MUCHOS OBREROS del cinturón oxidado de Estados Unidos creen que, como presidente, Donald Trump estará listo para combatir a los adversarios comerciales de este país y que revitalizará las industrias fabriles. Lo que posiblemente no sepan es que el candidato republicano ha desdeñado a los acereros estadounidenses en sus proyectos de construcción por años y elegido desviar incalculables millones de dólares de cuatro estados indecisos, y claves en la próxima elección, para más bien gastarlos en China: el país cuyas prácticas comerciales han ayudado a diezmar al otrora poderoso centro industrial de Estados Unidos.
Una investigación de Newsweek ha hallado que, en por lo menos dos de sus últimos tres proyectos de construcción, Trump compró su acero y aluminio a fabricantes chinos en vez de a compañías de Estados Unidos.
A lo largo de su campaña, Trump ha sostenido que algunas de las transacciones controvertidas que hizo para sus compañías fueron para maximizar las ganancias y, por lo tanto, eran una prueba de su agudeza empresarial. Ha afirmado que las decisiones que afectaron a compañías estadounidenses se hicieron porque él tenía una responsabilidad fiduciaria con sus accionistas de obtener los rendimientos más altos posibles. Pero con la excepción de un negocio que colapsó en múltiples bancarrotas, Trump no opera una compañía pública, lo cual significa que su decisión de evitar el acero de su país simplemente fue motivada por su deseo de cosechar ganancias más altas para sí mismo y su familia.
Hope Hicks, una portavoz de la campaña de Trump, no respondió a un correo electrónico de Newsweek que le solicitó sus comentarios.
De los últimos tres proyectos de construcción de Trump, el primero en usar acero chino fue el Hotel Internacional Trump, en Las Vegas, el cual se inauguró en 2008. No es inmediatamente evidente que el fabricante sea chino; este hecho está oculto en una cadena de varias entidades corporativas, incluidas compañías tenedoras registradas en las Islas Vírgenes Británicas. Ese microestado es un sitio popular para oscuras entidades extranjeras que existen solo en documentos legales, lo que limita la responsabilidad potencial de las empresas reales a la par que oscurece a sus verdaderos dueños.
Según documentos gubernamentales, la entidad china que Trump eligió para proveer el acero de la propiedad en Las Vegas es una compañía tenedora llamada Ossen Innovation Co. Ltd., antes conocida como Ultra Glory International Ltd. Esa entidad de las Islas Vírgenes Británicas a su vez posee una segunda compañía tenedora, Ossen Innovation Materials Group Ltd., la cual, mediante un complejo arreglo legal, indirectamente posee Ossen Innovation Materials Co. Ltd. y, a través de ella, Ossen (Jiujiang) Steel Wire & Cable Co. Ltd., la subsidiaria ubicada en Shanghái. Con semejantes capas tras capas de cascarones corporativos y divisiones, los constructores como Trump pueden comprar su acero a proveedores chinos sin que sea inmediatamente evidente.
Cuando estadounidenses como Trump compran acero a través de Ossen proveen beneficios financieros a toda una gama de compañías chinas y el gobierno chino. Los registros corporativos de Ossen muestran que bancos chinos proveen todo tipo de financiamiento a corto plazo en la forma de préstamos que casi todos maduran después de un año y luego son remplazados por préstamos nuevos. La mayoría de los bancos chinos son ramas del Estado, controlados estrechamente por el Partido Comunista Chino, y proveen financiamiento a compañías que compiten con fabricantes estadounidenses (por ejemplo, las compañías chinas que fabrican trajes y corbatas para la Donald Trump Signature Collection también obtienen préstamos de bancos continentales; Trump ha dicho que se le ha forzado a usar a los chinos para producir sus líneas de ropa porque ninguna compañía estadounidense continúa haciendo esos tipos de productos; eso no es cierto; por ejemplo, todas las corbatas de Brooks Brothers se hacen en Nueva York, y alrededor de 85 por ciento de los trajes de la compañía se hacen en Massachusetts).

SHERIFF DE ALUMINIO: La torre de Trump en Chicago usó una cantidad enorme de aluminio de China que fue vendida a un precio artificialmente bajo para sacar del negocio a compañías estadounidenses. Foto: CHARLES REX ARBOGAST/AP
Otro edificio reciente de Trump que usó metal chino fue el Hotel Internacional y Torre Trump en Chicago, el cual se inauguró en 2009 (para ese proyecto Trump obtuvo préstamos del Deutsche Bank y tres fondos de cobertura que, a su vez, usaron financiamiento de George Soros, el magnate empresarial que es sujeto de muchas teorías de conspiración conservadoras y es comúnmente retratado como una amenaza para el Partido Republicano). El edificio requirió muchas toneladas de aluminio, y Trump no lo compró a Alcoa o algún otro fabricante estadounidense. Más bien, optó por una subsidiaria de un fabricante chino de aluminio. Como muchísimas empresas estadounidenses han usado aluminio más barato del extranjero, la industria local está colapsándose. Tan solo en los últimos dos años más de la mitad de las fundidoras de aluminio del país en estados como Ohio, Virginia Occidental y Texas, han cerrado.
Trump compró el aluminio usado en su proyecto de Chicago para lo que es llamado el “muro cortina”, el exterior de vidrio y metal diseñado para ahorrar energía. El muro está hecho con 11 500 paneles de hojas de vidrio térmicas revestidas de aluminio. Cada uno de los paneles mide 1.80 metros por tres pulgadas, lo cual significa que usaron 63 kilómetros de aluminio; no se pudo determinar el tonelaje preciso. Sin embargo, asumiendo un peso verdaderamente ligero, las compañías estadounidenses perdieron más de 350 millones de dólares en ventas solo de ese proyecto.
Rastrear el metal usado en el proyecto de Chicago hasta China es, de nuevo, un proceso difícil. Para construir los paneles exteriores, Trump contrató una entidad llamada Permasteelisa Cladding Technologies Ltd., la cual está domiciliada en Connecticut. Esa compañía, a su vez, es una división de Permasteelisa North America Corp., la cual, a pesar de su nombre, ha sido identificada por el gobierno estadounidense como una importadora de acero, aluminio y otros metales de sus compañías afiliadas, Permasteelisa South China Factory y Permasteelisa Hong Kong Limited.
Durante la construcción de Trump en Chicago, según documentos presentados ante la Corte de Comercio Internacional de Estados Unidos del Departamento de Justicia y el Departamento de Comercio, Permasteelisa malbarataba el aluminio usado en muros cortinas, lo cual significa que fijaba los precios predatoriamente para vender por debajo del costo de producción o la cantidad cobrada en China. Los beneficiarios del malbaratamiento comercial son los usuarios del material, como Trump, quienes ahorran cantidades significativas de dinero en construcción, aumentando así sus ganancias. Los perdedores son los competidores estadounidenses, como esos productores de aluminio que no pueden competir con compañías extranjeras dispuestas a asumir pérdidas en las ventas de sus materiales de construcción con la esperanza de sacar del negocio a las compañías en Estados Unidos.
Trump no cometió ningún crimen al comprar su acero y aluminio a China, tampoco cometió algún delito al usar fábricas chinas de textiles para hacer sus líneas de ropa. Pero dado que los únicos beneficiarios de sus decisiones de optar por metales chinos más baratos para su proyecto de construcción fueron Trump y su familia, no ha demostrado que esté dispuesto a defender a los trabajadores estadounidenses si se puede hacer más dinero en otra parte. En pocas palabras, no ha predicado con el ejemplo. Llenó sus cuentas bancarias con millones de dólares que podrían haber sido para obreros en el cinturón oxidado de Estados Unidos. Muchas de esas personas ahora creen que Donald Trump es el hombre que traerá de vuelta los empleos y las industrias que él secretamente ayudó a destruir.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek