Los noticieros difundían la presencia de SARS-CoV-2, la duda y el miedo campeaban en todas las mentes y en todos los comentarios, sobresalían las imaginaciones apocalípticas en las que destacaban los misterios de San Agustín sobre la llegada del “final de los tiempos”. El responsable institucional de la pandemia expresaba confusas afirmaciones y explicaciones sobre el tema, “… sin problema, Covid-19 no tendrá ninguna consecuencia… el presidente del país no contagia ni se contagiará por su fuerza moral…; si los contagios los comparamos con el hoy y ayer de la semana pasada, y con el hoy y ayer de la semana antepasada, con el hoy y ayer…, la curva está domada…”
Mi hermana Girasol, era de las que aseguraban que la pandemia era un castigo divino, modificaba los cuadrantes de las ondas hertzianas para escuchar y ver las noticias; su celular tenía tanta información del virus que ya tosía con temperatura… Me preguntó un día, – ¿Giraluna, tú crees que el virus acabará con todas y todos? -, no sé, – contesté -, sin dato alguno que fuera válido, estaba invadida de información que como algas marinas se reproducían…
El abuelo Andrés empezaba a tener el síndrome de la “Chimoltrufia”, como nos contaba una cosa nos contaba otra; sostenía que los protocolos de salud eran inútiles…, nos decía, – la caterva del imperio son malos y muy pendejos, un frente muy amplio –, por ello nos acobardábamos ante la presencia del COVID, afirmaba que las enfermedades tenían un epicentro en los neoliberales, por una simple razón: – son reaccionarios, recoletos, ensimismados, una turba de corruptos -, decía; Girasol y yo nos asustamos mucho al quedarnos en una cuarentena abigarrada, no dejábamos que ni el sol entrara por la ventana, encargábamos alimentos y hasta “Lysol” les aplicábamos. Los meses transcurrían y las noticias científicas no llegaban, los protocolos de salud se acogieron a un formato didáctico llamado “semáforo” que mostraba todo el mapa de México en color rojo; así, con el cuidado que tuviéramos podía pasar a color amarillo y con más cuidado hasta verde, indicador de un mal menor… hubo personajas que hasta le integraron al semáforo otros colores entre el amarillo y el verde y entre rojo y amarillo, lo convirtieron en una marquesina de colores con su “tongolele”.
¡Llegaron las vacunas!, la esperanza nos invadió, hubo de todo, los que las vendieron a otros pises, los que las anunciaron como un acto salvífico del jefe del ejecutivo, los que las guardaron como “centenarios”; las inoculaciones iniciaron por los mayores y en orden descendente de edad se fueron aplicando…las filas al principio hacían remolinos entre las calles, plazas, jardines…, se fue aplicando experiencia, hubo incluso una suerte de “Juglares de la pandemia”.
Así, llevamos al abuelo Andrés a su vacunación, le dolió el brazo, un poco de temperatura, dolor de cabeza que caseramente le atendimos; sin sentir pasaron cuatro meses, se le aplicó la segunda dosis; el tiempo no ubicó en los terrenos de la UAA para la aplicación de su dosis de refuerzo, en esta ocasión hicimos quince minutos en total, espera y aplicación. Junto al abuelo, Girasol y Giraluna, en ejercicio de buena ciudadanía, en las mayores de 18 años quedamos registradas por Internet en “eso del bienestar”, dosis y refuerzo.
Sin embargo, el protocolo mantiene “sana distancia”, “gel” a todas horas, “mascarilla”, “tapetes” limpia suelas, “la frialdad” entre personas, falta de alternar frente a frente…, es decir, continuó la deshumanización de la convivencia, la insensibilidad clínica, el déficit en el diálogo, la ausencia de cariños cotidianos. La pandemia nos dejó un problema serio de tolerancia. Incluso se incrementaron las violencias infrahumanas, estereotipadas, patentadas y reconocidas por cárteles de la droga en disputas. El presidente insiste en su propuesta “abrazos no balazos”, de manera que la violencia crece día a día, minuto a minuto. Éxodo de pueblos enteros que en el imaginario colectivo pareciera que Moisés va al frente.
El abuelo Andrés, a pesar de sus vacunas, cada día dice más incoherencias, se pelea con los vecinos, basurea al de la tienda, apedrea las vidrieras del OXXO, patalea los cajeros automáticos, le mienta la madre al personal de los bancos, no tolera a los jaliscienses… Con motivo del día de la candelaria hicimos tamales, que por cierto le gustaron, motivo que propició una conversación de consensos y renovación de votos de amor. Acordamos una acción ciudadana, enviar al presidente de México una nota:
“Ciudadano presidente, ¡ya es tiempo de que usted se haga cargo de los balazos! que matan a ritmo acelerado, más que la pandemia; a cambio le ofrecemos hacernos cargo de los abrazos, impulsaremos un renacimiento del cariño y el respeto. (Adjuntamos cartillas de vacunación y credenciales del INE, ¡la que nos une!).
Atentamente.
Andrés, Girasol y Giraluna.”