El concepto se acuñó hará
unos siete años, cuando un tal David Roberts se refería a ciertas expresiones y
hasta a políticas públicas que negaban enfáticamente el cambio climático pese a
las evidencias científicas que existen al respecto.
Luego de las pasadas elecciones
presidenciales en la Unión americana y de las campañas desplegadas en torno al Brexit, el término cobró carta de
naturalización, pues al parecer, en lo inmediato, la estrategia de mentir
deliberadamente no resulta condenable por la población, y es capaz de producir
dividendos políticos en el corto plazo.
Tan llegó para quedarse ese
neologismo, que el Diccionario Oxford ya lo incluye en su repertorio, y se ha
publicado que en su sesión de diciembre de este año, hará lo mismo la Real
Academia Española de la Lengua.
Será así que en la opinión
experta de los académicos, la posverdad quedará referida a la información o aseveración que
no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o
deseos del público.
En
la práctica cotidiana, los ciudadanos advertimos que algunos líderes políticos
emiten mensajes cuyo contenido no coincide cabalmente con la realidad y que
hacen promesas que están seguros que no habrán de cumplir.
Advertimos que de manera tramposa e interesada
se presentan hechos que no coinciden con la apariencia que nos presentan; y es
frecuente que se presente la malversación encubierta de los recursos públicos,
que los políticos desvían para favorecer sus intereses particulares.
A
esa manipulación intencionada del contexto en la que se mezcla la realidad con
la apariencia y el hecho con la creencia, que luego se socializa mediante el
uso indiscriminado de las redes sociales, es a lo que, en la era Trump, se ha
identificado como posverdad.
Si
se viraliza un mensaje según el cual murió un personaje político y luego se
comprueba que vive, y no pasa nada, es probable que también se le puedan
atribuir cualidades de las que carezca y que luego de comprobarse, tampoco nada
pase.
Ese
fenómeno es observado y utilizado por los pomposamente auto proclamados
estrategas del marketing político con la clara intención de tropicalizarlo en
las próximas campañas electorales.
Traigo
a colación las generalidades del tema, porque en Guanajuato, la relación del
Gobernador y su llamado “delfín” se ha venido dando en un plano de posverdad.
En
efecto, se tiene documentado que Miguel Márquez, cuando era aspirante al
gobierno estatal, prometió que jamás intervendría para dejar sucesor; pero la
ejecutoria de los hechos confirma lo contrario, pues resulta evidente que ha
hecho todo lo posible por imponer como
candidato de su partido a Diego Sinuhé Rodríguez.
Por
otra parte, son variados los hechos en los cuales se utilizaron recursos
presupuestarios del gobierno de Guanajuato, que en apariencia sólo servirían
para los fines establecidos en los programas, pero que no tenían otro propósito
que promover la imagen del “delfín”.
No
obsta que el Tribunal Estatal Electoral, en el triste papel de juzgado de
consigna haya exonerado al favorito del
Gobernador, pues como postulaban los jurisconsultos romanos, “contra los hechos
no hay argumento”.
Téngase
como ejemplo, tan sólo, el reportaje que, con pelos y señales, publicó am
de León el 27 de julio pasado, mediante el cual quedó acreditado que el
Ejecutivo estatal, utilizó recursos y funcionarios públicos para posicionar la
imagen del entonces secretario de Desarrollo Social y Humano, Diego Sinhué
Rodríguez, aspirante a la candidatura del PAN a la gubernatura para las
elecciones de 2018.
Quedó
acreditado que para esa burda campaña de posicionamiento, el gobierno de
Márquez utilizó el programa Impulso
Social, en aplicación de una estrategia de “intervención” diseñada por el
venezolano Pedro Silva, quien se ostenta como un experto en campañas
electorales.
La
prueba palpable de que la información de referencia resultaba incontrovertible,
es que a raíz de la publicación de ese reportaje, el “delfín” de marras acabó
renunciando al puesto, en el que simulaba prestar un servicio público, y lo
único que hacía era promocionar sus apetencias políticas.
El
pasado domingo 12 de noviembre los corifeos de este personaje organizaron una
comilona, que en apariencia era para festejar su cumpleaños, pero que en realidad
sirvió para provocar lo que en la era dorada del Priato solía identificarse
como “la cargada”.
A
ese notorio acto de anticipación a los tiempos electorales, se estuvo
convocando a los invitados por medio de un mensaje de Facebook, en el que
aparecía la imagen del “delfín”, como autor de la invitación.
Dicho
mensaje, cuya autoría no se puede identificar, pues no se sabe, si lo envió
Diego Sinuhé Rodríguez u otra persona, fue desconocido por el “delfín”; quien
acudió ante el Consejo General del Instituto Estatal Electoral a presentar lo
que denominó un “deslinde”.
Fue
y dijo, “yo no fui. Yo te lo juro que yo no fui”, lo cual fue recogido a ocho
columnas por varios medios impresos, en los que se informó que “Diego Sinuhé se
deslinda”.
A estas alturas, no
sabemos bien a bien quién fue el autor del mensaje. Pudo haber sido el propio
Diego. Pudieron haber sido sus corifeos; pues lo único cierto es que, por
efecto de la dichosa posverdad, alguien que pudo estar colocado en la posición
de infractor de la ley electoral, pasó a la condición de víctima.