La falsa salida de las soluciones simples

La época histórica denominada modernidad —que para algunos pensadores está en fase final y abriendo paso a la posmodernidad— comenzó en el siglo XVI y se consolidó en el XVIII con la Revolución Francesa. La modernidad transformó los paradigmas políticos construidos durante siglos en Occidente, supuso el paso del denominado antiguo régimen al nuevo régimen.

Un paradigma del pensamiento político moderno es la suposición de que la labor de gobierno se resuelve con acciones unívocas, simples. Así, el capitalismo supuso que el orden social y el desarrollo se alcanza por el funcionamiento libre de los mercados y el marxismo por el anhelado paraíso comunista en la medida en que se termine con la lucha de clases. La práctica de ambas ideologías ha terminado en fracaso al estrellarse contra la compleja realidad.

A más de ello, un signo de los tiempos actuales es el aumento dramático de la complejidad que dificulta todavía más encontrar salidas de largo plazo.

Hace no muchos años el mundo no era globalizado, los gobiernos nacionales se ocupaban fundamentalmente de problemas de orden local, las expectativas de la población estaban acotadas a su mundo próximo y no existían las redes sociales; hoy, la velocidad de los cambios hace prácticamente imposible realizar proyecciones de largo plazo con niveles razonables de certidumbre.

La cada vez mayor complejidad social ha representado un reto para diversas áreas de conocimiento que se ven obligadas a transformarse de manera acelerada; sin embargo, los gobiernos de muchas partes del planeta parecen vivir de espaldas a esta realidad.

Si bien es cierto que en el ámbito empresarial los esquemas de dirección generalmente aceptados hasta hace poco tiempo hoy son obsoletos, en el ámbito público se continúa utilizando el mismo discurso de hace décadas.

La alta dirección en los ámbitos privado y público ha tenido un desarrollo desigual. Específicamente en un tema tan relevante como la planeación estratégica; mientras en el ámbito privado se concibe la estrategia como un proceso multifactorial que requiere ser analizado desde una óptica de complejidad y con una visión de largo plazo, en el ámbito público las propuestas de desarrollo están planteadas de una manera muy simple, poco asertiva en muchos casos.

Esta simplificación de la realidad en el ámbito público ha sido causante de que las promesas realizadas por muchos gobiernos no se cumplan, lo que genera desencanto en la población.

Acabar con la pobreza de un país en un solo periodo de gobierno, superar en forma casi inmediata el rezago educativo o bajar de forma dramática el desempleo son promesas que normalmente se han realizado como eslogan, en muchos casos con buena intención, pero en la práctica son imposibles de cumplir en el corto plazo.

El proceso de desarrollo que permite a un país superar sus problemas y rezagos siempre es de largo plazo y requiere de una planeación estratégica que transita por la elaboración de un diagnóstico, la elaboración de la estrategia y una implementación adecuada.

Sin una planeación estratégica consistente, que permanezca por varios periodos de gobierno y, al mismo tiempo, tenga la flexibilidad suficiente para adaptarse a los cambios, no es posible alcanzar el desarrollo.

Una planeación estratégica bien elaborada se realiza partiendo de la base de un diagnóstico acertado de la situación, y la situación es de orden complejo. Muchos programas políticos parten de lugares comunes, de intuiciones y no de un análisis profundo, a conciencia, de la situación social en su conjunto.

Una vez realizado el diagnóstico, la construcción de la estrategia es compleja porque supone dar prioridades, poner énfasis en aquellas políticas públicas que en su mejora impactan a todo el conjunto. Intentar resolverlo todo al mismo tiempo y sin un orden de prioridades agota los recursos sin alcanzar resultados. Es la antesala del fracaso.

Además, la estrategia requiere ser implementada. La implementación es en ocasiones el paso más difícil, requiere de negociación política, paciencia y asunción de costos.

Una mayoría de gobiernos en el mundo enfrentan los retos de la nueva complejidad a través de movimientos de corto plazo que parecen tener efectos mediáticos, pero que no suponen un avance de fondo. Se quedan en un plano táctico, carente de visión de conjunto. Como resultado de ello plantean soluciones simples con apariencia de cambio esperanzador, pero carentes de realismo.

El discurso de las soluciones simples se ha exacerbado en los últimos tiempos por la necesidad de muchos ciudadanos de escuchar salidas a los grandes periodos de frustración hasta ahora vividos. Son los populismos que recorren todo el planeta.

Mientras no se entienda, acepte y maneje la complejidad con una planeación estratégica adecuada seguiremos sin encontrar la salida. Para ello se requiere un cambio paradigmático en el ámbito público.