Asolada por el terrorismo, Europa cae en un ciclo de odio

El terrorismo en Europa –por cualquier motivo- se ha convertido en la “nueva normalidad”.

Primero fue el ataque de noviembre de 2015 en París; luego llegó el de Bruselas, en marzo de 2016; después fueron el ataque de Niza, en julio de 2016, cuando el conductor de un camión arremetió contra una multitud que celebraba el Día de la Bastilla, y el tiroteo de Múnich en el centro comercial Olympia, ese mismo mes. Y ahora, a solo días antes de la Navidad, el embajador ruso fue asesinado brutalmente en una galería de arte de Ankara, un pistolero mató a tres personas en un centro islámico de Zúrich, y Berlín revivió el incidente de Niza: un ataque con camión en un mercado navideño.

Por supuesto, este estado de emergencia permanente no es desconocido en otras partes del mundo. Facebook implementó su sistema de “verificación de seguridad” durante los ataques de París –la primera vez que dicha característica se usó para un ataque violento, en vez de reservarla para un desastre natural- y después, también para Berlín; mas el terrorismo, las intervenciones militares y los ataques con drones ocurren igualmente en Paquistán, Yemen, Palestina, Siria, Libia, Congo y otras partes del mundo no Occidental, casi de manera cotidiana.

Pero desde la década de 1970, cuando los grupos terroristas de izquierda (desde RAF en Alemania hasta las Brigadas Rojas de Italia) eran los principales responsables de los ataques violentos, Europa no había presenciado semejante oleada de violencia: París, Bruselas, Múnich, Niza, Zúrich, Ankara, Berlín, todas esas ciudades fueron atacadas en el lapso de un solo año.

La diferencia principal entre los años setenta y el presente es que, a menudo, el extremismo islámico es el temor principal del establishment y la población europea. No obstante, la oleada actual de violencia en Europa no surgió de la nada.

Lo que hoy enfrentamos en el Viejo Continente, después de los ataques de Navidad, es el aceleramiento peligroso de la tendencia, de sí peligrosa, de equiparar a los terroristas con los refugiados.

Cuando más de un millón de refugiados entraron en Europa, todos hablaban de “oleadas” o “inundaciones” de refugiados, como si se tratara de un tipo de “desastre natural”. Y lo mismo sucede ahora con los ataques más recientes. Europa está horrorizada, como si el terror que ha aparecido en el continente fuera pura casualidad.

Como argumenta el semiólogo francés, Roland Barthes, en su libro Mythologies, la ideología normaliza lo que, de hecho, es una construcción humana. En otras palabras, la ideología se utiliza para ocultar los actos que emprenden individuos. Lo que intenta evitar el establishment actual es cualquier sugerencia de que la crisis de refugiados y la crisis de terrorismo fueron creadas por la política exterior europea, una política que solo puedo describir como “exportación/importación”.

Europa exporta guerras, como la de Libia; en este momento, Gran Bretaña es el segundo comerciante de armas más importante del mundo; y hay soldados europeos presentes en todo Medio Oriente y en todos los países de África.

A resultas de la incapacidad de Occidente para resolver la crisis de Siria, Europa ha tenido que encarar la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial. La mayoría de esos refugiados aún vive en condiciones espantosas (baste decir “Calais” o visitar diversas estaciones del metro en las capitales europeas), y el acuerdo europeo-turco solo agravará la crisis humanitaria.

A raíz del ataque en el mercado navideño berlinés, esos refugiados se convertirán en blanco del veneno de la derecha. Al día siguiente del ataque, comandos policiacos especiales irrumpieron en un hangar del antiguo aeropuerto de Tempelhof, ahora utilizado como campamento de refugiados. Arrestaron a un hombre paquistaní, aunque poco después, la policía alemana declaró que no tenía la seguridad de que fuera el sospechoso correcto.

Angela Merkel, ya atacada en Alemania por la derecha radical debido a su política de “puertas abiertas” para los refugiados, reaccionó diciendo que el ataque al mercado era especialmente “repugnante” si había sido perpetrado por un refugiado.

Y, por supuesto, Donald Trump no tardó en añadir: “Estos terroristas y sus redes regionales y mundiales deben ser erradicados de la faz de la Tierra, una misión que llevaremos a cabo con todos los socios amantes de la libertad”.

Sin embargo, Europa tiene sus propios Trumps. Nigel Farage dijo que “acontecimientos como estos serán el legado de Merkel”. El partido populista de derecha, Alternativa para Alemania, afirmó que era un ataque contra una tradición cristina, y con las elecciones previstas para el próximo año, es precisamente ese partido el que tiene más qué ganar con el incidente.

Los líderes de extrema derecha de toda Europa son quienes más se beneficiarán de equiparar a los refugiados con terroristas: en Francia, la populista de derecha Marine Le Pen, o el conservador de derecha François Fillon; en Holanda, el antiinmigrante Geert Wilders. Los dos países celebrarán elecciones el año entrante. Si la extrema derecha sigue creciendo, podría fortalecer a esos partidos en Austria, Bélgica, Hungría y Suiza.

La reacción de Trump a los ataques de Navidad, las guerras incesantes en Siria y Libia, y el fracaso de la política exterior de Europa solo servirán para fomentar una mayor radicalización del islam militante, lo que a su vez solo fortalecerá el surgimiento de las fuerzas de extrema derecha.

Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek