Dentro y fuera de África

Un cadáver yace al lado del camino. El hombre, posiblemente un etíope próximo a los 30 años, está bocabajo en un arbusto con los brazos estirados enfrente de él. Lleva puestos solo unos shortsy una camiseta sin mangas amarilla llena de polvo y sangre. Sin zapatos, sin dinero, sin identificación. Los transeúntes que se dirigen a la oración del viernes se entristecen, pero no se sorprenden.

Se asume que el hombre es uno de los miles que huyen de la sequía en Etiopía y se dirigen a Arabia Saudita. La travesía los lleva a Yibuti a pie, luego van en bote a Yemen, el punto más cercano de la península arábiga. Desde Yemen, les pagan a contrabandistas para que los metan en Arabia Saudita. “La peor parte es el calor”, dice Zeynaba Kamil, una muchacha etíope quien caminó por 15 días a través del desierto yibutiano, donde las temperaturas a veces alcanzan los 130 grados.

Zeynaba ha llegado tan lejos como Obock, una aletargada ciudad porteña al norte de Yibuti que se ha vuelto un centro para la gente que huye hacia dentro o fuera de la zona de guerra. Mientras que los etíopes quieren viajar de aquí a Yemen, miles de refugiados yemeníes que vienen por el otro lado han llegado a las costas yibutianas en el año pasado, escapando del conflicto en su país.

Los etíopes buscan sombra bajo juníperos resecos y ruegan por comida en la mezquita local. Hay alrededor de mil de ellos aquí, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). A pocos kilómetros de la ciudad, 1400 yemeníes viven en el campo de refugiados de Markazi, un recinto cercado y rodeado de amplias extensiones de desierto.

La guerra en Yemen ha ardido desde marzo de 2015, cuando insurgentes hutíes derrocaron al gobierno, suscitando una campaña de ataques aéreos de una coalición encabezada por los saudíes. Hasta ahora, 2.7 millones de yemeníes han sido desplazados internamente, y más de 19 000 han huido a Yibuti. Desde comienzos del año, según calcula el Secretariado Regional de Migraciones Mixtas (SRMM), 40 000 etíopes que huyen de la pobreza y la peor sequía del país en 50 años han pasado por Obock.

Miftahou Kalil, un etíope de camino a Arabia Saudita, dice que él sabe del conflicto en Yemen, pero está determinado a ir de todas maneras. Kalil era un granjero, pero la sequía arruinó su cosecha. “Nada puede ser peor que como está en casa”, dice. Kalil y una docena de hombres de su aldea duermen bajo un árbol en las afueras de la ciudad mientras esperan que los contrabandistas los metan en botes. Los etíopes pagan 100 dólares por un viaje a Yemen. Si sobreviven a la travesía, pagarán 250 dólares para cruzar la frontera fuertemente vigilada con Arabia Saudita.

El hombre hallado al lado del camino a pocos kilómetros de Obock difícilmente es el primero en morir en el trayecto. Kalil y otros etíopes lo entierran en el cementerio local, junto a las tumbas sin nombre de otros tres migrantes. Se turnan para cavar en silencio, luego bajan el cuerpo y rápidamente se dispersan hacia los árboles.

Pocos de estos migrantes o refugiados quieren quedarse en Yibuti. Esta nación desértica y vecina de Etiopía, Eritrea y Somalia es mejor conocida por albergar bases militares estadounidenses y tiene poco que ofrecer a los extranjeros aparte de un clima duro.

Algunos de los etíopes esperan que el conflicto en Yemen les facilite el viaje, ya que las autoridades yemeníes están preocupadas, pero la OIM dice que es lo opuesto. “Tenemos que repatriar cientos de etíopes”, dice Ali al-Jefri, el funcionario de proyecto de la OIM en Obock. “Y muchos regresan con heridas de bala”. Ziad, un contrabandista etiope recién retirado, afirma que el paso es ahora más peligroso que nunca. Él dejó de enviar migrantes después de que uno de sus botes se hundió y vio los cuerpos de sus clientes flotar hacia la costa. Ahora Ziad trabaja como pescador. Su consejo para quienes se dirigen a Yemen: “Lleven un cuchillo”.

Los refugiados yemeníes, quienes a menudo ven migrantes caminar frente a su campamento, no pueden entender por qué alguien estaría dispuesto a entrar en la pesadilla de la que acaban de escapar. “¡Estos etíopes están locos!”, dice Rania Dheya. Su familia llegó a Yibuti hace un año después de que fuerzas hutíes tomaron su ciudad natal, Adén, y “cubrieron las calles de sangre”.

Dheya está agradecida por la generosidad de Yibuti, pero dice que las condiciones de vida en Obock son demasiado duras. El campamento está cercado para proteger a los refugiados de animales salvajes, pero serpientes y escorpiones a menudo se escabullen dentro de sus hogares. En el verano, las tormentas de arena vuelan sus tiendas, y hace tanto calor que pueden freír huevos en el suelo. El calor incesante es una de las razones por las que casi mil refugiados han dejado el campamento desde febrero en busca de la capital epónima, y costosa, de Yibuti, o por zonas relativamente seguras de Yemen.

Yibuti desde hace mucho ha sido un refugio para quienes huyen de conflictos; los refugiados somalíes han estado en el país desde principios de la década de 1990. Al contrario de los otros vecinos de Yemen, Omán y Arabia Saudita, Yibuti da a los refugiados derechos a atención médica, educación y trabajo. Pero con servicios públicos limitados y una tasa de desempleo de 60 por ciento, albergar a los refugiados es una presión para los recursos escasos de la nación. “No rechazaremos a nadie”, dice el prefecto de Obock, Hassan Gabaleh Ahmed. “Pero necesitamos ayuda”.

Ahmed Houmed, un administrador de campamento para la agencia de refugiados yibutiana, dice que los refugiados están impulsando la economía demacrada de Obock. Los yemeníes compran en las tiendas locales y pasan horas en el único cibercafé de la ciudad. Incluso hay un restaurante popular administrado por refugiados donde los lugareños y trabajadores de la ONU comen malooga, el tradicional pan sin levadura yemení, bajo la mirada desesperada de hambrientos migrantes etíopes que cogen las sobras.

Mientras continúa la sequía etíope, Bram Frouws, coordinador del SRMM, advierte que “el flujo [desde Etiopía] no cesará en el corto plazo. Si la guerra no los detiene, ¿qué lo hará?”. Los arribos de refugiados en Yibuti han disminuido, en parte debido al actual cese al fuego. Pero las negociaciones de paz han progresado poco, y los expertos temen que esta tregua frágil pueda fracasar como las tres previas.

Todos están en el limbo aquí. Los yemeníes mandan mensajes de texto a sus familias en casa preguntándoles si es seguro regresar, mientras que los etíopes debaten a qué contrabandista confiarles sus vidas. Después de colocar la lápida en la tumba de su compañero migrante, Kalil se acerca a un trabajador de la OIM. “Quiero regresar a casa”, dice. “¿Puede ayudarme?”. Pero la OIM no tiene fondos para repatriaciones voluntarias desde Yibuti; todo lo que el trabajador puede decirle es que espere. El intérprete pregunta cuántos otros quieren regresar. “Todos nosotros”, dice Kalil. Los 20 hombres a su alrededor asienten con la cabeza.

Cuando el sol empieza a ocultarse, cinco de ellos deciden iniciar la larga caminata de vuelta a Etiopía.

Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek