El documental Perseverancia retrata la vida del pintor cubano que convirtió la meditación y la naturaleza en un mismo paisaje interior.
Por: Emilio Flores Escalona
EL ARTISTA TOMÁS SÁNCHEZ APRENDIÓ A MIRAR ANTES DE SABER LEER, HABLAR O PINTAR.Cuenta que su madre siempre apagaba la televisión y lo llevaba a ver el paisaje de su isla cubana. “Es la hora de ver la puesta del sol”, le decía. Ahí, sentado junto a ella, el pequeño Tomás observaba el viento, los árboles, el ligero movimiento de la naturaleza y la luz que se reflejaba en ella.
Su país, lleno de paisajes surrealistas, le otorgó una paciencia extraordinaria para disfrutar de su entorno. Cuando adquirió por sí mismo el hábito de mirar, veía los humedales, los peces, los árboles y el brillo que se deslizaba sobre el agua sin darse cuenta de que existía el tiempo. Era él y la naturaleza solamente. Aquella forma de experimentar la vida convirtió a Tomás Sánchez en algo más que un doctor o un ingeniero, como anhelaba su padre. “Quiero ser pintor” fue su primera frase completa. No era una premonición ni un capricho, sino la declaración de su camino.
Tomás Sánchez tiene múltiples fascetas: es artista, es migrante, es cubano y mexicano, es pintor, pero sobre todo, es una mirada. Considerado el pintor vivo más cotizado de Cuba, Sánchez es famoso por sus paisajes meditativos, escenas naturales que combinan el hiperrealismo con una atmósfera onírica. A sus 77 años, sus obras, expuestas en museos de todo el mundo, siguen explorando la relación entre la contemplación y el silencio interior. Este año, el documental Perseverancia, dirigido por el cineasta mexicano Juan Carlos Martín, visita su trayectoria y su vínculo con la meditación, una mirada, ahora para nosotros, del hombre que sabe ver el mundo con paciencia.

Para él, la pintura y la observación son dos caras de la misma moneda. “Mi pintura ha sido eso y, por otra parte, la meditación ha reforzado mi conexión con la naturaleza”, dice. Lleva más de 50 años practicando la meditación, que ya forma parte de su rutina: la de levantarse antes del alba, sesiones diarias y el disfrute de su entorno. Su historia, vida y día se materializan en sus pinturas.
Cuando observas uno de sus cuadros, te preguntas de inmediato: ¿dónde se encuentra ese lugar? Por un lado, parecen tan realistas que podrías confundirlos con una fotografía; mientras que por el otro, son espacios tan oníricos que cuesta creer que existan. El trazo hace que los árboles tengan movimiento, que el cielo se abra y que tu mente se calme. Solo piensas en perderte, y encontrarte, en esos bosques. Cada segundo que pasas observando alguna de sus obras, tus párpados bajan su velocidad y la frecuencia con la que respiras se vuelve más lenta. Observas con detenimiento cada rama, reflejo y hoja hasta que, de pronto, notas una figura humana escondida entre la vegetación y, al verla, te das cuenta de que ese lugar tan irreal está más cerca de ti de lo que crees. ¿Quién es ese que está ahí? No lo sabes; lo único que sabes es que quisieras ser tú, aunque de alguna forma ya sientes que lo eres.
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Tomás Sánchez cuenta que el proceso de cada pintura tiene rituales precisos: música que marca el ritmo, canciones tradicionales que despiertan la memoria, hasta que llega un momento en el que su alrededor desaparece. “A mitad del cuadro ya no sé qué música estoy escuchando”, confiesa. Es ese estado meditativo en el que Tomás Sánchez se pierde para encontrarse en sus pinceladas. Cada una es una conversación con sus recuerdos, pero no de la naturaleza, sino de lo que le hizo sentir. “Me quedo totalmente absorto en la pintura y no estoy escuchando. Eso me pasa por momentos… es un estado meditativo”.
Encontrar ese tipo de paz en un mundo tan caótico requiere mucha perseverancia. Seguir ese camino implicó enfrentar críticas, censuras y rechazos sin convertirlos en resentimiento. Cuando sus obras y su forma de pensar comenzaron a tomar fuerza, sufrió varios intentos de censura en su propio país por no alinearse con los lineamientos oficiales del arte revolucionario. La espiritualidad que respiraban sus cuadros resultaba sospechosa para el régimen. “Yo solo quería pintar lo que veía, lo que sentía. Pero eso, en aquel momento, no era bien visto”, recuerda. Su intento de vivir de lo que ama lo llevó a migrar y seguir su camino fuera de Cuba. Vivió en México, en Miami y más tarde en Costa Rica, donde finalmente decidió asentarse.
Aun así, no hubo rencor. Cuando el director Juan Carlos Martín le preguntó qué era lo que más valoraba de su historia, respondió: “No haber sentido nunca rencor”, incluso hacia quienes intentaron frenar su carrera. Esa serenidad no fue indiferencia, sino el resultado de una búsqueda interior que le enseñó a no pelear con la vida, sino a contemplarla.
Hace nueve años que Tomás no pisa Cuba. “Tengo la peor opinión de la situación en Cuba; creo que es un país fallido… no hay luz, ni salud pública, ni libertad de expresión”. En ese momento recuerda a sus amigos artistas que han sido encarcelados “solo por expresarse”, como la artista Tania Bruguera, a quien admira profundamente. “Las calles están llenas de basura… y los apagones pueden durar hasta 36 horas”, agrega desepcionado.
México, en cambio, le ofreció una luz distinta. “México, para mí, fue un gran aliciente”, cuenta con gratitud. De niño creció entre películas mexicanas y canciones rancheras, y cuando por fin llegó al país, lo sintió como familiar. Aquí se reencontró con su cultura, con la calidez del idioma, con los paisajes. Aunque más tarde se mudó a Costa Rica, donde ahora vive entre montañas y pájaros, dice que cada vez que regresa a México se siente como en casa. “Siempre me siento como si fuera mi segunda patria”.
Desde su estudio en la ladera de una montaña costarricense, Tomás Sánchez continúa levantándose antes del amanecer. Medita una o dos horas, contempla el sol, pinta o simplemente observa.
“La meditación es esencial en la vida”, asegura. “Yo podría dejar de pintar antes que dejar de meditar… en la meditación se produce una expansión de la conciencia en la que sientes que eres mucho más que esto, y que eres algo que no va a terminar con la muerte”.
Quizás por eso sus cuadros parecen lugares imposibles y a la vez tan cercanos: porque en ellos se mezclan lo real de la naturaleza, lo surreal de América Latina, el ruido de perseverar y el silencio de contemplar. N