¿Todas las mujeres deberían apoyar a Hillary porque es mujer?

Este artículo apareció primero
en el sitio Anything Peaceful.

“Hay un lugar especial en el
infierno para las mujeres que no se ayudan unas a otras”.

Es una de las frases más
famosas de Madeleine Albright, y la ha dicho en múltiples ocasiones. Starbucks
incluso la puso en una taza de café.

Entiendo por qué. Es
eminentemente citable y sugiere una especie de asociación nada sentimental de
mujeres que puede ser atractiva. Puedo ver su aplicación rápida, por ejemplo,
al ayudar a una amiga borracha para que llegue a salvo a su casa después de una
fiesta o cuando sostienes al bebé de otra mamá para que ella pueda usar el baño
en paz.

Pero Albright debió ser mucho
más cuidadosa antes de aplicar su frase característica a lo que ella ve como
una obligación de las mujeres de votar por Hillary Clinton en las elecciones
primarias demócratas. Porque en el minuto que se saca su frase del contexto de
las relaciones entre personas y se la pasa al contexto político, pierde
cualquier encanto poco sentimental que tenga, y se vuelve un odioso sinsentido
intimidatorio, sexista y preceptivo.

No creo en el infierno, así que
amenazarme con él nunca ha tenido mucho impacto. Pero según mi mejor
entendimiento, para las religiones que sí creen en el infierno, las cosas que
llevan allí a las personas son los pecados contra Dios o contra otras personas.

Tomar una acción política con
la que alguien no está de acuerdo (votar por alguien que no sea Hillary
Clinton) no parece encajar en ese sentido de ninguna manera. Sugerir que lo
hace sería mezclar la iglesia y el estado de una manera que le sienta incomoda
a las largas tradiciones estadounidenses.

E incluso si votar de una
manera que Albright considera errónea fuera un pecado que lleva a la
condenación, si Albright en verdad cree en el tormento eterno y las llamas del
infierno, probablemente debería guiarse por los numerosos versículos del Nuevo
Testamento que aconsejan a los creyentes a usar la corrección gentil y la
instrucción con quienes han tomado el mal camino.

Si Albright no cree en el
tormento eterno y las llamas del infierno, entonces deberían aconsejarle que
deje la teología fuera de su política por completo.

Pero incluso si dejamos de lado
la miríada de objeciones que surgen cuando una teología intimidatoria e
incorrecta es arrastrada al terreno político, la insistencia de Albright en que
las mujeres tienen el deber de votar por Clinton porque también es mujer sigue
siendo estúpida.

Es sexismo de la más vieja y
fastidiosa calaña. Con un comentario, Albright logró sugerir lo siguiente:

  1. Las mujeres deberían
    callarse y votar como se les diga que voten.
  2. Todas las mujeres deberían
    votar de la misma manera.
  3. Todas las mujeres tienen los
    mismos intereses y objetivos.
  4. Las mujeres que han tomado
    decisiones con las que otras no están de acuerdo han elegido incorrectamente y
    deben ser regresadas al redil.
  5. No se puede confiar en que
    las mujeres reconozcan (y voten a favor de) sus mejores intereses.

Las mujeres, al paso de los
siglos, se han vuelto muy duchas en responder a este tipo particular de
idiotez. Así, aun cuando es desconcertante, a lo más, oír esta tontería de una
mujer de la estatura y experiencia de Albright, no es especialmente difícil
formular una respuesta inteligente.

De hecho, una cosa que hace tan
exasperante el comentario de Albright es que, para muchas mujeres, parece
increíblemente retrógrada cuando se aplica en política. Ignora el progreso muy
real hecho por las pensadoras feministas del siglo XXI al reconocer los tipos
diferentes de vidas que llevan los tipos diferentes de mujeres, de clases
diferentes, de diferentes colores, con religiones diferentes, de sexualidades
diferentes y en cuerpos diferentes. Al gritar por encima de ese tipo de matiz,
el comentario de Albright suena como si estuviera atascado en el feminismo de
la década de 1960.

Pero es peor que eso. En su
esencialismo de género —su insistencia en que las mujeres son todas mujeres y
por lo tanto todas iguales—, el comentario de Albright pudo haber sido
arrancado directamente de los primeros años del siglo XX. O del siglo XIX. O
del XVIII.

Felizmente, hemos tenido a Mary
Wollstonecraft estos últimos casi 225 años para responder a ese tipo de
sinsentido. A Albright le iría mejor si, como Wollstonecraft, “considerara a
las mujeres bajo la luz grandiosa de las creaturas humanas, quienes, en común
con los hombres, fueron puestas en esta tierra para desarrollar sus
facultades”.

Decirle a una mujer cómo
debería votar porque es una mujer no es menos insultante que decirle que no
puede votar porque es mujer. Ambos enfoques le niegan a un individuo la
oportunidad de desarrollar sus facultades únicas como le plazca.

Ambos enfoques reducen a un
individuo complejo a una sola característica. La política hace esto de manera
rutinaria a todo tipo de grupo —mujeres, gente de color, creyentes, dueños de
armas— y en todos y cada uno de los casos es un insulto a la dignidad del
individuo.

Pero el comentario de Albright
hace algo todavía peor. O tal vez, para nuestros propósitos, hace algo todavía
mejor. El comentario de Albright revela la verdad de la política. Y esa verdad
es que la candidatura de Clinton a la Casa Blanca, como la candidatura de
Sanders, o la de Trump, o la de Bush, o la de Cruz, o la de cualquiera, no se
trata de servir al pueblo.

Se nos dice que votemos por
Clinton porque tenemos un deber especial de ayudar a otras mujeres. Pero
Albright y Clinton no se refieren a que tenemos un deber especial con las
mujeres paradas a nuestro lado en la tienda de abarrotes, o las mujeres que
sufren pobreza, o no tienen trabajo, o son abusadas por sus cónyuges, o
acosadas por sus jefes.

Ellas se refieren a que tenemos
un deber especial con una mujer: Hillary Clinton. Es nuestro deber, como
mujeres, ayudarla a tener un puesto en la Casa Blanca, porque ninguna mujer ha
hecho eso antes. Verla allí arriba demuestra… algo. Y ello nos hará sentir…
algo.

Ese es un té muy suave,
Albright.

Pero es, por lo menos, el té
suave que expone la verdad fundamental de la política. No se trata de ayudar a
las mujeres. O a los hombres. O a la gente de color. O a los desempleados. O
quienquiera que se nos diga que están ayudando.

Se trata de ayudar al político.

Y maldita sería yo si voy a
hacer eso.

Publicado en cooperación con Newsweek // Published in cooperation with Newsweek