Lo que Trump aprendió de Lenin acerca del caos en la política

En estos momentos, Washington está lidiando con las consecuencias de la reciente decisión del presidente Donald Trump de recortar alrededor de 7 mil millones dólares en subsidios a las aseguradoras para mantenerlas en el mercado de seguros de Obamacare. El viernes pasado, cuando la Casa Blanca anunció que dejaría de pagar, respaldó su acción con una justificación legal, diciendo que los pagos Cost Sharing Reduction (CSR, Reducción del costo compartido) que recibían las compañías de seguros fueron un exceso legal de la administración Obama, y hasta citó un argumento del Departamento de Justicia, afirmando que solo el Congreso tenía la autoridad para asignar dichos CSR.

Semejante explicación desató una reacción violenta inmediata. Mientras decenas de fiscales generales irrumpían en los tribunales para mantener la continuidad de los pagos, insistiendo en que no había justificación legal para recortar los subsidios que mantienen a las aseguradoras en el mercado, el presidente dejó claro que las sutilezas legales no eran el verdadero problema: la intención real era acabar con Obamacare. Después de su decisión, Trump tuiteó que Obamacare era un “desastre sin remedio” y que los CSR no eran más que un “soborno” para las aseguradoras. Por su parte, Steve Bannon también dejó muy claro que la eliminación de los pagos era una medida de destrucción pura: durante una audiencia con votantes conservadores, el ex asesor de Trump y actual jefe deBreitbart News, afirmó que Trump “no hará los pagos [CSR]. Quiere hacer explotar esa cosa. Quiere hacer explotar el mercado de seguros, ¿entienden?”.

Llegado el lunes, Trump seguía felicitándose por haber recortado los subsidios: “La mina de oro se agotó el día que acabé con el dinero de las compañías de seguros”. Y señaló que había reuniones de “emergencia” entre republicanos y demócratas, quienes intentaban encontrar un remedio para el 1 de noviembre, cuando se inicia la inscripción abierta en los mercados de seguros.

Sucede que dos senadores, el republicano Lamar Alexander (Tennessee) y la demócrata Patty Murray (Washington), han trabajado desde hace meses en una legislación para estabilizar los mercados de seguros, que habían estado algo tambaleantes desde antes que Trump pusiera fin a los CSR.

Este tipo de legislación bipartidista para un tema importante solía ser bastante frecuente en Washington. Es la manera como, supuestamente, debe funcionar el sistema: los principales miembros de un comité -en este caso, el Comité Senatorial de Salud, Educación, Trabajo y Pensiones- celebran audiencias y, juntos, elaboran un proyecto de ley que, de ser aprobado por el panel, pasa al pleno; y después, si supera ese obstáculo, es sometido a votación en la otra cámara. Este es el “orden normal” del que habló el senador John McCain (republicano por Arizona) este verano, cuando se dirigió al pleno del Senado para oponerse al programa de atención médica más reciente del Partido Republicano, el cual había sido redactado de manera precipitada y sin audiencia previa alguna. El proyecto de ley Alexander-Murray mantendría los subsidios CSR para las compañías de seguros, y dado que fue redactado por el Congreso, superaría las objeciones legales del Departamento de Justicia. Si bien no es una legislación perfecta, serviría de mucho para impedir que las aseguradoras abandonen los mercados de atención médica de todo el país.

El martes, Trump se mostró inicialmente a favor del proyecto de ley, incluso cuando fue denunciado por algunos miembros de la Casa Blanca. Sin embargo, el miércoles por la mañana, empezó a tuitear su oposición a la propuesta de Alexander, con lo cual provocó que todos en Washington cuestionaran si la solución Alexander-Murray sería aprobada o incluso, sometida a votación. Fue así como el presidente sembró el caos; y luego, volvió a sembrar más caos mientras los senadores trataban de reparar el desastre presidencial original.

Por supuesto, a estas alturas, todos estamos familiarizados con este tipo de caos, el cual muchas veces ha sido comparado con las payasadas de un chiquillo. Trump ha sido caracterizado así muy a menudo; en contraste, el jefe del Gabinete, John Kelly, y el secretario de Estado, James Mattis, son tenidos por adultos (lee el extenso ensayo de James Mann, “The Adults in the Room”, enThe New York Review of Books).

Pero ¿qué tal si la afición de Trump por el desorden no se debe a una falta de autocontrol? ¿Qué tal si es un esfuerzo deliberado para causar líos, para empeorar las cosas y, de ese modo, poder mejorarlas en una fecha posterior? Porque resulta que las cosas que hace Trump tienen cierta lógica, una lógica que la mayoría identifica con un líder político muerto hace tiempo, pero nunca olvidado.

Ha transcurrido casi un siglo desde que Vladímir Ilich Lenin condujo a su secta marxista al poder. Muy pronto se celebrará el 100º aniversario de la Revolución Bolchevique. Una percepción histórica equivocada y muy común es que los bolcheviques derrocaron al zar, cuando la realidad es que la familia real rusa abdicó en febrero de 1917, ocho meses antes que la pandilla de Lenin tomara el control. Lo que hizo Lenin, una vez que usurpó el poder, fue deponer al gobierno provisional de Alexandr Kerensky, el cual tenía el respaldo del Parlamento.

Por supuesto, Lenin y Trump no podrían ser más distintos: un marxista esbelto, calvo e sagaz frente a un magnate rollizo, de pelo enmarañado y mente dispersa. Trump solo manifiesta tendencias autoritarias, mientras que Lenin era un dictador auténtico y un asesino de masas, así que no existe un equivalente moral entre ambos. Lenin fue uno de los personajes cruciales del siglo XX, pero la historia todavía no determina la marca que Trump dejará en el siglo XXI. No obstante, Lenin creía, firmemente, en el poder de empeorar las cosas o, como sabemos por sus escritos, en “exacerbar las contradicciones”. La expresión, que a veces se ha traducido como “acelerar las contradicciones”, significa que las contradicciones del capitalismo –el conflicto entre el capital y el trabajo- tenían que empeorar antes de mejorar cuando el comunismo saliera al rescate.

Casi todo lo que hace Trump es leninista, en cuanto a que exacerba las contradicciones. De hecho, el propio Bannon se ha descrito como leninista. El presidente está destruyendo Obamacare, volviéndolo inviable y no lo sustituye con algo. No es solo acabar con los pagos CSR; es virtualmente de todo lo que ha hecho en este asunto. El próximo mes, cuando inicien las inscripciones en Obamacare, habrá menos subsidios federales para publicitar opciones a los consumidores, y el sitio Web estará menos disponible. No es que Obamacare fuera un sistema perfecto. Los críticos tenían muchas razones para disputar las primas (a menudo elevadas), la falta de cobertura universal, y las imposiciones para pequeños negocios y los consumidores más jóvenes. Pero, al menos, era coherente. Sin embargo, lo que Trump pretende hacer ahora –al eliminar partes de Obamacare- no es más que nihilismo puro.

Lo mismo sucede con el acuerdo de Irán. Trump ha dado en acusar a Irán de no cumplir con el acuerdo, lo cual contradice sus declaraciones de hace unos pocos meses. Estados Unidos no va a retractarse del acuerdo: la presidencia solo está lanzando una granada de mano, arguyendo que Irán rompió el acuerdo para orillar al Congreso a tomar medidas, como instituir sanciones contra Teherán. Esa es una acción claramente leninista, ideada para sembrar el caos. Lo único que consigue es enfrentar a Estados Unidos contra Francia, Gran Bretaña, Alemania, la Unión Europea, China y Rusia, todos los cuales que concuerdan en que Irán –pese a sus subterfugios en otros asuntos- se ha adherido al acuerdo nuclear. Trump ha socavado y debilitado el acuerdo de Irán sin llegar al extremo de arruinarlo, lo cual sería lo más desestabilizador que podría haber hecho.

En cuanto al enfrentamiento nuclear con Corea del Norte, también ha minado a su secretario de Estado al calificar la diplomacia de Rex Tillerson como una pérdida de tiempo. Tillerson sigue tratando de acorralar a sus aliados y adversarios –en particular, a China- para que presionen a Pyongyang, pero la vida del principal diplomático de la presidencia se ha complicado mucho debido a una demostración de menosprecio presidencial jamás vista en la historia. Y el medio arruinado acuerdo de Irán solo hará que Kim Jong Un confirme que Estados Unidos nunca cumplirá acuerdo alguno.

“El caos es una escalera”, dice uno de los personajes de “Juego de tronos”. Lenin y sus herederos, como Mao, sabían que la anarquía brindaba oportunidades. Cuanto peores se pongan las cosas, más radical será la solución que busquen las personas. Trump no lee; pero, de manera intuitiva, sabe a qué se refería Lenin, razón por la cual inicia sus días con una metralla de tuits ideados para perturbar al cuerpo político. Colin Kaepernick y la protesta de arrodillarse en los juegos NFL fueron de poco interés hasta que Trump los convirtió en una guerra cultural. A lo largo de la historia, los presidentes estadounidenses han sido pastores, conciliadores en jefe. En cambio, casi todo lo que hace Trump provoca, exacerba y confunde.

Hay otro paralelo con Lenin. En 1917, Lenin vivía exiliado en Suiza. Regresó a Rusia en un tren sellado que proporcionó el káiser alemán, quien no favorecía el bolchevismo en absoluto, pero quería que Rusia abandonara la Primera Guerra Mundial, cosa que Lenin prometió hacer. Y por ello, fue transportado a “la estación de Finlandia”, en lo que entonces se llamaba Petrogrado (hoy, San Petersburgo), donde aquel tren ahora forma parte de un memorial. Sin la ayuda alemana, no queda claro que hubiese habido una Revolución Bolchevique. Las agencias de inteligencia estadounidenses han concluido que Rusia tuvo la intención de ayudar a Trump en las elecciones presidenciales de 2016, además de socavar la confianza en las instituciones democráticas y sembrar confusión. Hace mucho que el marxismo-leninismo desapareció de la vida pública en Moscú, aunque las ventajas de crear caos son evidentes. En este momento, Rusia cuenta con un presidente estadounidense que ha expresado dudas sobre OTAN, quien ha clamado por una amistad más estrecha entre ambos países, y quien se niega a reconocer la interferencia rusa en las elecciones de Estados Unidos. ¿Qué te parece eso para “exacerbar las contradicciones”?

Durante mucho tiempo, Winston Churchill denunció al régimen del káiser por permitir que Lenin viajara a Rusia y, en consecuencia, por hacer que el leninismo se diseminara al resto del mundo. Lo que el británico llamara el “bacilo de la peste”, funcionó mucho mejor de lo que Alemania jamás imaginó, y terminó por convertirse en la pesadilla del planeta. Lenin convenció a sus camaradas bolcheviques de que podían tomar el poder para sí, sin estar subordinados a alianza alguna. Hay que preguntarse qué habrían opinado del capitalista caótico que ha surgido como su heredero.

Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek