Tomar las armas

En 1998, Kip Kinkel, de 15 años, asesinó a sus padres en su casa; y luego, mató a dos estudiantes en su secundaria de Oregón. Antes de la devastación, escribió entradas en su diario expresando odio por “cada persona en esta Tierra”. Eric Hainstock, también de 15 años, mató de un tiro al director de su secundaria en Wisconsin, en 2006. En las cartas que escribió en prisión, culpó al director, a sus profesores y a servicios sociales de que “nunca me escucharon”. Y hace dos años, antes que Alex Hribal (16 años) tomara unos cuchillos de cocina para apuñalar a 20 estudiantes y a un guardia de seguridad en su secundaria de Pensilvania, escribió una carta culpando de sus actos a sus maestros y a la sociedad.

Casi todos los expertos están de acuerdo: si queremos evitar actos violentos en las escuelas, tenemos que entender mejor las sutilezas del lenguaje y de la conducta de los adolescentes. Los investigadores del Centro Médico del Hospital Infantil de Cincinnati están llevando más allá este concepto. En un estudio piloto, aplicaron un cuestionario de 28 preguntas a un grupo de estudiantes para tratar de predecir quiénes tendrían mayores probabilidades de cometer un acto violento.

Sin duda es información útil, pero ¿qué deben hacer los progenitores y las escuelas con los menores que han sido identificados como propensos a cometer un acto violento? No hay una pastilla para prevenir la violencia, pero la necesitamos con urgencia. Según el Centro Nacional para Estadísticas de Educación, entre julio de 2012 y junio de 2013, hubo 53 muertes violentas provocadas por escolares en escuelas las primarias y secundarias de Estados Unidos. Durante el año académico 2013-2014, 65 por ciento de las escuelas públicas tuvieron uno o más incidentes violentos, lo que equivale a unos 757,000 incidentes en todo el país. Y muchas veces, como en los casos de Kinkel, Hainstock y Hribal, parece que sus progenitores o maestros podrían haber evitado la violencia de haber escuchado atentamente lo que decían esos adolescentes.

El estudio fue dirigido por el Dr. Drew Barzman, director del Servicio de Psiquiatría Forense Infantil y Adolescente, en el Hospital Infantil de Cincinnati. Barzman y sus colegas reclutaron a 25 estudiantes de secundaria y preparatoria de Ohio y Kentucky; y en el informe, publicado en julio en Psychiatric Quarterly, los investigadores revelaron que 11 de los 25 estudiantes (44 por ciento) fueron considerados como de alto riesgo de agresión o violencia verbal o física hacia los demás. Algunos estudiantes presentaban problemas de salud mental, mas el equipo descubrió que no había una correlación de 100 por ciento entre la salud mental del estudiante y la determinación del riesgo de violencia.

Después, los investigadores aplicaron lo que se denomina “anotación manual”, un método para extraer información del lenguaje que proporciona pistas sobre la conducta. Lo que hicieron fue identificar y clasificar palabras y frases clave tomadas de transcripciones de entrevistas grabadas de estudiantes con factores de riesgo conocidos. El análisis demostró que los jóvenes de alto riesgo hablaron más sobre cuatro contenidos específicos: actos o pensamientos violentos, sentimientos o actos negativos hacia otros, daño auto-infligido, y medios de comunicación violentos.

Barzman asesoró a los padres y profesionales de la salud mental de las escuelas en cuanto a lo que podrían hacer para ayudar a los estudiantes con mayor riesgo de conducta violenta. Pero, para no etiquetar individuos en las escuelas, no reveló a los consejeros si consideraba que un estudiante tenía riesgo de violencia alto o bajo.

Sin embargo, identificar el riesgo de un estudiante no garantiza que actuará con violencia, lo cual es un consideración ética importante del estudio. ¿Cuánto puedes restringir la libertad de un menor? Como señala Arthur Caplan, director de la División de Ética Médica, en el Centro Médico Langone de la Universidad de Nueva York, fumar cigarrillos no significa, necesariamente, que vayas a desarrollar cáncer de pulmón. “Queremos tener cierta capacidad de predecir el riesgo, pero es solo un estudio muy pequeño con una muestra muy pequeña”, dice Caplan. “Hay que replicarlo para tratarlo de manera responsable. Hay que llevarlo a cabo con distintos grupos étnicos, diferentes grupos culturales, diversas poblaciones”.

No obstante, también reconoce que los estadounidenses desean acabar con la violencia en las escuelas, sobre todo después de los tiroteos de alto perfil en una escuela de Newtown, Connecticut, en diciembre de 2012, y en Townville, Carolina del Sur, en septiembre pasado, por nombrar solo dos. Caplan reconoce que el estudio piloto brinda a los profesionales un mejor indicador de alto riesgo de violencia y dice que, por ejemplo, las iglesias o las tropas de niños exploradores también podrían adoptarlo. “Aún tendrá que pasar mucho tiempo, aunque me parece que habrá quienes traten de usarlo como una solución rápida”, dice Caplan. “Estamos tan desesperados por prevenir cosas terribles… que la gente recurrirá a lo que sea”.

El objetivo final del equipo de investigación es desarrollar un algoritmo que sustituya la anotación manual, así como una aplicación que analice de manera rápida y objetiva las palabras de los estudiantes, determine los niveles de riesgo, y haga recomendaciones a los padres y las escuelas.

El estudio tuvo implicaciones profundas para algunos estudiantes. Después de responder a las preguntas de Barzman y hablar con él sobre estrategias para resolución de conflictos, Madison York, una estudiante de 13 años que sufrió acoso escolar mientras cursaba la secundaria en Ohio, dijo a sus compañeros que no toleraría que siguieran poniéndole apodos. En entrevista con Newsweek, explicó que había aprendido a no “dejar que la gente te afecte”. Parece fácil, pero al compartir sus experiencias con Barzman y aplicar las sugerencias del doctor a su situación escolar, reunió el valor para enfrentar a los compañeros que se habían burlado de ella. Ahora dice que le encanta ir a la escuela y que tiene un gran sistema de apoyo de amigos.

Barzman sabe que una app no puede detectar señales de alerta en las voces o las pistas no verbales de los estudiantes. La tecnología nunca sustituirá a la interacción humana. Por el contrario, espera que entrevistadores de todo el país utilicen la aplicación para complementar el cuestionario de 28 preguntas.

Barzman y su equipo pretenden reclutar y estudiar, por lo menos, otros 300 estudiantes para desarrollar el algoritmo de anotación manual y posteriormente, la aplicación. A pesar de que la cantidad no deja de ser reducida, permitirá que los investigadores confíen más en sus resultados y produzcan una app más diversificada. En su opinión, necesitarán muestras adicionales de estudiantes procedentes de varias regiones del país a fin de captar las diferencias lingüísticas, como expresiones de jerga o dialectos locales. A la larga, pretenden ofrecer su prueba y la tecnología como herramientas estándar en las escuelas de todo el país.

La aplicación no acabará con toda la violencia escolar. Pero es mejor que la alternativa: no identificar a los menores en riesgo hasta que sea demasiado tarde.

Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek