¿Debería Trump, como presidente, moderar su actividad en Twitter?

Sí, fue pretencioso e inmaduro cuando el elenco de Hamilton decidió sermonear al vicepresidente electo Mike Pence después de su actuación la noche del viernes pasado, como si el ex miembro del Congreso y exgobernador de Indiana necesitara que le dijeran que era un deber de él y de la administración entrante el proteger los “derechos inalienables” de los ciudadanos de EE. UU.

Si Pence tuviera un poco más de aplomo, quizá le habría ido bien regresar al teatro, subirse al escenario, pedir un micrófono y darle al elenco unas cuantas lecciones de historia.

Alexander Hamilton, un inmigrante caribeño, vio una “grandeza” en su nación adoptiva pero también creía que uno de los peligros más importantes que enfrentaba el joven país era su tendencia a verse a sí mismo como una serie diversa de estados y personas en vez de una nación unida.

Proteger la diversidad per se —la verdadera agenda del elenco— no era la de Hamilton. Pero, como una segunda mejor respuesta, la reacción de Pence de que no se sentía ofendido y estaba dispuesto a decirles a sus “niños” que el discurso posterior a la obra era “como suena la libertad” ciertamente fue adulta y un recordatorio de por qué Pence era una elección sensata de Donald Trump al escoger su compañero de planilla.

Pero la respuesta de Trump a la pomposidad del elenco de Hamilton no fue en absoluto adulta. Tampoco lo fue su respuesta al sketch de Saturday Night Live con Alec Baldwin burlándose de su transición.

El hecho de que Trump parezca sentir necesario el responder a todo desprecio es desconcertante, por decir lo menos. ¿Él realmente planea, cuando sea presidente, perder tiempo y energía en los más transitorios de los asuntos?

Su deber constitucional será “ejecutar fielmente el cargo de presidente”, no participar en una guerra de tuits.

Dado el poder del cargo, es del todo inapropiado usar el “púlpito superior” como un “púlpito para abusar”. 

Un presidente puede instruir y puede defender una causa, pero no debería usar su posición extraordinaria en el orden constitucional para degradar públicamente los talentos de alguien que a él le desagradan.

Y más al respecto, el límite de 140 caracteres de un tuit se presta a expresar las pasiones de uno —amor u odio— pero no puede sustituir al argumento razonado.

Trump dice que quiere hacer a EE. UU. grandioso de nuevo. Pero, como Hamilton (coautor de El federalista y autor de gran cantidad de otras obras extensas y detalladas sobre los asuntos públicos) le podría haber dicho, esto requiere de un nivel de discurso público el cual asume que el público y sus representantes están abiertos a la argumentación, la persuasión y hallar un consenso.

Si falla ello, Trump descubrirá que su única alternativa es precisamente el tipo de acciones unilaterales que los conservadores hallaron tan ofensivas cuando el presidente Barack Obama las empleó.

Este artículo apareció primero en el sitio del Instituto Estadounidenses para las Empresas.

Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek