Dylan y su encuentro con la santidad

NO HAY PEOR IRA que la de un fanático despechado. En 1979,
cuando Bob Dylan lanzó Slow Train Coming, un álbum que dejó
claro su renacimiento como cristiano evangélico, los devotos se sintieron
desilusionados, y hasta engañados. ¿Cómo era posible que un escéptico confeso,
el hombre que poseía una mente siempre inquisitiva e independiente, se dejara
convencer por esa o cualquier otra ortodoxia? ¿Qué cabida tenía la matizada
observación de Dylan en el rígido guion del creyente? Slow Train lo presentó
parafraseando las Escrituras de maneras que los agnósticos hallaron
condescendientes, condenatorias e insignificantes.

Por supuesto, Dylan ya había tenido otras transformaciones
drásticas como esta. En 1965, impactó a muchos volviéndose eléctrico, pero los
abucheos se extinguieron pronto. Cinco años después, este avatar de
originalidad volvió a frustrar a sus seguidores con el lanzamiento de un álbum
de mustia portada, Self-Portrait, que inspiró una de las introducciones más
hirientes en una reseña de Rolling Stone: “¿Qué es esta
mierda?”. Seis meses después, Dylan se redimió con el hermoso y reflexivo New
Morning
.

Sin embargo, los tres álbumes del renacimiento de Dylan,
lanzados entre 1979 y 1981 (incluidos Saved y Shot of Love),
resintieron a muchos durante años. Yo era un adolescente entonces, y mi
parálisis de Dylan se prolongó hasta 1989, cuando lanzó Oh Mercy. A la luz de lo
que sucedido después —años de música y presentaciones soberbias—, me pareció
que había pocos motivos para revisitar lo que muchos llaman el “periodo perdido
de Dylan”.

Pero el set en caja, Trouble Me No More, pretende cambiar
eso, con ocho CD y un DVD de material que su disquera, Columbia, describe como
los “años góspel” de Dylan (resulta mucho menos tendencioso que los “años de
renacimiento”, ¿verdad?”). Ahora, cuando escucho la música, el remordimiento
supera mi desprecio. ¡Ay de mí, hombre de poca fe! Las actuaciones son una
revelación.

Una advertencia: las pistas incluidas no son grabaciones de
estudio originales, las cuales —para este escucha— aún resultan constreñidas,
didácticas y un tanto cohibidas. En cambio, el set se centra en grabaciones de
presentaciones increíblemente dinámicas de conciertos en vivo ofrecidos entre
1979 y 1981. El marcado contraste entre las grabaciones de estudio y las
presentaciones en vivo tiene lógica. En aquellos años, Dylan llevaba su mensaje
directamente al público y en tiempo real, y puedes oír cuánto le entusiasmaba
la experiencia. Pocas veces cantó con más entrega; rara vez su banda hizo tanto
eco de su urgencia e intensidad.

Los conciertos, a menudo con cambios de músicos, solían
incluir a Spooner Oldham en un órgano Hammond casi eclesiástico; Tim Drummond,
rasgando un bajo estupendo; Jim Keltner, arremetiendo en una batería resonante;
y en la guitarra, el colaborador frecuente de Little Feat, Frank Tackett. Los
cantantes de respaldo, a veces hasta cinco, formaban un coro bastante
respetable, un papel ideal para estrellas por derecho propio como Clydie King,
quien aportó su profunda voz a “Shot of Love” y “Rise Again”. Es una versión
góspel completamente novedosa, encendida por un fervor roquero.


ANUNCIOS DE RADIO incluyen las voces de aficionados quejándose
de lo mucho que despreciaban el nuevo disfraz de Dylan. FOTO: LARRY HULST/MICHAEL OCHS ARCHIVES/GETTY

Pese a ello, algunos seguidores abandonaron los conciertos
hechos una furia, eminentemente porque Dylan no interpretaba materiales pasados
y mucho menos sus éxitos. Cedió un poco a fines de la década de 1980, retomando
algunos de sus clásicos: “Girl From the North Country”, por ejemplo, que posee
una hermosa cadencia nueva en esta versión, y “Forever Young”, aquí, con un
toque de R&B. Dylan se aseguró de que cada canción de estos conciertos
estuviera “ocupada renaciendo”, para lo cual añadió distintas letras y nuevos
arreglos, y las modificó con ritmos frescos. Aparecen seis versiones bien
definidas y cada vez más inventivas de “Slow Train”: una tiene un profundo
regusto blues, marcado por las fuertes solos de guitarra de Tackett; otra
incluye dos guitarras, con las profundas notas de Tackett en contrapunto con
los tonos más caprichosos de Steven Ripley. Hay sorprendentes estrellas
invitadas, como Carlos Santana interpretando “The Groom’s Still Waiting at the Altar”,
y Al Kooper con “In the Summertime”.

La misión que subyace a esta música inspiró uno de los
periodos de mayor densidad creativa de Dylan. Catorce de las canciones del set
jamás se habían publicado en formato alguno. Es difícil creer que dejara pasar una
pieza como “Ain’t No Man Righteous, No Not One”, pero la versión de 1979,
acompañado por la cantante Regina McCrary, tiene un soul tan profundo que
habría sido imposible recrearla en el estudio. Y es aún más difícil entender
que jamás grabara el impactante y vertiginoso “Ain’t Going to Hell for
Anybody”.

Por diversión, el set en caja incluye un anuncio de radio
sobre la gira, con voces de aficionados quejándose de lo mucho que desprecian
el nuevo disfraz de Dylan. Tal vez debiéramos aceptar que siempre se movió de
maneras misteriosas. Porque la imaginería religiosa siempre estuvo presente en
su música, desde el Dios vengativo de “Highway 61 Revisited” hasta la
liberación divina de “Knockin’ on Heaven’s Door”. Cuando los artistas escriben
canciones de amor, nunca cuestionamos el objeto de su afecto, y tampoco
esperamos compartirlo. Entonces, ¿por qué los fanáticos (me incluyo)
cuestionamos la pasión de Dylan durante esos años?

La fe que expresó Dylan en sus canciones góspel provino de lo
que él describió como un encuentro con la santidad, a fines de 1978. Varios
años después, aquel hechizo se rompió, de manera igualmente enigmática. En
1997, dijo a Newsweek: “Encuentro la religiosidad en la música. No la
encuentro en otra parte. Creo en las canciones”. Con “Trouble No More”, Dylan
nos brinda canciones en las que también podemos creer.

Publicado en
cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek