Los albores del siglo pasado atestiguaron una gran lucha laboral que terminó convertida en una verdadera épica proletaria: el levantamiento obrero cuyo protagonista fue una Cataluña enloquecida que parecía habitar un universo distinto. En el libro Que sean fuego las estrellas, publicado recientemente bajo el sello de la casa editorial Planeta, Paco Ignacio Taibo II recorre los vericuetos del movimiento anarcosindicalista más importante de España, el mismo que demostró que tanto el Estado como el “reino” de los burgueses son aparatos que tiemblan ante las multitudes que se rebelan. Newsweek en Español charló con el escritor a ese respecto.
FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS
—Paco, ¿qué detonó la escritura de Que sean fuego las estrellas?
—Hace 30 años estaba en España y quise contar la gran historia que había vislumbrado que existía sobre el sindicalismo, que era la de los anarcosindicalistas de Barcelona. Hice una investigación muy buena, muy minuciosa, cientos de periódicos, los archivos que se habían abierto a la muerte del franquismo, cartas… Y cuando terminé este trabajo no supe qué hacer con él. Eran tres cajas de documentos y otras diez de libros que terminaron en el sótano de mi casa en la Ciudad de México, y pasaron 30 años. Y de repente varios disparadores me volvieron a poner en la cabeza el libro, uno de ellos fue una novela de Andreu Martín sobre la época, otro fue la discusión en México sobre los anarquistas, que me parece un debate sin profundidad, y el otro fue la preocupación, en este momento de gran disidencia nacional, de en dónde están los trabajadores. Esas tres cosas se juntaron y dijeron: ahora sí ya sabes cómo escribir este libro y cómo encontrar la combinación entre contar la historia de una masa que actúa en movimientos, una atmósfera que es esa ciudad de Barcelona y sus ciudades conurbadas y, en general, la Cataluña de esa época y una serie de personajes apasionantes.
—Además, con 30 años más de experiencia como escritor…
—Había escrito en esos 30 años la biografía del Che, la de Pancho Villa, sabía hacer historia narrativa.
—“Que sean fuego las estrellas” es una frase de Shakespeare, ¿qué tipo de señal intentas proyectar?
—La idea, acompañada de la frase de El abanico, de Lady Windermere, “muchos de nosotros miramos al fango, pero a veces levantamos la vista y vemos las estrellas”, es referir esta clase obrera desprovista de educación formal, que vivía en la miseria, sometida a huelgas, que no les pagaban aunque las ganaran, con despidos continuos, y de repente una clase obrera que miraba al cielo, tenía visión de futuro y construía la idea de un mundo diferente y mejor. Esto es lo que hace apasionante la historia, estos personajes que empezaron a trabajar a los 13 años. Es una novela que de un lado sólo tiene proletarios, dos periodistas y cuatro abogados, pero del otro lado tiene una patronal servil, cerrada, gansteril y bandas policiacas a sueldo de la patronal, asesinos armados, el gobierno actuando de una manera despótica.
—¿Por qué razón el lector tendría que leer esta obra?
—Es una pregunta que rehúso responder, tienes que preguntársela al lector. Yo lo que sé es que a mí me apasionó, ahí la pongo y a ver qué pasa. Trabajo con una gran libertad, no escribo las cosas que debería escribir. Tengo una presión continua: ¿y dónde está la siguiente novela? Ahí está, ahí va. Pero me salgo de repente, desconcierto un poco al cúmulo de lectores que ya tengo; sin embargo, es una gran fidelidad, me siguen en estas aventuras. Yo creo que no puedes permitir embarrarte, si no te apasionas tú no puedes trasmitir esa pasión en la escritura.
—Pues yo diría que el libro se tiene que leer porque retrata un gran ejemplo de lucha sindical, laboral…
—Ahí lo tienes. Yo creo que es uno de los factores. El otro es que explica otro modelo, el de los anarcosindicalistas, el proyecto que es muy poco conocido. El otro de ellos es porque nada nos es ajeno, una buena historia nos pertenece, sea donde sea que esté situada en el tiempo y en el espacio.
—¿Por qué el movimiento de los trabajadores de Barcelona de 1917 tuvo tanta trascendencia?
—Era la clase obrera, compadre. Eran capaces de, al mismo tiempo, protagonizar las grandes luchas por la jornada de ocho horas, por el aumento salarial, porque no entraran esquiroles en las fábricas, y la combinación de huelgas que hacen la huelga general, la más espectacular de Europa en aquella época. Esta clase obrera se había hecho a sí misma, no a influencia de partidos ni de la pequeña burguesía ilustrada; había ateneos obreros, debates, circulación de folletos, lecturas; la Barcelona proletaria leía a [Piotr] Kropotkin robándole horas al sueño, con jornadas laborales de 12 horas, viviendo en condiciones materiales terribles y de hambruna; y esto es lo fascinante, este es el miasma en el cual crece este tipo de clase obrera y de organización, de sindicato, bajo guía anarquista.
—¿Vale la pena publicar un libro en un país que no lee?
—No, yo digo que no es cierto eso, las cifras con las que medimos la lectura en México son falsas. Las cifras con las que se trabaja corresponden a la venta en librerías, en supermercados; no toman en cuenta el préstamo, el canje, la rola, los tianguis, las librerías de viejo, que en el valle de México son una fuente de lectura brutal. El índice de lectura en el México conurbado ha crecido en los últimos años de manera muy importante.
—No obstante, aún se notan fuertes frenos a lectura…
—Estamos tropezando con tres grandes problemas para que la lectura se vuelva masiva en México. Uno de ellos es el precio del libro, es un obstáculo grave, la gente se raspa el bolsillo para comprar libros de 30 pesos. El segundo es un problema cultural, no hay el hábito de entrar en la librería, o no sabes qué pedir. Y el tercero es una crisis en el sector educativo, en la enseñanza media y superior, en la cual están forzando la lectura, leer por obligación, y crean una vacuna reactiva en los jóvenes. Se rompe la cadena de la lectura por placer y el adolescente se enfrenta al libro que tiene que leer para pasado mañana. Y luego, la manera como se programa la lectura es una locura: La Iliada hay que leerla cuando tienes 35 años y puedes gozarla, no cuando tienes 16 y te va a molestar.
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