Los otros secretos de Mazatlán

Se le conoce como La Perla del Pacífico porque además de
sus playas y su histórica ciudad, Mazatlán y sus alrededores guardan asombrosos
secretos. La narrativa oficial destaca que, durante la segunda mitad del siglo
XIX, en un periodo menor de 30 años, la ciudad resistió estoicamente el asedio
militar de tres potencias mundiales, Estados Unidos, Francia e Inglaterra,
además de eventuales invasiones piratas. Ya en tiempos modernos, ha prosperado
como uno de los destinos más significativos de la costa oeste mexicana, que
conserva celosamente el esplendor de 500 años en las coloridas calles de su
centro histórico.

Cerca
de la costa se localiza un pequeño archipiélago conformado por las islas Piedras Blancas, de Pájaros, Lobos y
Venados;
en las orillas de esta última, a pocos metros bajo la superficie
del mar, se oculta un fascinante arrecife cromático y lleno de vida. Mazatlán
es el lugar predilecto para quienes gustan de velear o para los aficionados a
exclusivos deportes acuáticos como la pesca de marlín e incluso el surfing.

Transportarse
en la ciudad implica asumir el folklore local y el hecho de situarse en un
destino de playa. Por ello es fácil sucumbir a la tentación de abordar los
peculiares vehículos que circulan por la región. La vox populi cuenta que cuando
alguien aborda alguno de estos autos turísticos corre el riesgo de contraer una
enfermedad pulmonar, ello debido a que la ausencia de portezuelas permite la
circulación absoluta del viento. De tal suerte que estos coches adoptaron el
nombre de la enfermedad y ahora los paseos a lo largo del extenso malecón son
más divertidos sobre una “pulmonía”.

No
pasa nada excepto percibir en el rostro la brisa marina en medio de un paseo
por lo demás placentero. En ciertos momentos es posible descender para contemplar
de cerca las esculturas que se localizan en la costa así como observar a los clavadistas
que se lanzan desde un peñasco sobre aguas de tan sólo dos metros y medio de
profundidad.

Un viaje en el tiempo

Décadas antes de la
época revolucionaria, entre las postrimerías del siglo XVIII e inicios del XIX,
la zona cobró relevancia en la vida económica del país pues se convirtió en
lugar de tránsito entre uno de los puertos más concurridos y las minas de oro y
plata que se localizaban tierra adentro. Al norte de Mazatlán, en un poblado
llamado El Quelite, floreció una camarilla de bandidos comandados por dos
hermanos de apellido Laureano. Más de 700 rebeldes mantenían en jaque a las
diligencias que transportaban metales preciosos, dinero y mercancías en
general. Ya entrada la primera década de 1800, Los Laureanosfueron abatidos, pero una buena parte de los botines
obtenidos durante sus fechorías aún se conservan en algunos sitios del pueblo.

Es
aquí también donde se conserva una herencia cultural milenaria. Muchas civilizaciones
precolombinas mexicanas practicaron el llamado Ulama o juego de pelota, una competencia deportiva ceremonial que
concluía con el sacrificio de uno de contendientes como ofrenda a los dioses. En
nuestros días, El Quelite y otras comunidades cercanas continúan con la
práctica de este juego, si bien, por supuesto, sin el fatídico final.

Mazatlán
ofrece a sus visitantes no sólo lo que uno esperaría de un tradicional destino
de playa sino mucho más: historia, modernidad, gastronomía, aventura y ecoturismo.
El nombre de La Perla del Pacífico no
es una exageración.