Pero una nueva investigación demuestra que no necesitas disfrutar de una vida relajada para hacer suficiente ejercicio. Y que tampoco necesitas ir a un gimnasio para “sentir el calor”. El ejercicio y sus beneficios son para todos.
Un equipo internacional de investigadores diseñó el Estudio Prospectivo de Epidemiología Urbana y Rural (PURE) para determinar si mantener 30 minutos diarios de actividad —la cantidad que recomiendan las principales autoridades sanitarias— reducía significativamente la enfermedad cardiaca. El estudio reclutó 170,000 voluntarios de ingreso medio y bajo en países de África, Asia, Europa oriental y del norte, y Oriente Medio. Durante seis a nueve años, los investigadores siguieron a los participantes —quienes tenían diversos antecedentes socioeconómicos, y vivían en áreas rurales y urbanas— para determinar si 30 minutos diarios de ejercicio, cinco días a la semana, reducían el riesgo de enfermedad cardiovascular, incluso cuando acumulaban los minutos simplemente manteniéndose activos, en vez de ejercitándose de la manera como la mayoría entendemos el ejercicio.
Los resultados, publicados en septiembre en The Lancet, demostraron que la actividad física puede reducir hasta en 30 por ciento el riesgo de enfermedades crónicas. En este caso, las actividades benéficas incluyeron los “movimientos mundanos” de la vida cotidiana, como caminar de ida y vuelta a la lavandería con un saco de ropa de 10 kilogramos, o correr en un patio de juegos detrás de tu bebé.
Estos hallazgos pueden parecer un logro sutil, pero son revolucionarios. Según Scott Lear, presidente de investigaciones sobre prevención cardiovascular del Hospital St. Paul, Canadá, y director del estudio, en países de alto ingreso el ejercicio es un “acontecimiento planificado” en una vida por demás sedentaria. En cambio, en los países de bajo ingreso, la gente “realiza casi todas sus actividades en el trabajo o en sus tareas domésticas, y tal vez para trasladarse al lugar de trabajo; y no hace casi nada como actividad de tiempo recreativo”. En otras palabas, para muchas personas que se mantienen activas como parte de sus empleos, el simple hecho de vivir sus vidas también está salvando sus vidas.
FOTO: ESPECIAL
Las recomendaciones de ejercicio son conclusiones basadas en evidencias que se fundamentan en muchos estudios con grandes poblaciones. Los llamados “estudios de cohorte”, como PURE, que siguen a un gran grupo de personas a lo largo de varios años, han contribuido a definir la atención de la salud. El Estudio Harvard Alumni Health (que rastreó la salud de los alumnos durante casi tres décadas, desde sus años universitarios hasta la adultez, utilizando cuestionarios básicos y expedientes médicos), el Estudio Cardiaco de Framingham (estudio aún en desarrollo con residentes de Framingham, Massachusetts, iniciado en 1948) y Nurses’ Health Study (un estudio con más de 200,000 enfermeras profesionales, desde la década de 1970, el cual ha proporcionado la información más significativa sobre la salud femenina) son ejemplos destacados de cuán poderosos pueden ser los estudios de cohortes. Los abundantes datos que generan gran cantidad de participantes y el amplio lapso en que se lleva a cabo la investigación hacen de los estudios de cohorte un estándar de oro para formular recomendaciones sobre la salud.
No obstante, hay un problema. Muchos de esos estudios se basan en un grupo homogéneo de participantes, quienes pueden ser más sanos que la población general, tienen mejor acceso a la atención médica, y viven en lugares con abundantes recursos. Esas limitaciones se traducen en que, si bien disponemos de muchos estudios que vinculan el ejercicio con la salud, hay cabida para más investigaciones, más preguntas. Los investigadores como Lear quieren seguir poniendo a prueba el consejo estándar para averiguar si conserva su validez cuando se introducen nuevas variables a la mezcla.
El estudio PURE demostró que, no obstante cómo se ejercitaba un individuo, los resultados eran los mismos. En términos generales, 150 minutos de actividad semanal disminuían en 28 por ciento el riesgo de muerte por cualquier padecimiento crónico. Asimismo, las personas que se mantenían físicamente activas durante 30 minutos al día tenían 20 por ciento menos probabilidad de desarrollar enfermedad cardiaca. La ventaja adicional: el ejercicio derivado de la vida cotidiana tenía los efectos más drásticos en la reducción del riesgo. “Las personas que hicieron la mayor cantidad de actividad y obtuvieron los mayores beneficios fueron las que realizaron sus actividades fuera del contexto de la actividad recreativa de tiempo libre”, informa Lear.
Además de echar por tierra conceptos elitistas, el estudio amplía nuestra definición, típicamente limitada, del ejercicio, y eso podría ser una mejoría importante. Nieca Goldberg, directora médica del Centro para la Salud Femenina Joan H. Tisch, en el Centro Médico Langone de la Universidad de Nueva York, dice que el estudio PURE demuestra que, para muchas personas, la mejor manera de mantenerse físicamente activa es no planificar el ejercicio. “Es buena idea tener equipo para ejercitarte en casa, pero luego de varios meses empiezas a usarlo como perchero”.
Goldberg agrega que muchos de sus pacientes (en su mayoría, neoyorquinos que se desplazan a pie varias horas al día) subestiman la cantidad de ejercicio que hacen de manera regular. “No asocian caminar con ejercicio”, señala. “Y siempre señalo que eso no es tan malo como piensan”.
—
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek