La Pulga y el sismo

Jueves 19 de septiembre

La Pulga se levantó de madrugada y se dirigió a la central de autobuses de Cuautla ya que quería llegar temprano a la capital; a las seis de la mañana su autobús ya iba en camino a la Ciudad de México. Ubicado en el asiento 20 y sentado junto a un joven, Marcos Efrén recordaba los tres objetivos que constituían el motivo del viaje: recoger la playera y su número en el Velódromo Olímpico de la Ciudad Deportiva de la Magdalena Mixhuca con el que competiría en la maratón del domingo; presentarse en la sede de la Cruz Roja Mexicana, ubicada en Polanco para pedir informes sobre su ingreso y, finalmente, ir al mercado de La Merced en el Centro para comprar los juguetes que vendería en su puesto ambulante, para ofrecérselos a sus clientes en la esquina de la calle de Batería con Valerio Trujano, ubicada a una cuadra del Mercado Municipal de Cuautla.

El trayecto hacia la Ciudad de México lo conocía bien ya que solía hacerlo muy a menudo, por lo que muchos de los pasajeros y choferes lo conocían de sobra, además de que era alguien popular en Cuautla desde que jugó en los equipos de futbol desde los 15 hasta los 18 años de edad: el Cuautla Juvenil y El Correos.

La Pulga llegó muy temprano a la ciudad, ataviado con un pantalón de vestir de color gris y un suéter también del mismo color cuya parte superior tenía unas rayas blancas y rojas; circulaba por la calzada de Tlalpan y al llegar al semáforo del cruce con la calle de Xotepingo, se detuvo el camión en espera de la luz verde.

Inesperadamente, el autobús se empezó a bambolear. La Pulga, en un inicio, pensó que el chofer estaba jugando con el freno, instantes después, al voltear a su lado derecho, vio cómo los clientes de la panadería San Pablo, ubicada justo en ese costado, salían corriendo y más allá apreció a una señora que se aferraba con fuerza a un poste de luz.

Una vez que terminó la sacudida, el autobús continuó su camino por Tlalpan hacia la Terminal ubicada en Taxqueña. Durante ese camino, vio cómo los residentes de un multifamiliar ubicado a dos cuadras de la central, se encontraban en la calle vistiendo solamente su ropa interior, shorts o algunos incluso cubriéndose con sábanas y con una cara de estupor.

En esos días, en la terminal de autobuses había una huelga de choferes y a pesar del sismo, no dejaron llegar al autobús hasta la estación por lo que el chofer se vio obligado a bajar a los pasajeros unos metros antes, justo a un costado de la terminal Taxqueña de la Línea 2 del Metro. El checador, quien se encargaba de registrar las llegadas de los autobuses, se le acercó y le señaló un hotel que se acababa de colapsar en Tlalpan en la dirección contraria.

La Pulga cruzó Tlalpan saltándose la barda y el enrejado de lo que sería el Tren Ligero –sistema de transporte que se pretendía inaugurar para dar su servicio durante la Copa Mundial de Fútbol de 1986, desde la estación Taxqueña del Metro hacia el Estadio Azteca y de ahí a Xochimilco, cabe mencionar que dicho tren no estuvo a tiempo en funcionamiento para el evento de futbol–. Una vez enfrente del Hotel Finisterre, reconoció de inmediato que se encontraba gravemente dañado. La Pulga se acercó a un oficial y le dijo que él tenía conocimientos de rescate ya que acababa de tomar un curso de primeros auxilios en la Cruz Roja de Cuautla por lo que el uniformado –el comandante De la Lliata según recuerda– fue quien le permitió el paso, abriendo así la puerta para que La Pulga lograra sus primeros rescates e iniciara su mítica historia.

Sin ningún tipo de herramienta y a mano limpia, La Pulga inició el trabajo para liberar de las ruinas del hotel a algunos huéspedes atrapados.

Al acercarse a la derruida fachada sobre Tlalpan, distinguió una ventana que pertenecía al segundo piso y que casi se encontraba a la altura de la banqueta. Marcos escuchó unos quejidos y unos llamados de auxilio y se acercó, vio a un hombre y una mujer, uno encima del otro sobre la cama, suponiendo que estaban intimando al momento del sismo. Encima de ellos, una enorme trabe los mantenía aprisionados contra la cama y a punto de la asfixia. Apenas podía escuchar sus voces ahogadas que decían “auxilio, auxilio… sáquenos”; eran momentos de angustia ya que La Pulga al ver su situación, consideró que el tiempo que les quedaba era muy escaso y sería imposible poder ayudarlos sin herramienta. Para hacer más terrible la escena, mientras esta pareja sufría y luchaba por su vida, Marcos Efrén fue testigo de cómo unos patrulleros se dedicaban a envolver valores y aparatos de las habitaciones con sábanas para ser llevados a sus vehículos; más allá también había civiles que aprovechaban el desconcierto de los testigos para hurtar lo que se encontraran.

La Pulga vio que no se podía hacer nada por aquella pareja; más tarde sabría que la pareja ya había perdido la vida.

Marcos Efrén Zariñana siguió caminando sobre la banqueta, inspeccionando el derruido edificio y cuál fue su sorpresa que en la habitación contigua, cuya ventana también daba hacia Tlalpan, encontró a otra pareja casi en las mismas condiciones: se encontraban parcialmente abrazados atrapados en la cama con la misma trabe sobre ellos. El señor se encontraba vivo, junto a él estaba su esposa quien ya había perdido la vida, se mantenía su cuerpo sobre el brazo derecho de él y el resto estaba debajo de una enorme trabe. Al momento del terremoto, el marido alcanzó a abrazar a su esposa cuando la viga cayó golpeándola a ella, quedando frente a su pecho y sobre parte del brazo y la mano del marido. Marcos, al evaluar la situación, encontró dos personas más sin vida dentro de la misma habitación, eran las hijas del matrimonio.

El hombre se encontraba perfectamente consciente y le pidió a La Pulga que rescatara primero a su familia. Marcos optó por que sus esfuerzos se enfocaran en rescatarlo a él ya que peligraba su vida además de que la víctima no tenía que saber que su mujer y sus hijas, ya habían muerto. Al ser imposible romper o mover la trabe, se decidió a notificarle al comandante la situación y propuso que la única manera de sacarlo sería amputándole parte del brazo. El uniformado accedió sin tener idea de cómo lo haría.

Una vez obtenido el aval de las autoridades, La Pulga halló una pieza de vidrio, le hizo un torniquete con su pañuelo adelante del codo a la víctima y a pesar del poco espacio que había entre el cadáver de la mujer y la trabe de concreto, se las arregló para alcanzar la extremidad del hombre. Comenzó a cortar el brazo aplastado hasta liberar al señor en un proceso que le tomó unos 15 minutos. La situación crítica en la que se encontraba esta persona la hizo soportar el dolor de la improvisada operación pero solamente de esa manera se podía salvar su vida. Una vez liberado, La Pulga le avisó al comandante que ya estaba a salvo y que ya lo podían sacar. La mujer y sus dos hijas fallecieron al momento del colapso.