UNA CÁLIDA TARDE a principios de junio, Mohammed Mossli estaba sentado en un café de moda en Berlín. El café, con sus cubiertas de madera sin barnizar, sus sodas artesanales y elegantes hombres y mujeres escribiendo en computadoras portátiles, estaba muy lejos de los ataques de francotiradores y las ruinas de la ciudad de Aleppo, Siria, la ciudad natal de Mossli, a la que describe como “nada más que polvo y ceniza”. Aun así, Mossli, que tiene 21 años, es alto y delgado y de sonrisa fácil, luce tranquilo mientras lía un cigarrillo y bromea con uno de sus nuevos amigos: Philipp Borgers.
Borgers es un desarrollador de software de origen alemán y miembro del grupo de “hacktivistas” Freifunk, una comunidad de hackers, programadores y activistas a favor de una red libre en toda Alemania que intentan difundir las “redes en malla”: una tecnología de redes inalámbricas ad hoc que permite que las computadoras y los dispositivos se conecten directamente unos con otros sin pasar a través de ninguna autoridad u organización centralizada.
Un “hacktivista” y un refugiado podrían parecer una pareja dispareja, pero en una ciudad con 40 000 refugiados, este choque de mundos es cada vez más común. Y para Mossli, el hecho de participar en la comunidad tecnológica de la ciudad ha contribuido a que Berlín se convierta, para él, en un nuevo hogar: en Siria había cursado su segundo semestre de la licenciatura en Ciencias, en la Universidad de Aleppo. Es decir, hasta que el régimen de Bashar al-Assad comenzó a detener a algunos de sus compañeros de clase. “A veces, arrestaban a las personas directamente en la sala de exámenes”, afirma. “El simple hecho de tener cierto apellido o de que algún miembro de tu grupo hubiera estado en una protesta era una razón suficiente para ser arrestado”. Temeroso de ser el siguiente, Mossli huyó de Siria y, al igual que miles de personas más que huían de ese país desgarrado por la guerra, logró llegar a Alemania, donde ha vivido durante los últimos diez meses.
Los padres de Mossli siguen en Aleppo, y su única conexión con ellos es mediante mensajes de WhatsApp y, cuando la internet de Aleppo funciona, a través de breves llamadas por Skype. A eso se debe que Mossli haya llegado a apreciar tanto algo que otros dan por sentado: una conexión wifi.
En Berlín, encontrar una red wifi puede ser tan difícil como adivinar por dónde corre el agua subterránea: una ley conocida como Störerhaftung hace que el propietario de una red wifi sea responsable de cualquier descarga ilegal o actividad ilícita realizada a través de esa conexión, lo cual ha disuadido a muchos negocios de ofrecer redes gratuitas. Más allá de las restricciones legales, la falta de inversión por parte del gobierno alemán también ha producido limitaciones tecnológicas, señala Borgers. “Existe una crisis de refugiados”, explica. “Pero también hay una crisis de infraestructura. Alemania está muy por detrás de otros países en relación con la conexión a internet”.
La combinación de una ley restrictiva y una falta de infraestructura tecnológica han hecho muy difícil que muchos de los 149 albergues para refugiados de Berlín proporcionen redes wifi a sus residentes. Mossli dice que en uno de los albergues donde vivía no había wifi y solo tenían cuatro computadoras para 400 residentes. “Nunca traté de usar una de ellas”, afirma.
Aunque todos los albergues de Berlín deben apegarse a estrictos estándares de higiene, seguridad, prevención de incendios y preparación de alimentos, el acceso a internet no es obligatorio.
Sin embargo, para muchos refugiados, el acceso a internet es la única manera de comunicarse con sus familias y unos con otros, o de navegar a través de las complejidades de un país extranjero. “Nos dimos cuenta de que podíamos hacer algo al respecto”, dice Borgers, de Freifunk. “Así que decidimos ayudar”.
Elektra Wagenrad es uno de los miembros más antiguos de Freifunk. Ella dice que las redes en malla y grupos como Freifunk son, en muchas formas, una evolución del espíritu anarquista que ha penetrado desde hace mucho tiempo en Berlín.
El desarrollo de redes en malla comprende el establecimiento de enrutadores o “nodos” en lugares públicos (generalmente, campanarios de iglesias o torres de radiodifusión) para permitir que una computadora o dispositivo pueda conectarse con cualquier otro que se encuentre en la red. Una vez que ha entrado en la red en malla, una computadora puede compartir su conexión a internet con cualquier otra que se encuentre dentro del alcance. “Si un nodo falla, la conexión encontrará una ruta diferente”, dice Wagenrad. “La red puede curarse a sí misma”. La red de Freifunk en Berlín tiene 617 nodos y entre 3000 y 5000 usuarios, calcula el grupo.
Freifunk organiza reuniones todos los miércoles en la noche dentro de c-base, un enorme espacio subterráneo bajo la sombra de la Torre de TV de Berlín, lleno de objetos de colección de videojuegos de la década de 1980, impresoras 3-D, docenas de computadoras y la burbuja de aire de una estación espacial: cuenta la leyenda que c-base es en realidad una nave espacial que aterrizó en Berlín hace 4500 millones de años.
El trabajo del grupo con los refugiados en Berlín comenzó en 2012, cuando los refugiados ocuparon Oranienplatz, una plaza pública del distrito de Kreuzberg, para exigir un mejor trato. La ocupación no tenía ninguna infraestructura de tecnología de la información, por lo que Freifunkers decidió proporcionar internet a los refugiados. En diciembre de 2013, Freifunk conectó su primer albergue para refugiados, la Escuela Gerhart Hauptmann. Conforme la crisis de refugiados crecía en 2014 y comenzaron a abrirse más albergues, Freifunk expandió su red. Ha conectado a más de 30 albergues en Berlín y más de 200 en toda Alemania.
David Achuo, de 24 años, es un alumno de Freifunk. Aprendió acerca de las redes en malla gracias a Wagenrad, que ha comenzado a ofrecer talleres para refugiados. Achuo es un refugiado de Camerún, donde también participó en el activismo en línea. Durante las elecciones de 2011 en ese país, Achuo creó un sitio web para apoyar al opositor Partido Acción del Pueblo. Cuando el Movimiento Democrático del Pueblo, que gobernaba en Camerún, descubrió el sitio web, Achuo afirma que él mismo se convirtió en un objetivo: el día de las elecciones fue apuñalado 11 veces en una casilla de votación. “Simplemente, Dios me salvó”, dice mientras se levanta la playera para mostrar las profundas cicatrices en su pecho.
Achuo huyó a Alemania y ha pasado los últimos cuatro años en un albergue de Potsdam, que está a cerca de una hora de Berlín, esperando el procesamiento de su solicitud de asilo. Gracias a Freifunk, pudo proporcionar una conexión wifi gratuita a los refugiados del albergue.
Achuo también dirige un café internet dentro del albergue establecido por Refugees Emancipation (Emancipación de los refugiados), una organización sin fines de lucro que dirige cafés internet en los albergues de Potsdam y Berlín. Chu Eben, fundador y director de la organización, también es un refugiado camerunés: llegó a Alemania en 1998 y se alojó en un antiguo búnker militar en lo que era Alemania Oriental. Eben dice que se sentía completamente aislado del resto de la sociedad. Luego surgió la internet. “Mis amigos de África me llamaban y me pedían mi dirección de correo electrónico”, señala. “No sabía cómo decirles que nunca había usado una computadora”. Decidió hacer algo al respecto. Comenzó a relacionarse con algunos estudiantes de la Universidad de Potsdam, que le ayudaron a conectarse a internet y, más tarde, le ayudaron a recaudar los fondos para poner en marcha Refugees Emancipation y su primer café internet en los albergues para refugiados. Actualmente, la organización dirige ocho más en Potsdam y Berlín. “El hecho de reunirnos en los cafés rompe el aislamiento. Establece una conexión directa con la sociedad civil y entre los refugiados, y puede permitirnos crear una plataforma política”.
Freifunk también tiene una dimensión política: funciona sin la autorización del gobierno. Como dice Theresa Züger, investigadora del Instituto Alexander von Humboldt para la Internet y la Sociedad, “es un tipo de desobediencia civil muy productivo. No solo es perturbador, sino también empoderador. Se trata de ciudadanos que toman la política en sus manos y que lo hacen en una forma muy positiva”. Recientemente, ambos grupos trabajaron juntos. En octubre de 2015, Freifunk trabajó con el Chaos Computer Club, otro colectivo de hackers de Alemania, para realizar un evento de recaudación de fondos para Refugees Emancipation. No solo superaron su ambiciosa meta de 67 000 euros (unos 74 000 dólares), sino que también recibieron 2.5 toneladas de hardware de uno de los consejos distritales de Berlín.
En junio de este año, Eben celebró la puesta en marcha del más reciente café internet de su organización, en el interior de un albergue de Heinrich-Mann-Allee, en Potsdam. En la inauguración, Eben sonreía y mostraba orgullosamente las 20 computadoras nuevas ante un grupo de refugiados, trabajadores sociales y periodistas. Achuo también estuvo ahí, hablando de política con Fadir Sujaa, un refugiado sirio que dirigirá el café. La habitación estaba llena de niños provenientes de Siria, Afganistán, Irán y otros países, manipulando las máquinas, emocionados.
En la pared detrás de ellos, una sencilla frase está escrita en inglés, árabe, alemán y farsi: “El acceso a internet no es un lujo. Es una necesidad”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek