Según una
“evaluación CIA secreta”, Rusia intervino en las elecciones de Estados Unidos
para socavar la confianza en el sistema electoral y fortalecer el apoyo para
Donald Trump.
El presidente
electo ha descartado esta declaración, pero las implicaciones de una acusación
de intervencionismo ruso son inciertas.
Una vez más, este
tipo de narrativa pro-Clinton/anti-Rusia ha vuelto a ser desacreditada
completamente. Por ejemplo, en su reciente artículo, “Filtraciones anónimas a The Washington Post sobre las creencias
de CIA respecto de Rusia no sustituyen la evidencia”, Glenn Greenwald explica,
de manera magistral, por qué este asunto no merece nuestra atención. Con gran
astucia, señala:
Hasta ahora, no existe evidencia alguna que
sustente esas afirmaciones. En vez de ello, lo que tenemos son aseveraciones,
diseminadas por personas anónimas, completamente carentes de evidencia, por no
hablar de pruebas.
En consecuencia, ninguna presunta evidencia puede –por
lo pronto- ser vista, revisada o debatida públicamente. Las afirmaciones
anónimas filtradas a los diarios sobre lo que la CIA pueda creer no constituyen
una prueba y, ciertamente, no constituyen una evidencia confiable que sustituya
una evidencia real que pueda revisarse.
Hasta que se
presente dicha evidencia, en vez de perder el tiempo especulando sobre el grado
de la intervención de Rusia en las elecciones estadounidenses debemos, mejor,
atender el asunto que aquí propongo.
La CIA, una
entidad que ha interferido en gobiernos soberanos de todo el ajedrez
geopolítico desde hace décadas, ha acusado a otro país de hacer, exactamente,
lo que esta agencia hace tan bien sin ofrecer siquiera una evidencia física de
sus acusaciones.
Digamos que Rusia realmente intervino en las elecciones de
Estados Unidos; sería un ejemplo muy pertinente de “el que la hace, la paga”.
Ninguna entidad
debe interferir en elecciones soberanas, pero a todas luces, si alguien
pretende acusar a otros de hacerlo y luego lanza acusaciones cuando se siente
agraviado, tal vez deba detenerse un momento a reconsiderar lo que ha estado
haciendo con el resto del mundo en incontables ocasiones. Como señala el propio
The Washington Post –el vocero del
establishment-, Estados Unidos tiene una larga historia de interferir en las
elecciones de otros países.
A decir de Foreign Policy, Estados Unidos ha ido
más allá de la simple interferencia electoral; ha derrocado siete gobiernos
desde la Segunda Guerra Mundial.
El ejemplo más
obvio y escandaloso, que la propia CIA reconoció, fue cuando Estados Unidos y
el Reino Unido instigaron un golpe de Estado para derrocar al líder electo
democráticamente en Irán, Mohammad Mosaddegh, por conseguir petróleo.
Como explicó The Guardian:
Gran Bretaña, y en particular si Anthony Eden, el
secretario del Exterior, consideró que Mosaddegh era una amenaza grave para sus
intereses estratégicos y económicos a partir de que el líder iraní nacionalizó
la Compañía Británica de Petróleo Anglo-Iraní, después conocida como BP
[British Petroleum]. Sin embargo, el Reino Unido necesitaba el apoyo de Estados
Unidos y fue fácil persuadir a la administración de Eisenhower en Washington.
La marioneta
estadounidense que instaló la CIA, el sah Reza Pahlavi, fue un dictador
abominable con un historial de derechos humanos terrible, cuyo reinado incitó
la revolución iraní de 1979.
Los otros países
que figuran en la lista de Foreign Policy
incluyen a Guatemala (1954), Congo (1960), República Dominicana (1961), Vietnam
del Sur (1963), Brasil (1964) y Chile (1973).
No obstante, como
ha hecho notar Anti-War, la lista de países de Foreign Policy constituye una “cuenta significativamente baja”:
J. Dana Stuster, quien publicó este mapa,
especifica que estos son solo los golpes de Estado encubiertos respaldados por
la CIA y menciona que no incluye ‘una gran cantidad de intervenciones militares
estadounidenses contra regímenes hostiles, insurgencias apoyadas por Estados
Unidos, e intentos de asesinato fallidos, como el plan de matar a Fidel Casto
con un habano explosivo…’
Pero si consideras también el libro de Stephen
Kinzer, Overthrow: America’s Century of Regime Change from Hawaii to Iraq, este
mapa omite una buena parte de la historia. Además de Irán, Guatemala, Congo,
República Dominicana, Vietnam del Sur, Brasil y Chile, Estados Unidos también
participó en el derrocamiento de los gobiernos de Hawái en 1893, Cuba en 1898,
Filipinas, Puerto Rico, Nicaragua, Honduras, Panamá, Granada, Afganistán y por
supuesto, Irak.
Según The New York Times, la CIA también apoyó
el surgimiento al poder de Saddam Hussein en Irak, porque consideraba que su
competidor, Abdel Karim Kassem, era una “grave amenaza”. Y todos sabemos cómo
terminó esa historia.
Los
acontecimientos recientes en todo Medio Oriente y Europa no han sido muy
distintos. El Departamento de Estado de Estados Unidos fue pillado con las
manos en la masa ayudando a los neonazis de Ucrania para derrocar a Viktor
Yanukovych, el presidente electo democráticamente, con la finalidad de instalar
a una marioneta estadounidense. El presidente que ocupó el cargo tras la
abdicación de Yanukovych fue Petro Poroshenko, ex topo del Departamento de
Estado de Estados Unidos. Washington solía describirlo como “nuestro hombre en
Ucrania”.
Y luego, tenemos a
Siria.
En un artículo
escrito originalmente para Alternet, Salon
publicó una lista de 35 países donde Estados Unidos ha apoyado a “fascistas, narcotraficantes
y terroristas”. La lista incluye a Francia, Grecia, Israel y Turquía, entre
otros aliados estadounidenses.
Un aspecto a
menudo omitido en la historia es que la red terrorista al Qaeda es una creación
de la CIA. Como informó Anti-Media con anterioridad:
Como tal, mediante un programa CIA llamado
Operación Ciclón, en 1980 los contribuyentes estadounidenses enviaban entre 20
y 30 millones de dólares anuales a los mujahideen, una cifra que creció a 630
millones anuales hacia 1987 bajo el presidente Reagan.
Debido a este papel clave como la principal fuerza
pro-mujahideen en el Congreso, Wilson trabajaba estrechamente con Gulbuddin
Hekmatyar, un líder del grupo rebelde que, más adelante, trabajó de cerca con
Osama bin Laden a través del grupo militante Hezb-e Islami, el cual se formó en
aquellos días para combatir a las fuerzas soviéticas con la ayuda financiera
del gobierno estadounidense.
Osaba bin Laden, hijo de un magnate multimillonario
de la construcción vinculado con la familia real saudita, también canalizaba
dinero del negocio de su familia para apoyar la causa antisoviética en
Afganistán.
Cuando bin Laden decidió crear al Qaeda, en 1988,
después de recibir entrenamiento de las Fuerzas Armadas Paquistaníes y los
Inter-Servicios de Inteligencia Paquistaníes (ISI), ambos respaldados por
Estados Unidos, el grupo recibió dinero y armas de Estados Unidos. Cuando Osama
bin Laden planificó y llevó a cabo los ataques del 9/11, convirtiéndose en uno
de los principales blancos de la administración de Barack Obama, el ‘Carnicero
de Kabul’, como se conoce a Hekmatyar, fue perdonado oficialmente por el
gobierno afgano, una entidad que cuenta, actualmente, con el apoyo del gobierno
estadounidense.
Al parecer,
Estados Unidos se reserva el derecho de derrocar gobiernos y ayudar a
establecer los regímenes que apoya en todo el planeta. Si Rusia realmente puede
interferir con la presunta democracia estadounidense, entonces la CIA está
experimentando en carne propia lo que ha venido haciendo con incontables
gobiernos desde hace décadas; y tal vez la aparente omnipotencia de Estados
Unidos está menguando si una potencia extranjera es capaz de socavarlo.
Sin embargo, como
hemos visto, la única evidencia de interferencia con cualquier elección o
gobierno implica solo a Estados Unidos, no a Rusia.
Pero no dejemos
que los hechos arruinen una buena historia.
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Publicado en colaboración con Newsweek / Published in colaboration with Newsweek