No busquemos afuera, lo que podemos lograr aquí.

Otras veces he
escrito cómo el
ser humano siempre le teme a lo que no conoce (me incluyo), y cómo ante el
discurso de la existencia de un enemigo peligroso y dañino se restringen los
derechos, se acaban las garantías de protección, y mejor resulta mantenerse
encerrado en la casa para evitar alguna afectación.

Influenciar implica ejercer poder sobre otros; ejercer
poder es determinar conductas a determinados fines; quien logra influenciar,
quien logra determinar conductas, mantiene el poder, y mientras mantenga esas
conductas, su poder es eficaz.

Hay muchas formas de influenciar, y una de las más
efectivas es a través del miedo. Si provocas miedo a una persona, lograrás que
disminuyan sus procesos de racionalización y responderá sensorialmente, sin
pensar, sin reflexionar o sin razonar, pues lo único que busca es protegerse
del miedo, lo único que quiere es que ese estado desaparezca, lo único que
importa es la
tranquilidad. Por eso no importa que lo que provoque el miedo
sea real o ficticio, lo importante es que se perciba como real, que la persona
construya en su mente un estado en el que requiera tranquilidad, sin pensar siquiera
si en verdad hay motivo para la intranquilidad.

El miedo es el más peligroso de los sentimientos
colectivos (André Maurois); está siempre dispuesto a ver las cosas peores de lo
que son (Tito Livio), y puede llevar a los hombres a cualquier extremo (George
Bernard Shaw). Además, la ignorancia es la madre del miedo (Henry Home Kames),
de ahí que para quien tiene miedo, todo lo que exista sean ruidos (Söfocles).
Por eso, de lo que hay que tener miedo, es del propio miedo (William
Shakespeare).

En el año 2007 se
publicó la edición en castellano del libro “El ataque contra la
razón” de Al Gore. En este libro se habla de una estrategia gubernamental
llamada “política del miedo”, que según el autor consiste en la
creación de escenarios que provoquen miedo con fines e intereses muy propios de
las autoridades. Al Gore afirma que el miedo es el enemigo más poderoso de la razón. Tanto el miedo
como la razón son esenciales para la supervivencia humana, pero la relación
entre ambos no está equilibrada. Puede que a veces la razón disipe el miedo,
pero el miedo anula con más frecuencia la razón, ya que ninguna pasión despoja
con tanta eficacia a la mente de todos sus poderes de actuar y razonar como el
miedo (Edmund Burke).

Continúa
explicando que las naciones triunfan o fracasan, y definen su carácter esencial
según el método que utilicen para desafiar lo desconocido y afrontar el miedo.
Finalmente escribe que el miedo y la angustia siempre han estado presentes en
la vida, y siempre lo estarán. El miedo es ubicuo y universal en todas las
sociedades humanas. Es un rasgo de la condición humana, siempre ha sido enemigo
de la razón, y donde el miedo está presente, la sabiduría no puede existir
(Lactancio).

Por otro lado, dicen algunos psicólogos, que saben más
que yo de programación neurolingüística, que desde la infancia programamos
nuestras formas de pensar, de sentir y comportarnos; para ello nos basamos en
la información que nos llega a través del proceso de comunicación, pues es así
como nuestra realidad se va construyendo. Nuestra visión del mundo de la vida
es subjetiva gracias a nuestra cultura, experiencia, sentimientos, prejuicios,
y todo lo que forma parte de nosotros que se transforma en un filtro de la observación. A
final de cuentas lo objetivo no es lo que vemos, sino lo que percibimos de
acuerdo a nuestro filtro de observación.

Así, los canales de comunicación para crear nuestra
realidad dependen de cada persona.

Bajo esa perspectiva, últimamente ha desaparecido el
discurso del miedo interno, para trasladarlo a un enemigo común a nivel
internacional. Ahora, ya no es la inseguridad en nuestro país, la carencia de
satisfactores, u otras situaciones, las que nos preocupan; sino el régimen
político y social de otro país, que se presenta como el quebrantador de la
democracia y los derechos humanos, al pretender levantar muros o extraditar
personas, evitar pactos comerciales, o elevar aranceles para afectar la
economía.

Es cierto que por la globalización, es un problema real
que un vecino país quiera separarse de las relaciones políticas y sociales que
se habían entablado durante años, para favorecer una visión de Estado. Pero el
problema, o problemas fundamentales los tenemos aquí, día con día, en nuestro
círculo, en nuestro entorno: hambre, analfabetismo, carencia de salud, falta de
vivienda, desempleo, discriminación, intolerancia, pobreza, etc.

El miedo no debe ser alimentado por lo que pueda pasar, o
esté pasando con las políticas internacionales que nos bombardean en los medios
de comunicación. Más bien, la tranquilidad y la conciencia para lograr
soluciones, deben estar aquí y ahora, en nuestro pedazo de tierra, en nuestro
plan de vida, y en el papel que nos toca para transformar la realidad.

No hay que buscar afuera lo que está dentro de uno mismo;
no hay que temer por el discurso que se emite a kilómetros de distancia, sino
que hay que lograr el cambio con las personas y estructuras que tenemos en
nuestro andar diario, para ayudar a esa transformación que genere un ámbito de
paz, armonía y desarrollo humano y social, a favor de nuestro Estado y país.

La respuesta, la solución, somos nosotros. No hay que
distraernos por un supuesto enemigo alejado, sino que hay que poner nuestra
mente, corazón y fuerza en el aquí y ahora, en el presente y no en el qué pueda
pasar. La realidad se puede cambiar, si queremos que así sea. Si nos
redefinimos diariamente, y eso lo proyectamos en ayuda a los demás, desde
nuestro pequeño lugar de vida, lograremos que otro mundo sea posible. Es una
oportunidad, todo es oportunidad… In Lak Ech, Hala Ken.