Cinco maneras de explicar el golpe fallido en Turquía

El viernes, mientras los
turcos se disponían a iniciar una noche como cualquiera, elementos del Ejército
nacional trataron de dar un golpe de estado.

Había razones para semejante
violencia. Ya en marzo pasado, los integrantes de AEIdeas especulamos sobre la posibilidad de que estuviera gestándose
un golpe, pues Recep Tayyip Erdogan, el presidente y hombre fuerte de Turquía,
había estado volviéndose cada vez más dictatorial y errático.

Sin embargo, lo que en
realidad sucedió no ha quedado claro, y abundan las teorías de conspiración. A
continuación, presento cinco interrogantes que es necesario considerar mientras
Turquía se balancea en el precipicio:

¿Por qué este golpe es distinto de otros? El golpe en nada se parece a otros que hayan ocurrido
en Turquía, y cabe señalar que Turquía ha sido testigo de otros cuatro en las
últimas décadas. El Ejército turco ha llevado a cabo sus golpes de estado en
las primeras horas de la mañana (en 1980, el golpe inició a las 5 a.m. de un
domingo, a fin de pillar a los líderes políticos dormidos en sus casas). Así
mismo, ha cerrado el espacio aéreo y clausurado los medios de comunicación. En
cada uno de los golpes anteriores, los propios líderes golpistas hicieron el
anuncio. En cambio, la noche del viernes, un presentador de televisión turco
hizo el anuncio luego de que unos soldados de bajo rango le entregaron una
nota.

¿Quién es responsable? Son tres los sospechosos principales. Todavía no se
despejaba el humo cuando Erdogan acusó a Fethullah Gülen, un clérigo islamista
y ex aliado de Erdogan. Gülen predica la paz y la tolerancia, aunque sus
críticos creen que tiene una agenda oculta.

Mi opinión personal es
bastante distinta. Erdogan jamás habría consolidado su poder como lo hizo sin
la ayuda de los aliados de Gülen, pero una vez que Erdogan se volvió contra
Gülen, en 2013, el clérigo radicado en Pensilvania reconoció el peligro que
corría Turquía con la disolución del equilibrio de poderes constitucionales.

No obstante, Gülen niega toda
participación en los acontecimientos del viernes, y tampoco tenía una base de
poder en el Ejército. De hecho, el Estado Mayor turco siempre ha vetado a los
candidatos a oficiales para impedir que los seguidores de Gülen escalen en sus
filas.

Los segundos sospechosos son
los kemalistas tradicionales, quienes siguen los principios seglares y
pro-occidentales establecidos por el padre fundador de la Turquía moderna, Mustafá
Kemal Atatürk. Aunque Erdogan ha erosionado el poder del Ejército turco y
promovido a los islamistas de sus filas, es posible que los seglares del
ejército actuaran por su cuenta sin coordinarse con los niveles superiores,
designados por Erdogan.

Erdogan no ha tenido empacho
en manifestar su deseo de transformar Turquía en una república religiosa.
Mientras consolidaba su poder, tal vez los kemalistas concluyeron que esta era
su última y mejor oportunidad de salvar a la antigua Turquía. Y en ese caso,
las unidades implicadas quizás contaron con el apoyo popular para cubrir las
grietas de su plan. Después de todo, las encuestas, tradicionalmente, han
demostrado que el Ejército es la institución pública más confiable de Turquía,
mientras que el público confía mucho menos en la clase política.

La tercera posibilidad podría
ser que el propio Erdogan provocara el golpe como una suerte de incendio del
Reichstag. Lo que sustenta esta teoría es la patente
incompetencia de los organizadores del golpe, así como el hecho de que, al
parecer, Erdogan ya tenía preparada una lista con miles de nombres para hacer
arrestos. Otro elemento que confirma esta teoría de conspiración es que describió
el complot golpista como un “regalo de Dios”. Y también el hecho de que los
simpatizantes de Erdogan iban armados y estaban listos para entrar en acción
inmediatamente después de su llamado televisado para salir a las calles.

Los turcos saben que nada en
su política es espontáneo. Por ejemplo, después que Erdogan la emprendiera
contra Shimon Peres en Davos, en 2009, miles lo recibieron en el aeropuerto
ondeando banderas palestinas y además, misteriosamente, el horario del metro se
prolongó solo durante ese día. Incluso en una ciudad tan bulliciosa como
Estambul sería muy difícil encontrar miles de banderas palestinas a las 3 a.m.

¿Cuál es el objetivo final de Erdogan? Planificara o no el golpe de estado en una orgía
maquiavélica, una cosa es innegable: Erdogan ha resultado vencedor y
consolidará aún más su poder.

Con todo, el objetivo final
del mandatario turco es debatible. Hace ocho años, parecía tener la aspiración
a convertirse en el equivalente del presidente ruso Vladimir Putin. Más
recientemente, los turcos han sugerido que su meta era aún más grandiosa, algo
como un califato o una república islámica. Cualquiera que sea el objetivo de
Erdogan, es evidente que la separación de poderes no figura en su agenda.

¿Qué sigue para Turquía? Erdogan está en pie de guerra. Cree que tiene carta
blanca para atacar enemigos en el interior y tal vez, en el extranjero. Es más,
Turquía ya tiene una alta proporción per cápita de reporteros encarcelados, y
se espera que sus cárceles se saturen mucho más. El riesgo es que la sociedad
turca sigue muy dividida. Erdogan nunca ha logrado más de 50 por ciento de los
votos.

Por otro lado, la insurgencia
curda se volverá mucho más virulenta. Los ataques terroristas que han
estremecido a Turquía en los últimos meses quizás sean solo la punta del
iceberg. Y este es mi mayor temor: el cierre del espacio político de Turquía
podría anunciar una nueva era de asesinatos políticos en el interior del país.

Antes, las elecciones
ofrecían una válvula de escape, pero dado que los turcos ya no pueden hacer
campaña abiertamente y con las atrocidades atizando las llamas del resentimiento,
opositores, ideólogos, y quienes sienten el deseo de rectificar injusticias
personales o políticas podrían recurrir a las armas. Y Erdogan no será el único
blanco, sino también las cabezas de todos los partidos políticos principales,
los editores de periódicos, los presentadores de televisión, y los líderes de
la sociedad civil.

¿Qué significa todo esto para Estados Unidos? Es hora de que Washington haga una reflexión
profunda. Si el intento golpista tomó por sorpresa al Departamento de Estado y
a la comunidad de inteligencia, hay que preguntarse por qué. ¿Acaso los
diplomáticos están hablando entre ellos o con los turcos? ¿Sus contactos son
relevantes y extensos, o están atrapados en un círculo de elite?

Del mismo modo, ¿cuáles son
las suposiciones básicas que cegaron a la inteligencia estadounidense? Las
acciones de Erdogan desafiarán la política de Estados Unidos en otros sentidos.
Cuando el presidente Obama declaró que todos los interesados debían apoyar a
Erdogan, dudo que se refiriera a que el líder turco tenía luz verde para
encarcelar a miles de sus opositores. Y aun cuando Obama se pronuncie contra el
complot golpista, en los últimos días el gobierno turco ha redoblado su
incitación antiestadounidense.

Los medios turcos han
sugerido que Estados Unidos tuvo que ver con el intento de golpe de estado
porque Gülen vive en Pensilvania. Erdogan ha renovado sus exigencias para la
extradición de Gülen, y parece dispuesto a vincular a su demanda el uso
estadounidense de la base aérea de Incirlik. Esto significa, de hecho, que
Erdogan condiciona la lucha contra el grupo militante Estado Islámico (ISIS) a
sus objetivos políticos nacionales. Y por toda respuesta, el secretario de
Estado, John Kerry, se muestra ambiguo.

Esperemos que Obama y Kerry
hayan estudiado historia. Cuando Jimmy Carter contempló acceder a la demanda
del ayatolá Jomeini, líder revolucionario iraní, quien exigió la extradición
del sah quien, como Gülen, fue a Estados Unidos para someterse a tratamiento
médico, el resultado no fue la paz, sino el sentimiento de que el chantaje era
una herramienta eficaz.

Michael Rubin es un académico residente en American Enterprise
Institute. Ex funcionario del Pentágono, sus principales áreas de investigación
son el Medio Oriente, Turquía, Irán y la diplomacia.

Publicado en colaboración con Newsweek / Published in colaboration with Newsweek