¿Por qué los estadounidenses ya no se mudan?

Los estadounidenses se ven a sí mismos como gente en movimiento. Cuando las cosas se ponen duras, o cuando la oportunidad llama, se levantan y andan. Se mudan muchísimo.

En realidad, no es así, o por lo menos no tanto como solían hacerlo. El porcentaje de estadounidenses que se muda cada año es menos de la mitad que hace medio siglo y significativamente menor desde principios de la década de 1990.

Parte de esa disminución es una respuesta al ciclo económico. Al contrario de la impresión generalizada, la movilidad tiende a disminuir en depresiones económicas.

Los oklahomeses que se mudaron del Cinturón de Polvo al Valle Central de California dejaron una impresión grande en la década de 1930 porque fueron la excepción, no la regla. La mayoría de los estadounidenses no se movió, comiendo vegetales cultivados en sus jardines o macetas para barandilla y arreglándoselas lo mejor que podían.

Los grandes movimientos hacia la frontera oeste terminaron décadas antes y la migración de las granjas a las fábricas se detuvo. La inmigración extranjera era casi inexistente, incluso por debajo de los límites inferiores establecidos en la ley de restricción inmigratoria de 1924.

Luego, durante la Segunda Guerra Mundial, los estadounidenses se mudaron muchísimo, sirviendo en las fuerzas militares, trabajando en plantas de la defensa, dejando atrás condados agrícolas cuyas poblaciones tuvieron su máximo histórico en el censo de 1940.

Se convirtió en un hábito. En los años de la postguerra, millones de blancos se mudaron a California, el estado dorado que habían visto en la guerra y las películas, mientras que un tercio de los negros estadounidenses se mudó del sur rural segregado a la que ellos creían que era la “tierra prometida” del norte industrial urbano.

Uno puede ver en las estadísticas un movimiento similar lejos de los cinturones de carbón y acero y de autos en respuesta a los cierres de fábricas durante las recesiones de 1979-1983. Los trabajadores automotrices despedidos en Detroit compraron copias delHouston Chronicle dominical para ojear los anuncios solicitando ayuda. Los trabajadores acereros en Pittsburgh y los mineros carboneros en Virginia Occidental rentaron camiones de U-haul para ir a lugares al sur y oeste.

No se ha visto una movilidad similar en los años de crecimiento lento de este siglo. Hay una tremenda migración local fuera de las zonas metropolitanas muy caras y con mucha inmigración de Nueva York, Chicago y Los Ángeles hacia el interior. Pero la gente en el Cinturón Industrial no se ha movido.

Para entender por qué, lea el fascinante artículoReason de Ron Bailey sobre el hogar ancestral de su familia en McDowell County, Virginia Occidental. Fue el condado No. 1 de la nación en producción carbonera en 1950, cuando se fueron los Bailey. Muchos otros también lo hicieron: la población de McDowell County disminuyó de 98,000 en 1950 a 22,000 en 2010.

Pero poca gente se marcha ahora. Aun cuando quienes se quedan están en condiciones miserables. McDowell County tiene la expectativa masculina de vida más baja de cualquier condado estadounidense: tiene un alto porcentaje de adicción a los opiáceos y la heroína; solo la mitad de los niños es criada por familias con dos padres.

También tiene una dependencia muy alta en el gobierno. Como lo reporta Bailey, 46 por ciento de todos los ingresos personales proviene de beneficios de la Seguridad Social para la Vejez e Incapacidad (alrededor de 9 por ciento de los adultos de Virginia Occidental reciben pagos por Incapacidad), cupones de comida y otros programas federales.

McDowell County es un ejemplo excelente de las comunidades disfuncionales que han provocado el aumento, identificado por los economistas Angus Deaton y Anne Case, en los índices de mortandad de estadounidenses blancos de edad madura.

Los beneficios gubernamentales, incluso los beneficios federales, no son fácilmente transferibles, y tienden a mantener a los beneficiarios parados en un lugar. Ellos a menudo no pueden conseguir empleos en áreas de crecimiento a causa de las leyes de licencias laborales o las pruebas de drogas, y no están interesados en competir por empleos con inmigrantes de bajos salarios apretujados en viviendas costosas en áreas metropolitanas costeras.

La teoría económica del mercado laboral plantea que los trabajadores se mudarán donde están los empleos. Pero la historia muestra que la movilidad no es solo una cuestión de cálculo económico. Para la mayoría de la gente, no moverse es la opción por default. Solo toman la acción inusual de mudarse para perseguir sueños o escapar de pesadillas.

Ellos no se mudan donde piensan que no son deseados. Solo 2 millones de sureños negros y blancos se mudaron al norte de salarios más altos entre 1865 y 1940, incluso cuando 30 millones de inmigrantes europeos se dirigieron allí. Los sureños consideraban al norte un territorio extraño de pesadilla. Los europeos buscaban escapar de la pesadilla de su condición de segunda clase en los imperios multiétnicos.

La experiencia de la Segunda Guerra Mundial convenció a una generación o dos de estadounidenses de que podían hacer realidad sus sueños mediante levantarse y andar. Pero la guerra terminó hace 71 años, y los años de la postguerra se desvanecen en el espejo retrovisor.

Algunos estadounidenses todavía se mudan. Pero muchos parecen estancados en escenarios de pesadilla de los que parecen estar imposibilitados de escapar.

Este artículo apareció primero en el sitio del Instituto Americano de la Empresa.

Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek