Papa Francisco habla del narcotráfico y la violencia en México

La pick-up blanca RAM 2500 color blanco se detiene por algunos segundos sobre Calzada de Guadalupe, justo a la altura de avenida La Fortuna. Hace un minuto, una mujer delgada de aproximadamente 40 años subió a un separador vial color naranja y, emocionada, al borde de la euforia, anunció a la multitud que el vehículo se estaba acercando.

–¡Por fin! –gritó la muralla humana instalada atrás de la valla de metal. Eufóricos, los asistentes levantaron el semblante y mostraron banderillas y pancartas que informan que México recibe a Francisco “con los brazos abiertos”.

Y nada. Sólo una motocicleta policial avanzó frente a sus rostros expectantes. Después apareció una camioneta, pero ahí no estaba Francisco. Las personas descendieron las banderillas, voltearon a verse unos a otros. Durante unos seis segundos el ánimo se ahogó. Pero es en este momento cuando la pick up que traslada a Francisco y la caravana que lo acompaña en su primera visita como papa a la Ciudad de México avanzan, se observan a tan solo unos metros de distancia. Circulan y se detienen en este tramo de la calzada.

Acompañado por personal de seguridad, el cardenal Norberto Rivera y un par de integrantes de la Iglesia católica, Francisco alza el brazo derecho, despliega una sonrisa y saluda a su público. Cientos de personas lo fotografían, pocos son los que no quieren una foto. La mayoría está preocupada por no conseguirla.

–¡Ya se la tomé!

–¿Sí salió bien? A ver, a ver. No se ve. Tómale otra.

Los brazos se elevan, las banderillas se agitan cuando el reloj indica que ya son casi las cinco de la tarde. Algunas personas cargaron escaleras o sillas para elevarse un poco y observar a Francisco durante un momento.

Norberto Rivera lleva un traje negro. Con el semblante serio, sentado en el asiento trasero del llamado papamóvil, mira también a su alrededor y a Francisco, cubierto con el alba, la túnica que cubre su cuerpo.

–¡Te estábamos esperando! –gritan tres mujeres jóvenes, quienes no ocultan su entusiasmo, su simpatía hacia el obispo de Roma.

Otras mujeres se instalan a tan solo unos pasos de ahí y se desprenden de sus prendas. De frente y en la espalda llevan un mensaje: “20 mdp por la visita del papa (sic)”. Pocos se percatan de la efímera manifestación, entre ellos la mujer que hace un momento subió al separador vial color naranja:

–¡Ay no! ¡Ya vienen unos a alborotar! ¡Fuera!

La pequeña escala del papa apenas dura unos segundos. El automóvil avanza de nuevo, rumbo a la basílica de Guadalupe, donde Francisco oficiará una misa y se referirá de nuevo, como lo hizo en el Palacio Nacional y en la Catedral Metropolitana de México, al tema de la violencia en el país.

Francisco dirá en el acto religioso que así como el indio Juan Diego “despertó la esperanza por la encomienda que tenía la virgen María para que se levantara su templo, esa esperanza también está presente en el corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos”.

Pero antes de que eso ocurra, un buen porcentaje de las personas instaladas ante las vallas comienza a esparcirse y a caminar por las diferentes calles, por las que sea posible transitar pues la basílica está cercada.

–¡Oiga, oficial! Déjenos pasar, mi hermana y yo tenemos boletos para la misa –exige una mujer madura. El policía la ignora y ella insiste: “¡Tenemos boletos!”

–Nosotros también tenemos boletos, ¿por dónde pasamos? –exclama otra mujer.

Un joven, integrante del personal de apoyo, explica la situación, visiblemente fastidiado de escuchar los gritos de las mujeres.

–Señoras, ya no es posible pasar, aunque tenga el boleto. Si querían entrar, debieron llegar muy temprano, como a las ocho de la mañana, así como hicieron los que sí están adentro.

FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS

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En los cruces de las avenidas Insurgentes norte y Montevideo, decenas de personas avanzan en dirección a la Basílica de Guadalupe. La mayoría cree aún que el acceso será fácil. Hasta este momento pocos se imaginan que si bien les va, apenas podrán acercarse a la valla metálica instalada sobre Calzada de Guadalupe.

Cinco hermanas que viajaron desde Houston, Texas, caminan apresuradas. Desde muy temprano abordaron el avión para llegar a la Ciudad de México.

–Bueno, anoche yo aún estaba enferma y le pedí a Dios que se hiciera su voluntad. Pero él quiso que estuviera aquí –dice una de ellas, la mayor.

–Estamos aquí porque además de ver a Francisco queríamos visitar a la santísima Virgen. Y aquí estamos –complementa otra.

Para arribar a Calzada de Guadalupe será necesario rodear la basílica: en Montevideo doblar a la derecha en avenida Unión, a la izquierda en calle Hernández, llegar a Calzada de los Misterios, caminar sobre avenida La Fortuna.

En el recorrido de aproximadamente media hora, vendedores ofrecen camisas, gorras, banderillas, cojines, collares y fotos. Cada accesorio muestra la imagen de Francisco y mensajes que dicen, por ejemplo, “Yo estuve presente en la visita del papa en México”.

–¡De a 100 la gorra! ¡Lleve la camisa conmemorativa de 60 pesos! ¡La foto por 10 pesos!

–A ver, deme una foto –solicita una mujer.

–¿Dos?

–No, sólo una.

–Dos por 15.

–Bueno, démelas.

Al llegar a Calzada de Guadalupe, cientos de personas, alegres, emocionadas, esperan a Francisco. Una familia muestra una pancarta con letras negras: “Dios les da las batallas más difíciles a sus mejores soldados. Oramos por ti”.

Francisco llegará a la basílica después de las reuniones que se celebraron en Palacio Nacional y la Catedral Metropolitana.

El papa llegó al palacio a las nueve y media de la mañana. Ante el presidente Enrique Peña Nieto, gobernadores del país y represente del Poder Legislativo, solicitó a los mexicanos “tender puentes capaces de guiarnos por la senda del compromiso solidario”.

Francisco se refirió a la juventud mexicana: “Esto permite pensar y proyectar un futuro, un mañana. Un pueblo con juventud es un pueblo capaz de renovarse, transformarse. Es una invitación a alzar con ilusión la mirada hacia el futuro, y a su vez nos desafía positivamente en el presente”.

Más tarde, en la catedral, el papa exhortó a 165 obispos, arzobispos y cardenales a “no minimizar la amenaza que significa el narcotráfico para todos los mexicanos”.

“Les ruego no minusvalorar el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa para los jóvenes, la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia. El tráfico de drogas tiene la capacidad de extenderse como una enfermedad por diversos ámbitos y, ante ello, los ministros católicos deben tener el arrojo para enfrentarlo y apoyar a sus comunidades.

“La proporción del fenómeno –abundó–, la complejidad de sus causas, la inmensidad de su extensión como metástasis que devora la gravedad de la violencia que disgrega y sus trastornadas conexiones no nos consienten a nosotros, pastores de la Iglesia, refugiarnos en conductas genéricas, sino que exigen un coraje profético y un serio y cualificado proyecto pastoral para contribuir gradualmente a entretejer aquella delicada red humana”.

Unos minutos antes de la llegada del papa al último tramo de Calzada de Guadalupe, la imagen del delegado de la Gustavo A. Madero, Víctor Hugo Lobo, aparece en las pantallas instaladas sobre la avenida, adornada con imágenes de Francisco con el logotipo de la ciudad.

–Hemos colocado varios puntos para brindar ayuda médica y agua –dice Lobo.

–¡Buuu! ¡Buuu! Sáquenlo –gritan los presentes.

En las mismas pantallas se transmite la programación de TV Azteca. Una de las voces que se escuchan dice orgullosa que México es el país más visitado por un papa tan solo después de Francia y Polonia. Otras voces de conductores elogian la visita papal.

Cuando Francisco deja atrás este tramo del camino, entre las personas se escucha la voz de un hombre:

–Uy, no lo vi, no vi nada.

–Pues yo sí lo vi.

–Nada, nada vi.

FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS

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Los asistentes, los que permanecieron en Calzada de Guadalupe después de la llegada de Francisco, buscan una pantalla para observar y escuchar la misa.

Escuchan a Francisco decir: “… el corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos”. Los presentes muestran atención.

Una mujer, dice:

–A ver si ahora sí lo vemos bien cuando pase de nuevo.

Su compañera, optimista, le responde:

–Yo creo que sí, tú espera.