Lo imposible se repite

UN SARCASMO de la naturaleza: justo el 19 de septiembre, como hace 32 años, dos horas y 14 minutos después de efectuarse el simulacro en memoria del terremoto de 1985, sobrevino el temblor de 7.1 grados que trajo de nuevo la devastación. Setenta segundos de furia desatada.

El epicentro fue Axochiapan, municipio de Morelos limítrofe con el estado de Puebla, a 120 kilómetros de la Ciudad de México, de acuerdo con datos proporcionados por el Sistema Sismológico Nacional. Generó una onda expansiva tan potente que no fue percibida por las alarmas y estas se activaron cuando el movimiento telúrico sacudía la zona central del país.

De súbito México se convertía en noticia mundial con escenas estremecedoras: personas corriendo despavoridas por calles y avenidas, edificios desplomándose, bardas colapsadas, casas derruidas, suelos resquebrajados, fugas de gas convertidas en incendios, puentes derrumbados, carreteras partidas, corte masivo de energía eléctrica, choques y congestión en las calles.

—¡La tierra se está abriendo! —gritaban mujeres que corrían aterradas por las calles de la zona sur de la ciudad, una de las más afectadas por el siniestro.

Aún se vivía la resaca del terremoto de 8.1 grados —el más intenso en el último siglo según el Sistema Sismológico Nacional— que el 7 de septiembre golpeó el sureste, con un saldo de 96 muertos, 2.3 millones de afectados, 2,000 escuelas inservibles y la declaratoria de emergencia en 282 municipios de Oaxaca y Chiapas.

Los daños totales del segundo siniestro aún no pueden cuantificarse y llevará por lo menos dos semanas hacerlo, estimó el coordinador Nacional de Protección Civil, Luis Felipe Puente. El recuento de los daños abarca el Estado de México, Morelos, Puebla, Guerrero y Oaxaca, además de la capital.

Entre tanto, los reportes de daños estructurales en cientos de edificios e inmuebles de toda la región crecen conforme transcurren las horas. Los 70 segundos bastaron para desnudar prácticas corruptas detrás del boominmobiliario en la Ciudad de México, la inoperancia de los gobiernos y, como hace 32 años, la capacidad de movilización ciudadana en auxilio de las víctimas.

IMBORRABLE 85

El martes 19 de septiembre, con ceremonias oficiales y un simulacro se recordaba el 32 aniversario de aquel terremoto que a las 7:19 horas cimbró la capital con una intensidad de 8.1 grados en escala de Richter durante 120 segundos. La cifra oficial del gobierno de Miguel de la Madrid estimó entre 6,000 y 7,000 las víctimas mortales, pero otros registros ajenos al gobierno refieren más de 10,000 muertos. En cualquier caso, el saldo se mantiene hasta hoy como el mayor desastre en la historia del país.

El terremoto de 1985, cuya potencia fue comparable con la energía de varias bombas nucleares con la intensidad de la bomba lanzada en 1945 en Hiroshima, según estimaciones del Instituto de Ingeniería de la UNAM, marcó un antes y después en la historia del país y en la vida de millones de familias. De aquella mala experiencia se generó una cultura de brigadistas ciudadanos y de la sociedad civil volcada en el apoyo, que se ha repetido en el sismo de este 19 de septiembre.

Jorge Omar Achcar Soler, diseñador gráfico de profesión, es uno de esos brigadistas que en el sismo de 1985 tuvo una participación muy activa.

“Otro maldito 19 de septiembre en Ciudad de México”, dice. Esta nueva sacudida le ha hecho rememorar el olor a muerte que respiró durante meses, y que creía haber olvidado. Y los desgarradores gritos de dolientes, la desesperación de muchos por intentar revivir los cuerpos de los suyos que los rescatistas sacaban inertes de entre los escombros.

“Tengo el corazón apachurrado por tanta gente que está en la desesperación”, prosigue. “El destino me desempolvó terribles recuerdos de lo que vivimos en 1985. Como voluntario vi escenas espeluznantes, desgarradoras y sumamente dolorosas. Ahora, 32 años después, en cuanto el terremoto terminó, supe que la historia se repetía. Ese espantoso silencio interrumpido por sonidos de sirenas presagiaba lo peor”.

El rescatista proviene de Xola, en la región sur de la ciudad que esta vez acusó más daños que en el pasado. En 1985 la cifra de víctimas fatales fue mucho mayor a la de esta vez, igual que la destrucción. Sin embargo, dice, el resultado es el mismo. “El dolor y la indignación que se vive con este nuevo siniestro son exactamente iguales”.

Lo referido por Jorge Omar es fácilmente constatable. Minutos después del sismo las calles fueron tomadas por brigadas de rescate que armaron los mismos ciudadanos. Los colonos hicieron las funciones de tránsito al quedar sin electricidad vastas zonas atestadas de tránsito, y los mismos automovilistas subieron a desconocidos para acercarlos a los puntos devastados.

Beatriz Rivera Huerta fue una de tantos. Ella tomó su automóvil para ir en busca de su hija Sara, en un colegio cercano al Enrique Rébsamen, en la delegación Coyoacán, convertido en uno de los símbolos de la tragedia, tras la muerte de 19 niños y seis adultos.

“Mi auto se volvió transporte de médicos, rescatistas y padres de familia que intentaban acercarse al Colegio Rébsamen. Su rostro pasmado reflejaba el alma destrozada”, dice aún conmovida.

Para el segundo día de la tragedia, el Enrique Rébsamen se había vuelto también escenario de un reality show. Allí las versiones brindadas tanto por el gobierno federal y la Secretaría de Marina a las principales televisoras del país mantuvieron a millones de mexicanos siguiendo al minuto el rescate de Frida Sofía, una estudiante de 12 años inexistente a la que incluso se le inventaron diálogos con rescatistas.

Todo ello mientras, otros puntos de la ciudad, así como ciudades y poblados de Puebla y Morelos, zozobraban fuera del ojo público. Como Axochiapan, el lugar del epicentro, devastado casi por completo.

Fue inevitable rememorar al Niño Monchito, Luis Ramón Navarrete, de nueve años, que en 1985 mantuvo durante semanas la atención de la prensa nacional e internacional por su rescate. El sobreviviente del terremoto que supuestamente acompañó hasta el final a su abuelo. El cadáver del anciano se encontró, pero el niño nunca apareció. Su historia quedó como leyenda urbana.

La única Frida real en la historia de la Semar es una labrador de siete años perteneciente al grupo de 20 perros rescatistas que poseen.


La unión desbordada de la gente rebasó por mucho los números
de participación que se esperaban. Personas por todas partes en la colonia
Condesa y vecinos acudieron al apoyo en la remoción de escombro. El edificio
ubicado en Ámsterdam y Laredo quedó totalmente derrumbado. FOTO: PABLO CRUZ
IRASTORZA

CAMINAR ENTRE ESCOMBROS

A su paso escuchaba el crujir de paredes como bloques de hielo al resquebrajarse. Familiarizada con ese sonido como sobreviviente del terremoto de 1985 en la colonia Obrera, a unas calles del Centro Histórico de la Ciudad de México, Rosa Hurtado Uribe, empleada del restaurante Sushi Roma en la calle de Córdoba, no oía ni gritos ni advertencias de peligro. Ella solo escuchaba el resquebrajamiento del tabique y del cemento, y pensaba en sus hijos, a esas horas en la escuela: Sandra, Luis y Portia, de quienes, como madre soltera, es única responsable.

“Hace 32 años yo tenía diez años de edad, y cuando comenzó el terremoto me preparaba para ir a la escuela. Nosotros vivíamos en un tercer piso en la calle Fernando de Alva Ixtilxóchitl, a unas calles del Eje Central, y desde allí veíamos cómo los edificios de alrededor se iban cayendo. Escuchamos que tronaban las paredes del nuestro y sentimos cómo el edificio se iba ladeando. Logramos salir y encontramos que todo afuera estaba destruido. La mayoría de los edificios se habían derrumbado, y los que no cayeron sufrieron graves daños y se quedaron sin luz y agua por mucho tiempo. El nuestro tuvo que ser reconstruido; quedamos como damnificados, pero por lo menos logramos sobrevivir, mientras que muchos de nuestros vecinos, los niños con los que crecimos, murieron”, cuenta.

“Esta vez —prosigue— me tocó estar en mi trabajo, en la colonia Roma. En cuanto sentimos el temblor salimos corriendo, y parados a mitad de la calle vimos cómo caía un edificio…”.

En la colonia Roma y sus vecinas Condesa, Narvarte y Del Valle, una decena de edificios habitacionales, de oficinas y escuelas se colapsaron. El corredor Roma-Condesa, una de las áreas con mayor crecimiento residencial de los últimos diez años, tras el sismo quedó convertido en una zona cero (zona de impacto), donde al paso de las horas más y más edificaciones van presentando graves fallas. A 48 horas del sismo, cientos de familias de esta zona se vieron obligadas a desalojar sus viviendas para acampar en los parques vecinos.

Rosa continúa con su relato: “Aún no acababa el temblor cuando me fui corriendo a buscar a mi hija, que estudia en la primaria Simón Bolívar, en la calle Bolívar. No sé cuánto tiempo me llevó llegar hasta allí, pero tengo claro que me quedé parada cuando miré que el edificio que estaba justo al lado de la escuela estaba totalmente derrumbado. Caminé entre escombros, sentía los pies desfallecer, pero seguí adelante entre esos escombros para llegar a la escuela…”.

El edificio al que Rosa Hurtado se refiere es una fábrica textil y bodega ubicada entre las calles de Bolívar y Chimalpopoca, un inmueble de 800 metros con siete pisos que en solo tres segundos se derrumbó con todo su personal adentro, entre ese personal, madres de familia que antes de entrar a la jornada dejaban a sus hijos en la escuela de junto, la misma Simón Bolívar donde estudia Portia, la hija menor de Rosa Hurtado. Hasta el viernes temprano no se tenía una cifra oficial de víctimas. Tampoco se sabía cuántas víctimas había en ese edificio derrumbado, ni sus identidades, ya que al parecer en esa fábrica había trabajadores emigrantes de origen oriental, coreanos principalmente.

“…Cuando me di cuenta tenía de la mano a mi hijo de 17 años, que había llegado antes por su hermana. Los niños de la primaria, entre ellos mi hija, estaban enfrente, en un estacionamiento junto con sus maestras, todos cubiertos de polvo y más de la mitad de ellos heridos por los vidrios que se estrellaron en el edificio que se desplomó”.

Otra vez, dice Rosa Hurtado, “viví el mismo sentimiento de cuando tenía diez años, la desesperación y angustia. Mucha gente, exactamente como hace 32 años, no tuvo tiempo de salir”.

VOCES DESDE LAS ENTRAÑAS

El puño en alto de centenares de personas que llama al silencio absoluto durante las labores de rescate fue una de las escenas más repetidas desde la tarde del martes 19 hasta el viernes 22. Quedaron como memoria de esta tragedia repetida. Para el jueves 21, los gobernadores de Puebla, Morelos y el jefe de Gobierno capitalino habían declarado las entidades a su cargo zonas de desastre, requisito también para tener acceso a recursos del Fondo Nacional de Desastres (Fonden).

La labor de los brigadistas ha sido intensa. Familias enteras, grupos de jóvenes llevando y trayendo medicamentos, comida, materiales de curación, agua… las escuelas improvisadas como albergues y centros de acopio, igual que los pasillos y estacionamientos de muchas unidades habitacionales.

Pero en la otra cara de esta historia, en medio del caos, desde la tarde misma del sismo la delincuencia aprovechó la oportunidad para asaltar a transeúntes y conductores a mano armada; brigadistas en motocicleta y bicicleta que fueron blanco de robo de sus transportes; saqueo en los departamentos dañados o que fueron evacuados por sus propietarios; robos a casas habitación mediante el disfraz de supuestos especialistas en verificar daños estructurales; despojo a usuarios de cajeros automáticos aprovechando que oficialmente las policías estaban concentradas en otras labores, y hasta el robo de camionetas llenas de víveres que nunca llegaron a su destino en zonas como Xochimilco en Ciudad de México y en las carreteras durante su envío a Puebla y Morelos. También, la reventa de víveres donados, principalmente las botellas de agua.


De la mala experiencia de 1985 se generó una cultura de
brigadistas ciudadanos y de la sociedad civil volcada en el apoyo, que se ha
repetido en el sismo de este 19 de septiembre. Aquí, brigadistas en SLP y
Medellín, en la Roma. FOTO: SANTIAGO ARAU

MILLENNIALS EN ACCIÓN

Ninguno de ellos había tenido la experiencia previa de un terremoto. Sin embargo, los jóvenes mexicanos volcados, primero en redes sociales para informar sobre zonas de riesgo, luego en los sitios donde se necesitaba ayuda, han tenido una participación sumamente activa, una eficacia que se impuso sobre la insuficiente labor oficial.

Los veinteañeros mexicanos han sido los más participativos en el acopio y reparto de ayuda, igual que en las labores de rescate como brigadistas, imponiéndose también a una clase política ausente.

En 1985, la lenta y tardía reacción del presidente Miguel de la Madrid —quien hizo su aparición pública luego de nueve horas de ocurrir el sismo— y los abucheos en actos subsecuentes, se recuerdan hoy con la ausencia de la clase política, que comenzó a manifestarse únicamente después de que Andrés Manuel López Obrador, dirigente nacional de Morena, ofreció donar parte de las prerrogativas que les serán dadas para las próximas campañas presidenciales. Lo que siguió fueron ofrecimientos de todos los partidos.

Para el jueves 22 de septiembre, personajes influyentes a escala internacional como Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook; el papa Francisco, los futbolistas Javier Hernández, el Chicharito, y Miguel Layún, la actriz Salma Hayek, entre otros notables, anunciaron donativos para los damnificados del sismo.

EL ANTES Y EL DESPUÉS

Como en 1985, el sismo de este 19 de septiembre será un antes y un después en la historia de México. Además de las dolorosas pérdidas de vidas humanas y los miles de damnificados, las delegaciones deberán explicar quiénes autorizaron la construcción o la operación en inmuebles antiguos. Pero también de muchos otros que supuestamente eran nuevos, que costaron a sus dueños precios exorbitantes y que en cuestión de segundos se desplomaron, algunos apenas recién estrenados hace unos meses.

Según la Presidencia de la República, el plan de apoyo a los damnificados consta de tres etapas: luego de la provisión de alimentos y el restablecimiento total de los servicios públicos básicos, se elaborará un censo de los daños materiales que servirá de base para los trabajos de restauración y reconstrucción, y durante la reconstrucción se demolerán los edificios con daños estructurales irreparables, y finalmente la remoción de escombros.

Al cierre de esta edición no se tienen aún datos finales de las víctimas que dejó el terremoto, en el que 70 segundos después de las 13:14:40 (tiempo del Centro de México, de acuerdo con el SSN) el corazón geográfico del país quedó en un pasmoso silencio.

LOS DATOS TÉCNICOS DE LOS DOS 19S, SEGÚN EL SSM

El doctor en Ciencias por la UNAM en la especialidad de Sismología, Miguel Ángel Santoyo, quien además es investigador del Instituto de Geofísica, en representación del Servicio Sismológico Nacional, explica a Newsweek en Español algunos datos técnicos entre el terremoto de 1985 y el de 2017:

“El sismo del 19 de septiembre de 1985 tuvo su epicentro frente a las costas del estado mexicano de Michoacán, con coordenadas 18.42ºN : 102.47ºW, y tuvo una magnitud Mw=8.1. Este sismo tuvo un mecanismo de falla de tipo Inverso y ocurrió en la interfaz entre las placas tectónicas de Cocos y Norteamérica.

“El sismo del 19 de septiembre de 2017 tuvo su epicentro cerca del límite entre los estados mexicanos de Morelos y Puebla, con coordenadas 18.4°N : 98.72°W y tuvo una magnitud Mw=7.1. Este sismo tuvo un mecanismo de falla de tipo Normal y ocurrió en la zona de profundidad intermedia dentro de la placa tectónica de Cocos.

Ambos sismos son distintos en su magnitud, en la ubicación de su epicentro y en el mecanismo de falla. Estos sismos no guardan ninguna relación el uno con el otro. Un sismo de magnitud Mw=7.1 libera aproximadamente 32 veces menos energía sísmica que un sismo de magnitud Mw=8.1 .

La distancia epicentral de ambos sismos con respecto a la Ciudad de México es también diferente. Por una parte, el sismo del 19/9/1985 ocurrió a aproximadamente 370 km de distancia de la Ciudad de México y, por la otra, el sismo del 19/9/2017 ocurrió a aproximadamente 120 km de distancia de esta misma ciudad.

Sismos de mayor magnitud en México

AÑO FECHA INTENSIDAD

1787: entre 8.4 y 8.7 grados

1931, enero 15: 8.0 grados

1932, junio 3: 8.2 grados

1957, julio 28: 7.7 grados

1985, septiembre 19: 8.1 grados

1995: 8.1 grados

2012, marzo 20: 7.5 grados

2017, septiembre 7: 8.2 grados

2017, septiembre 19: 7.1 grados

Fuente:Servicio Sismológico Nacional

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