Hizo falta una experiencia de muerte inminente para que Joe Walsh, detective jubilado de la policía de Filadelfia, se convenciera de que no podía seguir callando lo que sabía. Era el 11 de junio de 2015, otro día soleado en la costa de Nueva Jersey, cuando Walsh sintió un dolor repentino en la mandíbula. Un viejo camarada del Ejército notó la palidez de su rostro y le dijo: “¡Siéntate”, al tiempo que llamaba al 911.
Ya en la ambulancia, un paramédico preguntó a Walsh si le gustaba la camiseta que llevaba puesta. “No particularmente”, respondió el exdetective. “Me alegro”, prosiguió el paramédico, y empezó a cortarla con sus tijeras. “Me conectó a un monitor, y eso es todo lo que recuerdo”, explica Walsh. “Todo se puso en blanco”.
Minutos después, cuando recuperó la conciencia, el detective escuchó que un paramédico decía: “Vamos, Joe, sigue respirando”. En seguida, oyó decirle que, cuando despertara, iba a pensar que un caballo le había pateado el pecho.
Durante el recorrido en ambulancia, el corazón de Walsh se detuvo durante dos minutos y medio; fueron necesarias dos descargas del desfibrilador para que volviera a latir. La ambulancia viajó a toda velocidad hasta Cape May Court House Armory para que trasladaran a Walsh en helicóptero a un hospital donde lo someterían a una cirugía de emergencia. Los médicos del nosocomio le implantaron dos estents en la coronaria izquierda y administraron morfina para el dolor en el pecho.
Mientras Walsh se recuperaba del infarto cardiaco, tuvo que someterse a dos operaciones de espalda muy dolorosas. Y mientras lidiaba con todo ese sufrimiento físico, se dio cuenta de que algo más lo molestaba: su conciencia.
Walsh era célebre entre sus colegas por perseguir asesinos de policías, secuestradores de bebés y sacerdotes depredadores. Cualquier fiscal te dirá que era el candidato idóneo cuando necesitaban que un detective diera testimonio en la corte para ayudarlos a ganar sus casos.
Pregunta a Walsh por su carrera estelar y te dirá que solo hacía su trabajo. Pero hay algo de lo que está particularmente orgulloso: en sus 35 años de carrera en la fuerza policiaca, tiene la certeza de jamás haber encarcelado a un hombre o a una mujer inocente. Es decir, hasta su último caso, cuando le pidieron que investigara las presuntas violaciones múltiples de un exmonaguillo, a quien un gran jurado apodó “Billy Doe” para proteger su identidad.
El testimonio de aquel exmonaguillo resultó en el encarcelamiento de tres hombres —dos sacerdotes y un profesor católico— por el delito de violación. Además, por primera vez en la historia del país, el testimonio del acólito también encerró a un alto funcionario católico de la Arquidiócesis de Filadelfia. Monseñor William Lynn no solo paró en la cárcel por tocar a un niño, sino por amenazar la seguridad de dicho menor, ya que no impidió que un sacerdote y depredador conocido violara a un infante.
Con todo, mediante una labor detectivesca de vieja escuela, Walsh llegó a la conclusión de que el monaguillo mentía. Y que dos de los hombres que una jueza y el jurado mandaron a la cárcel eran inocentes.
Ya era tarde para ayudar a uno de esos hombres: el reverendo Charles Engelhardt había muerto en prisión en 2014, luego de pasar sus últimas horas esposado a una cama de hospital, siempre proclamando su inocencia en la declaración póstuma que hizo a un compañero interno. Sin embargo, el otro acusado, Bernard Shero, exprofesor católico, estaba purgando una sentencia de ocho a 16 años, mientras que su familia había quedado en bancarrota tratando de apelar su caso.
Después de su infarto cardiaco, Walsh se reunió con Jeffrey Ogren, el abogado de Shero, y ofreció hacer lo que fuera para ayudar a su cliente a salir de prisión. Cuando Ogren preguntó por su motivación, el detective jubilado respondió: “Sé que estoy vivo por una razón”, y es “para corregir este error”.
40 AÑOS DE ENCUBRIMIENTO
Antes de cazar sacerdotes depredadores, Walsh perseguía asesinos de policías. Mientras se encontraba de franco en Nochebuena, Freddie Dukes, oficial de policía de Filadelfia, fue muerto a tiros tratando de impedir el robo de un bar, y fue Walsh quien logró que el asesino confesara.
Cuando el oficial de policía novato, Daniel Boyle, fue abatido tratando de detener a un sospechoso que huía con un auto robado, fue Walsh quien obtuvo la confesión del homicida en una cama de hospital (resulta que el criminal trató de suicidarse prendiéndose fuego).
El caso más famoso de Walsh implicó la desaparición de Zachary Dacri, un bebé de dos meses. Tanya, la madre, dijo a la policía que unos ladrones de bolsos habían secuestrado al niño, lo cual desató una búsqueda masiva del bebé. Pero Walsh y su compañero, Michael Duffy, dudaron de la palabra de aquella mujer. Por fin, la madre confesó que había ahogado a Zachary en la bañera, desmembró el cuerpo con un cuchillo y dispersó los restos en un río. “No dejaba de molestarme”, dijo la mujer a los detectives.
“Este tipo es una leyenda en el departamento de policía de Filadelfia y en el despacho del fiscal de distrito”, asegura Ogren, exasistente del fiscal de distrito de Filadelfia. “Si Filadelfia tuviera algo como un salón de la fama para las fuerzas de la ley, Walsh estaría allí”.
Walsh fue el hombre a quien la fiscal de distrito llamó para rastrear a docenas de sacerdotes de la Arquidiócesis de Filadelfia que habían abusado sexualmente de centenares de niños. Pero solo pudo arrestar a uno de esos curas, porque cientos de los crímenes sexuales que ayudó a desvelar eran tan antiguos que el plazo de prescripción había expirado. Y había una razón muy siniestra para ello: dos arzobispos católicos habían montado un encubrimiento sistemático que abarcaba cuatro décadas.
En 2011, la fiscalía de Filadelfia logró detectar un caso de abuso sexual que implicaba a ciertos sacerdotes y que, además, caía dentro del plazo de prescripción: el caso Billy Doe. Todo el país celebró aquel juicio como una victoria monumental en la guerra contra el abuso clerical. En su columna deThe New York Times, Maureen Dowd glorificó a Rufus Seth Williams (el fiscal de distrito que presentó los cargos contra Lynn), llamándolo el “monaguillo vengador”. EnThe Rolling Stone, Sabrina Rubin Erdely dedicó un extenso artículo a Billy Doe, presentándolo como un “chico dulce y gentil, con aspecto atractivo y juvenil”, quien fue “pasado de mano” cruelmente de un depredador a otro.
No obstante, Walsh sabía que la acusación de la fiscalía se basaba en mentiras cínicas, descaradas y, a menudo, chapuceras, así que decidió hacer algo al respecto.
ENCUBRIMIENTO MASIVO: Bevilacqua ocultó la verdad durante cuatro décadas, tiempo suficiente para que expirara el plazo de prescripción para los sacerdotes que abusaron de cientos de niños. FOTO: DON MURRAY/GETTY
LOS FISCALES TAMBIÉN LLORAN
En 2002, Walsh era uno de los cuatro detectives asignados a la innovadora investigación de gran jurado lanzada por la fiscal de distrito Lynne Abraham, y centrada en el abuso sexual de menores dentro la Arquidiócesis de Filadelfia. Abraham quería que sus detectives y fiscales rasgaran el velo de secreto que envolvió a esa arquidiócesis durante décadas, y que permitió que albergara pedófilos. Sin embargo, la tarea era intimidante porque, a diferencia del capítulo local de la mafia —repleto de soplones—,omertà, el código de silencio, seguía completamente vigente en la Arquidiócesis de Filadelfia. Y los funcionarios de la Iglesia siempre se conducían como si las leyes del Estado no se aplicaran a ellos.
El cardenal Anthony Bevilacqua, arzobispo de Filadelfia, vivía como un monarca en una espléndida mansión de 1,170 metros cuadrados, donde “Su Eminencia” —como insistía en hacerse llamar— era atendido por sirvientes mientras recibía personajes vip. Y las mujeres tenían que inclinarse ante el cardenal y besar su sortija.
Bevilacqua tuvo que presidir un doloroso recorte en la Arquidiócesis y, a pesar de ello, mostraba muy poca moderación en su vida personal. A principios de la década de 1990, mientras clausuraba más de una docena de iglesias y escuelas parroquiales en el centro de la ciudad, presuntamente por falta de fondos, el arzobispo creó, en secreto, un centro de conferencias multimedia que incluyó una mesa de cerezo negro, hecha a la medida, la cual tuvo un costo de 50,000 dólares y era más grande que la que el mismo fabricante hizo para los jefes del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos. Dicho proyecto era tan secreto, que se llevó a cabo ilegalmente y sin permisos de construcción. Aun así, después de que escribí al respecto enThe Philadelphia Inquirer, se convirtió en motivo de escarnio para el cardenal y quedó en desuso.
Bevilacqua ignoraba, descaradamente, las leyes civiles y religiosas. Un ejemplo: el celibato. En 1995, un empleado veterano de la Arquidiócesis de Filadelfia presentó una reclamación por compensación de trabajo contra la Iglesia. En la querella, el católico devoto, quien trabajó en estrecho contacto con el cardenal, dijo que había sufrido “grave angustia mental y física” debido a la “costumbre frecuente del cardenal de reunirse con mujeres en aviones e invitarlas a pasar algún tiempo en la mansión cardenalicia”. El empleado añadió que “estaba preocupado por el hecho de que el cardenal solía viajar con mujeres en el asiento trasero” de la limosina cardenalicia, y muchas de esas mujeres pasaban la noche en su mansión. Los expedientes del juzgado demostraban que la Arquidiócesis resolvió la querella pagando al empleado un total de 87,500 dólares.
Cuando el cardenal necesitaba tomar un descanso de la ciudad, solía retirarse a una villa costera de 19 habitaciones, propiedad de la Arquidiócesis, la cual ocupaba toda una cuadra del paseo marítimo. Una detective que tuvo que entregar citatorios al cardenal me dijo que Bevilacqua acostumbraba vestir ropa de civil para que no lo reconocieran cuando visitaba los casinos de Atlantic City, Nueva Jersey. Le gustaba apostar en esos establecimientos de juego, agregó la detective, pero también era conocido por ligar mujeres. La detective señaló que Su Eminencia tenía preferencia por las rubias de busto generoso.
Mientras Bevilacqua se divertía en los casinos, docenas de sacerdotes en su nómina actuaban como si tuvieran licencia para violar y abusar de los niños. Esos religiosos no temían ser arrestados porque, durante décadas, la Arquidiócesis había seguido la ley vaticana y desobedecido la legislación estadounidense. Por ello, los expedientes de los sacerdotes acusados de agresiones sexuales se encontraban guardados bajo llave en los gabinetes atiborrados de una habitación anónima en el piso 12 de la sede de la Arquidiócesis. Y solo los funcionarios de mayor rango en la Arquidiócesis —como Bevilacqua y Lynn, secretario del clero— tenían el código de acceso para ingresar en dicha habitación.
A principios de la década de 1990, cuando yo era reportero delInquirer, un funcionario del sindicato local de carpinteros ayudó a infiltrarme en la sede de la Arquidiócesis para dar un vistazo al lujoso centro de conferencias multimedia del cardenal (sugirió que vistiera un cuello de tortuga y chaqueta deportiva para lucir como los curas). En el piso 12, cerca del centro de conferencias cerrado, el funcionario sindical señaló la habitación bajo llave donde estaban almacenados los archivos secretos. Había escuchado rumores, y al ver aquella puerta sentí náuseas, porque pensé que sería imposible que todos esos secretos quedaran expuestos durante mi vida.
Pero, en 2002,The Boston Globe publicó su tremendo reportaje sobre el escándalo de abusos sexuales de los clérigos católicos. El reportero delGlobe reveló que los expedientes del juzgado demostraban que la Arquidiócesis de Boston había resuelto, discretamente, las acusaciones de abuso sexual contra 70 sacerdotes durante la década anterior. Las repercusiones de aquel escándalo estremecieron Filadelfia. Cuando los periodistas preguntaron si la Arquidiócesis de Filadelfia escondía algunos curas abusivos, Bevilacqua hizo que una portavoz los tranquilizara: “No tenemos los problemas de Boston”. La mujer añadió que, en los últimos 50 años, solo 35 sacerdotes de Filadelfia habían sido acusados de abuso sexual “de manera verosímil”, y que el cardenal ya se había desecho de seis de ellos.
Bevilacqua sabía que tenía 35 depredadores sexuales en su nómina porque Lynn se había hecho cargo de revisar los expedientes de sus archivos secretos y compiló una lista. El 22 de marzo de 1994, durante una confabulación mensual de alto nivel en la Arquidiócesis, conocida como “reunión de asuntos”, Lynn entregó la lista a Bevilacqua, tal vez esperando que elogiara su iniciativa. Pero el cardenal, abogado canónico y abogado civil, sabía que, si alguno de esos curas volvía a meterse en problemas, esa lista sería prueba de responsabilidad y negligencia por parte de Su Eminencia y de la Arquidiócesis. De modo que Bevilacqua ordenó que Lynn le entregara las cinco copias de la lista. A continuación, el cardenal hizo salir a Lynn y ordenó que monseñor James Molloy, su vicario administrativo auxiliar, destruyera los documentos.
Tras el escándalo de Boston, Abraham ordenó a su equipo que averiguaran cómo se enteró Bevilacqua de que tenía 35 sacerdotes depredadores. ¿Acaso había una lista? Si la había, quería verla. Cuando Abraham exigió a la Arquidiócesis que entregara la lista, los religiosos se negaron. Enfurecida, Abraham lanzó una investigación de gran jurado contra la Iglesia y, en 2002, los fiscales convencieron a la jueza del gran jurado de que emitiera una serie de citatorios para que abrieran los archivos secretos: más de 300 expedientes que databan desde la década de 1940. En 45,000 páginas de documentos, la Arquidiócesis había documentado, fielmente, los pecados de 169 curas depredadores que habían sido acusados de violar y abusar de cientos de niños.
Tras la lectura y redacción a cargo de un equipo de abogados de la Arquidiócesis, los archivos fueron transportados a un gran salón de conferencias en el despacho de la fiscal de distrito y allí, Walsh, los otros detectives y fiscales asignados a la llamada Brigada de Dios pasaron meses estudiándolos. Abraham quería que su equipo rastreara a los 169 sacerdotes mencionados en los archivos secretos, así como a los centenares de víctimas. “Quedamos empantanados”, recuerda Walsh.
Detallados en los expedientes, los cientos de crímenes contra menores eran tan horrendos que hicieron llorar a, por lo menos, uno de los endurecidos fiscales de la Brigada de Dios. Walsh, de religión católica, dice que los documentos eran tan perturbadores que dejó de asistir a la iglesia: “Perdí mi religión”.
EL PADRE SONRIENTE
En 2005, un informe del gran jurado describe al padre James Brzyski como “uno de los depredadores más brutales” de la Arquidiócesis de Filadelfia, con 11 víctimas conocidas. La más joven: un niño de apenas diez años. Cuando Walsh apareció en casa de Brzyski con una orden de cateo, el sacerdote se negó a hablar.
Según el documento del gran jurado, el padre Stanley Gana “era conocido por besar, toquetear, sodomizar analmente e imponer el sexo oral [a] incontables niños varones”. Sumodus operandiera actuar como un “papaíto” y obsequiar a las víctimas dinero, vacaciones y el uso de una casa de playa. Cuando Walsh localizó a Gana en la casa de su hermana, en el noroeste de Filadelfia, el sacerdote empezó a hablar con el detective y después se cerró.
Walsh y otra investigadora, la detective Maria DiBlasi, entrevistaron al padre Edward Avery, un sacerdote sociable conocido como “el padre sonriente”, quien solía trabajar también comodisk jockey. Cuando Lynn hizo su lista de 35 curas que habían sido “acusados verosímilmente” (según la expresión de un portavoz de la Iglesia), Avery fue el primer nombre en el orden alfabético.
Según la policía y los registros del gran jurado, en 1978 Avery confesó que había abusado de un niño de 12 años que lo ayudó en una de sus presentaciones comodisk jockey, habiéndole acariciado los genitales después de beber demasiado. El sacerdote también aceptó haber abusado de la misma víctima siete años después, durante un viaje de esquí a Vermont, cuando la víctima tenía 19 años. No obstante, el plazo de prescripción de ambos crímenes había expirado en Pensilvania, donde el plazo para una víctima menor expira cuando esta cumple 30 años. Eso se tradujo en que Walsh tuvo que dejar libre a Avery.
En marzo de 2004, Walsh arrestó al reverendo James Behan. Un año después, el sacerdote de 60 años se declaró culpable de agredir sexualmente a un adolescente de quien fue profesor a fines de 1970. Ese crimen también quedaba fuera del plazo de prescripción, mas Walsh atrapó a Behan por un tecnicismo. Un juez dictaminó que el cronómetro para el plazo de prescripción se había detenido en 1980, cuando Behan fue reasignado a la Diócesis de Raleigh, Carolina del Norte. Mas el cronómetro volvió a correr cuando Behan fue arrestado y devuelto a Filadelfia, en 2004.
La víctima de Behan —Martin Donohoe, de 42 años— creció en una familia que veneraba a los sacerdotes. Sin embargo, dijo al juez que sufrió abusos repetidos a partir de los 15 años. Donohoe fue uno de docenas de víctimas del abuso sexual religioso a las que Walsh entrevistó durante la investigación de gran jurado. La mayor parte de esas entrevistas fue con hombres de edad media que mantuvieron la compostura al principio, aunque, en determinado momento, mostraron una foto en la que aparecían como los niñitos inocentes que fueron alguna vez. Y hacia el final de la entrevista, las víctimas terminaban llorando, como si volvieran a ser aquellos chicos inocentes de las fotografías. “Fueron las entrevistas más difíciles que jamás haya hecho”, dice Walsh. “Peor que las de homicidio”.
LA BRIGADA DE DIOS: Abraham lanzó una investigación de gran jurado contra la Iglesia, la cual condujo a la apertura de sus archivos secretos. FOTO: TIM SHAFFER/REUTERS
EL CARDENAL FRÍO Y ARROGANTE
Publicado el 21 de septiembre de 2005, el informe de gran jurado sobre el abuso sexual en la Arquidiócesis de Filadelfia fue aclamado en todo el país por documentar los pecados de 63 sacerdotes que habían violado y abusado sexualmente de cientos de menores de ambos géneros.
Aunque había sido una victoria, más se sentía como un fracaso moral aplastante, ya que era imposible arrestar a alguno de aquellos sacerdotes depredadores. El informe de gran jurado precisaba que dos arzobispos, Bevilacqua y el difunto cardenal John Krol, habían “disculpado y facilitado el abuso” al “enterrar los informes que recibían y encubrir la conducta… a fin de exceder cualquier plazo de prescripción”.
“En opinión del gran jurado, lo que agrava estas acusaciones es que los abusos que Bevilacqua y sus ayudantes permitieron causar a los niños… fueron posibles gracias a decisiones deliberadas, a políticas implementadas cuidadosamente, y a una indiferencia calculada”.
Bevilacqua fue interrogado diez veces por el gran jurado, y un miembro de aquel tribunal lo describió como frío y arrogante. Lynn compareció ante el gran jurado una docena de veces, por lo menos, y fue mucho más comunicativo que el cardenal. No esquivó preguntas y confesó haber cometido errores.
El gran jurado quiso acusar a Bevilacqua y a Lynn de amenazar la seguridad infantil al exponerlos, intencionalmente, a sus sacerdotes abusivos; pero, de mala gana, concluyó que la ley estatal sobre amenazar la seguridad infantil se aplicaba solo a las personas que tenían contacto directo con los niños —es decir, progenitores, maestros, y guardianes—, y no se aplicaba a los supervisores (como el cardenal y el monseñor).
En 2007, instigada por una campaña estatal liderada por Abraham, la Legislatura de Pensilvania enmendó la ley sobre amenazar la seguridad infantil para incluir a los supervisores. Mas no fue gran consuelo para los detectives y fiscales que trabajaron y lloraron en la Brigada de Dios. La oficina del fiscal de distrito había revelado la profunda depravación de la Arquidiócesis y su encubrimiento, pero “no hubo conclusión”, lamenta Walsh. “No nos permitieron hacer arrestos”.
Fue un final decepcionante para la carrera de Walsh. Cuando se publicó el informe del gran jurado, en 2005, el detective ya se había jubilado.
LA LISTA INTACTA
En 2006, Louise Sullivan, directora de operaciones en la oficina clerical de la Arquidiócesis de Filadelfia, hacía la limpieza en el décimo piso de la sede cuando descubrió una caja fuerte cerrada encima de un archivador. Así que llamó a un cerrajero para abrir la cerradura de combinación.
Según su testimonio ante la corte, en el interior encontró la lista de 35 sacerdotes que hiciera Lynn, la cual estuvo perdida durante 12 años. Lo que halló fue la copia de la lista, la cual Molloy, quien había muerto unos meses antes, debió destruir siguiendo las órdenes que le diera Bevilacqua en 1994. Sin embargo, en la nota manuscrita que acompañaba la lista, Molloy escribió que, en vez de dar fiel cumplimiento a las órdenes del cardenal, decidió conservar una copia de la lista. No explicó la razón.
Armada con esa lista perdida de sacerdotes pedófilos, el despacho de la fiscal de distrito preparó el segundo acto para el escándalo de abusos sexuales de la Arquidiócesis de Filadelfia y descubrió incluso otra forma de escribir una tragedia. El primer acto fue una farsa de justicia que dejó libres a los culpables; en esta ocasión, los inocentes terminarían en la cárcel.
CÓMO SUPERAR A LA JEFA
Rufus Seth Williams fue asistente de la fiscalía de distrito de Filadelfia bajo la dirección de Abraham, y uno de sus protegidos más leales. Pero en 2005 traicionó a su mentora al postularse en su contra en una primaria demócrata. Williams perdió la competencia, pero cuatro años más tarde, tras la jubilación de Abraham, volvió a competir por la posición de fiscal de distrito y ganó.
Al asumir el puesto, la prioridad de Williams fue superar a su antigua jefa. Estaba decidido a encerrar a alguien de la Arquidiócesis por encubrir esos horrendos crímenes sexuales. Su objetivo principal: monseñor Lynn, el mismo tipo al que Abraham y un gran jurado anterior habían declarado, por escrito, que era imposible arrestar debido a que la ley de amenazar la seguridad infantil no aplicaba en su caso. Pero Williams actuó como si la ley aplicara y se negó a explicar su razonamiento, a pesar de que, en los últimos cinco años, le preguntaron al respecto en varias ocasiones. Williams distaba de ser un erudito legal, pero le encantaba posar para las cámaras, participar en concursos de baile y estar en la línea de banda durante los partidos locales de las Águilas de Filadelfia, gracias a los pases que le obsequiaba el equipo. Además, era un político astuto: la mayoría de los ciudadanos de Filadelfia estaba enfurecida por el abuso infantil de la Iglesia católica y quería que alguien pagara por esos pecados.
El 21 de enero de 2011, Williams anunció la acusación de gran jurado contra Lynn, por el cargo de amenazar la seguridad de los menores. Al mismo tiempo, el gran jurado pidió el arresto de los sacerdotes Avery y Engelhardt, y también la detención del profesor Shero por la presunta violación de Billy Doe. Ya que Avery era un delincuente conocido, el fiscal de distrito argumentó que, cuando la Iglesia le permitió mudar su residencia a otra parroquia y asumir una nueva tarea en el ministerio, Lynn puso en peligro la seguridad de los niños. El gran jurado también exigió el arresto del padre James Brennan por la presunta violación de Mark Bukowski, de 14 años. “Cuando me enteré de este caso, comprendí que Avery era un pederasta”, recuerda Walsh (el sacerdote ya le había confesado que abusó sexualmente de un niño de 12 años). Y Walsh tenía muy mala opinión de Lynn, el funcionario eclesiástico nominalmente a cargo de supervisar a los sacerdotes depredadores; aun cuando Walsh tenía muy claro que solo había un responsable en la Arquidiócesis de Filadelfia: Bevilacqua. “Sabía que Lynn era el chivo expiatorio de la Iglesia”, dice Walsh. En cuanto a Engelhardt o Shero, no tenía la menor información sobre ellos y decidió que eran problema de alguien más. Por su parte, estaba disfrutando de la jubilación en la costa de Nueva Jersey.
Pero en octubre de 2011, transcurridos seis años de su jubilación, el entonces primer asistente del fiscal, Edward McCann, preguntó a Walsh si estaba dispuesto a regresar y colaborar con la nueva investigación. Según los expedientes del juzgado, Walsh le dijo a McCann (quien no respondió a una solicitud de comentarios deNewsweek) que regresaba porque estaba deseoso de poner a unos cuantos sacerdotes culpables tras las rejas. Sin embargo, cuando dio un vistazo al informe de gran jurado de 2011, comprobó que había mucho trabajo detectivesco por hacer. Como declararía Walsh ante la corte, poco después, se sintió consternado al constatar que el fiscal de distrito no había seguido uno solo de los pasos habituales para una investigación criminal, pese a que hizo arrestos y a que Williams ya había ofrecido una conferencia de prensa para hablar de las formulaciones de cargos. Por principio de cuentas, nadie, en el despacho del fiscal de distrito, había visitado la presunta escena del crimen —la Iglesia de San Jerónimo— para interrogar a los maestros, los sacerdotes y las monjas que conocían a Billy Doe, el exmonaguillo cuyo verdadero nombre es Daniel Gallagher. Walsh también pretendía entrevistar a Gallagher y a su familia para determinar si alguien podía corroborar las acusaciones. “¿Por qué aceleraron el juicio?”, cuestiona Walsh.
Cameron Kline, portavoz de la oficina del fiscal del distrito, dijo aNewsweek que la fiscalía tiene “una antigua política de no comentar sobre casos abiertos y activos”.
Walsh asegura que su trabajo consistió en “arreglar el desastre. [La oficina del fiscal de distrito] no había verificado una sola cosa de lo que dijo [Gallagher]. Lo primero que debieron hacer era poner a ese chico en el polígrafo”. Concluyó que el informe de 2011 del gran jurado se basó en las acusaciones no corroboradas de Gallagher y Bukowski, quienes tenían antecedentes penales y un largo historial de abuso de drogas. Bukowski estuvo muy poco tiempo en la Marina hasta que desertó, y fue dado de baja “en condiciones nada honorables”. Los expedientes del gran jurado demuestran que su madre lo acusó de robarle, y que también dijo a la policía que “sospechaba” de una denuncia en la que su hijo afirmó haber sido víctima de una invasión doméstica violenta. La mujer tenía razón. Los expedientes policiacos revelan que dicho “crimen” resultó falso, pues la intención de Bukowski era reclamar, falsamente, el robo de 675 dólares.
Los expedientes policiacos y del juzgado también demuestran que, antes de presentar sus acusaciones contra el sacerdote, Bukowski fue arrestado tres veces y se declaró culpable de cargos que incluyeron proporcionar información falsa a las autoridades y llenar una declaración falsa (por la invasión doméstica fingida), así como posesión de drogas, falsificación, robo y suplantación de identidad. Por su parte, Gallagher fue arrestado por crímenes que abarcaban robo en tiendas y posesión con intento de distribución de 56 bolsas de heroína. Solo tenía 22 años, pero había entrado y salido 23 veces de centros de rehabilitación, clínicas y hospitales para tratamiento de adicciones.
Walsh recuerda que, cuando el equipo de Abraham redactó el informe de gran jurado, en 2005, la fiscal de distrito hizo que los fiscales de mayor nivel revisaran cada línea y obtuvieran documentación para cada cargo. Insiste en que el informe de gran jurado de 2011 estaba plagado de errores. Y contenía una acusación que le molestaba particularmente. “En 11 ocasiones, el informe de gran jurado dice que un niño [Bukowski] fue violado analmente por el padre James J. Brennan”, explica Walsh. “Para la mayoría, fue el crimen más horrendo imaginable”. Pero cuando Walsh leyó el testimonio de Bukowski ante el gran jurado, la presunta víctima jamás dijo que sufrió una violación anal. Y también testificó que siempre tuvo puestos los calzoncillos durante el supuesto ataque.
Walsh agrega que preguntó a la asistente del fiscal de distrito, Mariana Sorensen, cómo era posible que hubiera violación anal si la víctima usaba calzoncillos. Según Walsh, Sorensen respondió que, si el sacerdote había penetrado las nalgas de la víctima, “aunque fuera ligeramente”, eso constituía violación, aun cuando no hubiera penetración del ano. La respuesta de Walsh: “No puedes estar hablando en serio”.
La acusación de penetración anal no era el único problema que Walsh tenía con el informe de gran jurado de 2011, en el cual figuraban, por lo menos, nueve errores factuales, incluida la reescritura incuestionable del testimonio de gran jurado de un testigo. Sheila, la madre de Gallagher y enfermera titulada, declaró bajo juramento cuándo fue que notó un cambio en la conducta de su hijo, un cambio presuntamente relacionado con la violación. “A los 14 años —dijo—, cuando entró en el bachillerato… dejó de ser el niño de siempre”. Señaló que la conducta de su hijo cambió, drásticamente, después de que lo expulsaron del bachillerato por posesión de mariguana y unos nudillos de latón. Antes de eso, dijo al gran jurado, “algunas personas lo describían como Daniel el Travieso o el típico niño estadounidense”.
Mas ese testimonio fue reescrito en el informe de gran jurado en los siguientes términos: “La madre de Billy nos habló de un cambio drástico en la personalidad de su hijo, el cual coincidió con el abuso” que presuntamente ocurrió cuando el niño seguía en la primaria, entre los 10 y 11 años de edad. Fue entonces, añadió el informe de gran jurado, que “la madre de Billy observó que su hijo, amigable, feliz y sociable, se convirtió en un niño solitario y taciturno”.
PECADOS CARDINALES: Un informe de gran jurado afirmó que Bevilacqua y Krol (en la foto) habían “disculpado y facilitado el abuso” de menores. Y un informe de gran jurado describe a Brzyski como “uno de los depredadores más brutales” de la Arquidiócesis de Filadelfia. FOTO: BRAD BOWER/AP
CADÁVER CONFISCADO
Conforme se aproximaba la fecha del juicio de Lynn, los abogados de Bevilacqua arguyeron que el cardenal padecía de demencia y cáncer de próstata, de modo que no era competente para testificar en la corte, aun cuando la fiscalía lo había colocado en el primer lugar de su lista de testigos.
El 29 de noviembre de 2011, fiscales, abogados defensores y la jueza M. Teresa Sarmina viajaron hasta la propiedad del seminario de San Carlos Borromeo, en los suburbios de Wynnewood, Pensilvania, donde Bevilacqua ocupaba un apartamento, y filmaron su testimonio durante cuatro horas.
Un mes después, los abogados de Lynn presentaron una requisitoria legal en la que describían que el cardenal, en su deposición, parecía muy frágil, aturdido y abrumado, “al punto de las lágrimas”.
“En su mayor parte —escribieron— el banco de memoria [del cardenal] es un cuarto vacío”.
Pese a ello, el 30 de enero de 2012, Sarmina dictaminó que Bevilacqua era competente para declarar como testigo en el juicio por el abuso sexual de Billy Doe. Un día después, un trabajador del seminario halló al cardenal de 88 años muerto en su casa. Al día siguiente, el médico forense local, a petición del fiscal de distrito del Condado de Montgomery, envió un equipo para confiscar el cadáver del cardenal y realizar la autopsia.
Numerosos escépticos sabían que Bevilacqua, la antigua mente maestra del sórdido encubrimiento, se había convertido en un lastre para la Arquidiócesis, porque la gente que sufre de demencia no controla lo que dice. Algunos, incluso, se preguntaron si el cardenal no habría sido víctima de juego sucio, incluido el propio fiscal de distrito del Condado de Montgomery, quien dijo a los reporteros: “A muchos nos pareció muy raro, muy peculiar, que el cardenal falleciera tan repentinamente después del dictamen de la corte”.
Cuando el médico forense llegó al seminario, el cuerpo del cardenal había desaparecido. La Iglesia ya lo había embalsamado. Con Bevilacqua en un féretro, los religiosos tendrían muchas menos dificultades para montar la defensa en el juicio de Lynn. Ahora podrían culpar de todo al arzobispo muerto.
Para la Arquidiócesis de Filadelfia, el fallecimiento de Su Eminencia marcaba también el fin de una era. Tras la muerte de Bevilacqua, la Arquidiócesis —que enfrentaba una cuenta legal de 11.6 millones de dólares para defender a monseñor en casos civiles y criminales— decidió poner en venta dos antiguos símbolos del poder y la riqueza eclesiástica: la mansión del cardenal y su villa junto al mar. En septiembre de 2012, la Universidad de St. Joseph’s compró la mansión del cardenal en 10 millones de dólares; y una pareja de Newtown Square, Pensilvania, adquirió la villa costera del cardenal en subasta, por la friolera de 4.5 millones de dólares.
UN “ARRIMÓN SALVAJE”
El detective Joe Walsh nunca pisó una escuela de derecho, pero tenía razón en cuestionar si el presunto ataque del padre Brennan constituía una violación del adolescente de 14 años, Mark Bukowski. Justo antes de que iniciara el juicio, y sin explicación alguna, la oficina del fiscal de distrito disminuyó el cargo a intento de violación. Y durante el procedimiento, Bukowski testificó que tanto él como Brennan usaron ropa interior durante el supuesto ataque. En las palabras del abogado de Brennan, Bukowski fue víctima de un “arrimón salvaje”.
Hubo otra sorpresa al comienzo del juicio de Billy Doe. Avery, quien era codefensor con Lynn y Brennan, se declaró culpable de relaciones sexuales aberrantes e involuntarias con Gallagher, y de conspirar con Lynn para amenazar la seguridad de un menor. Avery enfrentaba de 13 a 27 años en prisión, pero logró un acuerdo de dos a cinco años. No obstante, llegado el momento de declararse culpable, ninguno de los fiscales ni la jueza preguntaron al acusado, específicamente, si había cometido los crímenes.
El acuerdo de culpabilidad de Avery dejó a Lynn y a Brennan como los únicos acusados. Lynn enfrentaba cargos de amenazar la seguridad de menores y de conspirar con Avery en la violación de Billy Doe, en tanto que Brennan estaba acusado de intento de violar a Bukowski.
El juicio pudo haber terminado en una semana, pero se prolongó todo un mes porque la mayor parte de la evidencia que presentaba la fiscalía implicaba enjuiciar a la Arquidiócesis por sus crímenes pasados contra menores. La jueza aceptó como evidencia 21 casos complementarios de abuso sexual que databan de 1948, tres años antes de que naciera Lynn. La fiscalía arguyó que dichos 21 casos demostraban un patrón de encubrimiento de abusos sexuales por parte de la Arquidiócesis, y la jueza estuvo de acuerdo.
Durante 15 días consecutivos, Walsh testificó en la tribuna sobre los numerosos crímenes sexuales que habían ocultado en los expedientes del archivo secreto. En aquel juicio, la fiscalía hizo el uso más exhaustivo en la historia de los archivos secretos de la Iglesia Católica Romana, no solo para un caso criminal específico, sino también para “una extensa formulación de cargos, debido a la manipulación histórica de casos de abuso sexual en una diócesis”, escribió Rocco Palmo, autor de Whispers in the Loggia, un blog sobre noticias del Vaticano.
Después de 32 días en la corte, el jurado absolvió a Lynn del cargo de conspiración, mas fue condenado por un cargo de amenazar la seguridad de un menor, y Sarmina dictó una sentencia de tres a seis años de prisión. El jurado llegó a unimpasse de 11-1 para absolver a Brennan del cargo de intento de violación, de suerte que el procedimiento en su contra terminó en juicio nulo.
La condena de Lynn fue suspendida dos veces con apelaciones. La primera, en 2013, cuando la Corte Superior de Pensilvania dictaminó que la ley original de seguridad de menores, de 1972, no aplicaba a supervisores como Lynn. Sin embargo, esa decisión fue sobreseída en 2015 por la Suprema Corte del estado. Ese mismo año, la Corte Superior del estado volvió a anular la condena, dictaminando que Sarmina había abusado de su discreción al permitir que se introdujeran los 21 casos complementarios de abuso sexual, pues el efecto perjudicial de dichos casos superaba con mucho su valor como evidencia.
CARNE DE CAÑÓN: Williams era un político astuto. La mayoría de los ciudadanos de Filadelfia estaba enfurecida por el abuso infantil de la Iglesia católica y quería que alguien pagara por esos pecados. FOTO: MATT ROURKE/AP
EL MONAGUILLO ALTERADO
En 2013, en un segundo juicio por abuso sexual contra la Arquidiócesis, Engelhardt y Shero fueron procesados y condenados por la presunta violación de Danny Gallagher.
Con todo, aquellos fiscales fueron acusados de varios actos antiéticos, incluido cambiar la evidencia que habría exonerado a uno de los acusados. Gallagher afirmó que, durante el invierno de 1998, Engelhardt lo acosó después de la misa de las 6:30 a. m. y que el cura lo violó una semana más tarde, tras otra misa de 6:30 a. m. Gallagher equivocó el horario de las misas; el oficio religioso siempre se celebraba a las 6:15 a. m. Pero había un problema mucho más grande: su madre llevaba calendarios mensuales, muy meticulosos, en los que registraba cada misa en la que intervenían Gallagher y su hermano mayor, quien también era monaguillo. Y esos calendarios demostraban que, desde principios de septiembre hasta fines de diciembre de 1998, Danny, de diez años, nunca participó en una de las misas de las primeras horas de la mañana, o siquiera en un servicio religioso de todo el invierno en que afirmó haber sido violado.
Al enfrentar este problema, aparentemente insuperable, los fiscales solo presentaron como evidencia los calendarios de 1999. Y la defensa nunca apeló esto.
En el segundo juicio, el asistente del fiscal de distrito, Mark Cipolletti, llamó a Avery —“el padre sonriente”— al banquillo de los testigos. El sacerdote secularizado ya se había declarado culpable de relaciones sexuales aberrantes e involuntarias con un menor —Gallagher— y de conspirar con Lynn para amenazar la seguridad de dicho menor. Cuando Avery subió al estrado, Cipolletti le hizo una pregunta muy simple que nadie, jamás, le había formulado en la corte. ¿Lo hiciste? ¿Violaste al monaguillo?
Avery —vestido con un mono de prisión— escandalizó al tribunal diciendo que jamás tocó a Gallagher. El padre sonriente explicó que se había declarado culpable de un par de crímenes que no cometió porque, en aquellos días, tenía 69 años y “no quería morir en prisión”.
Avery impactó a todos al retractarse de su acuerdo de culpabilidad, pero no ayudó a los acusados. El jurado condenó al par. La jueza que presidía el juicio, Ellen Ceisler, dictó una sentencia de seis a 12 años en prisión para Engelhardt; y para Shero, de ocho a 16 años.
En total, el testimonio de Gallagher envió a la cárcel a cuatro hombres. Y, además, el exmonaguillo demandó a la Arquidiócesis por daños civiles derivados de su dolor y sufrimiento. Tras un arreglo pactado con la Iglesia en 2015 —el cual debía ser confidencial—, Gallagher se embolsó 5 millones de dólares.
UNA VIOLACIÓN DE CINCO HORAS
A pesar de las condenas y las compensaciones millonarias, Walsh estaba seguro de que Gallagher era un embustero. Y, en noviembre de 2016, después de que el policía jubilado decidió ayudar a Shero para obtener un nuevo juicio, explicó sus razones. En una declaración jurada de 12 páginas, presentada ante el tribunal en mayo de 2017, Walsh detalló que, en 2012, cuando estaba preparando a Gallagher para el primer juicio de la Arquidiócesis contra Lynn, cuestionó al exmonaguillo sobre su aseveración de que estaba drogado cuando habló con dos trabajadores sociales de la Arquidiócesis, y reveló ciertos detalles impactantes sobre lo que, supuestamente, había sufrido: una violación anal brutal que duró cinco horas; recibió amenazas de muerte y un puñetazo en la cara que lo dejó inconsciente; lo desnudaron y amarraron con las fajas usadas en el altar; lo estrangularon con un cinturón de seguridad; y lo forzaron a chupar el pene ensangrentado de un sacerdote.
Sin embargo, Walsh ya había entrevistado al padre de Gallagher, un sargento de la policía de Filadelfia, quien dijo que su hijo no estaba drogado la mañana en que él mismo lo condujo directamente a casa desde la clínica para rehabilitación de drogas. En su declaración jurada, Walsh escribió que preguntó a Gallagher sobre “todos esos detalles gráficos. ¿Acaso simplemente los inventó?”. Según el detective, Danny Gallagher confesó que “él había inventado cosas y les dijo lo que fuera”.
“Le pregunté si había mentido sobre algo más, y él se negó a responderme”, escribió Walsh. “Se quedó sentado en silencio y no contestó”.
Después de que negó haber contado aquellas historias violentas a los trabajadores sociales de la Arquidiócesis, Gallagher relató a la policía y al gran jurado una historia de abuso completamente nueva, la cual implicaba a múltiples agresores, quienes lo obligaron a realizar unstriptease, y a practicarles sexo oral y masturbación mutua.
Walsh también testificó que, mientras preparaba a Gallagher para los juicios, preguntó repetidas veces sobre las nueve discrepancias factuales de sus relatos. Según Walsh, Gallagher respondió diciendo nada, afirmando que estaba drogado o contando una historia nueva. Nada de eso fue revelado a los abogados de la defensa.
DE UN DEPREDADOR A OTRO
Como experto en los archivos secretos para el fiscal de distrito, Walsh concluyó que las distintas historias de abuso que relataba Gallagher no concordaban con la historia de abuso sexual documentada por la Iglesia. “Mi descubrimiento más importante fue que, en todos los casos descubiertos, hubo un proceso para preparar al niño y a su familia durante un periodo”, escribió Walsh en su declaración jurada. “El sacerdote compraba obsequios para el niño y lo llevaba en viajes cortos, o en viajes de vacaciones, a veces con toda la familia del menor”. Los sacerdotes depredadores “se amistaban con la familia y el niño antes de abusar sexualmente del menor”.
Pero no fue eso lo que ocurrió con Gallagher. Su familia apenas conocía a los acusados y los ataques parecieron salir de la nada.
Otra anomalía del caso: los agresores, quienes apenas se conocían entre ellos, presuntamente se habían confiado las “sesiones” sexuales que tenían con el monaguillo, de manera que pudieran pasarlo de mano de un depredador al otro. Cuando Walsh escribió su declaración, cambió a letras mayúsculas y negritas para que nadie pasara por alto los dos siguientes puntos:
“Durante mi investigación, averigüé por Daniel Gallagher y su familia que no ocurrió este tipo de preparación por parte de alguno de los sacerdotes ni del Sr. Shero.
“Asimismo, no recuerdo haber encontrado en los expedientes de los archivos secretos que un sacerdote abusara sexualmente de un niño, le contara a otro sacerdote al respecto y le pasara dicho niño a otro sacerdote, o a un laico para que abusara sexualmente del niño”.
En su declaración jurada, Walsh detalló su conflicto con la asistente del fiscal de distrito: “Dije a Mariana Sorensen, en varias ocasiones, que no creía que Daniel Gallagher estuviera diciendo la verdad. Que no podía encontrar alguna información que corroborara su historia de abuso. En todo caso, estoy descubriendo información que contradice lo que afirma que ocurrió”.
“Mariana Sorensen siempre respondía que creía en Daniel Gallagher y que creía en lo que decía”, escribió Walsh, añadiendo que la enfurecida fiscal lo acusó: “Estás matando mi caso”.
DINERO DE CASTIDAD: Bevilacqua saluda a su congregación. El cardenal vivía como un monarca y era atendido por sirvientes mientras recibía personajes vip. También ignoraba, descaradamente, las leyes civiles y religiosas. Un ejemplo: el celibato. FOTO: MICHAEL BRYANT/NEWSCOM
LA RUINA DEL FISCAL
Mientras Walsh trataba de liberar a un hombre que consideraba inocente, el fiscal de distrito que acusó a Shero, Rufus Seth Williams, volvía a copar las noticias, pero por razones menos afortunadas. En enero de 2017, la Junta de Ética de Filadelfia le impuso una multa récord de 62,000 dólares porque omitió informar de obsequios y otros ingresos recibidos entre 2000 y 2015.
En febrero de 2017, Williams volvió a los medios cuando fue expulsado de Union League, un club privado albergado en una mansión de estilo renacentista francés donde se reúne la élite de Filadelfia. Williams era conocido en Union League porque fumaba habanos mientras sus guardaespaldas aguardaban afuera. Pero, esa vez, el club no permitió que Williams entrara debido a que no estaba pagando sus cuotas (4,800 dólares al año). Así que Williams se marchó y regresó con un cheque por 5,000 dólares girado de la cuenta del comité de acción política del fiscal de distrito.
SegúnThe Philadelphia Inquirer, Williams se encontraba entonces bajo investigación de un gran jurado federal por el presunto uso de fondos de campaña para cubrir gastos personales. Los funcionarios del club se negaron a aceptar el cheque del fiscal de distrito y, en cambio, llamaron al FBI.
Para Williams, el remate llegó el 21 de marzo de 2017, cuando la oficina del Fiscal de Estados Unidos formuló cargos en su contra por aceptar sobornos a cambio de presentarse en actos oficiales, y por usar fondos del comité de acción política y vehículos oficiales para beneficio personal. A decir de los federales, dichos fondos incluyeron dinero que gastó en la fiesta de Año Nuevo del Union League, suntuosas fiestas de cumpleaños para su novia, clases defitness, masajes para tejidos profundos, y faciales para limpieza profunda de los poros.
LA BURLA DEL JUZGADO
El 8 de junio, la jueza Ceisler celebró una audiencia para determinar si Shero merecía un nuevo juicio debido a las revelaciones de Walsh sobre las violaciones éticas de la fiscalía. Ante el pernicioso testimonio de un miembro de su equipo, Patrick Blessington, asistente del fiscal de distrito, decidió responder desprestigiando al detective. “Tenía un montón de información para examinar con Joe Walsh quien, por cierto, no fue convocado para investigar el caso”, dijo Blessington a la jueza. “[Walsh] solo fue requerido para la preparación del juicio”.
Cuando la jueza preguntó si el despacho del fiscal de distrito también convocó a Walsh para interrogar testigos, Blessington respondió: “Eso lo hizo por su cuenta, aparentemente”.
Los espectadores de la sala estallaron en carcajadas y la jueza adoptó una expresión de pasmo. “¿Eso lo hizo por su cuenta?”, repitió, refiriéndose a las más de 30 entrevistas con testigos que Walsh llevó a cabo.
“Es posible que tuviera una agenda”, replicó Blessington, refiriéndose a Walsh. “Por eso su credibilidad es cuestionable”.
La jueza no le siguió el juego. ¿Es cierto que la madre de Gallagher llevaba calendarios mensuales meticulosos, y que dichos calendarios jamás mencionan una misa de las 6:15 a. m. en la que haya intervenido Gallagher?, preguntó a Blessington, repetidas veces.
Blessington respondió que toda la evidencia del caso fue entregada a los abogados de la defensa.
“Si [Gallagher] nunca tuvo una misa de 6:15 a. m. programada para ese periodo, entonces es el fin del caso para la Commonwealth”, declaró Ceisler.
Walsh, quien no asistió a la audiencia, quedó asombrado por el ataque de Blessington. “Me parece increíble que la gente que he conocido y con la que he trabajado durante años, mienta constantemente a la jueza sobre carácter”, comentó.
SACRIFICIOS EN EL ALTAR: Walsh tenía dudas sobre la confesión de Avery en el caso Billy Doe, a pesar de que era culpable de otros crímenes sexuales. También tenía la sensación de que Billy Doe mentía sobre Engelhardt y Shero. FOTO: MATT ROURKE/AP
“SOY UN LIMOSNERO AGRADECIDO”
El 29 de junio, Williams interrumpió su juicio por corrupción política en la corte federal para presentar un acuerdo de culpabilidad y anunciar que renunciaba, de inmediato, al puesto de fiscal de distrito. Se declaró culpable del primer cargo en una acusación federal de 29 delitos, una violación a la Ley de Viajes de Estados Unidos, en la que Williams reconoció haber viajado al resort de Punta Cana con un empresario jordano, Mohammad Ali, para aceptar un soborno, y también de tramar la recepción de más sobornos. “Solo soy un limosnero agradecido”, escribió el fiscal de distrito en un texto enviado a Ali, quien, a cambio de proporcionar vacaciones gratuitas a Williams, le pidió ayuda para pasar por los escáneres de seguridad aeroportuarios.
En el acuerdo de culpabilidad, el gobierno accedió a descartar los cargos del 2 al 29 de la acusación federal, si bien Williams debía confesar que todos los alegatos en su contra eran ciertos.
De modo que William reconoció que había recibido más sobornos de Ali y sobornos de Michael Weiss, propietario de un bar gay de Filadelfia, quien dio al fiscal de distrito 16 viajes redondos en avión a San Diego, Las Vegas y Florida, además de un Jaguar XK8 convertible modelo 1997. A cambio, Williams nombró un asesor especial de la fiscalía para Weiss —criminal convicto—, y le entregó una placa policial. Asimismo, Williams escribió una carta en su papelería oficial dirigida a la Junta para Control de Bebidas Alcohólicas de California, tratando de ayudar a Weiss a mantener la propiedad de su bar de San Diego.
En el acuerdo de culpabilidad, Williams también reconoció haber robado 23,000 dólares a su madre, fondos que debió entregar al asilo católico que se hacía cargo de ella. Bajo los términos del acuerdo de culpabilidad, Williams purgará una sentencia de cinco años en prisión, así como tres años de libertad condicional.
Cuando firmó el acuerdo, Williams supuso que el juez le daría, al menos, unas cuantas semanas para poner sus asuntos en orden antes de enviarlo a la cárcel, como es costumbre en los casos de corrupción política. Pero, mientras el juez Paul Diamond vituperaba a Williams en el tribunal —“Tengo un acuerdo de culpabilidad del funcionario de la ley de más alto rango en esta ciudad, quien traicionó y vendió su cargo”—, el nervioso exfiscal de distrito miraba de reojo a los dos alguaciles que estaban parados directamente a su espalda.
Williams trató de obtener fianza, asegurando que no representaba riesgo de fuga porque estaba en quiebra y ni siquiera tenía auto. Si quisiera ir a cualquier parte, dijo a Diamond, tendría que vender algo para conseguir una bicicleta. Pero Diamond le negó la fianza y dijo a Williams que no creía una palabra de lo que decía, porque ya no le quedaba la menor credibilidad. A continuación, ordenó a los alguaciles que tomaran en custodia al impactado exfiscal de distrito. Williams fue conducido fuera de la sala con esposas, mientras su exmujer sollozaba.
Durante los cuatro meses siguientes, por su protección, el exfiscal de distrito fue retenido en una celda de 2.5 por 3 metros en la Unidad de Alojamiento Especial, durante 23 horas al día entre semana, y 24 horas al día en fines de semana.
DE ÁNGEL, NADA: Williams confesó que había viajado a un resort con un empresario jordano para recibir un soborno, y también que tramaba aceptar más sobornos. FOTO: MATT ROURKE/AP
“TE VENDISTE A LOS PARÁSITOS”
El 14 de agosto de 2017, encarada con el prospecto de un nuevo juicio para Shero, la oficina del fiscal de distrito negoció un acuerdo de culpabilidad. Shero, quien recibió una sentencia de ocho a 16 años de cárcel, fue liberado el 17 de agosto, luego de haber purgado solo cuatro años y medio. Sin embargo, a cambio tuvo que declararse culpable de tres cargos, sin impugnación: relaciones sexuales aberrantes e involuntarias con un menor, un delito grave de primer grado; amenazar la seguridad de un menor, y corrupción de un menor, ambos delitos menores de primer grado. También debía registrarse como agresor sexual. “Accedió al acuerdo sin impugnación y a tener una sentencia de tiempo cumplido en su contra, para que lo liberaran de inmediato de prisión y poner fin a esta pesadilla”, explicó aNewsweek su abogado, Jeffrey Ogren. “No fue solo por Bernard, también por su familia”.
En los últimos siete años, Shero quedó en bancarrota, y su familia ha gastado más de 200,000 dólares en honorarios legales.
El 24 de octubre de 2017, Williams salió brevemente de prisión para que Diamond pudiera sentenciarlo, formalmente, a cinco años de cárcel, y para echar por tierra su petición de que le permitieran salir de prisión para visitar a su madre enferma. “El acusado robó a su madre, ¿y ahora quiere verla?”, le espetó el juez. Entonces, procedió a hacer trizas a Williams por su “profunda deshonestidad… Te vendiste a los parásitos con los que te rodeaste”. Diamond declaró que Williams era un riesgo de fuga y ordenó que los alguaciles lo llevaran de vuelta a la cárcel, y al confinamiento en solitario.
A pesar de que Shero es un hombre libre, la terrible farsa legal no ha terminado. Lynn, cuya condena fue revocada dos veces en apelaciones, será enjuiciado nuevamente el próximo año por un cargo de amenazar la seguridad de un menor. Un nuevo juicio no tiene mucho sentido porque, aun cuando lo declaren culpable, Lynn ya ha purgado 33 meses de la sentencia mínima de 36 meses, además de 18 meses de arresto domiciliario. Antes de que Williams terminara en la cárcel, juró, en conferencia de prensa, que volvería a enjuiciar el caso, pero ahora es Larry Krasner, el fiscal de distrito recién electo, quien habrá de decidir si procede con el nuevo juicio de Lynn.
Y si Krasner determina que volverá a llevar a Lynn ante el juez, el testigo estrella de la defensa será el detective Joe Walsh. “Me encantaría que me interrogaran sobre los hechos del caso y la verdad”, amenaza. “Uno no encierra a las personas inocentes”.
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Publicado en cooperación conNewsweek / Published in cooperation withNewsweek