A PUNTO de cumplir treinta años y con tres novelas en su
haber que le han merecido varios reconocimientos, Gisela Leal se considera una
escritora que, al igual que lo ha procurado desde que tiene uso de razón, se
halla en un ciclo de descubrimiento, exploración y conocimiento. Nacida en
Cadereyta, Nuevo León, en 1987, Leal ingresó en el mundo de las novelas con El
club de los abandonados, que publicó a los 24 años y a la cual le siguió
El maravilloso y trágico arte de morir de amor.
“Las personas lo único que no podemos dejar de hacer es
conocer más, descubrir, explorar”, manifiesta la novelista regiomontana en
entrevista con este medio a propósito de la publicación de su más reciente obra
literaria, Oda a la soledad y a todo aquello que pudimos ser y no fuimos porque
así somos. “Debemos ir quitando esas ideas de que ya dimos con la verdad
total y que ya descubrimos qué era lo que nos estaba limitando y lo superamos,
pues esta es una carrera que nunca para. La clave es evolucionar constantemente
para llegar a más verdades y respuestas que nos harán conocernos mejor y tener
todas las herramientas posibles para ser la mejor versión de persona, escritor,
artista, amigo o pareja que se pueda ser”.
FOTO: JUAN CARLOS
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—¿Qué te gustaría dejar a quienes lean tu nueva novela?
—Satisfacción en cuanto a la experiencia y que no sientan
que 650 páginas fueron un tiempo tirado a la basura. Que a lo largo de la obra
se encuentren en los personajes, que se identifiquen en las situaciones, que
recuerden, que sientan muchísimo y que, al mismo tiempo, se cuestiones a ellos
mismos. El cine, la pintura, la música y, sobre todo, la literatura, existen
para darle respuestas a quien los está creando, y yo misma al desarrollar la
novela me encontré con las situaciones que cuestionaba, muchas ideas que tenía
presente, por eso me gustaría que el lector se quedara con un entendimiento más
profundo de sí mismo y de los demás.
—¿No es suficiente, entonces, con que el individuo se
entienda a sí mismo?
—Es importante que entienda a los demás. Tanto en mi primera
novela como en esta lo que se intenta es darle al lector las herramientas y una
visión omnipotente, omnipresente, para que no juzgue a alguien como bueno o
malo, sino como ser humano, y entendernos más como sociedad, por ende. Mucha de
la disfunción social que sufrimos es por no ponernos a pensar en que esa
persona es igual que nosotros y ha vivido si tuaciones que la han afectado.
Cuando alguien nos hace daño, por ejemplo, respondemos, sin comprender, con más
violencia, con más energía negativa, y eso hace que entremos en un ciclo
vicioso que tiene a la sociedad tal como hoy está: con excusas absurdas para la
guerra, con personas que un día despiertan y matan a veinte individuos. La
falta de escucha, de comprender al otro y de verlo como ser humano y como igual
hace que surjan estas situaciones que nos van destruyendo como sociedad y como
personas.
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* * *
Es difícil ser humano cuando se es un ser humano, se lee en
uno de los capítulos de Oda a la soledad y a todo aquello que pudimos ser
y no fuimos porque así somos. Publicada recientemente por la casa
editorial Alfaguara, la novela cuenta cómo el intento de suicidio de Emiliano
Rivera transporta a tres sujetos a reconsiderar los fundamentos de sus destinos
y lo que podría depararles un hipotético futuro en un mundo inhóspito.
La madre de Emiliano, la hermosa y refinada María Helena del
Pozo, sabe perfectamente lo que quiere y cómo alcanzarlo. De ella son la
gloria, el poder y el reino, pues su marido es un influyente empresario. Además
de Emiliano, tiene un hijo en quien ha puesto sus mayores esperanzas, Renato,
un hombre rebosante de cualidades, ora reales, ora imaginarias, destinado a
convertirla en abuela y a dirigir el emporio empresarial de la familia.
Pero la vida, que siempre guarda sus propios planes,
cambiará los destinos tanto del suicida como de su madre y hermano, y todo en
una áspera y arrebatada noche.
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—¿Cómo justificas, Gisela, la escritura de Oda a la
soledad...?
—Me surgió la necesidad de mostrar cómo dentro de una
familia se puede hacer tanto daño. El lector va a encontrarse con
cuestionamientos sobre sí mismo, principalmente sobre si está haciendo bien, si
está haciendo mal, si tiene que dar el paso al cual se ha negado durante tantos
años, pero que ya es el momento de darlo porque los años siguen pasando y nadie
va a venir a decirnos que ya tenemos que tomar una decisión para llegar al
punto que queremos.
“En la novela hay mucha introspección y un recorrido por la
sociedad mexicana. Se cubren tres generaciones familiares porque, para llegar
al punto en el que se está, me queda muy claro que hay que ir al origen, pero
no nada más a la historia personal de uno mismo, sino a la historia de nuestros
padres y de los padres de nuestros padres, y retratar muy bien las
circunstancias que cada uno ha pasado para que los comportamientos y decisiones
que tomamos hoy tengan una clara razón y una justificación”.
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—¿Cómo encuentras hoy el mundo para que tu protagonista
decida suicidarse?
—La situación del mundo es muy relativa. Yo no puedo
despertar hoy y decir que el mundo es maravilloso y que es lo mejor que hay y
que las oportunidades que las comunicaciones, el desarrollo y el capitalismo me
han dado son lo mejor que existe. El mundo está en la situación que cada uno de
nosotros queremos que esté; tenemos todo a nuestro alcance, tenemos toda a
nuestra disposición, y eso es un beneficio y una maldición, pero es
responsabilidad de cada quien el saber qué tomar de todo lo que se nos ofrece.
—¿Por qué consideras que es difícil ser humano cuando se es
un ser humano?
—Lo que más trabajo le cuesta al ser humano es salir de su
zona de confort y que lo orillen a tomar decisiones: dejar ese trabajo,
terminar esa relación, aceptar que somos alcohólicos, movernos de ciudad. El no
hacerlo es muy cobarde, es una maldición. El fracaso más grande del ser humano
es dejar pasar y excusar y no atreverse. Dejar de recibir las oportunidades de
la vida y quedarnos estancados es uno de los peores riesgos que la cobardía de
vivir nos puede ocasionar.
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