México revive sus peores temores

México revivió por segunda vez en menos de quince días el miedo de ser alcanzado por una tragedia igual a la de 1985. A las 13:14 horas del martes, un sismo de 7.1 grados con un epicentro en los límites de Morelos y Puebla cimbraría los peores temores de los capitalinos. Por la mente de muchos se configuró un escenario al que exactamente 32 años atrás había arrasado cientos de edificios y miles de vidas. En esta ocasión, el pánico se fue apoderando de miles en cuanto las imágenes de edificios viniéndose abajo y los reportes de personas atrapadas fueron propagándose. Hasta la mañana del lunes se reportaban 224 muertos tanto en la capital como en los estado de México, Puebla, Morelos y Guerrero.

“En el 85 uno se enteró hasta el día siguiente, lo bueno de las redes es que te enteras al instante”, se escuchaba decir a un joven que apresuraba su camino sobre Avenida Insurgentes, la cual se llenó de personas que sustituyeron a los vehículos. Y aunque tal percepción tenía algo de cierto, tambien lo era que esa inmediatez se acabaría para muchos conforme el día se iba consumiendo entre los millones de hogares que se quedaron sin luz en la que sería calificaría por la prensa mexicana como una de las noches más largas que viviría la capital en muchos años.

Minutos después del sismo, miles de personas abarrotaron las calles. Nadie quería permanecer sobre las aceras ante el temor de que un objeto se desplomara sobre ellos. A la altura de Bajío e Insurgentes un departamento se consumía entre el humo producido por el fuego. Calles adelante el picoso olor a gas era perceptible por todos los caminantes, entre los cuales había quienes a gritos llamaban a la cordura de no encender ningún tipo de lumbre. En las inmediaciones del Metro Chilpancingo, unidades del Metrobús acogían a niños recién nacidos y a sus madres que estaban internados en clínicas de la zona.

En las calles San Luis Potosí y Medellín en la colonia Roma yacían los restos de lo que fuera un edificio. Sobre los escombros, autoridades y voluntarios se encargaban de buscar a refugiados mientras un perímetro de celulares posaban el foco en su trabajo. A quienes se ofrecían para ayudar se les informaba que había las manos suficientes. Sin embargo, eso no impidió para que en distintos puntos de la ciudad las personas expresaran sus mejores deseos sumándose en las labores de ayuda, ya fuera haciendo filas para retirar los pesados escombros, transportando en motocicletas a cuerpos de emergencia o improvisándose como agentes de tránsito en los puntos más conflictivos de la ciudad.

Durante el trayecto era común avistar personas lesionadas, al borde de las lágrimas, en shock o con el rostro desencajado; como también lo era el ver edificios con grietas, vidrios rotos, y superficies dañadas. Incluso había quien pedía a la multitud entender que lo ocurrido obedecía a un designio mayor. El pánico no era para menos. Pese a haber tenido una magnitud menor al movimiento telúrico del pasado 7 de septiembre, la intensidad del temblor del martes fue suficiente como para derrumbar una cuarentena de edificios en la zona centro y sur.

Hasta el momento el panorama más desolador es el que se ha tenido que enfrentar en la escuela Enrique Rebsamen, en donde se tienen los reportes de 21 menores muertos y cerca de 30 atrapados. Las imágenes que han circulado sobre lo ocurrido en este colegio localizado en Coapa, al sur de la Ciudad de México, muestran como niños son sacados de entre los escombros por voluntarios, a quienes se sumaron brigadistas, quienes pasaron la noche en vela y en silencio para rescatar a quienes aún permanecen atrapados entre los escombros.

Al clima de incertidumbre se añadió otro factor. Millones de personas permanecieron incomunicadas ante el colapso de las redes eléctricas y telefónicas. En algunas zonas la inmediatez de las redes sociales no bastó para enterarse de lo que ocurría. Fue a través de la viva voz de los vecinos que uno se enteraba de los desplomes, muertes y demás tragedias que envolvieron a la Ciudad de México y que permanecieron inmutables mientras la noche marcaba el fin de un día, que en apariencia se avistaba distante a la conmemoración del sismo de 1985.