¿Se recuperará el Partido Republicano de una derrota de Trump?

¿Será Donald Trump el Samsung Galaxy Note 7 de la escena política, es decir un producto tan fallido (e incorregible) como para que resulte imposible repararlo? ¿Las fuerzas del mercado tan queridas por los republicanos nos convencerán de que deben comenzar de nuevo, retirando el modelo 2016 después del día de la elección?

(Algunos incondicionales ya han manifestado su opinión respecto a esta proposición al expresar sus declaraciones anti-Trump, generando una especie de contraparte virtual de las cabinas establecidas por Samsung en los aeropuertos para desechar el fallido teléfono).

Samsung tiene un registro lo suficientemente sólido como para indicar que puede sobrevivir a la calamidad del Galaxy Note 7. Resulta menos claro si el desastre de “Trump 2016” será temporal para el Partido Republicano, e incluso para todo el país.

Hubo una época en la que había mejores modelos republicanos que ofrecer. Líderes icónicos como Abraham Lincoln y Theodore Roosevelt le dieron al Partido Republicano una sólida base para su éxito político en el siglo XX, así como el impulso suficiente como para sobrevivir a los registros mixtos de los últimos abanderados.

Tan “mixtos” como la tendencia del régimen de Dwight Eisenhower en la década de 1950 a alejarse de las posturas moderadas en cuanto a la política exterior para realizar operaciones encubiertas, ideas de venganzas masivas y una participación temprana en Vietnam (así como el liderazgo poco entusiasta en el área de los derechos civiles).

Tan “mixtos” como la combinación de Richard Nixon entre su aguda conciencia intelectual de las nuevas realidades en la década de 1970 y su paranoia relacionada con la pérdida del poder personal y el prestigio nacional, además del escándalo (es decir, Watergate).

Tan “mixtos” como la manera en la que Ronald Reagan conjuntó su talento para resultar agradable y su aprovechamiento de los grandes problemas de la Unión Soviética con una retórica romántica sobre “el amanecer en Estados Unidos”, perjudicando las acciones relacionadas con la desregulación y los impuestos, así como sus maquinaciones en Centroamérica, además del escándalo (es decir, Irán-Contras).

La balanza se inclinó previamente con George W. Bush y luego se aceleró salvajemente con el implacable obstruccionismo del Partido del Té y con la determinación de los líderes republicanos del Congreso de obstaculizar a Barack Obama. (¿Recuerdas la declaración del líder de la minoría del Senado Mitch McConnell, quien dijo, “la única cosa más importante que deseamos lograr es que el presidente Obama sea un presidente de un solo periodo”?)

Ahora tenemos el crescendo de 2016: un híbrido entre el circo y El Ocaso de los Dioses, en el que horribles payasos salen uno tras otro del Trumpmóvil y en el que muchos líderes republicanos han aplaudido vergonzosamente la función.

El tiempo dirá si los republicanos tendrán (o merecerán) una esperanza de recuperación como la de Samsung. Quizás los votantes presentarán la misma tendencia a olvidar rápidamente que puede verse con tanta frecuencia en la vida política estadounidense.

Por otra parte, quizás Trump haya catalizado el tipo de caída en el partido que no se ha visto desde los días de los federalistas y los Whigs, la cual fue muy importante para el propio nacimiento del Partido Republicano en la década de 1850.

El destino de un partido político es una cosa, e incluso puede ser que logre ganarse algo con una trayectoria tipo Samsung 7 para el Partido Republicano. Es más perturbador contemplar la posibilidad de amplias réplicas a escala nacional tras un terremoto de Trump (el cual generaría el derrumbamiento de Hillary Clinton).

Después de todo, a pesar de todas las preocupaciones comprensibles con respecto a Donald, Estados Unidos ya tenía serios problemas mucho tiempo antes de que su candidatura fuera algo más que un simple proyecto en la mente del propio Trump.

Fueron precisamente esos problemas los que proporcionaron la materia prima a los recientes demagogos; por ejemplo, una economía frágil en la que la clase media pierde terreno y millones de personas están preocupadas por no contar con seguridad laboral o prestaciones; la frustrante (e indignante) pérdida de vidas humanas y de dinero en Irak y Afganistán, aunada al escalofriante desafío del grupo Estado Islámico (ISIS); nuevos episodios de violencia con arma de fuego y dramáticos chispazos lanzados por las tensiones raciales.

En teoría, una victoria sólida de Clinton daría a Estados Unidos, y no sólo al Partido Republicano, el tipo de patada en el trasero que anunciaría un nuevo capítulo en el impulso estadounidense, con amplias raíces históricas, de arreglar aquellas cosas que resultan evidentemente perturbadoras. Una derrota aplastante de Trump podría desencadenar un deseo de cumplir más plenamente las promesas y la percepción que el país tiene de sí mismo.

Ha habido otros momentos como este en el pasado. Sin importar lo incompletos que hayan sido, esfuerzos como el progresismo, el New Deal y la Gran Sociedad hicieron que el país fuera más fuerte y mejor para millones de ciudadanos, incluidos aquellos que fueron trágicamente estafados por conductas con una capacidad al estilo deThe Walking Deaden ausencia de vigilancia.

Dada la plataforma de Clinton y el impulso de la presidencia de Obama, la mula que representa al Partido Demócrata podría necesitar esa patada en el trasero un poco menos que otros, aunque incluso los demócratas harían bien al absorber la urgencia derivada de la ira de los partidarios de Trump (y Bernie Sanders).

¿Acaso los republicanos que logren mantener su trasero en las curules del Congreso entendieron el mensaje de que el obstruccionismo extremo no ha logrado ser una estrategia ganadora? Y/o quizás las palabras escritas a mano en las paredes sean leídas también por poderosos jugadores del sector privado.

¿Acaso los miembros del 1 por ciento, los charlatanes del sector financiero y los directores ejecutivos/directores de finanzas que calculan el balance entre la mano de obra barata en el extranjero y la furia consumista (y el poder adquisitivo) en el frente nacional decidirán que este es un momento en el que “la discreción es la mejor parte del valor”, en el que la modificación de los apetitos podría producir algo más seguro que las apuestas de Gordon Gecko, el personaje principal de la películaWall Street?

¿Y/o los votantes, es decir, los ciudadanos promedio alabados en los himnos a la democracia, comenzarán a analizar con más cuidado y con más discernimiento las mercancías que les ofrecen los vendedores de puerta en puerta?

Tales cuestiones deben plantearse teniendo como telón de fondo la credibilidad evidente durante los últimos siete años, así como los amplios antecedentes de impaciencia, intolerancia e indiferencia que el país manifiesta ante la complejidad de asuntos y desafíos.

Ese telón de fondo hace que resulte demasiado concebible que una victoria resonante de Clinton provoque, en cambio, un gran suspiro de alivio por haber esquivado una bala expansiva. Incluso podría existir la tentación a celebrar la forma en que los estadounidenses demostraron ser demasiado inteligentes y demasiado buenos como para beberse la poción envenenada de Trump.

Seguramente, habría razón para sentirse aliviados y satisfechos, pero cualquiera de estos factores, o ambos, podría inhibir la realización de acciones serias para resolver problemas serios. Ello dará entrada a más ira (y más disfunción) en los años por venir.

Aunque sería maravilloso equivocarnos, una apuesta por la sana recuperación de Estados Unidos después de Trump parece menos segura que apostar por la recuperación de Samsung del desastre provocado por el Galaxy Note 7. Y los dueños del dinero verdaderamente inteligentes quizás ni siquiera apuesten a esto “grandemente” (como diría Donald).

Este artículo apareció por primera vez en el sitio web de la Escuela de Economía de Londres.
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek