¿CUÁL ES EL VALOR de un dólar? No lo pregunto en el sentido de “demostrar a tus padres que entiendes el trabajo arduo de palear la nieve de la cochera del vecino” o “vender tu auto para pasar seis meses en Guatemala”. Me refiero a que si tratara de venderte un billete de un dólar en este momento —un billete cualquiera, un poquito arrugado—, ¿cuánto me pagarías?
La respuesta es obvia, hasta tautológica (vamos, redundante). El valor está en su nombre. El precio está estampado por todas partes. Es el valor mismo. ¿O no? Para averiguarlo, decidí vender un dólar en eBay.
Saqué un billete al azar de mi billetera, tomé una foto desde distintos ángulos y luego, subí el listado bajo el nombre de usuario smashmouth420. Registré la subasta bajo la categoría Monedas y papel moneda —que supuse estaba reservada a coleccionistas de monedas— y la titulé, simplemente, “billete de un dólar”.
En la descripción de la subasta, escribí: “Estoy vendiendo uno de mis billetes de un dólar. Lo recibí con el cambio cuando compré un burrito con un billete de diez dólares. No quiero separarme de él, pero por desgracia, no tengo espacio en mi apartamento. Es estupendo para cualquiera que le guste o utilice dinero. Es un modelo 2009, usado, verde claro/oscuro, con el ex presidente George Washington en el anverso. ¡Hecho en nuestros queridos Estados Unidos!”.
Luego, publiqué el listado en redes sociales. En menos de una hora, alguien hizo una puja: 5 centavos. Un buen trato, hasta que consideras los 2.62 dólares por el envío. A la mañana siguiente, el precio saltó a 10 centavos.
Como era de esperar, los usuarios me enviaron preguntas. Traté de ser lo más informativo posible: “¿Este billete de dólar fue usado por alguien famoso?”. No. “¿Lo enviarás con alguna protección para mantener sus arrugas?”. No. “¿Cómo sé que es un dólar auténtico? ¿Tienes alguna documentación que compruebe que es una moneda estadounidense genuina?”. No.
Muy pronto se inició una guerra de posturas bajas entre seis personas. El precio subió por incrementos de 10 centavos hasta alcanzar un dólar. Y un segundo después, llegó a 2 dólares. ¡Una utilidad de 100 por ciento, sin hacer el menor esfuerzo o producir algo valioso para sociedad! Me asaltó una mezcla de alegría y profundo desprecio por mí mismo. Sin duda así sienten los banqueros, si acaso son capaces de experimentar emociones humanas.
LA ESTUPIDEZ NO TIENE PRECIO
¿Por qué hay gente dispuesta a pagar de más por un miserable dólar? Era una subasta con información perfecta, donde el valor del objeto era explícito. A diferencia de la “subasta de dólar” creada por el economista Martin Shubik, en la cual el precio fue impelido por la naturaleza del juego (el segundo postor más alto tenía que pagar lo que pujara, lo que daba a la gente el incentivo de seguir pujando), en este caso, los postores solo parecían muy deseosos de comprar mi dólar.
En el mercado abundan los ejemplos de este tipo de irracionalidad: en 2005, Kyle MacDonald intercambió un clip de papel rojo sin valor alguno por objetos de valor progresivamente más alto. Llegado el trueque 14, consiguió una granja de dos pisos en Kipling, Saskatchewan. En 2013, la poetisa Vanessa Place creó un libro de poemas plegadizo con 20 billetes de un dólar y lo vendió en 50 dólares. Se agotó en una hora. En 2014, Zach Brown reunió dinero en Kickstarter para hacer un tazón de ensalada de patatas. Terminó reuniendo más de 55 000 dólares.
Tal vez los objetos aumentaron de valor debido a su asociación con una narrativa interesante, o porque en algún momento se convirtieron en objetos de arte. O quizá la gente solo quiere despilfarrar el dinero en causas perdidas. Después de todo, la campaña presidencial de Gary Johnson reunió casi 9 millones de dólares.
Diecisiete pujas y tres días después, la subasta terminó con una oferta de 3.50 dólares. El ganador fue Erick Sánchez, de Washington, D.C. Después que aprobaron el pago, metí el billete de dólar en un sobre y se lo envié por correo.
Me pareció muy adecuado que Sánchez se quedara con mi dólar, pues está muy familiarizado con estratagemas en línea que malgastan el dinero de otras personas. De hecho, lo conocí el año pasado mientras cubría otro reportaje: Sánchez había reunido 30 000 dólares en Kickstarter para donar dinero a otro Kickstarter, y así pagarle a Kenny Loggins —el cantante pop de los años ochenta, mejor conocido por éxitos como los soundtracks de “Footloose” y “Zona Peligrosa”— para que tocara en la casa suburbana de sus padres.
Le pregunté por qué estuvo dispuesto a perder dinero en mi subasta. “No era cualquier billete de un dólar”, explicó. Adquirió un valor indescriptible al formar parte de una broma tonta, como lo habría tenido si un famoso de lista B lo hubiera firmado. “Digamos que Corey Feldman decide vender un dólar en eBay”, propuso Sánchez. “Es probable que consiga 20 dólares por el billete”.
¿En dónde paró mi dólar? Sánchez dice que pensé en enmarcarlo, pero cambió de opinión y lo gastó en un boleto de Powerball. “Me convencí de que el poder del billete me daría el poder de la pelota”, explicó. “Perdí”.
En la medida en que pueden sacarse conclusiones de este experimento nada científico, hay que señalar que el valor es increíblemente flexible, incluso para algo de apariencia tan inmutable como la moneda. No hace falta un truco Internet barato para determinar que los mercados son irracionales. Solo mira la crisis de vivienda o las presiones económicas que nos impiden frenar el lento suicidio humano del calentamiento global. Con todo, es útil recordar este concepto la próxima vez que un multimillonario libertario como Peter Thiel exija que preservemos la santidad del mercado libre haciendo harina con los huesos de los pobres y usándolos en la pizza. Los mercados son irracionales.
Pero dejando de lado los comentarios pretenciosos, al menos encontré la respuesta a la pregunta inicial: el valor de un billete de un dólar es exactamente 3.50 dólares. Más envío.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek