No es tan difícil volar un auto. De hecho, el primer modelo despegó en 1947. Más hemos tardado en tratar de averiguar cómo sacar lo último de la salsa de tomate que queda en la botella. El reto es construir un auto volador que tenga sentido. Harto de que lo fastidien con el tema de que meta sus dos compañías en la cama para que engendren un auto cohete, Elon Musk —CEO de Tesla y SpaceX— ha respondido con una serie de tuits, incluido este: “Pro del auto volador: puedes viajar rápido en 3D. Contra: mucho mayor riesgo de caer en la cabeza de alguien”. A lo que Peter Thiel, el inversionista cascarrabias favorito de todos, replicó: “Queríamos autos voladores; en vez de eso, nos dio 140 caracteres”.
Dos grandes obstáculos nos han impedido vivir en una caricatura de Los Supersónicos. El primero es el despegue y aterrizaje vertical de un vehículo tamaño auto. Sería absurdo vender coches voladores a mamás que llevan al montón de chiquillos a una práctica de fútbol y tienen que recorren toda la avenida, arriba y abajo para luego despegar. Un auto volador de producción masiva tiene que subir y bajar directamente desde la entrada de la casa: silencioso, seguro y económico. Esa sería una verdadera proeza de ingeniería.
El segundo obstáculo es garantizar la seguridad y el orden cuando una horda de conductores pase zumbando como bólidos por el cielo. Los accidentes vehiculares siegan, cada año, un millón de vidas en todo el mundo y eso que los autos se desplazan en dos vectores nada más. Sumemos un tercer vector —el espacio sobre la superficie terrestre— y la probabilidad de caos crece exponencialmente. Ahora que, si nos preocupa la sobrepoblación, desarrollemos autos voladores pilotados por humanos, pero tan baratos que cualquiera pueda comprarlos.
El crédito del primer auto volador es para Robert Edison Fulton. Su familia fundó la compañía que se convirtió en Greyhound Corporation y su padre fue el presidente de Mack Trucks. Pues bien, en 1947 desveló el Airphibian, cuyo componente “coche” era una cabina con cuatro ruedas que parecía la cabeza de un beagle e iba sujeta al fuselaje de un avión. El artefacto voló y ahora se encuentra en el Smithsoniano.
Con los años, Ford trabajó en un auto volador y Chrysler diseñó un jeep volador para el Ejército, pero ninguno llegó a producirse. Luego, el inventor Moulton Taylor logró despegar su Aerocar en la década de 1960 y casi convenció a Ford de comercializarlo.
Mas ninguna de esas máquinas era práctica, ya que todas despegaban como aviones.
En marzo, la empresa eslovaca AeroMobil dictó una conferencia sobre su prototipo operativo en el evento South by Southwest. Es un aparato con forma de avispa, con alas que se repliegan para conducir, pero también despega como avión. El prototipo puede volar hasta 690 kilómetros y elevarse tres mil metros, y aunque la compañía garantiza que el modelo fue certificado por la Federación Eslovaca de Vuelo Ultra Ligero, eso me resulta tan tranquilizador como saber que mi cirujano cardiovascular se graduó en el Colegio de Medicina de la Universidad de Tombuctú.
“A menos de que un auto volador pueda despegar verticalmente, no cambiará la transportación personal”, sentencia Paul Moller, quien ha trabajado en ese problema desde hace cincuenta años. El tipo es medio loco y medio genio, y ha gastado más de 100 millones de dólares tratando de perfeccionar motores de elevación vertical, por lo que en cierto momento quedó en bancarrota. No obstante, también ha ganado millones en tecnología derivada de su trabajo, y en 2004 impresionó a un público discriminador con una Charla TED sobre autos voladores. Su M400 Skycar (siempre “a punto de estar listo”) parece una cruza de Corvette y un Cuisinart. Los cuatro motores giratorios se vuelven hacia arriba para el despegue vertical y luego giran horizontalmente para volar; pero hasta el año pasado, solo había conseguido elevar el vehículo unos doce metros del suelo. Con todo, ha recibido preórdenes desde la década de 1990.
El problema del Skycar es el desarrollo del motor, asegura Moller. Su compañía de Davis, California, ha trabajado muchos años por su cuenta inventando una nueva tecnología y eso es siempre muy costoso. Pero algo nuevo está por cambiar la situación: el auge de los drones, esos pequeños aparatos de elevación vertical que cada vez se hacen más grandes y poderosos. Y es que están respaldados con dinero e ingenio, porque tienen un mercado. Así que si Moller no puede producir un motor vertical con su estrategia de desarrollo top-down, alguien que trabaje con drones podría proporcionarle la respuesta con la metodología bottom-up. Y cuando resuelva el problema del despegue vertical, tendrá un auto volador que salga de la cochera y se eleve al cielo.
Aquí cabe cuestionar qué esperamos, realmente, de un auto volador. Todos, excepto Moller, han intentado construir un vehículo que pueda conducirse por la autopista y también volar. Pero, ¿por qué? Amazon está invirtiendo en la distribución con drones para dejar el producto directamente en la puerta del cliente, mas no para construir camiones de reparto que puedan conducirse y volar. Eso es porque volar y conducir siempre serán dos acciones exclusivas. Lo que quizá deseamos es un vehículo volador personal, como los de Blade Runner y, además, un auto común y corriente para desplazarnos por tierra.
En cuanto a la solución del caos potencial, la tenemos ya en los autos que se conducen solos. Los autos que volaran solos conocerían las vías de todos los demás autos voladores, conocerían el paisaje para no chocar contra un rascacielos y recibirían actualizaciones climáticas para no volar hacia una tormenta. Así que no necesitaríamos la licencia de piloto ni tendríamos que preocuparnos por los pilotos borrachos. Hace diez años, la idea de un auto que se condujera solo —ni hablar de uno que se condujera solo en el cielo— era implausible. Y ahora tenemos esa tecnología prácticamente encima.
Me siento mal por Moller, a quien he entrevistado algunas veces en las dos últimas décadas. Ha sido un gran innovador desde hace mucho y, sin embargo, es posible que alguien más termine combinando todas las piezas y diseñe un auto volador para el mercado masivo. “Me motiva saber que es factible”, me dijo en 2004. Luego de cincuenta años, parece que tiene razón.