Donald Trump se vendió a los votantes como un empresario exitoso que sabía cómo hacer las cosas, un gerente que no se andaba con rodeos y que pondría en cintura al gobierno.
Pero está demostrando ser el presidente más inepto, desorganizado, descuidado e incompetente en la memoria reciente, uno cuya Casa Blanca es casi disfuncional.
Él permitió que Michael Flynn se sostuviera hasta el último minuto. En toda administración medianamente competente, Flynn se habría ido en el momento en que hubiera quedado en claro que le mintió al vicepresidente sobre sus contactos con Rusia.
Sean Spicer es un chiste, literalmente. Sus conferencias de prensa vituperiosas y rencorosas ya son un material para la comedia nocturna. En una Casa Blanca que tuviera alguna idea de lo que significa ser un secretario de prensa eficaz, a Spicer ya lo habrían corrido.
La prohibición de viajar a los musulmanes fue una chapuza total: confusa, descuidada, muy mal pensada. Trump se queja de que “su gente no le dio un buen consejo”, pero la gente más responsable de ella —Stephen Bannon y Stephen Miller— solo han adquirido más poder en la Casa Blanca.
Mientras tanto, la Casa Blanca de Trump ha tenido más filtraciones que cualquiera en la memoria. Los asistentes filtran noticias sobre otros asistentes. Filtran ejemplos de la incompetencia y rareza de Trump. Filtran los contenidos de llamadas telefónicas a otros jefes de estado para las que Trump estaba mal preparado, no conocía los hechos básicos y reprendió a líderes extranjeros.
Reince Priebus, el jefe del personal, parece no tener idea de lo que está sucediendo. Un funcionario de la Casa Blanca se quejó con The Washington Post: “Tenemos que hacer que Reince se relaje en el puesto y se haga más competente, porque está viendo sombras donde no hay sombras”. Chris Ruddy, un amigo de Trump, describió a Priebus como si estuviera “más que abrumado”.
La lucha interna es salvaje. Corren rumores de que Kellyanne Conway quiere el puesto de Priebus, que Stephen Miller envidia el puesto de Spicer, que nadie confía en nadie.
The New York Times reporta “días caóticos y ansiosos dentro del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca”. El personal del consejo lee los tuits de Trump, y batalla para hacer políticas que se adecuen a ellos. La mayoría no tiene idea de lo que Trump les dice a los líderes extranjeros en sus llamadas telefónicas.
El mismísimo Trump es notablemente descuidado con la información sensible para la seguridad nacional. Por ejemplo, la noche del sábado discutió el más reciente lanzamiento de un misil norcoreano en un teléfono celular en su mesa en medio del comedor del club privado Mar-a-Lago, donde los miembros del club privado podían oírlo. Un huésped del club incluso posó con el asistente militar quien porta “el balón de fútbol” (el portafolios que contiene las instrucciones para autorizar un ataque nuclear).
La comunidad de inteligencia de EE.UU. está tan convencida de que Trump y su administración han sido comprometidos por Rusia que ya no le da a la Casa Blanca toda su información más sensible, no sea que termine en manos de Putin.
Un alto funcionario de la Agencia de Seguridad Nacional dice que la agencia está ocultándole sistemáticamente algunas de las “cosas buenas” a la Casa Blanca, por miedo a que Trump y su personal no puedan guardar secretos. La comunidad de inteligencia está preocupada de que incluso el Salón de Estrategias —el salón en el Ala Oeste donde el presidente y su más alto personal reciben informes de inteligencia— haya sido comprometido por Rusia.
El desastre de la Casa Blanca es culpa de Trump. Se suponía que él estaría a cargo, pero resulta que no es un gerente duro. Ni siquiera es un buen gerente. Parece que ni siquiera le interesa administrar.
En vez de poner en cintura al gobierno, lo está metiendo en un caldero de disfunción e intriga.
Al igual que sus promesas de “drenar el pantano de Washington” y limitar la influencia de los grandes capitales, sacar a Wall Street de la toma de decisiones y regresarle el gobierno a la gente, la promesa de Trump de un gobierno eficiente es otro caso gigantesco de dar gato por liebre.
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Este artículo apareció primero en RobertReich.org.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek