En los últimos,
turbulentos días, Estados Unidos se ha visto sacudida por las muertes de Alton
Sterling en Baton Rouge, Luisiana, Philando Castile en St. Paul, Minnesota, y
los cinco agentes de policía abatidos a tiros, despiadadamente, en Dallas.
Estos incidentes
han intensificado un debate amargo sobre si el racismo institucional es endémico
en las fuerzas policiacas de todo el país.
Algunos dicen
que Sterling y Castile fueron asesinados a sangre fría, simplemente, porque
eran negros. No obstante, sus casos individuales son únicos, y a menudo muy
difíciles de juzgar, incluso con el beneficio de la retrospectiva.
Tomemos el caso
de Sterling. No hay duda de que se resistió al arresto, pero el video muestra
que dos agentes de policía ya lo habían sometido cuando uno de ellos sacó su
pistola de la funda y le disparó varias veces en la cabeza.
Es difícil
imaginar algún incidente previo que pueda justificar semejante acción. Con toda
seguridad, escucharemos la versión de los oficiales antes de hacer un juicio
definitivo; sin embargo, en este caso, la indignación pública parece estar bien
justificada.
En cambio, la
situación de Castile es muy turbia. El video que hizo su novia, Diamond
Reynolds, solo recogió la acción después que Castile recibió cuatro disparos del
oficial Jeronimo Yanez.
Reynolds dijo
que Castile ya había informado a la policía que portaba un arma oculta autorizada,
y que trataba de sacar la licencia para mostrársela. Según su relato, el hombre
negro hacía todo lo posible para evitar una confrontación, pues junto a él se
encontraba su novia, y en el asiento trasero viajaba una niña de 4 años.
Estos hechos
pintan un cuadro de uso excesivo de fuerza por parte de un oficial de policía,
en un incidente con claras connotaciones raciales. Es más, tal fue la
conclusión del gobernador de Minnesota, Mark Drayton, quien visiblemente conmocionado
por el incidente, musitó en voz alta: “¿Habría ocurrido esto si esos pasajeros,
el conductor y los pasajeros, hubieran sido blancos? Creo que no. Así que me
veo obligado a confrontar, y creo que todos en Minnesota nos vemos obligados a confrontar,
que este tipo de racismo existe”.
Ahora bien,
quizás este veredicto no sea del todo justo. Siguen esclareciéndose los hechos,
y al menos un relato reciente insiste en que el automóvil de Castile no fue
detenido por tener una luz trasera rota, sino porque Castile correspondía con
la fotografía de un sospechoso implicado en un robo reciente de una tienda de
abarrotes cercana, de manera que la orden de detener el vehículo fue motivada
por un delito grave anterior.
De igual manera,
hay cierta evidencia de que un arma corta que correspondía con la utilizada en
dicha tienda de abarrotes fue hallada cerca de la mano de Castile, lo cual
plantea la interrogante de por qué el arma estaba junto a Castile, si solo iba
a sacar su licencia de portación.
El audio también
revela que los oficiales pidieron a Reynolds para mantuviera las manos en alto,
lo cual tiene mucho sentido si, de hecho, ella tenía acceso fácil a la pistola.
Más aún, no queda claro si Reynolds estaba al tanto de la ubicación del arma
cuando hizo su comentario.
Sin duda habrá
más iteraciones en las evidencias antes que el caso pierda fuerza. Pero la
lección es clara. Todos debemos tener mucho cuidado al emitir juicios sobre
homicidios individuales sin tener todas las pruebas.
Lo hemos hecho
con anterioridad. La narrativa actual respecto de Ferguson, Missouri, es que el
agente Darren Wilson mató a tiros a Michael Brown, un hombre negro desarmado.
Pero esa acusación pasa por alto la historia verdadera.
Una investigación
exhaustiva del Departamento de Justicia exoneró a Wilson de toda conducta
ilícita, pero fue enterrado vivo cuando, simultáneamente, el mismo Departamento
de Justicia produjo un informe criticando a Ferguson por sus prácticas “racistas”
de emitir multas de tráfico para generar ingresos. Como resultado, el caso está
envuelto en una gran confusión, y Ferguson sigue alimentando protestas masivas
contra la brutalidad policial, a menudo violentas.
Algo parecido
ocurrió en el caso de Trayvon Martin. La corte dictaminó que su muerte fue en
defensa propia, no obstante el juicio precipitado de que no fue tal. La moraleja: necesitamos escuchar las
dos versiones.
En mi primera
reacción a las noticias de la semana pasada, ignoré esta regla fundamental. En vez
de ello, intenté explicar que el error crucial de Drayton fue su disposición
acrítica de inferir algún nivel de racismo institucional en los hechos
lamentables de un caso individual. En otras palabras, si, de hecho, todos los
detalles del relato de Reynolds fueran verídicos, la inferencia de que el caso
en sí mismo representa una forma de racismo institucional aún sería errónea.
Es difícil
imaginar que cualquiera, en cualquier posición de poder, apruebe matanzas por
motivos raciales. Por consiguiente, la situación es muy distinta del racismo
institucional Jim Crow [segregacionista], cuando esas prácticas horrendas eran
aprobadas en los niveles más altos de los estados, condados y gobiernos locales
de todo el sur, y otros lugares de Estados Unidos.
La explicación
más probable para estas muertes trágicas es más sofisticada, y busca socavar
cualquier conexión entre la tragedia individual y el racismo institucional. Es
probable que estos homicidios deriven del temor de los agentes hacia los
riesgos personales percibidos debido al llamado “efecto Ferguson”, o el mayor
nivel de resistencia a la detención policiaca por parte de los ciudadanos
negros, sobre todo cuando la detención es llevada a cabo por oficiales blancos.
También tenemos
las estadísticas de referencia que impulsan las actitudes policiales. La tasa
de conducta delictiva de la población negra es más alta que la de los blancos,
especialmente en el tema de homicidios. Y con el surgimiento del movimiento Black
Lives Matter, impera contra la policía un resentimiento organizado que tiene
una base racial, y conduce a crecientes niveles de hostilidad hacia los oficiales
blancos, en particular los que arrestan a negros jóvenes.
Los policías que
encaran estas realidades diariamente se han percatado de todo esto. Los
policías son, digamos, bayesianos intuitivos, y eso significa que creen que las
estadísticas criminales son indicativas del peligro potencial en sus
enfrentamientos con la ciudadanía. De esa guisa, los policías blancos tienden a
percibir las interacciones con los negros como un riesgo de lesión
relativamente mayor.
Nerviosos y
asustados, creen estar actuando en defensa propia al enfrentar a un hombre
negro cuando, en realidad, solo sacan conclusiones precipitadas. Los oficiales
negros son menos propensos a tomar medidas extremas contra los hombres negros
porque tal vez no se consideran objeto del mismo nivel de hostilidad que los
agentes son blancos (o al menos, no en la misma medida). Se trata de ajustes
policiacos racionales ante los riesgos percibidos, y en algunos casos, conducen
a reacciones exageradas trágicas.
El mensaje clave
aquí es que no obstante lo ocurrido en el caso de Castile, es difícil vincular las
afirmaciones sobre racismo institucional con las realidades del frente.
Nadie en
posición de poder condona los tiroteos. Se han implementado un sinnúmero de
programas para enseñar a los policías cómo conducirse en ambientes
potencialmente peligrosos. La capacitación en sensibilidad racial nunca ha sido
más enfatizada. Cada vez se usan más cámaras policiacas para documentar los
movimientos de los agentes de manera continua.
La ubicuidad de los
dispositivos móviles privados casi garantiza que alguien registrará estos
encuentros, de maneras que eliminan mucho de la incertidumbre factual que rodea
los incidentes individuales.
En todo el país
hay programas de acción afirmativa bien establecidos. Se ha designado un
creciente número de oficiales negros y morenos para ocupar posiciones altas en
ciudades grandes, incluida Dallas, donde el jefe de policía, David Brown, es famoso
por sus loables iniciativas para mejorar la vigilancia comunitaria.
Es fácil
entender la reacción de Brown a los terribles acontecimientos en Dallas: “Lo
único que sé es que esto debe acabar, esta división entre nuestra policía y
nuestros ciudadanos”. Lo difícil es saber qué hacer ahora.
Pero,
lamentablemente, el enfoque de Brown está desviado. La percepción del público –en
gran medida influido por la cobertura mediática de los acontecimientos- pasa
por alto el simple hecho de que los homicidios policiacos, justificados o no en
los casos individuales, son incidentes atípicos.
El público
general no es el problema. No importa que 99.99 por ciento de todos los grupos
raciales y etarios estén de acuerdo con cada palabra que pronunció Brown. El
asunto es que aún tenemos una crisis enorme. Como concluyó Thomas Hobbes hace
mucho tiempo, cuando la duda te hace recurrir a la fuerza, lo que importa es el
valor atípico, no el ciudadano promedio. Un solo renegado tiene la capacidad de
alterar y destruir muchas vidas inocentes.
Predicar paz y
cooperación a las multitudes horrorizadas por la violencia de nada sirve para
controlar a un minúsculo reducto, cuyo odio podría magnificarse perversamente
por las expresiones públicas de amor, cooperación y paz.
Por desgracia,
hay un riesgo real de que la dura retórica que denuncia al racismo solo empeore
las cosas. La distribución de los incidentes de baja frecuencia siempre es difícil
de predecir. A veces se agrupan, a veces no. En este caso, lo que importa
realmente es qué sucede cuando individuos indignados, impelidos por la retórica
incendiaria anti-policiaca, toman la ley en sus manos.
Micah Johnson,
el tirador de Dallas, fue un solitario atípico que tomó en serio el mensaje del
Nuevo Partido Pantera Negra, el cual aboga por la violencia contra los blancos
en general y los judíos, en particular. Hay informes de violencia de
inspiración parecida contra la policía de Tennessee, Missouri y Georgia; aunque,
de nuevo, estos incidentes deben ser investigados a fondo.
Sin embargo, la
lección mayor es clara. Una sola persona, nada menos que con entrenamiento
militar, puede sembrar el caos en todo el sistema matando a cinco policías e
hiriendo a otros siete oficiales y dos civiles.
No podemos considerar
las acciones de Johnson como algo más que un horrible acto racismo individual.
Pero a diferencia de los policías que han matado hombres de raza negra, él fue
motivado por la retórica divisiva de corriente principal.
En cuanto a si
puede hacerse algo, teniendo en cuenta la ley de grandes números, la respuesta es
sí. Si crece el resentimiento en una gran población, el reducto extremo también
se mueve, acercándose más a la violencia. De manera que, nuevamente, el mensaje
es claro: es necesario acallar las declaraciones inflamatorias.
Pero, ¿cómo? En
estos asuntos, el liderazgo comienza desde arriba. Muchos han elogiado al
presidente Barack Obama por lo que consideran sus observaciones mesuradas sobre
los homicidios en Luisiana y Minnesota, pocas horas antes de las insensatas matanzas
de Johnson, en Dallas. No obstante, el mensaje que el presidente redactó tan
cuidadosamente bien pudo haber prejuzgado la situación de Minnesota, como también
lo hizo con Trayvon Martin y Michael Brown.
Para supuesto,
termina sus discursos con alguna versión de: “Sentimos un extraordinario
agradecimiento y respeto por la enorme mayoría de los agentes de policía que
arriesgan sus vidas todos los días”. Mas sus palabras resultan vacías cuando añade
la acusación de racismo institucional policiaco.
Dijo que las
muertes de Luisiana y Minnesota no fueron “incidentes aislados”, sino “el
síntoma de un mayor conjunto de disparidades raciales en nuestro sistema de
justicia criminal”. Sin embargo, ese vínculo no se ha establecido en estos dos
casos recientes.
Nadie debe ser tan
absurdo para afirmar que el sistema de justicia criminal no requiere de mejoras.
Ha mejorado y debe seguir mejorando. Pero este asunto debe mantenerse en
perspectiva. No vivimos en la época de Jim Crow.
Lo primero que debiera
hacer el presidente es reconocer el enorme progreso logrado hasta ahora. En
cambio, enumera un dudoso conjunto de hechos estadísticos: los negros son
detenidos con más frecuencia por infracciones de tránsito, y tienen una mayor
tasa de arrestos por homicidio.
El siempre
alerta John Lott ha criticado a Obama en este sentido, y con razón, pues pasa
por alto la tasa de violaciones subyacente, sobre todo en lo tocante a la tasa
de detenciones por homicidio, la cual es dos veces más alta para los negros pese
a que tienen seis veces más probabilidades de cometer homicidios que los
blancos. Aquí parece que la acusación más grave sería una inadecuada
observancia de la ley.
Es buena cosa
que el Presidente llamara “despreciables” las acciones de Micah Johnson. Pero
él, y todos los demás, deben ser más cautelosos sobre las declaraciones de
racismo institucional basadas en unos cuantos homicidios no relacionados. Cualquier
juicio precipitado puede tener, y ha tenido, consecuencias fatales.
Richard A. Epstein, investigador Peter y Kirsten
Bedford en la Institución Hoover, es profesor Laurence A. Tisch de derecho en
la Escuela de Derecho de la Universidad de Nueva York y
académico de alto nivel en la Universidad de Chicago.
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Publicado en colaboración con Newsweek / Published in colaboration with Newsweek.