La muerte del titiritero

CARACAS,
Ven.— La verdad es que carece de importancia real la muerte, la desaparición
física de Fidel. Como cualquier otro mortal (aunque él haya imaginado ser más
que eso), dejó de respirar. Su pulso se detuvo. Su cuerpo quedó inmóvil. Ya no seguirá
modelando su indumentaria Adidas, como si fuera un abuelito gruñón al que los
nietos visitan los domingos en el asilo y lo sorprenden balbuceando cuentos
baratos sobre luchas, victorias y malévolos imperios que no pudieron doblegar “su
revolución”, mientras una enfermera obstinada lo persigue para obligarlo a
tragar las 20 píldoras que le permiten seguir trastabillando con terquedad
sobre la superficie del planeta Tierra… pura palabra… puro show… puras mentiras
de alguien que se dedicó a someter y engañar. Aunque, en cierta manera, hace
rato ya estaba muerto. Porque lo peor que le puede ocurrir a un evangelizador
maléfico —como Fidel— es estrellarse contra el granítico muro del tiempo. La
edad no perdona a los buenos, pero mucho menos a los malos. No debió ser fácil
mirarse al espejo en sus últimos años: un narcisista-egomaníaco cuyas virtudes
y capacidades fueron amputadas por el inmisericorde verdugo que es —en casos
como este— la naturaleza.

Y así, vapuleado,
derruido físicamente, el coloso se fue extinguiendo de la escena que siempre
protagonizó, como cada uno de los Cohiba que fumó apaciblemente mientras
exhalaba bocanadas de prepotencia. Eso sí, luego de haber inyectado suficiente
veneno, cual cobra que presiente su aniquilación pero antes espera dejar un
legado de agonía y dolor (es decir: que nadie olvide lo que mejor supo hacer).

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La Plaza de la Revolución de La Habana luce abarrotada durante los funerales que se celebran en honor a Fidel Castro, mismos que tendrán una duración de 9 días.

FOTO: AFP

Fidel Castro
envenenó no solo a su gente, su país, sino todo aquello que tocó. Nada bueno,
nada positivo, puede escribirse de su obra que es, en una palabra: tiranía. No
hay excusas ni lamentos ni duelos ni honor ni orgullo… al menos no para los
que, de alguna manera u otra, son víctimas de su paso por este mundo. Y pocos
no son.

Las falsas
ideas igualitarias (¿acaso vivió Fidel y su séquito tal como los demás
cubanos?); las utopías trasnochadas que no conducen en otro sentido diferente
al de callejones ciegos, donde la única luz es proyectada por un caudillo que
deja en penumbra al resto de la población, se han propagado, fomentado y
expirado tarde o temprano. Pero ese virus, la enfermedad del poder y
protagonismo de Fidel, tuvo su revival.
Y la enorme y casi infinita nube que ahoga la existencia del pueblo cubano,
destinado a la humillación y el miedo, desde que Castro convirtió la isla en su
reino y fortaleza, se desplazó, fue atraída hasta Venezuela por otro tirano que
se valió de la misma medicina histriónica para inocular odio, división y
discursos para los que una nación pobre en educación, sin memoria ni líderes
políticos carismáticos y con la corrupción como componente de su ADN social,
tuvo tanto poder de aguante como una adolescente en plena explosión hormonal,
que es tocada con morbo por primera vez… Hugo Chávez sedujo a Venezuela como un
Sith Lord de Star Wars, justo como lo hizo Fidel, cuando no vestía ropa
deportiva Adidas.

Master of Puppets

El potente
clásico de la banda rockera Metallica resume mucho de lo ocurrido en la
Venezuela hugo-fidelista: “Master of
puppets I’m pulling your strings/Twisting your mind and smashing your
dreams/Blinded by me, you can’t see a thing
”.Porque
la gran sensación que ha acompañado a los venezolanos desde el 8 de marzo de
2000, cuando Hugo Chávez pronunció la horrible consigna profética de: “Cuba es
el mar de la felicidad. Hacia allá va Venezuela”, es de la existencia de un
gobierno alterno o superior que maneja los hilos de todo aquello que
posteriormente ejecutó, primero Hugo Chávez y ahora Nicolás Maduro. Fidel fue
el maestro titiritero. Él fue el líder real, el cerebro que planeó muchos de
los padecimientos de los venezolanos. Él fue la imagen y semejanza. La fórmula
que jamás debió ser repetida pero que fue copiada y alterada (para peor) por
otro personaje lleno de rencor, sediento de venganza y con un ego tan grande
como su incapacidad gerencial. Solo alguien como Hugo Chávez pudo destruir
Petróleos de Venezuela (alguna vez empresa modelo a nivel mundial), empobrecer
a los que ya eran pobres y demoler derechos humanos como
si se tratase del lobo feroz soplando la endeble casa de los cerditos. Fue revisitar
el mapa cubano. Mapa que no muestra un tesoro sino arcas repletas de desgracia.

Fidel hizo
lo que le dio la gana con Hugo (o sea, con Venezuela). Obtuvo todo lo que
quiso. Poder, dinero, más protagonismo… al final, todo innecesario. Todo burdo.
Todo a costa de millones de personas. ¡Millones! Tanto sufrimiento, por simples
caprichos paridos en mentes distorsionadas. Tanta retórica. Tanta falsedad. Pues,
cuando el imperio yankee le tocó la puerta, los Castro olvidaron —súbitamente—
todo lo que han venido criticando de ellos y abrieron sus bolsillos para
recibir al gran capitalismo —que ya no es tan maldito— de regreso a su isla de
la fantasía. ¿Y Venezuela? Bueno, es como la raza de aliens de Día de la Independencia, que van de
planeta en planeta chupando los recursos hasta conseguir otros mundos. Eso es
lo que hizo Fidel con Venezuela. Fue una aspiradora. Una plaga voraz que acabó
con lo que teníamos… no solo los recursos, los bienes, el dinero, sino los
sueños, el presente y buena parte del futuro. No fue una violación. Aquí hubo
total complicidad y consentimiento. Hugo Chávez invitó a un sádico a llevarse
todas las doncellas que quisiera… ¡Y además le pagó por hacerlo!

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Sigo
escuchando, como supuesto consuelo, la frase patética “la historia lo juzgará”.
Excelente pero, ¿eso qué puede importarle a los venezolanos que ahora viven en
miseria y desespero, gracias a Fidel y sus planes macabros cocinados junto a
Hugo Chávez? Venezuela no puede esperar por el juicio de la “historia”.
Venezuela ha experimentado durante casi dos décadas el peso de la historia. ¡Y
qué peso!, como una estampida de mamuts prehistóricos atravesando un puente que
ya era endeble.

Intelectuales,
líderes políticos, artistas, gente común… todos pueden decir lo que les
provoque sobre Fidel Castro. Todos pueden hablar de su valentía y coraje y
creer lo que deseen creer. Pero para los venezolanos que hoy no tienen
alimentos ni medicinas, Fidel fue el gran tumor que generó un cáncer llamado
Hugo Chávez y luego una metástasis llamada Nicolás Maduro. Sin embargo, Fidel y
Hugo unieron a Cuba y Venezuela en un solo deseo que comparten sus ciudadanos:
escapar, a como dé lugar, de la pesadilla que viven en esos países. **