AÑOS ANTES de que Fidel Castro, el líder desafiante de la Cuba revolucionaria, muriera, el pasado 25 de noviembre, su fallecimiento fue reportado muchas veces. La primera fue hace casi 60 años, cuando las primeras planas de The New York Times y otros periódicos mostraban titulares sobre su muerte en una fallida invasión a Cuba el 2 de diciembre de 1956. El gobierno cubano, encabezado por Fulgencio Batista, había difundido la historia falsa para acabar con la insurrección encabezada por Castro, y por meses el mundo creyó que Castro y su hermano menor, Raúl, habían visto su final vergonzoso en una solitaria playa cubana.
La verdad de la poco probable supervivencia de Castro no se conoció antes del siguiente febrero, cuando un periodista estadounidense desafió los retenes del ejército, a menudo disfrazado, para ver al rebelde en su escondite montañoso en la Sierra Maestra de Cuba. Acababa de amanecer, con un débil sol invernal asomándose sobre las montañas y el bosque goteando por la lluvia nocturna, cuando el arbusto denso se partió y en el claro caminó un Castro joven y muy vivo. Era febrero de 1957, y el reportero estadounidense estaba hipnotizado.
“Este era todo un hombre, una figura poderosa de 1.91 metros, piel aceitunada, cara redonda, con una barba desaliñada”, escribió Herbert Matthews en su artículo exclusivo de primera plana en The New York Times. “La personalidad del hombre es abrumadora. Era fácil ver que sus hombres lo adoraban y también ver por qué ha cautivado la imaginación de la juventud de Cuba por toda la isla. Aquí estaba un hombre educado, fanático dedicado, un hombre de ideales, de coraje y cualidades notables de liderazgo”.
Esa reunión entre Matthews, un corresponsal de guerra de 57 años de edad y distinguido escritor de editoriales, y el revolucionario de 30 años de edad con licenciatura en derecho, marcó el comienzo de lo que se convertiría en una relación compleja —y, en ocasiones, problemática— que ayudó a Castro a ascender al poder. También suscitó preocupaciones tempranas sobre la veracidad de lo que aparece en las noticias, o (como se les conoce más comúnmente hoy día) “noticias falsas”.
En los siguientes cinco años, el reportaje de Matthews creó el mito de Castro, un genial Robin Hood latinoamericano luchando por los pobres y desposeídos. Los perfiles resplandecientes del escritor le ganaron al líder cubano la simpatía y el apoyo del público estadounidense. También ayudaron a solidificar la posición de Castro en la isla y tuvieron un papel en el notable cambio radical de la revolución, el cual con el tiempo llevó a la crisis de los misiles en 1962 que casi convirtió en cenizas el hemisferio occidental.
GANAR LA GUERRA DE PRENSA
El ascenso de Fidel Castro comenzó el 1 de diciembre de 1956, cuando el joven abogado, junto con Raúl, el médico argentino Ernesto Che Guevara y 79 jóvenes rebeldes cubanos trataron de atracar su sobrecargado yate de madera, el Granma, en la costa sureste de la provincia de Oriente en Cuba. Planeaban unirse a sus partidarios en tierra y lanzar una rebelión para derrocar al coronel Batista, quien había gobernado el país de manera intermitente desde 1933, a veces detrás de un presidente títere. Después de estar fuera del poder algunos años, Batista se postuló a la presidencia de nuevo en 1952. Al enfrentarse a una derrota casi segura, lanzó un golpe de Estado y eludió las elecciones, incluida la contienda congresista en la cual Castro era candidato.
Castro entonces tomó las armas en contra del régimen de Batista, y la mañana del 26 de julio de 1953, atacó las barracas militares fuertemente guardadas de Moncada en Santiago, en el extremo oriental de la isla. El ataque resultó ser un fiasco, ya que los rebeldes del ejército de Batista masacraron o capturaron a la mayoría de los presuntos rebeldes revolucionarios. Castro y su hermano escaparon, pero las tropas de Batista luego los atraparon y enviaron a prisión. Menos de dos años después, Batista, pensando que la rebelión había muerto, liberó a los hermanos y a otros quienes participaron en el ataque.
Pero los Castro no estaban acabados, y de inmediato reanudaron la lucha. Los dos hermanos llegaron a México, donde reclutaron apoyo y recabaron dinero para comprar armas y ese yate de segunda mano, el Granma, prometiendo regresar a Cuba, o morir, para finales de 1956.
Los rebeldes zarparon de México el 25 de noviembre de 1956, exactamente 60 años antes de la muerte de Castro, pero llegaron a Cuba dos días después de lo planeado, perdiéndose el levantamiento que supuestamente iba a coincidir con su atraque. Eso no fue todo lo que salió mal. En vez de anclar en una playa poco profunda, el bote encalló en un manglar, lejos de la costa. Los rebeldes caminaron por aguas a la altura del pecho, dejando detrás la mayoría de sus suministros.
Las fuerzas de Batista los esperaban. Sus aviones ametrallaron a los rebeldes mientras batallaban para llegar a tierra, matando a muchos, pero no a todos. Esa noche, los periódicos de todo el mundo publicaron un reporte de United Press International en que aviones y tropas de pie habían arrasado con los rebeldes, incluido su líder, Castro.
La mayoría de los rebeldes fueron muertos o capturados, pero los hermanos, Guevara y unos cuantos más gatearon desde la playa hasta la ladera de la Sierra Maestra, el crisol de las revoluciones cubanas. Montaron un campamento, curaron sus heridas y empezaron a reclutar nuevos partidarios. Por varias semanas, el gobierno de Batista continuó reportando que Castro estaba muerto, y él se mantuvo inusualmente callado. Luego decidió que era hora de hacerle saber al mundo la verdad.
Él sabía que los reporteros cubanos le temían demasiado a Batista como para contar su historia, por lo cual buscó un corresponsal extranjero. El reportero de The New York Times en La Habana, R. Hart Phillips, había cubierto a Cuba por décadas, pero pocos en la isla sabían que Phillips era una mujer, una de las pocas corresponsales de la época.
A Phillips le sorprendió saber que Castro había sobrevivido, pero ella temía que escribir tal artículo incendiario hiciera que la expulsaran. Además, Castro era considerado como impulsivo, y lo que ella sabía del fallido ataque a Moncada le daba poca confianza de que la rebelión de él tendría éxito. Rechazó la entrevista, luego se la ofreció a su compañero de oficina Ted Scott de NBC. Scott también dijo que no, por las mismas razones.
Phillips cayó en cuenta de que la única manera en que un periodista podría hacer el artículo sería tomar un vuelo, entrevistar a Castro y luego salir de Cuba antes de que se publicara el artículo. Llamó a Nueva York y le pasó la información a Matthews, quien estaba ansioso de llevar a cabo la entrevista.
Acompañado de su esposa, Nancie, Matthews llegó poco después. Esperaron en un hotel de La Habana por varios días hasta que recibieron una señal de que el viaje a la ladera estaba en marcha. Su plan era ir a las montañas disfrazados como un sembrador estadounidense y su esposa, explorando propiedades.
La treta funcionó. El ejército saludaba a la pareja desde las barricadas conforme avanzaban hacia la sierra. Los rebeldes llevaron a Nancie a una casa de seguridad y llevaron a Matthews al borde de la sierra, donde él comenzó un extenuante ascenso nocturno. Con frío, cansado, hambriento y comido por los mosquitos, Matthews llegó al campamento de los rebeldes antes del amanecer y esperó allí con su séquito hasta que Castro salió del bosque.
Hablaron por horas, a veces en inglés, pero principalmente en español, con Matthews tomando notas escasas en unas pocas hojas dobladas de papel. Registró una descripción del rifle de Castro con mira telescópica, y contó a los rebeldes rondando en la cercanía. Matthews compartió algo de la comida de los rebeldes, y él y Castro fumaron puros. Antes de marcharse, el reportero le pidió al líder rebelde que firmara y datara sus notas para demostrar que la entrevista se había dado, luego Matthews se reunió con su esposa. Uno de los hombres de Castro los llevó en coche a La Habana, donde abordaron un avión a Nueva York, con las notas controvertidas de Matthews escondidas en el ceñidor de su esposa, donde sabían que no la revisarían.
LA GUERRA POR OTROS MEDIOS: El Che Guevara dijo que los artículos del Times sobre Castro le dieron a los rebeldes algo más grande que una victoria militar. Foto: ALEXANDRE MENEGHINI/REUTERS
“CAPÍTULO EN UNA NOVELA FANTÁSTICA”
Matthews escribió tres artículos sobre su encuentro notable. El primero se publicó el domingo 24 de febrero de 1957, cuando The New York Times anunció en su primera plana que Castro —a quien se creía muerto desde el diciembre anterior— no solo estaba vivo, sino que cobraba fuerza. Lo más importante fue que Matthews presentó una versión de Castro que no quería el poder para sí. “Sobre todo —citó él a Castro—, luchamos por una Cuba democrática y un final de la dictadura”. Castro juró que su meta era restaurar el gobierno constitucional en la isla y celebrar elecciones. El revolucionario cubano dijo que no albergaba animosidad por Estados Unidos o el pueblo estadounidense, y no mencionó algo que remotamente se asemejara a una ideología comunista.
Cuando apareció ese primer artículo, el gobierno de Batista lo llamó “un capítulo en una novela fantástica”. A pesar de que en la primera plana aparecía la firma de Castro debajo de una foto de él blandiendo su rifle telescópico, funcionarios cubanos señalaron que el reportero del Times no traía una foto de Castro.
Al día siguiente, el Times publicó una foto borrosa de Matthews y Castro charlando y fumando puros. La mala calidad de la foto la había mantenido fuera del periódico hasta que La Habana desafió la integridad del artículo.
Los censores de Batista mantuvieron a la mayoría de los periódicos extranjeros fuera de la isla, y editaron tremendamente los que se permitió pasar. Incluso las copias de The New York Times entregadas a la oficina del embajador de Estados Unidos no llevaban los artículos de Matthews. Pero los partidarios de Castro en Estados Unidos eran listos. Reunieron listas de correos y enviaron fotocopias a miles de partidarios, líderes de opinión y empresariales. Pronto todos en Cuba sabían que Castro estaba vivo y continuaba su revuelta.
Por casi dos años después, Castro combatió al ejército de Batista. Pero en cuanto la administración del presidente Dwight Eisenhower suspendió las ventas de armas a Batista en 1958, el final estaba claro. En la víspera de año nuevo de 1958, mientras Matthews asistía a una fiesta en La Habana y Castro se mantenía oculto en la sierra, Batista huyó de La Habana rumbo a República Dominicana con su familia, algunos partidarios íntimos y una pila de botín. Al día siguiente, los rebeldes entraron en la capital y asumieron el control.
Castro descendió de las montañas y se abrió paso lentamente por la isla. El 8 de enero entró triunfalmente en La Habana, un día después de que la administración de Eisenhower reconociera oficialmente al nuevo gobierno, el cual estaba compuesto de funcionarios cubanos moderados, y limitó a Castro a supervisar las fuerzas armadas. Ese arreglo no duró mucho.
“SOY UN MARXISTA LENINISTA”
Cuando Castro llegó a Estados Unidos pocos meses después, fue recibido como una celebridad. Aun cuando Eisenhower se negó a reunirse con él, sí habló con el vicepresidente Richard Nixon, quien dijo después que Castro “es o increíblemente inexperto sobre el comunismo o bajo la disciplina comunista, mi opinión es lo primero”. En la ciudad de Nueva York, Castro habló enfrente del Club de Prensa Extranjera. Por primera vez presumió de haber engañado a Matthews para convencerlo de que sus fuerzas eran mucho mayores de lo que en realidad eran mediante hacer marchar a los mismos hombres en círculos durante la famosa entrevista en la sierra.
Matthews siempre negó que lo hubieran engañado, pero no hay duda de que lo pilló por sorpresa que Castro abrazara en secreto la ideología marxista, al igual que a muchos cubanos, incluidos algunos que lucharon codo a codo con él. El comandante rebelde Huber Matos consideró el cambio de Castro hacia el comunismo como una traición, como lo hicieron muchos. Cubanos de toda la isla y en Estados Unidos culparon a Matthews, así como a The New York Times, de complicidad en el acto traicionero.
Matthews conservó un acceso extraordinario a Castro y continuó defendiéndolo y a su revolución, insistiendo en que no era comunista “en ningún sentido de la palabra”, incluso cuando Cuba se volvió cada vez más hacia la Unión Soviética. Pero después de que Castro proclamó su revolución “socialista”, justo cuando se daba la invasión de Bahía de Cochinos en abril de 1961, Matthews reconoció la verdad. Finalmente, durante un discurso encendido de cinco horas a finales de 1961, Castro declaró desafiante: “Soy un marxista leninista, y lo seré hasta mis últimos días de vida”.
El poder de las noticias manipuladas para moldear los eventos mundiales era claro incluso entonces. Años después de la revolución, Guevara escribió en sus memorias que los artículos de Matthews le dieron a los rebeldes algo más significativo que una victoria militar. Muchos otros también lo vieron de esa manera. Por años, los cubanos anticastristas se manifestaron afuera de las oficinas centrales de The New York Times, y mencionar el nombre de Matthews en la Pequeña Habana de Miami todavía provoca que los cubanos de cierta edad escupan.
En el otrora Palacio Presidencial de La Habana, ahora el Museo de la Revolución, hay una vitrina completa dedicada al encuentro de 1957 entre Matthews y Castro. En el Malecón junto al mar, el bulevar más famoso de La Habana, un monumento a los héroes cubanos incluye una placa de bronce con el nombre de Matthews.
Y en las profundidades de la sierra, en una meseta escondida a la que solo se puede llegar tras una caminata de varias horas a través de los maizales de los campesinos, a través de bosques densos y un arroyo lodoso, se yergue un monumento de piedra que recuerda el encuentro entre el periodista estadounidense y el comandante rebelde, un encuentro que creó el mito que hoy continúa inspirando y acechando a ambos países.
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Anthony De Palma, excorresponsal extranjero de The New York Times
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek