Atlixco, Pue. En una parroquia colmada por un silencio casi absoluto, familiares y amigos se aferraron al último adiós de César Emilio Vázquez Sevilla, un joven de 21 años cuya vida se extinguió abruptamente en un accidente sobre la Vía Atlixcáyotl. La escena, impregnada de luto y desconcierto, contrastó con el blanco de las prendas que los deudos eligieron como símbolo de paz para despedirlo.
La parroquia de Santa María Natividad, en Atlixco, se convirtió en un refugio para quienes llegaron a despedir a un joven descrito por sus profesores y compañeros como disciplinado, luminoso y profundamente generoso.
La noche del accidente en Vía Atlixcáyotl
César es una de las dos víctimas mortales del choque ocurrido la madrugada del sábado, cuando el vehículo Subaru azul en el que viajaba como copiloto se impactó violentamente contra un poste de concreto de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), a la altura de la agencia Honda. En el lugar también murió su amigo Rubén Alonso Guzmán. La tercera ocupante, identificada como Paulina, continúa hospitalizada en estado delicado.
Según amigos cercanos, el grupo mantenía una relación de amistad sólida y la reunión de aquella noche habría sido parte de los festejos recientes de César, quien transitaba un periodo de logros académicos y celebraciones personales.

El legado de un joven reconocido por su comunidad
Estudiante de Comercio Internacional en la Universidad Iberoamericana Puebla, César era reconocido por su dominio del inglés, su disciplina y su participación activa en proyectos académicos. Su rostro incluso apareció en videos institucionales difundidos en YouTube, reflejo de una trayectoria universitaria que apenas comenzaba a tomar forma.
Aunque estudiaba en la capital poblana, vivía en Atlixco, donde creció y consolidó una extensa red de amistades. Durante las últimas horas, sus perfiles en redes sociales se han llenado de mensajes que evocan su carácter afable, su energía inagotable y esa alegría que, según muchos, era capaz de iluminar cualquier reunión.
En la parroquia, mientras el féretro avanzaba lentamente entre los pasillos, no hubo gritos, ni rabia, ni reproches públicos; solo un sentimiento colectivo de vacío.