“Otro día, otro joven”

LUCRECIA SJOERDSMA sabía qué vigilar: el mal humor persistente, el desinterés súbito en lo que antes producía alegría. Pero su hija, Riley Winters, en el noveno grado en la Secundaria Discovery Canyon en Colorado Springs, Colorado, siempre estaba sonriendo: la joven de 15 años usaba tiras blanqueadoras porque le encantaba presumir sus dientes perfectos. “Su sonrisa realmente iba con su personalidad”, dice Sjoerdsma. Una muchacha menuda de cabello castaño que apenas le rebasaba los hombros, Riley parecía ser una niña feliz y tontuela, una jovencita noble que podía percibir cuando alguien se sentía triste y hallar una manera de alegrarle. A Riley le gustaba el senderismo y escalar rocas. Ella hablaba de unirse a los militares o ser arqueóloga, terapeuta física o mecánica dental. Tenía mucho tiempo para decidirse.

Aun cuando su madre no se percató de que Riley tenía problemas, ella sabía que era importante hablar con su hija sobre el suicidio, y así lo hizo. Entre 2013 y 2015, 29 jóvenes en su condado se quitaron la vida, muchos de sólo un puñado de escuelas, incluida la de Riley. Hubo muertes por disparo, ahorcamiento y sobredosis de drogas. Y luego hubo esas muertes por asfixia que los padres de las víctimas insistieron en que fueron accidentales.

Riley conocía por lo menos a dos de los jóvenes que se quitaron la vida el invierno anterior: una muchacha mayor de su escuela (tenían amigas mutuas) y un muchacho en su grupo juvenil cristiano. Tales conexiones periféricas son todo lo que parece conectar a la mayoría de los jóvenes del área quienes se han quitado la vida, y los funcionarios escolares y del condado se empezaron a preocupar de que estuvieran presenciando un efecto de imitación… hasta que imitación se volvió un término muy insuficiente. Era más bien un brote, una plaga que se extendía por los pasillos de las escuelas.

Alrededor de un año después de que Sjoerdsma y su hija hablaron por última vez sobre el suicidio, Riley estaba en casa de su padre una noche cuando se tomó una botella pequeña de whiskey, luego envió una serie de textos y mensajes de Snapchat alarmantes. “Lamento que tuviera que ser yo”, le escribió a una amiga. Luego se puso una sudadera azul de Patagonia y se escabulló por la ventana del sótano portando la pistola de su padre.

Cuando la madre de Riley y sus amigas vieron los mensajes, la buscaron en parques locales, gasolineras y casas de sus amigas, todo ello mientras le rogaban mediante mensajes de texto y llamadas que regresara a casa.

A la mañana siguiente, hallaron su cuerpo en el bosque detrás de la casa de su padre. Se había disparado en la cabeza.

Tres días después, y dos días antes del servicio conmemorativo de Riley, otro estudiante del campus de Discovery Canyon se quitó la vida. Su hija probablemente conocía al muchacho, pero no eran cercanos, dice la madre de Riley. Nueve días después, otro compañero de clases se suicidó. Él estaba en el equipo de natación con el muchacho que acababa de suicidarse. Y ese no fue el final: cinco estudiantes de la escuela de 1,180 alumnos se suicidaron entre finales de 2015 y el verano de 2016, un índice casi 49 veces más alto que el promedio nacional anual para muchachos de su edad.

No es sólo en esa escuela en específico. Para mediados de octubre, el total de suicidios de adolescentes este año en el condado de El Paso, que incluye Colorado Springs, es de 13, uno menos que el total de todo 2015. El vecino condado de Douglas tuvo una crisis similar hace unos años, y la noticia del suicidio de un compañero de clases ya no desconcierta a los estudiantes del área, dicen los muchachos. “Se ha vuelto casi un lugar común”, dice Gracie Packard, estudiante del último año de preparatoria en el mismo distrito que Riley. “Porque no pasa una vez cada cuatro años. Pasa cuatro veces al mes, en ocasiones”.

La persona más joven que murió este año en el condado de El Paso tenía 13 años. “[Incluso] para un trabajo que por lo general es muy trágico, es descorazonador”, dice el Dr. Leon Kelly, el médico forense subjefe del condado. “Te sientes impotente. Sientes algo como: ¿Otro más?

“Otro día, otro joven. Es duro”.

QUIENES SE QUEDAN: Muchos padres tratan de ocultar el hecho de que su hijo se suicidó. FOTO: ISTOCK

MUERTE EN INSTAGRAM

Los sociólogos desde hace mucho han dicho que la gente que forma vínculos tiene menos probabilidades de quitarse la vida, pero a veces lo opuesto es lo cierto; los estudios ahora muestran que el comportamiento suicida de una persona puede estimular el de alguien más, y una muerte puede llevar a más muertes.

Décadas de investigación demuestran que una gama alarmante de emociones y comportamientos pueden ser contagiosos, desde el mal humor hasta el bostezo. Los jóvenes son especialmente susceptibles; se obsesionan con las novedades y tendencias de moda y copian comportamientos ilícitos de sus semejantes, como fumar, beber o manejar a gran velocidad. O suicidarse. Usando una fórmula estadística que se aplica típicamente para rastrear brotes de enfermedades, investigadores de la Universidad de Columbia y otras instituciones confirmaron en 1990 que el suicidio es contagioso y puede transmitirse entre la gente. El contagio se propaga ya sea directamente, al conocer a una víctima de suicidio, o indirectamente, enterándose de un suicidio por el boca a boca o los medios de comunicación. Esos mismos investigadores descubrieron que las personas con edades entre 15 y 19 años son de dos a cuatro veces más proclives al contagio del suicidio que la gente en otros grupos de edad. La manera en que se propaga puede ser tan similar a la de las enfermedades que los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) en ocasiones han ido a una región para investigar los aumentos en suicidios.

Los analistas llaman a estos aumentos como cúmulos: una cantidad inusualmente alta de personas en un área se quita la vida (o lo intenta) en un período corto de tiempo. Los cúmulos tienden a suceder donde la gente socializa, como en escuelas, hospitales psiquiátricos o unidades militares. Madelyn Gould, una de las analistas quienes hicieron el descubrimiento del contagio, ha dicho que estos cúmulos comprenden de 1 a 5 por ciento de los suicidios de adolescentes pero entenderlos es de una importancia vital porque “representan una clase de suicidio que podría ser particularmente prevenible”. Y unos cuantos suicidios consecutivos pueden devastar a una comunidad.

Otra razón por la cual es crucial entender estos cúmulos es que el suicidio posiblemente se esté volviendo más contagioso, gracias en gran medida a los medios sociales. Los analistas desde hace mucho han asumido que un suicidio típicamente tiene un impacto profundo en seis personas, pero ese cálculo es de principios de la década de 1970 y limitado a los familiares cercanos. Las redes sociales (tanto en línea como en la vida real) son mucho más grandes hoy día, y una investigación de próxima publicación hecha por Julie Cerel, presidenta electa de la Asociación Estadounidense de Suicidiología, muestra que ahora un suicidio podría afectar alrededor de 135 personas, y alrededor de un tercio de ellas experimenta una alteración severa de su vida a causa de ese suicidio. Ella y sus colegas hallaron previamente, en 2015, que la gente que conoce a una víctima de suicidio tiene dos veces más posibilidades de desarrollar pensamientos suicidas que la población en general. Cuanto más cercana sea la relación, mayor es el riesgo; cuanto más joven sea la persona expuesta, mayor es el riesgo.

Los jóvenes no son los únicos que enfrentan un problema de suicidios; el índice nacional de suicidios en todos los grupos demográficos está en un máximo de casi 30 años. Pero más del triple de adolescentes se quitan la vida ahora que en la década de 1950. La mayoría de estos suicidios no es por imitación, pero algunas áreas en todo el país sufren del tipo de contagio que ha afectado a Colorado Springs; los CDC investigaron casos en el condado de Fairfax, Virginia, en 2014 y Palo Alto, California, en 2016. Otros cúmulos posiblemente pasaron inadvertidos porque a menudo es muy difícil hacer las conexiones entre las víctimas.

Los defensores de la prevención del suicidio tienden a culpar a la cobertura en televisión y periódicos de inspirar a los imitadores, pero para los adolescentes, los medios sociales son un problema creciente. Las páginas en Instagram de muchachos que se quitan la vida a veces contienen cientos de comentarios. Muchos dicen cuán hermosa o guapo era el difunto, cómo finalmente podrán descansar en paz y cómo debería haber una fiesta en el cielo para ellos. La Dra. Christine Moutier, jefa de medicina de la Fundación Estadounidense para la Prevención del Suicidio, dice que el mensaje parece ser que si te quitas la vida, no sólo acabarás con tu sufrimiento sino que también te convertirás en el joven más popular de la escuela. Los adolescentes a veces tienen más de 1000 seguidores en Instagram, por lo que muchachos muy alejados de una escuela o comunidad pueden ver altares digitales a amistades muertas. Moutier dice que estas publicaciones a veces puede parecer que idealizan la muerte.

Los expertos batallan para estar al tanto de la evolución de la tecnología, y dicen que todavía hay una escasez de investigación en cómo los pensamientos suicidas se propagan en los medios sociales. “Hace que estas muertes ya no sean aisladas”, dice Cerel, y los muchachos “son expuestos y quizás profundamente afectados por alguien que tal vez nunca habrían conocido en persona”. Los analistas dicen que los cúmulos podrían volverse más difíciles de identificar, porque por lo general ocurren en un área específica, pero las redes sociales de los adolescentes ahora se extienden más allá de la escuela, un vecindario e incluso una ciudad.

EL JUEGO DE LA ASFIXIA

Es difícil identificar al “paciente cero” en el brote de suicidios de Colorado Springs porque los muchachos de hoy día están muy interconectados, y las familias involucradas han mantenido privados muchos detalles. Los investigadores también saben que no pueden limitar su investigación a un grupo; el primer suicidio en una escuela podría haber inspirado la muerte de de un estudiante en otra. Otros factores que lían la investigación: la oficina del forense no siempre rastrea a qué escuela fue el difunto, y los distritos son renuentes a decir cuántos adolescentes perdieron por suicidio, citando leyes de privacidad para los estudiantes y miedo a imitadores.

Un precursor conocido de la actual ola de suicidios fue en 2011, cuando un padre de Colorado Springs halló a su hijo de 12 años supuestamente colgado de una litera. Los padres culparon al “juego de la asfixia”, en el que una persona interrumpe el flujo sanguíneo al cerebro y luego se suelta con el fin de sentirse mareado o incluso como drogado. La oficina del forense dictaminó la causa de muerte como “indeterminada”. En 2013, un joven de 15 años del mismo distrito escolar se ahorcó, y sus padres culparon al juego de la asfixia. La cantidad de suicidios de adolescentes comenzó a aumentar en la primavera de 2015, cuando una estudiante del campus de Discovery Canyon se dio un tiro. Al mes siguiente, tres muchachos locales se quitaron la vida. De junio a noviembre, hubo otros cinco suicidios en el área de Colorado Springs; en diciembre, hubo un promedio de un suicidio de adolescente por semana. Las muertes aumentaron de nuevo hacia el final del último año escolar, empezando con el suicidio de Riley.

Quienes rastrean la situación están convencidos de que es un contagio, pero no están seguros de cómo se propaga. Ello lo hace más temible y difícil de detener. “Van dos años seguidos que hemos lidiado con el mismo tipo de tendencia aterradora”, dice Kelly, el médico forense.

El Sistema de Prevención de Fatalidad Infantil de Colorado, el cual investigó todos los suicidios de jóvenes en el estado de 2010 a 2014, identificó factores de riesgo, incluidas discusiones familiares, rompimientos de relaciones y abuso físico o emocional. Otros culpan a factores regionales, como las bases cercanas del ejército y la fuerza aérea, ya que los hijos de personas que sirven en las fuerzas militares tienen un riesgo elevado de pensamientos suicidas. (El despliegue de un padre puede llevar a un aumento de las responsabilidades en el hogar para un joven o problemas emocionales a causa de la separación y la posibilidad de la muerte de un padre.) Algunos culpan a la altitud alta, que los investigadores han vinculado al suicidio.

Los analistas también señalan que los jóvenes no siempre saben cómo sobrellevar momentos estresantes. Los adultos tienden a terminar con sus vidas a causa de factores importantes de estrés en la vida, dice Kelly, pero para un muchacho, el punto de quiebre a menudo es menos significativo. “Estos factores de riesgo se alinean como luces en la calle”, dice Richard Lieberman, un consultor de salud mental para la Oficina de Educación del Condado de Los Ángeles. “Para que un muchacho pase de pensar en el suicidio a intentarlo, todas estas luces tienen que ponerse en verde”. Una luz podría ser una pelea con un padre. Otra podría ser un examen reprobado, un rompimiento, el suicidio de un conocido. Los muchachos pueden contemplar el suicidio por meses, y luego el acto final a menudo es por un impulso, “si todo cae en su sitio”, dice Scott Poland, un experto en crisis escolares de la Universidad de Nova Southeastern en Florida.

Riley no mostró alguna señal obvia de problemas de salud mental, según su madre, y no estaba en terapia o medicación. “Los profesores incluso dijeron que si les hubiera dado 200 nombres, el de ella habría estado al final de los muchachos que harían esto”.

Pero Riley tenía problemas en el salón de clases; se distraía durante las clases y sus calificaciones sufrieron, lo cual añadió presión. “Ella seguía diciendo que odiaba la escuela; simplemente no quería estar allí”, dice Sjoerdsma. Ella también batalló con el divorcio de sus padres en 2005. Pero incluso pocas horas antes de su muerte, en una reunión del grupo juvenil cristiano, ella estaba bailando y tomando de la mano a sus amigas, dice Sjoerdsma, actuando como “era normalmente”. En el auto con amigos de la familia de camino a casa de su padre, Riley bajó la ventanilla y sacó las manos. Le gustaba sentir el aire frío de la montaña en las palmas. Cuando la dejaron, le dijo a quienes estaban con ella que los vería mañana.


LOS SOCIÓLOGOS desde hace mucho han dicho que la gente que forma vínculos tiene menos probabilidades de quitarse la vida. FOTO: ISTOCK

“DESCUÉLGATE” TÚ MISMO

Poco más de una semana después del suicidio de Riley, Brittni Darras, una profesora de inglés en una escuela diferente del área, publicó en Facebook que ella se había enterado de que otra estudiante intentó suicidarse durante una conferencia de padres y profesores. “Mientras su madre se sentaba frente a mí, a las dos nos corrían las lágrimas por las mejillas”, escribió Darras. “Sintiéndome desamparada, le pregunté si podía escribirle a mi estudiante una carta para que se la entregaran en el hospital”. La madre aceptó. Después de que la estudiante la recibió, la madre le envió un correo electrónico a Darras para compartirle lo que la muchacha había dicho: “¿Cómo alguien podía decir cosas tan lindas de mí? No pensaba que alguien me extrañaría cuando me fuera”.

Darras había perdido un estudiante por suicidio años antes. “Es algo de lo que, como profesora, nunca te recuperas del todo”, dice ella. “Perder alguien en mi carrera docente fue más de lo que cualquiera tendría que pasar”. Cuando ella oyó cómo había reaccionado la muchacha en el hospital, Darras decidió escribir cartas al resto de sus 130 estudiantes. Le tomó dos meses. Sus estudiantes estaban agradecidos, y se corrió la voz de lo que ella había hecho; casi 200 000 personas han compartido su publicación de Facebook.

Darras es una de muchas personas en el área de Colorado Springs que luchan para detener los suicidios. La iniciativa Safe2Tell (“Es seguro hablar”), la cual comenzó como un programa piloto en la ciudad en la década de 1990 y se expandió a nivel estatal después de los asesinatos de la Preparatoria Columbine en 1999, permite que los jóvenes reporten anónimamente las amenazas de otros. La policía estatal recibe los reportes y se conecta con las autoridades y escuelas locales para que intervengan. El último año escolar, Safe2Tell recibió 5,821 indicios, 68 por ciento más que el año anterior. La categoría más grande involucró amenazas de suicidio. “Por años, en toda la labor de prevención del suicidio, en realidad nos hemos enfocado en una cosa, y ello es buscar ayuda si la necesitas”, dice Susan Payne, directora ejecutiva de la iniciativa. “Ello significa convencer a la víctima que está luchando a que haga una llamada telefónica o busque ayuda”. Su programa fomenta en los espectadores que busquen señales de alerta en otros y los reporten.

Daniel Brewster también quiere eso. El 31 de diciembre de 2015, horas antes de que él y su hija Danielle, de 17 años y estudiante del campus de Discovery Canyon, planearan celebrar el año nuevo, ella se ahorcó. Brewster luego miró el teléfono de su hija. “Esta es la parte que me mata: sé que les envió mensajes de texto a otros muchachos al momento y se los hizo saber”, dice él. Ella escribió: “Mis pies no tocan el piso” y “Todo se está poniendo borroso y oscuro”. Ninguno de los muchachos intervino; uno respondió sugiriéndole “descuélgate”.

“Sólo tener una reunión con [adolescentes] y decirles: ‘Ok, estas son las señales; esto es lo que deben buscar; esto es lo que deben hacer’, eso no es suficiente”, dice Brewster. “Necesita estar arraigado en las cabezas de estos jóvenes, porque ellos son nuestra primera línea de defensa”. De todos los jóvenes en Colorado que se quitaron la vida de 2008 a 2012, más de un tercio le había dicho sus planes a alguien más, según un informe estatal.

Danielle fue una de por lo menos tres suicidios de adolescentes en el área de Colorado Springs en un período de tres semanas. Luego, seis semanas después, la madre de Danielle se ahorcó en la recámara de su hija. “Se suponía que estarían aquí”, dice Brewster, atragantándose con las palabras. “Se suponía que estaríamos juntos en esta casa”.

Algunos estudiantes locales empiezan sus propias acciones de prevención. Gracie Packard estaba en octavo grado cuando fijó una fecha para quitarse la vida. Ella había batallado con la ansiedad y depresión desde que era niña y luego se hacía cortadas. No podía dormir, sus calificaciones empeoraban y perdía peso. Cancelaba planes con sus amigas y dejó de bailar, una de sus pasiones. Mientras tanto, otros muchachos de la ciudad, así como uno de sus hermanos, se quitaban la vida o lo intentaban. “Estaba bastante a tu alrededor”, dice ella. Recuerda que se dijo a sí misma: “Si las cosas no mejoran para esta fecha, entonces hiciste lo que pudiste, y puedes ponerle fin”.

Sus amigas sintieron que algo estaba mal. Días antes de cuando ella planeó morir, montaron una intervención. “Estamos preocupadas por ti”, le dijeron. Su preocupación, además de una organización sin fine de lucro de prevención del suicidio con la que se topó llamada Escribir Amor en los Brazos de Ella, la convencieron de que le pidiera ayuda a su mamá. “Estaba temblando físicamente. Apenas podía respirar”, dice ella. Pero “esos 30 segundos de valentía y estar dispuesta a decirle a alguien en quien confías en voz alta ‘Oye, no estoy bien’, va a ser una de las cosas más aterradoras que harás jamás, pero será una de las mejores cosas que harás jamás”. Ella pronto empezó a ir a terapia. Ahora de 17 años, Gracie comparte públicamente su historia de salud mental y promueve la prevención del suicidio. Un evento que ella celebró en septiembre atrajo a 150 personas.

Funcionarios de la ciudad y escolares también trabajan para contener el aumento en las muertes. La primavera pasada, el departamento de salud pública del condado de El Paso contrató a un especialista para crear un sistema de detección para identificar a jóvenes en riesgo.

Pero no todos los padres están dispuestos a abordar el problema. Kelly, el médico forense, dice que los familiares casi siempre le solicitan que su oficina cite una causa de muerte diferente al suicidio, como el juego de la asfixia. “He tenido parientes quienes me pedían que lo llamara asfixia autoerótica porque no querían decirle al abuelo que su nieto se había suicidado”, dice él. “Ello te dice realmente lo que los estadounidenses pensamos sobre la enfermedad mental”. Ninguno de los obituarios de los muchachos de Colorado Springs parece mencionar el suicidio (una omisión común en todas partes), y es poco probable que sus servicios conmemorativos incluyan más que una referencia vaga.

A algunos les preocupa que discutir el suicidio pudiera inspirar a más muchachos a hacerlo, pero solo porque el comportamiento suicida pueda propagarse rápidamente no significa que tenga que hacerlo. Moutier, de la Fundación Estadounidense para la Prevención del Suicidio, dice que pensar que el suicidio es contagioso podría darles a los jóvenes la impresión de que cualquiera puede “contraerlo”, incluso un muchacho estable y feliz. Esto no es cierto, dice ella.

Aun cuando los padres del difunto lo admitan o no, el suicidio en la mayoría de los casos involucra una enfermedad mental subyacente. Los investigadores han hallado que si alguien cercano a un adolescente muere por suicidio, la historia de salud mental del adolescente es un pronosticador más grande de comportamiento suicida futuro que la relación de él o ella con la víctima.

El suicidio de un adolescente más reciente en el condado de El Paso fue el 19 de septiembre: un ahorcamiento en el terreno de una escuela. Como los suicidios de adolescentes allí tienden a aumentar al final del semestre —cuando los estudiantes pueden sentir que están perdiendo cualquier apoyo que tenían en la escuela, dice Kelly—, los funcionarios tal vez no sepan antes del descanso invernal si las cosas están mejorando. Los estudiantes no necesariamente están dando miradas de pánico por todo el salón, preguntándose a quién golpeará después la plaga. Tienen otras cosas en qué preocuparse: exámenes, ensayos, deportes, solicitudes universitarias. “Cuando sucede la primera vez, eso es lo único en la mente de todos”, dice Chloe Love, una estudiante de último año en el campus de Discovery Canyon, quien hace labor de prevención del suicidio. Luego siguen adelante. Tienen que hacerlo. “A veces”, dice ella, “los recuerdos duelen mucho”.

Sjoerdsma dice que no ocultará cómo murió Riley. “Estoy completamente consciente de que mi hija cometió suicidio, y no sé por qué”. Ella ha hecho trabajo social, y su marido es un profesor local de preparatoria; ninguno de los dos vio señales. Desde la muerte de su hija, ella no ha dormido bien, y el aluvión de suicidios dificulta más el proceso de duelo. De noche, a menudo yace despierta, pensando en cómo ella y Riley solían decirse buenas noches: “Te amo de aquí al cielo”, decía Sjoerdsma. “Te amo de aquí al cielo y de regreso”, respondía Riley.

Sjoerdsma todavía lo dice todas las noches. Sólo que ahora no hay quien le responda.

Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek