MONTERREY, N. L.—Rolando Jacob recuerda el primer evento de violencia extrema que presenció cuando tenía 12 años: en una de las avenidas de Reynosa, Tamaulipas, el semáforo obligó a su papá a detener el automóvil. El poderoso ruido de un balazo los cimbró, a un par de metros de distancia. Un sujeto le había arrebatado la vida a otro hombre ante la mirada de decenas de transeúntes y Rolando, aterrado, se cubrió el rostro con las manos.
Los crímenes en aquel tiempo eran una constante y la única opción de la población era aprender a vivir en ese ambiente de terror: “Mi familia, amigos y conocidos, lidiamos siempre con la situación y, a veces, aparentábamos que no sucedía”, cuenta Jacob, de 32 años, quien ha forjado una carrera destacada en la arquitectura y el arte en Monterrey.
Rolando Jacob forma parte de la camada de artistas contemporáneos regios que en sus piezas plasman de forma explícita o implícita los estragos de una guerra que nadie afirmaría que ha concluido. Sus secuelas continúan, sobre todo en percepción de inseguridad: casi el 70 por ciento de la población de la ciudad se siente insegura, según los últimos números del Inegi.
“Nací en una ciudad donde el narco siempre ha existido. Aunque la guerra detonó en el sexenio de Calderón, la frontera siempre ha sido zona conflictiva”, dice Jacob. Él llegó a Monterrey en 2002 a cursar la licenciatura en arquitectura en la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL). Luego viajó a España a cursar la maestría de investigación en arte, en la Universidad Complutense de Madrid. En Europa conjuntó sus intereses: arquitectura desde el arte.
Fue en 2011 —cuando la guerra contra el narcotráfico lanzada por el gobierno federal ya había provocado miles de muertos directos e indirectos— que se marchó a la capital madrileña. Allá le llegaban decenas de notas sobre la violencia en México. En una ocasión, en el Matadero Madrid, Jacob observó asombrado una pieza de la sinaloense Teresa Margolles, la artista conceptual y fotógrafa, que mostraba la desaparición del hijo de un hombre. Los presentes se preguntaban por qué el acto no había sido denunciado ante la policía.
Jacob no quería ser visto como el bicho raro. Por ser mexicano, en algún momento dudó en hablar sobre el tema con los demás, pero ese evento artístico lo sacudió. El tamaulipeco recuerda: “Yo sabía de qué trataba, la poca confianza en las autoridades, y me cuestioné. No podía ser indiferente, y además tenía como aliados a la arquitectura y el arte”.
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Leo Marz es un artista visual y plástico que recientemente fungió como cocurador de las exposiciones de la Bienal Femsa en Monterrey, que se aboca a promover y difundir la creación artística en nuestro país.
Refiere que cuando, de 2008 a 2013, la violencia cubrió las ciudades de Nuevo León, específicamente la capital, los regios se autoaislaron. “De ser un lugar en donde podías pasear a cualquier hora de la madrugada, Monterrey cambió radicalmente. Fue un impacto”, afirma Marz, que estudió una maestría en nuevos medios en Austria.
Tan solo en 2013, el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal colocó a Monterrey en el lugar número 47 de su registro de las ciudades más violentas del mundo, con 1305 homicidios dolosos en 2012 y 30.85 asesinatos por cada 100 000 habitantes.
El refrán reza que no hay mal que por bien no venga, y quizás eso puede aplicarse a la ola de violencia que sufrió esta ciudad: “El arte resurgió, y quienes se dedican a este, en algunos casos, abordan esas temáticas de dolor, aunque de manera poética, no explícita. Los jóvenes que lo vivieron son más fuertes, quieren colaborar, a su manera. Yo impartí clases de arte de 2008 a 2013 y recuerdo a los alumnos desconcertados, pero ahora discuten, son más aguerridos”.
El proyecto El estado primordial busca provocar en las personas, a partir de la meditación, lo que su nombre indica. Su creador, Daniel Lara Ballesteros, artista sonoro/terapeuta de 40 años, explica que “es importante para una sociedad colapsada mirar hacia dentro y ver. El sonido bien dirigido es una herramienta que nos obliga a una mejor contemplación”.
La prioridad de Lara es crear un sonido y replicarlo a través de una pieza sonora, “que esta tenga un efecto trascendental en las mentes de las personas, con la meditación y el sonido que produce la obra”. Al dispararse en 2011 los índices delictivos y de violencia en la capital neoleonesa, el artista encontró esta faceta terapéutica que se consolidó en su trabajo un par de años después.
Daniel Lara labora en Monterrey y la Ciudad de México atendiendo a víctimas de secuestro, familiares de asesinados e, incluso, enfermos de cáncer. “Cuentan sus experiencias y con ayuda de las terapias encuentran paz. Mientras vivas en ciudades grandes bajo diversas situaciones, terminas afectado de una u otra manera”, indica el artista.
A él desde niño se le facilitó incursionar en las artes visuales, y en la adolescencia se interesó por la música. Tal vez por ello su proyecto es de corte visual auditivo. Una de sus piezas artísticas más ambiciosas se expone actualmente en el Centro de las Artes de Parque Fundidora de Monterrey: sobre el césped forman un círculo seis torres de bambú con diversos tubos de madera colocados estratégicamente para producir sonido, las personas deben colocarse dentro. “Se guía una meditación y respiración durante unos 40 minutos, y de esa manera se interactúa con la pieza. Es una experiencia, con sonido y contemplación”.
Daniel Lara ruega por que haya más artistas en Monterrey que ejecuten este tipo de creaciones, “pero son pocos. Con la violencia, la ciudad, culturalmente, se detuvo, al igual que en otras áreas. Retomar a partir del arte ese dolor es delicado, se debe trabajar con mucho cuidado porque la gente quedó afectada, muchos se fueron. Yo no regresé hasta que se calmó. Y noté que surgieron situaciones terapéuticas, meditación, yoga. Creo que es algo genuino como una respuesta al sufrimiento”.
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A su regreso de España, Rolando Jacob comenzó su carrera profesional en Monterrey con un proyecto sobre las casas Infonavit abandonadas en las periferias, el cual presentó en la Bienal Femsa de hace dos años y recibió una mención honorífica. Se llama CIS (siglas de casas de interés social) y versa sobre pinturas de casas individuales vandalizadas y grafiteadas.
“Mi interés estaba en cómo crece la ciudad. ¿Cómo es posible que la gente trabaje tanto tiempo para obtener una vivienda y después abandonarla? Las constructoras reciben precios especiales por ser la periferia. No hay reglamentación para servicios y se convierten en ciudades dormitorio. La calidad de vida es baja, las casas son violentadas. Eso plasmé en las piezas”, explica Jacob.
Su siguiente proyecto —Algunos círculos—se relacionó directamente con la violencia en el norte. Con la ayuda de un subsidio público, el joven se puso manos a la obra en 2014. “En el entorno violento, las casas amanecían baleadas y todo el mundo se enteraba. Después pasaba en otro lugar. Era parte del paisaje”.
Algunos círculos está basado en las obras del pintor ruso Kandinski donde aparecen, precisamente, círculos. Jacob lo relacionó con una casa baleada que vio en Reynosa, atiborrada de hoyos provocados por las balas. “Son pinturas, dibujos, abstractos con papel y tablarroca perforada”. Desde entonces, Jacob se dedica a crear este tipo de piezas y planea hacerlas en formato tridimensional en un futuro próximo.
—La violencia trajo este arte, un aspecto positivo.
—No hay muchos que traten el tema de una manera evidente, sino más implícita. Varios quisieron olvidar rápido lo sucedido. Monterrey era de las ciudades más seguras, pujantes, de mejor estilo de vida. Y se convirtió en esta pesadilla. La mayoría quiso dar la vuelta rápido. Ahora se tiene la percepción de que la violencia ya pasó, pero no lo afirmaría.
Rolando Jacob dice que en la ciudad regiomontana existieron en décadas pasadas ciertos movimientos contraculturales, “pero nunca se había caracterizado por su activismo, incluso se veía con desprecio ese tipo de manifestaciones”. Lo que prevalecía era la cultura del emprendedor: si trabajas y eres productivo, vales como ciudadano. Lo otro es pérdida de tiempo”.
Sin embargo, celebra, después de la violencia extrema, “la gente comenzó a manifestarse, hay marchas, por ejemplo, cuando el asunto Ayotzinapa. Los chavos tienen una nueva apertura. Aquellos años terribles sirvieron para que hoy exista un despertar, un parte aguas”.
Rolando Jacob dice que en la ciudad regiomontana existieron en décadas pasadas ciertos movimientos contraculturales, “pero nunca se había caracterizado por su activismo, incluso se veía con desprecio ese tipo de manifestaciones”. Fotos: Especiales.
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Siendo gobernador de Nuevo León, Rodrigo Medina de la Cruz aseguró en 2013 que la mala racha violenta en el estado había terminado gracias “al triunfo de las fuerzas del orden”. Las bandas criminales continuaban activas como siempre, pero el priista que hoy enfrenta un proceso legal en su contra por peculado, delitos patrimoniales y enriquecimiento ilícito, entre otros, afirmó que el crimen se había reducido hasta 70 por ciento.
Tres años después, ahora gobernando Jaime Rodríguez Calderón, alias el Bronco, los mismos datos de la procuraduría del estado anuncian que el primer trimestre de 2016 ha sido uno de los más inseguros en los últimos cuatro años y que Monterrey presenta los peores números en criminalidad. Algunos medios locales se encargaron de denunciar la situación. La propia Secretaría de Gobernación indica que la capital es uno de los diez municipios más peligrosos del país, pues hasta agosto pasado se habían cometido más de 100 asesinatos.
“Hay percepción de que la violencia se redujo hace unos tres años en Monterrey, pero no es así”, indica Alejandro Cartagena, artista visual de 39 años. “Hay una estrategia mediática federal, estatal. Quién sabe qué hicieron con ayuda de los medios, desde finales de 2013. Vivo aquí y sé que los asesinatos con armas están al cien”.
Cartagena es otro de los integrantes de ese grupo artístico preocupado por manifestar las caras de la violencia: “La foto y video me han servido para cuestionar quién soy, pero ahora estoy interesado en ver afuera”.
—¿Cómo digiere un artista esa violencia?
—Me hice esa pregunta hace unos años. Según esto se había calmado, pero yo seguía con la estela de haber vivido una guerra. Era paranoia. Mi reflexión en el momento de la violencia extrema fue documentar, hablar de esto en una obra, pero el miedo no me dejaba.
El artista comenzó a coleccionar las notas, imágenes y videos de los asesinatos y crímenes y pensó que esa documentación serviría para exhibir al mundo en el futuro lo que una ciudad había padecido. “¿Veremos en un libro de primaria de 2040 un capítulo dedicado a la batalla contra el narco en México? No creo. Y en el proceso de juntar la información pensé en crear un cuaderno sobre mi sensación de vivir esa guerra”.
Así surgió el libro Antes de la guerra/Before the war. Hace dos años, Alejandro Cartagena rescató de su archivo las imágenes que capturó entre 2005 y 2007, previo a que Felipe Calderón le declarara la guerra al narco, y le entregó alrededor de un millar a un editor. “Le dije: ‘Encuentra el mal en los mínimos detalles, las señales de que algo ya estaba podrido’. Eran lugares donde después aparecieron muertos y se enfrentaron los narcotraficantes”.
A partir de las fotografías construyeron un libro que habla “sobre la paranoia de la guerra. En la foto no había nada malo, pero nosotros, personas que vivimos el infierno, le damos un valor violento a esa imagen donde aparece un paraje, paisaje, bosque, pues ahí apareció después un muerto. No es un libro sobre hechos, sino una especie de narrativa falsa acerca de lo que pasaba justo antes de la violencia”.
El cuaderno comienza con una leyenda: “Todos los personajes y hechos que se ven en este libro son reales”, un guiño, dice el autor, “a la manera en que medios y gobierno nos venden la información, su verdad. Sobre las narrativas que surgen del libro, no existe alguien que pueda afirmar que no son ciertas. Es un juego sobre quién construye la realidad”.
Before the war está formado por cinco cuadernillos que pueden deshacerse y armarse de diferentes maneras. “Se interactúa con el libro. Es una manera en que yo, como autor, digo: hay algo ahí, búscalo. ¿Dónde encuentras piso sólido para sobrellevar la violencia que estaba por doquier?”, cuestiona el regio, quien de 2009 a 2012 fue maestro en la Facultad de Artes Plásticas de la UANL.
“En ese tiempo estaba todo el desmadre. Hoy noto que la mayoría trata de escapar, hablar de problemas personales y no sociales. Quizás es un síntoma de que las cosas están jodidas”.
Cartagena ve con claridad la urgencia de otras formas artísticas de presentar la violencia, más allá de la literalidad: “Ya no nos pega la nota roja, sino una representación que te agarre en curva y logre que caigas en cuenta de tu incapacidad de crítica e indignación. Existe en Monterrey una depresión social, aunque se quiera ocultar. Mientras menos hablemos de ello, más difícil será. Es el momento de ser una ciudadanía crítica. En el arte tenemos la posibilidad de hacer estos gestos poéticos, subversivos, para no huir”.