Hallan momia de monje dentro de Buda

Un hecho sin precedentes para la ciencia se dio en días recientes cuando investigadores holandeses descubrieron a través de una prueba de escaneo el cadáver momificado de un monje de más 1000 años en una antigua estatua de Buda.

“En la tomografía realizada a la silueta se ve claramente un esqueleto humano”, informó el Centro Médico Meander de Holanda. Además “se hallaron pedazos de papel con antiguos caracteres chinos con los que habían sustituido los órganos del difunto”.

La momia fue identificada como el cuerpo del maestro budista Liuquan, a quien los doctores le practicaron una endoscopía.

Los investigadores tomaron muestras de los huesos de la antigua momia para practicarles exámenes de ADN y los resultados de este análisis serán revelados más adelante, informaron los investigadores.

La estatua que contiene a la momia que será sometida a pruebas médicas fue tomada del museo Drent, Holanda, lugar donde estuvo en exhibición.

Otro monje “no muerto”.

Hace un par de semanas otra momia de un monje budista de alrededor de 200 años fue hallada en posición de meditación y en un estado de preservación óptimo.

Con las piernas cruzadas en la posición de loto y cubierta entre pieles de cordero, la momia fue descubierta en una parcela vallada de la capital de Mongolia. Su propietario la había robado y tenía intención de venderla en el mercado negro.
Se desconoce por el momento la identidad de la momia, aunque no han tardado en reclamar su parentesco supuestos descendientes y, según informó hoy la agencia mongol Montsame, se cree que el monje vivió en el siglo XIX.
Algunos expertos monjes budistas defienden que la momia en realidad no ha fallecido, sino que se encuentra en un estado de meditación profunda llamado “tukdam”, una especie trance entre la vida y la muerte.
“Parecía que estuviera vivo”, aseguró uno de los hombres que vio la momia en declaraciones al diario mongolThe UB Times.
El profesor del Instituto de Arte Budista de la Universidad Budista de Ulán Bator Ganhugiyn Purevbata señaló al diarioThe Siberian Timesque la momia fue encontrada sentada con las piernas en la posición del loto, con la mano izquierda abierta y la derecha haciendo el símbolo de la plegaria “sutra”.
“Esto es un signo de que no está muerto, sino que está en una meditación muy profunda, de acuerdo con la antigua tradición de los lamas budistas”, añadió el experto.
Dada la antigüedad que se atribuye a la momia, los forenses que la han examinado están sorprendidos por un estado de conservación que consideran extraordinariamente bueno.
En las imágenes difundidas por Montsame se observa un cuerpo delgado hasta el extremo, con una piel de color gris verdoso con toques marrones y que, pese a haber perdido aparentemente una parte de la nariz, mantiene unos dedos y orejas bien definidos e incluso presenta pelo y bigote.
El Centro Forense Nacional de Mongolia, donde se encuentran los restos, ha recibido en los últimos días numerosas visitas de fieles budistas que acuden a rezar ante la posibilidad de que se trate de una figura divina.
En respuesta a este interés, las autoridades mongoles han creado un amplio equipo para conocer más detalles del caso, anunció el portavoz del Departamento de Policía de Ulán Bator, B. Baatarkhuu, alThe UB Times.
¿Quién es en realidad esta momia? La agencia Montsame se hace eco de una de las hipótesis más extendidas: que los restos pertenecen a un mentor que inspiró al lama (maestro de la doctrina budista tibetana) Dashi-Dorzho Itigilov, momificado en Rusia en la década de 1920.
De Itigilov, nacido a mediados del siglo XIX, se sabe que pidió a sus discípulos en 1927 que lo enterraran en la posición del loto y que lo exhumaran 30 años después, algo que finalmente no sucedió.
Sokushinbutsu: trascender la muerte.

Más allá de estos descubrimientos, la tradición de momificarse por voluntad propia en realidad es milenaria.

Hasta hace seis siglos, un grupo de monjes budistas en la provincia japonesa de Yamagata practicaban el Sokushinbutsu o la momificación en vida, explica la página quienlodiria.com.

Era un proceso que duraba en total tres mil días e incluía una alimentación muy reducida, el envenenamiento inducido y el enterramiento voluntario. Hoy puede ser interpretado como un lento y doloroso suicidio, que, sin embargo, para los monjes budistas era el máximo honor a que podían aspirar: creían que si su cuerpo se conservaba después de muerto, pasarían a ser adorados como dioses. En efecto, a través de la momificación los religiosos buscaban alcanzar un estado supremo de iluminación, con el cual llegarían a convertirse en Budas.

Parece ser que la macabra práctica de la automomificación era un secreto bien guardado en el país nipón, ya que recién durante los años ’60 algunos investigadores japoneses comenzaron a prestar atención a las historias susurradas a media voz que corrían sobre los extraños monjes budistas. Los científicos de la Universidad Waseda, de Tokio, pudieron comprobar que efectivamente el proceso de sokushinbutsu era real. Los órganos de los cadáveres encontrados estaban intactos, es decir, que no habían sido manipulados post mortem para su conservación.

Llegar a volverse un guía espiritual no era sencillo. El sokushinbutsu –voz que significa “consecución de la budeidad en vida”- consistía en un proceso complejo, derivado de una forma de budismo llamada Shugendō. La automomificación se atenía a reglas que habían sido establecidas cientos de años atrás y eran muy severas. El proceso debía durar en total tres mil días, divididos sistemáticamente en tres periodos de mil. El primero hacía foco en la alimentación: los monjes debían someterse a una dieta sumamente estricta. Se mantenían exclusivamente con semillas y frutos secos, con el objeto de reducir al máximo su porcentaje de grasa corporal ya que la grasa, al morir, entra en descomposición rápidamente.

En el segundo lapso de 1000 días, se llevaba a cabo una suerte de envenenamiento voluntario. Se debía ingerir un té tóxico derivado de un árbol llamado Urushi, de la familia de la hiedra. Este brebaje venenoso actuaba como un depurativo: provocaba vómitos en quien lo bebía, supuestamente eliminando así los gusanos del cuerpo. Además, el té hacía que la persona sudara y orinara más de lo normal; sumado al hecho de que no consumían agua, el cuerpo lentamente iba deshidratándose. En consecuencia la piel se agrietaba, pegándose a los huesos, que ya no tenían casi músculo. Poco a poco, el cuerpo se convertía en un cadáver viviente.

Tras este proceso de depuración física, el monje entraba a la tercera etapa, la más difícil: el comenzar a momificarse en vida. Para ello se introducía en una tumba de piedra vertical, cuyo su tamaño era solo un poco más grande que su cuerpo. El religioso debía entonar mantras y colocarse en la posición del loto, de la que no se movería hasta la muerte. Por lo general la cripta se encontraba unos tres metros bajo tierra, y una caña de bambú que atravesaba la tumba por un extremo servía para respirar. Para conectarse con el mundo exterior, el monje se valía de una campana que debía tañer una vez al día en señal de vida. Cuando los compañeros no escucharan el sonido, sabrían que el enterrado habría muerto. Entonces se sacaba la caña para respirar y se procedía a sellar la tumba.

Una vez cegada la cripta, los compañeros del momificado aguardaban mil días más antes de comprobar si la momificación había resultado exitosa. Entonces podían suceder dos cosas: si el cadáver estaba descompuesto, el monje era enterrado con honores, gracias a su valentía y sacrificio. En cambio, si la automomificación se había cumplido correctamente, el cuerpo era colocado en un templo para adorarlo como a un Buda. El honor de convertirse en casi un dios, alcanzando un estado supremo del espíritu, era una de las máximas aspiraciones de un budista. Así, el proceso de momificación en vida estaba reservado solo para unos pocos monjes.

Se supone que fueron varios cientos los monjes que llevaron adelante un proceso de automomificación; no obstante, al día de hoy solo han sido descubiertos alrededor de 20 cadáveres que acusan relación con el sokushinbutsu. En la actualidad esta macabra manera de alcanzar la iluminación divina ya no se practica; los monjes budistas continúan intentándolo mediante silencio, rezos y meditación. Además, en 1909 el emperador Meiji prohibió el sokushinbutsu como parte del apoyo a la religión natural de Japón, el sintoísmo.

La técnica, al parecer está extinta ya que ningún monasterio o grupo budista acepta practicarla en la actualidad.