EL 16 DE JULIO DE 2012, la Federación Mexicana de Futbol presentó el Código de Ética del balompié nacional. Justino Compeán, el copetazo blanco, la tez bronceada, marcadas las arrugas de la frente, se ufanaba de que el reglamento se convertiría en el “eje rector” del futbol nacional. El entonces presidente de la Federación lanzaba una velada advertencia con tintes de premonición: “Ahí tienen a Miguel Herrera, que es muy pasional, pero tendrá que medirse, como deberán hacerlo todos”. Exactamente tres años más tarde, el llamado Piojo se convertiría en el más explosivo de cuantos personajes han desacatado la normativa que aquella brumosa mañana primaveral se daba a conocer con bombo y platillo en uno de los salones del World Trade Center de la Ciudad de México.
El Código de Ética es un documento de pulida redacción que tiene como objetivo “publicar y difundir los principios bajo los cuales deberá actuar toda persona involucrada en el futbol mexicano”. En un país donde el deporte no se libra de los vicios más dañinos de la vida nacional, como son la corrupción y la impunidad, sonaba muy bien establecer ciertos parámetros de valores y honestidad tanto para los futbolistas como para los hombres de pantalón largo. Además de exhortar a jugar limpio dentro y fuera de la cancha con la aspiración de tener una liga ejemplar, el documento promueve el respeto y la dignidad en el juego de las patadas, tan sano en su esencia y, al mismo tiempo, tan propenso a las prácticas indecorosas.
Sin embargo, a lo largo de cuatro años y tres meses, el susodicho código ha sido violado en repetidas ocasiones y solo en algunas de ellas la Femexfut ha sancionado ejemplarmente a los infractores.
Durante la jornada uno del Torneo de Clausura 2014, Ricardo Ferretti, técnico de los Tigres, declaró que “el América es el único equipo que juega con 12”, dando a entender que el árbitro (aquel día fue Ricardo Arellano) también se vestía de amarillo. No pasó a mayores, le echaron paletadas de tierra al tema y el brasileño naturalizado mexicano ha seguido dirigiendo hasta la fecha como si nada.
El 8 de marzo de 2015, tras ser expulsado durante un partido entre la Universidad de Guadalajara y los Tigres, el mismo entrenador de los felinos hizo señas obscenas a un sector del público desde un palco del Estadio Jalisco. Fue multado con 135 000 pesos por la Comisión Disciplinaria, pero nuevamente faltó un correctivo enérgico para sentar un precedente.
El 7 de junio de 2015, en el marco de la jornada electoral que se celebraba en la república mexicana, Miguel Herrera, a la sazón técnico de la Selección Mexicana, enjaretó propaganda política en Twitter. “No dejen de votar, vamos con los verdes” y “Los verdes sí cumplen” fueron los mensajes, mitad obvios, mitad subliminales, que Herrera endilgó a sus seguidores, decepcionados por el abuso de confianza del estratega. Jugaba con las palabras, pues “los verdes” son también los jugadores del equipo nacional. Aprovechándose lastimosamente de su condición de celebridad hizo proselitismo político a favor del Partido Verde, contraviniendo el artículo 7 del Código de Ética, que obliga a los afiliados al futbol profesional a “mantener una posición neutral en asuntos de carácter político o religioso”. A pesar de la flagrante infracción a su cacareado código, la Femexfut permaneció pasiva y, por si fuera poco, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación exoneró a Herrera y a los jugadores Oribe Peralta y Marco Fabián, que secundaron a su entrenador como propagandistas políticos emergentes.
Cincuenta días después de aquellos tuits, el 27 de julio el llamado Piojo volvió a brincarse las trancas al agredir a Christian Martinoli en el aeropuerto de Filadelfia. Esta vez, cosa rara, el Código de Ética sí se aplicó y Decio de María, el máximo dirigente del futbol, no tuvo más remedio que despedirlo de su cargo de entrenador de la selección mayor. Aunque existían otras maneras más inteligentes y hasta estratégicas de remediar sus diferencias con el cronista de Televisión Azteca, Herrera se dejó llevar por la calentura y tiró por la borda un buen contrato y un excelente proyecto deportivo.
El 5 de marzo de este año, la Federación se hizo de la vista gorda ante la despedida de Cuauhtémoc Blanco en un partido oficial entre el América y el Morelia sobre la grama del Estadio Azteca. El ídolo barrial no mantenía una posición neutral en asuntos de carácter político (como demanda la llevada y traída ley), pues era presidente municipal en funciones de la peliaguda ciudad de Cuernavaca.
El 15 de octubre pasado, el técnico del Cruz Azul Tomás Boy cometió un exabrupto que rayó en lo grotesco. Durante el partido entre su equipo y el Morelia en la capital michoacana, sacó su cartera y la mostró al público de forma ostensible, en clara insinuación de que el árbitro Luis Enrique Santander había sido comprado por el equipo rival. No presentó pruebas del supuesto soborno. Calumnia, que algo queda. El estrafalario entrenador infringió el artículo 8 del ignorado documento, que señala: “El respeto a la integridad moral de los otros es uno de los principios más importantes dentro del futbol federado, por lo que no se deberá realizar ningún tipo de declaración que tienda a desacreditar, desprestigiar, causar perjuicio o daño, o ir en detrimento de un tercero”.
Evidentemente, no se necesita una declaración verbal para desprestigiar a un árbitro. El lenguaje corporal de Boy era, en sí mismo, una acusación sin palabras, pero la ridícula sanción fue de únicamente dos partidos de suspensión. El cúmulo de desfiguros, las repetidas gansadas y los pobres números de la Máquina Cementera, obligaron a la directiva celeste a cesarlo el día 22 tras perder en el último minuto en casa frente al Puebla. Pero más allá de eso, por enésima vez quedaba en evidencia la blandura de la Federación, que perdía una excelente oportunidad de imponer un castigo modélico.
Cualquier falta grave puede esperarse en el futuro, al fin que el castigo será meramente simbólico. Si la Federación se recarga en la Comisión Disciplinaria, que impone sanciones irrisorias, ¿de qué le sirve haber promovido un quijotesco reglamento si no tiene el total convencimiento de hacerlo valer?
Hasta el momento, el Código de Ética del futbol mexicano ha quedado simplemente como una buena idea. Párrafos inspiradores y románticos. Letras muertas y nada más.