Es una nueva metodología, diferente de los
experimentos en los que se usan cascos externos que captan las ondas cerebrales
desde fuera. Aquí, los investigadores usan la técnica conocida como
microestimulación intracortical (ICMS, por sus siglas en inglés) con la que se
activan neuronas de un área específica del cerebro con señales eléctricas por
medio de chip o electrodos colocados directamente sobre el cerebro.
“El tacto es extremadamente
importante para controlar el movimiento”, señala Robert Gaunt, profesor de la
Universidad de Pittsburgh (Estados Unidos) y coautor del trabajo, publicado en Science Translational Medicine. “Para
recuperar realmente el control normal de la mano o que una prótesis pueda
agarrar y manipular objetos, tenemos que restaurar la capacidad de sentir”.
Y el chip fue a dar al cerebro de Nathan Copeland,
quien una noche de lluvia del invierno de 2004 se rompió el cuello en un
accidente de tráfico. Tenía entonces 18 años y estudiaba nanofabricación, que
abandonó al quedar tetrapléjico e insensible del pecho para abajo y muy poca
movilidad en los brazos. Ahora, 12 años después, Copeland ha vuelto a sentir
que alguien le tocaba la mano gracias a un implante colocado dentro de su
cabeza.
“Es una sensación extraña”, declara Copeland un mes
después de que le implantaran dos minúsculas placas con 32 electrodos cada una
en el córtex somatosensorial primario o S1, el área del cerebro encargada del
sentido del tacto. “Algunas veces siento como una corriente y otra presión,
pero en la mayoría puedo identificar con precisión qué dedo es. Siento cómo
tocan y presionan mis dedos”, señala el joven en una nota distribuida por la
universidad.
En el caso de Copeland, una vez identificada la zona
de su cerebro que controla el tacto de los dedos de su mano derecha, se le
colocaron los electrodos y fueron probando por medio de descargas de distinta
amplitud e intensidad qué neuronas específicas activaban. En un proceso
inverso, los electrodos fueron conectados a un interfaz cerebro-máquina y este
a un brazo robótico. Cuando Gaunt o alguno de sus colegas tocaba los dedos de
titanio, Copeland sentía que estaban tocando su dedo índice, el pulgar o todo
el dorso de la mano.
El joven, que estaba vendado durante los ensayos,
también pudo sentir la intensidad de muchos de esos toques, aunque a veces
también sentía hormigueos u otras sensaciones no naturales. No podía sentir si
el contacto era cálido o frío.
“Todas las cualidades de una sensación física se
procesan en el mismo lugar del cerebro”, anota el neurocientífico de la
universidad sueca de Chalmers, Max Ortiz Catalán, investigador mexicano que
lleva tiempo trabajando en el campo de la neurorrehabilitación y hace dos años
logró implantar un brazo biónico a un amputado.
El enfoque de Ortiz Catalán es diferente pero
complementario al del equipo de Gaunt: “Nosotros conectamos la máquina a los
nervios periféricos que iban al miembro amputado, ellos demuestran que también
es posible estimular directamente la corteza sensorial”.
Tiene sus reservas: “Colocar electrodos dentro del
cerebro es una técnica muy invasiva, habrá qué ver qué sucede con ellos con el
paso de los años y su impacto en las neuronas antes de que esta técnica se
extienda”. La objeción es aceptada por Gaunt, que reconoce que tendrán que
hacer más ensayos y con más personas, miniaturizar aún más el implante y
desconectarlo de la máquina completamente, pero nadie le quita su optimismo con
esta tecnología.