UN EQUIPO INTERNACIONAL DE CIENTÍFICOS presentó la evidencia más sólida hasta la fecha sobre la ubicación del órgano que permitiría a las palomas —y probablemente a otras aves— orientarse mediante el campo magnético terrestre.
Según los nuevos resultados, publicados este jueves 20 de noviembre en Science y retomados por Nature, las aves perciben minúsculas corrientes eléctricas generadas en su oído interno, lo que funcionaría como una auténtica brújula biológica.
Durante décadas, investigadores de distintas disciplinas han intentado explicar cómo aves, tortugas, truchas y otras especies logran navegar miles de kilómetros con precisión sorprendente. Aunque existen múltiples hipótesis, los mecanismos celulares exactos y el lugar del cuerpo donde ocurre esta percepción magnética han sido motivo de debate.
Sin embargo, el nuevo trabajo cambia el escenario. “Esta es probablemente la demostración más clara de las vías neuronales responsables del procesamiento magnético en cualquier animal”, afirma Eric Warrant, experto en biología sensorial de la Universidad de Lund, en Suecia.
La investigación actual se construye sobre indicios previos. En 2011 experimentos revelaron que los campos magnéticos activaban el sistema vestibular de las palomas. Este órgano —conformado por tres diminutos conductos llenos de líquido orientados en ángulos perpendiculares— permite a los vertebrados detectar la aceleración y mantener el equilibrio.
La posibilidad de que esa estructura también actuara como receptor magnético encajaba con una idea antigua: en 1882 el zoólogo francés Camille Viguier propuso que un material conductor dentro de un organismo podría generar corrientes eléctricas al interactuar con campos magnéticos.
EL EXPERIMENTO DECISIVO
Para poner a prueba la hipótesis, el neurocientífico David Keays, de la Universidad Ludwig-Maximilian de Múnich, diseñó un experimento con seis palomas. Las aves fueron expuestas durante poco más de una hora a un campo magnético ligeramente superior al de la Tierra, mientras la dirección del campo se rotaba para simular los movimientos de la cabeza respecto al campo geomagnético real.
Posteriormente, mediante técnicas de aclaramiento que vuelven el “cerebro transparente”, el equipo mapeó la activación neuronal comparando a las palomas expuestas con un grupo de control. Los resultados fueron contundentes: las zonas activadas coincidían con regiones que reciben información del sistema vestibular y con áreas que integran señales sensoriales. Con ello, la lista de posibles sistemas responsables de este “sexto sentido” quedó reducida a uno solo.
El paso siguiente fue indagar en los componentes celulares. El equipo realizó secuenciación de ARN de células individuales del sistema vestibular y encontró una alta presencia de proteínas sensibles a cambios electromagnéticos.
La búsqueda tenía un antecedente clave: años antes, Keays había estudiado órganos electroreceptores en tiburones y rayas, capaces de detectar corrientes diminutas para localizar presas. Estos animales poseen una proteína neuronal modificada con una inserción de 10 aminoácidos que amplifica la sensibilidad eléctrica.
“Nos preguntamos: ¿existe en las palomas? Y sí, existe”, explica Keays. En 2019 su grupo identificó una modificación genética similar en el genoma de la paloma, un posible eslabón molecular del sentido magnético.
Los investigadores proponen que, al mover la cabeza, los tres bucles del oído interno podrían generar corrientes eléctricas que le informan al cerebro sobre los componentes x, y, z del campo magnético terrestre.
UNA PUERTA ABIERTA PARA LA GENÉTICA
Para descartar la hipótesis de que la detección magnética depende de la luz —como plantean los modelos basados en la retina—, el equipo repitió los experimentos en completa oscuridad. Las palomas siguieron mostrando actividad cerebral relacionada con los campos magnéticos.
Este hallazgo contradice el modelo puramente retiniano, aunque Keays subraya que algunas especies podrían contar con más de un tipo de órgano magnetorreceptor. Ulrich Müller, neurocientífico de la Universidad Johns Hopkins, considera que el estudio es “convincente”, pero advierte que será necesario realizar pruebas genéticas para confirmarlo. Propone desactivar mediante CRISPR (tecnología de edición genética) la secuencia implicada y observar si el sentido magnético desaparece.
Eric Warrant describe el artículo como “una contribución espectacular a nuestra comprensión del misterioso sentido magnético”. Keays destaca lo arduo del camino: “Nos llevó 10 años elaborarlo”.
Los nuevos resultados no solo iluminan un antiguo misterio de la biología, sino que también esbozan un mecanismo elegante: una especie de dinamo microscópica en el oído interno que convierte el movimiento dentro del campo terrestre en señales eléctricas. Una brújula natural incrustada en la anatomía de las palomas, afinada a lo largo de millones de años. N