Por qué a la gente le gusta sentir miedo

Fiel
al calendario, ya llegó y se fue Halloween; ya se pusieron y quitaron las
telarañas y se habló hasta el hartazgo de disfraces y bromas macabras.

Que la
gente disfrute sentir miedo tiene muchas y surtidas razones. “Los ingredientes
varían de persona a persona”, señala Frank Farley, psicólogo de la Universidad
Temple y ex presidente de la American Psychological Association. Es decir, el
umbral de cada persona ante experiencias que provocan miedo está conformado por
una receta única que combina naturaleza y crianza.

A
Farley le interesa saber por qué ciertos comportamientos extremos le atraen a
ciertas personas, como conducir autos de carreras, escalar el Monte Everest y
subirse a globos aerostáticos que atraviesan océanos. En los 80, acuñó el
término personalidad Tipo T para referirse al perfil de comportamiento de
quienes buscan emociones extremas. Lo que hace que alguien busque adrenalina, sostiene
Farley, se reduce a una mezcla de genes, entorno y desarrollo temprano.

David
Zald, neuropsicólogo de la Universidad Vanderbilt, estudia una parte de la
ecuación. Su investigación se enfoca en la dopamina, una sustancia química que
participa en la forma en que los cerebros responden cuando reciben recompensas.
En el pasado, ha encontrado que las personas que carecen de ‘frenos’ de
liberación de dopamina tienden a buscar actividades emocionantes.

Cuando
se visita una casa embrujada o se enfrenta un conflicto, según Zald, la
experiencia podría ser divertida o aterradora, y la manera en que se sopesa ese
equilibrio podría depender de los niveles de dopamina. “Tener una cantidad más
alta de dopamina provoca que alguien persiga la emoción”, apunta, “mientras que
es más probable que alguien que tiene menos dopamina se contenga y diga que no
vale la pena”.

Socialmente,
las personas nos dan pistas sobre cómo responder al miedo, menciona la
socióloga Margee Kerr. Al principio, se percibe cómo los padres manejan la
angustia. Más tarde, se experimentan situaciones estresantes con otros en el
entramado de convivencia.

Parte
de eso tiene que ver con el contagio emocional o con una respuesta común a las
experiencias compartidas, enfatiza Kerr. “Si a tu amigo lo cautiva la película
de terror que están viendo juntos, tú procesas eso recreando el mismo
sentimiento en tu mente, y puede hacer que sean más unidos”.

La
gente también tiende a aferrarse a recuerdos de miedo de manera más intensa,
comenta Kerr; si se tienen asociaciones positivas con una situación aterradora,
como ir a una casa embrujada, probablemente se quiera hacer de nuevo.

Para
muchos, asustarse es un escape electrizante de la vida diaria. Cuando se
experimenta una situación aterradora se
suspende el escepticismo y se sumerge en el momento, y esa falta de control
puede sentirse muy bien. O no. Cada quién.