Las incestuosas puertas del Deutsche Bank

HAY PUERTAS ABATIBLES, basculantes, corredizas, venecianas y plegadizas… pero las más tentadoras son las giratorias. Justo las que tienen hoy al Deutsche Bank al borde de la quiebra.

Las revolving doors —como se les conoce en el sector financiero internacional— son la mar de convenientes para los directivos. Desprovistas de picaportes, chapas o códigos de acceso, permiten a los financistas de alto nivel acceder a las entrañas de los gigantes bancarios, escudriñarlos y luego marcharse hacia algún cargo público. Aprovecharán el bagaje previamente obtenido, tejerán contactos, y cuando convenga a sus intereses, franquearán de nuevo estas metafóricas puertas para instalarse en el sector privado.

El conflicto de interés es permanente, pero poco importa cuando hay tantos miles de millones de dólares en juego.

El Deutsche Bank, el banco más importante de Alemania, se convirtió en “el más peligroso del mundo”, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), por un abalorio de malos manejos que encubrió esta dinámica rotatoria.

ERIC BEN-ARTZI, EL JUSTICIERO

A finales de septiembre, el Departamento de Justicia de Estados Unidos (DoJ) lanzó una bomba al sector financiero internacional. El Deutsche Bank debía pagar una multa por 14 000 millones de dólares. Había violado la legislación financiera estadounidense ocultando datos.

El origen de la crisis se remonta cinco años atrás, cuando Eric Ben-Artzi, matemático israelí doctorado en la Universidad de Nueva York y exempleado del Deutsche Bank, descubrió que esta entidad había sobrevaluado peligrosamente su portafolio de derivados para esconder pérdidas que podían ascender a 12 000 millones de dólares.

La institución caminaba hacia la quiebra, pero lo ocultaba deliberadamente.

Ben-Artzi informó a sus superiores, pero fue ignorado. Claramente, una parte de la cúpula del banco estaba al tanto. Apostó pues por una estrategia radical: entregó la información a la Securities and Exchange Commission (SEC), la entidad federal dedicada a la supervisión de las instituciones financieras en Estados Unidos. Pero a esta le tomó cuatro años de investigaciones imponer una multa (simbólica) al banco de 55 millones de dólares.

A Ben-Artzi, la SEC le concedió una recompensa de 8.5 millones de dólares financiados con recursos provistos por el Congreso para premiar este tipo de denuncias.

Pero entonces sucedió lo improbable: Ben-Artzi devolvió el dinero argumentando razones éticas. Su reputación quedaría aniquilada en Wall Street y en cualquier otra plaza financiera de envergadura (¿quién quiere a un soplón dentro de casa?), pero porfió en la decisión.

Y entregó los fondos acompañados de una denuncia puntual: las autoridades habían castigado al Deutsche Bank —y con ello a los clientes y accionistas—, pero no a los directivos responsables de las prácticas nocivas para el banco.

LOS CULPABLES, EN LIBERTAD

La historia se repite. La crisis de los subprime (créditos hipotecarios de alto riesgo que, a principios de este milenio, eran vendidos a los fondos de pensión como papel de primera calidad, a pesar de ser títulos chatarra) detonó la primera gran recesión del siglo XXI.

A pesar de ello, de la caída de Lehman Brothers, de los rescates de hipotecarias como Freddie Mac o Fannie Mae y de los efectos que todo esto generó sobre la economía mundial, hoy el Deutsche Bank reproduce los mismos errores.

Las puertas giratorias consienten relaciones incestuosas entre bancos y autoridades financieras que facilitan el falseo y encubrimiento de información.

En el caso del Deutsche Bank, dos ejecutivos clave partieron a engrosar las filas de la SEC durante y después del periodo de actividad ilegal del banco. Robert Rice, abogado en jefe del Deutsche Bank y responsable (en 2011) de realizar una investigación interna para identificar irregularidades en la gestión de esta entidad, trabajaba dos años más tarde en la SEC. Y lo mismo sucedió con Robert Khuzami, también legista del banco.

Cuando se conoció la multa inicial de 55 millones de dólares, en 2015, Jürgen Fitschen y Anshu Jain, vicepresidentes del banco germano, se vieron obligados a dimitir. Pero no se les fincó responsabilidad alguna por haber consentido que los libros del banco fueran alterados.

Y el fenómeno no es exclusivo de Wall Street.

Dentro de las grandes plazas financieras internacionales, uno de los pocos casos de directivos castigados por actuar fuera de la ley fue el de Kareem Serageldin, un ejecutivo de segundo nivel del Credit Suisse, que purgó una pena de 30 meses de prisión por distorsionar información del banco relacionada con su cartera hipotecaria.

Solo Islandia ha escrito una historia distinta durante los últimos diez años. Fue el único país en donde 26 banqueros, de entidades como Kaupthing, Hreiðar Már Sigurðsson o Landsbankinn, fueron condenados a prisión —penas de entre seis y 36 meses— por tomar decisiones que pusieron sus instituciones en riesgo de colapso.

RESCATE O FIN

¿Cómo pasó el Deutsche Bank de una multa de 55 millones de dólares en 2015 a una de 14 000 millones de dólares en septiembre?

La firmeza de la denuncia de Ben-Artzi obligó a las autoridades estadounidenses a escudriñar otra vez la contabilidad del banco. Adicionalmente, el Departamento de Justicia de Estados Unidos (DoJ) tomó la investigación a su cargo, lo que coincidió con un ajuste interno de funcionarios en este departamento. El área de investigaciones hipotecarias ganó en rigor.

Fue una segunda revisión la que confirmó lo que Ben-Artzi había preconizado. El problema hoy para el Deutsche Bank es que solo tiene provisiones equivalentes a 5000 millones de dólares para enfrentar la pena impuesta por el DoJ, de ahí que las autoridades del banco negocien por todos los medios una reducción de esta multa.

Y para evitar la quiebra, al cierre de esta edición tres posibles escenarios están sobre la mesa:

A) Dos de sus principales accionistas, la familia real de Catar (que posee diez por ciento de las acciones del Deutsche Bank) y el Norges Bank (banco central de Noruega), gestor del Fondo Gubernamental de Pensiones de Noruega y de un Fondo Soberano de Inversión, podrían aportar nuevos fondos al banco, aumentando su participación. Esto parece viable, especialmente en el primer caso.

B) El Deutsche Bank podría vender parcialmente su división de gestión de activos (una de las más rentables) para allegarse hasta 3000 millones de euros, sin perder el control estratégico de esta área.

C) Y como última alternativa está siempre el rescate público. Sin duda, es el menos viable de los tres caminos porque Alemania celebrará elecciones generales en menos de un año y el actual gobierno de Ángela Merkel no querrá asumir el costo político de una inyección de fondos públicos para esta institución. Especialmente considerando que Alemania fue la más férrea crítica de los rescates de instituciones financieras en Portugal, Grecia o España cuando estas economías vivían malos tiempos.

El Deutsche Bank es un banco que opera desde 1870 y cuya caída generaría un efecto de contagio en los mercados financieros internacionales, así que se evitará su colapso.

La gente no saldrá a las calles, como en Islandia, a negarse al rescate, no pedirá que la justicia vaya detrás de los culpables ni ignorará los juicios de las calificadoras de valores y los mercados bursátiles, siempre enlazados y cómplices los unos de los otros.

Cuando Eric Ben-Artzi fue cuestionado sobre el porqué había denunciado al Deutsche Bank, su respuesta fue simple: “Yo era analista en matera de riesgos, solo hacía mi trabajo. La pregunta es: ¿por qué tantos otros, antes de mí y después de mí, no hicieron lo mismo?”.

Y tiene claro que las puertas giratorias no se abrirán para él.