza real, de ser competente”. Pero él tiene confianza en que la ciencia dice que un atajo con una pose de poder es solo un truco.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek